Capítulo 14

Robi levantó la cabeza y osó mirar a la criatura alada encima de ella.

La Cosa habló. Robi entendió por qué las llamaban Furias.

—Nosotras somos las Furias, las Erinias —dijo la voz sombría—. Somos las Madres sin progenie. —Somos el dolor, la venganza, el odio.

Robi cayó a tierra. Tenía a Erbrow apretada contra ella. El dolor era abrumador: era como si la respiración se le hubiera llenado de tierra candente mezclada con escorpiones. Cubrió a su hija con el cuerpo. La sentía jadear debajo suyo. La oscuridad se había tragado la playa. La Furia prosiguió:

—Venimos a cobrar el precio por nuestros hijos no concebidos, nuestros hijos no nacidos, nuestros hijos muertos antes de que pudieran saber cuál es el color de la vida, cuando la vida puede no ser dolor.

—Nada podrá saciar nuestra furia. Nada podrá atenuar nuestro odio.

—Como una bandada de cuervos enloquecidos, como una manada de perros, como hienas, lobos y buitres, desgarraremos su paz, sus almas y su carne.

—Este será el castigo para quien destrozó nuestra carne y asesinó nuestra sangre inocente, para quien conoció nuestra inocencia y por cobardía calló. Nosotras destruiremos a todo aquel que respire y viva en estos mismos lugares que nos vieron exiliadas de la vida y la respiración junto con nuestra descendencia.

—Como una bandada de cuervos enloquecidos.

—Somos las Furias, las Erinias.

—Somos el dolor, la venganza, el odio.

—Ustedes, estúpidos, osaron violar esta playa, el lugar de nuestro martirio, el lugar donde nuestra sangre y nuestra carne quemadas dieron testimonio de la insulsa crueldad humana.

De repente, Robi sintió que los escorpiones que le quemaban la respiración se estaban disolviendo. El aire volvió a pasarle. Erbrow tosió dos o tres veces y luego se puso a llorar y este fue el más dulce de los sonidos: quería decir que estaba viva. Robi levantó la vista. Entre ella y las Erinias estaba Yorsh: estaba de pie con los brazos abiertos para ampliar su sombra y cubrirlas a ambas, a ella y a la niña. Dentro de su sombra el aire era fresco y limpio. Robi sintió que Yorsh jadeaba con el aliento cada vez más escaso y quebrado. Lo vio caer de rodillas, pero siguió protegiendo la respiración de ellas.

La Erinia que estaba más cerca, la que había hablado, se puso a reír bajo y se alejó. Yorsh quedó por fuera de su sombra. El sol brilló de nuevo sobre su cabello plateado. Robi lo oyó toser.

—Le ruego —pidió con gentileza—. No nos hagan daño. No les hagan daño a ellos. Ellos nunca se lo han hecho a nadie.

Yorsh había logrado ponerse de pie.

—Me encantaría conocer su nombre, joven Elfo —dijo la más cercana de las Furias. Era la más alta. La cubría una capa hecha jirones de la que se asomaban solamente las manos enjutas y encorvadas. Las uñas habían sido arrancadas de los dedos. Las palmas estaban atravesadas por llagas profundas.

—Yorshkrunquarkjolnerstrink.

—¿Yorshkrunquarkjolnerstrink? Por lo tanto, el último y el más poderoso. Los rayos del sol le han oscurecido el rostro: ya la mortalidad le ha corroído la carne, último de los guerreros élficos. Aun si decidiéramos no truncar su respiración, no será por mucho tiempo que su cuerpo proyecte sombra sobre la tierra.

—Señoras —respondió Yorsh—, conozco sus nombres. Su historia no me es desconocida. Antes de que la leyera fue mi madre quien me la relató para que la memoria del dolor no se perdiera. Uno de los últimos recuerdos que tengo de ella es precisamente esa historia. Ustedes son las curanderas, las mujeres que recogían las hierbas para sanar, las que asistían a las mujeres en los partos. Ustedes limpiaron llagas, curaron quemaduras, alinearon huesos fracturados. En la época de las pestes los Ángeles de la Destrucción llegaron del otro lado del mar: los pocos poderes que ustedes poseían y sus conocimientos no bastaron para repelerlas. Entonces fueron acusadas, fueron tildadas de brujas y fueron asociadas a los Elfos como blanco de todo odio y raíz de todo mal.

—Mujeres, Señoras, Madres, ¿no lo recuerdan? Nosotros los Elfos subimos a las hogueras con ustedes. También a nuestros hijos se les impidió ser concebidos porque aquellas que hubieran podido ser sus madres fueron aniquiladas siendo aún jóvenes. También a nuestros hijos se les impidió nacer, también ellos fueron exterminados junto a los de ustedes, siendo niños todavía. El nombre que las condenó y marcó, «brujas», es el mismo nombre que reciben las esposas humanas de los Elfos; el mismo que reciben las hijas que nacen cuando la sangre de los Elfos y la de aquellos que no son Elfos deciden correr juntas, porque son las hijas quienes a veces heredan los poderes de los Elfos y prolongan la creencia ilusoria de que tienen una capacidad para detener el mal que no aplican por maldad y que el dolor es fruto de su malvada voluntad.

