Capítulo 22

En algún lugar entre las márgenes occidentales de los arrozales y la colina, el Capitán Rankstrail había dejado de ser un sabueso que le pisaba los talones a una presa y había vuelto a ser un guerrero que iba a liberar a su gente y a su tierra.

La persecución había terminado y la batalla había comenzado. El Elfo ya no era un prisionero que había que capturar por órdenes del Juez Administrador, sino el único comandante que estaba dispuesto a seguir.

Rankstrail tuvo la impresión de ser él mismo y, a la vez, de ser Yorsh que cabalgaba en el viento delante suyo; sintió la confianza y la calma de este, no menos fuertes que su propia rabia y su propia desesperación. Sintió en el rostro el mismo viento que embestía a Yorsh y a los otros caballeros. Era como si todos se hubieran convertido en un solo hombre.

Por primera vez desde que había tenido el discutible honor de ser su propietario, Rankstrail sintió a su rocín correr en el viento como el viento mismo. Ni siquiera correr en el agua o en el fango era un obstáculo para él. Rankstrail se percató de que el caballo casi volaba. Los otros podrían dudar, pero él conocía a Garrapata, sabía que ni aun frente a una manada de lobos hambrientos hubiera podido correr de ese modo.

Era por la magia del joven Elfo que los cascos de los caballos corrían.

Cuando el fuego encendido por la presa, ahora convertida en líder, dio luz suficiente para poder moverse sobre los terraplenes, Rankstrail comprendió por qué la gente siempre había odiado a los Elfos: era una mezcla de envidia y temor. Cada uno de estos dos elementos bastaba para querer matarlos, pero además se acrecentaban uno a otro. Rankstrail comprendió la razón del odio por la que los Elfos habían sido exterminados.

Pero no entendía cómo habían logrado masacrarlos: si los Elfos se parecían así fuera solo vagamente al que cabalgaba delante de él, tendrían que haber sido invencibles.

Luego Rankstrail se olvidó de todo, excepto de las patas de su caballo que perseguían su reflejo al unísono con las patas del magnífico corcel del joven Elfo. Su rocín voló en el viento, superó las empalizadas de los Orcos con una fuerza parecida al coraje y al valor que él mismo sentía en el alma, y así comenzó la liberación de Varil.

El joven Elfo abrió el camino al enfrentar a la primera batería de Orcos y derribar a su líder. Pero después, de repente, le cedió el mando, desaceleró un poco y de ese modo le dejó a él, Rankstrail, la tarea y el honor de ser el Libertador. En ese momento Rankstrail juró que el otro sería su jefe, que su vida y su espada, si es que alguna vez lograba tener una espada digna de ese nombre, serían para él y solo para él.