La más grande de las tres Furias rio bajo. Las otras dos permanecieron oscuras y mudas.

—Reconocemos el sentido de todo lo que dices, joven Elfo, el Último —respondió—. Ustedes murieron como nosotras, no nos hicieron daño, y por lo tanto te concedemos la vida si no te interpones en el camino. Si te haces a un lado, te ignoraremos. La madre y la niña son para nosotras. Si intentas mantenerlas bajo la protección de tu sombra, no evitarás su muerte; esta tan solo seguirá a la tuya. ¿Dices que son humanos inocentes? Quizá sea verdad, joven Elfo, pero la verdad se diluye en el odio y pierde valor. Es más fácil exterminarlos a todos, y después los mismos Dioses que no nos salvaron, si lo desean, podrán distinguir a los inocentes de los culpables. Te concedemos la vida en nombre de las persecuciones compartidas, pero no tendremos ninguna misericordia hacia los humanos con los que te has mezclado. ¿Por qué habríamos de tenerla? Ellos no tienen la culpa, pero sí la tuvieron los antepasados cuya sangre llevan. Los mismos Dioses que no tuvieron piedad de nosotras, que no cometimos ninguna culpa ni la heredamos, podrán, si lo desean, prestarle atención a la verdad de la que hablas.

Yorsh sacudió la cabeza. No intentó hacerse a un lado.

—Nosotros somos las decisiones que tomamos, no la sangre que corre por nuestras venas. Señoras, hagamos un pacto: tomen mi vida a cambio de la de ellas. Entonces yo diré que son justas y no maldeciré su nombre.

—¿Justas? La justicia no está dentro de nuestros propósitos, joven estólido. No nos entristecerá saber que la hemos irrespetado ni nos angustiará saber que no lo apruebas. Te damos a escoger entre vivir o morir con ellas. No puedes hacer nada para salvarlas.

La sombra de las Erinias se apoderó del mundo de nuevo. Yorsh protegió a Robi y a Erbrow. Estaba de pie otra vez con los brazos extendidos. Los brazos comenzaron a temblarle. La tos invadió la respiración del joven Elfo. Robi casi podía sentir la arena y los escorpiones que lo sofocaban.

—No lo toque —le dijo Robi a la más cercana de las tres Furias—. Aléjese de él.

Ella respiraba porque el cuerpo de Yorsh la protegía de la sombra de las Erinias. Se levantó, puso a Erbrow en el suelo, pero la niña se le pegó a las piernas, desesperada y silenciosa.

—Lo siento por sus muertes. Lo siento por las muertes de sus hijos. No lo toquen. No lo toquen a él ni a mi familia.

—¿Cómo piensas detenernos, joven madre? —preguntó con un tono sarcásticamente dulce la más lejana de las tres—. Ya nada puede lastimarnos. Nadie puede detenernos.

Robi no respondió. Recordó que su padre le decía: «Inténtalo siempre, incluso si es inútil. Por lo menos así pasa el tiempo». Muerte por muerte. ¿Era o no era la heredera de Arduin?

Ella era una guerrera. Y los guerreros mueren empuñando las armas.

Nadie, ni siquiera las Erinias, las Furias, ni los mismos Demonios, podrían hacerles daño impunemente a su hija y su esposo mientras ella estuviera viva.

Aún tenía la honda.

No se le había perdido en la Casa de los Huérfanos. Ni se la habían podido encontrar en los calabozos de Daligar. Era la honda que su padre le había hecho cuando todavía era una niña. La llevaba siempre consigo, junto con una piedra. Robi sintió la madera de la honda en la palma de su mano y esto le restituyó el coraje. De un momento a otro Yorsh caería y a ella la arrollaría la sombra de las Erinias. El golpe partió. La trayectoria perfecta surcó el cielo sin luz.

La Furia se debilitó.

La sombra disminuyó.

El sol comenzó a brillar de nuevo.

Yorsh se dejó caer de rodillas y luego a gatas. Lentamente su respiración dejó ya de ser un jadeo lleno de arena y de escorpiones y se recuperó.

—¡Largo de aquí! —les gritó Robi a las Erinias—. Ahora.

Se inclinó para ayudar a Yorsh que ahora tosía.

—¿Por qué lo he logrado? ¿Por qué pude abatirlas?

Yorsh tardó unos instantes en responder, quizá porque tuvo que pensarlo, o simplemente porque no tenía suficiente aliento.

—Mi Señora —le informó con dulzura cuando por fin pudo hablar—, quizá desde hace pocos días espera un hijo. Hay otro niño dentro de usted. En otoño nuestra hija tendrá un hermano.

Se acercó a Robi y la estrechó contra él.