Mamá sabía que las tres burbujas de desesperación iban a venir a tragarse el mundo.
Ese era el miedo que tenía por dentro.
Su madre veía lo que tenía que suceder.
También ella veía lo que tenía que suceder: no todo, solo algunas cosas y no siempre, solo a veces.
Los otros nunca veían nada.
Nadie.
Ni siquiera su papá.
Por eso ellos, los demás, jamás tenían miedo.
Las tres burbujas de oscuridad aparecieron en el horizonte y luego se acercaron. Todo se oscureció.
Ella estaba abrazada a mamá y de repente la respiración se le quebró, como cuando cayó al agua; pero esta vez, sin embargo, no era algo frío, sino algo que quemaba. Chicco estaba junto a ella. A pesar de que él también estaba tosiendo, le dio a ella la pelota de trapo para tratar de consolarla un poco. Después su papá vino, lo tomó en brazos y lo alejó.
La sombra se volvió más oscura que una noche sin estrellas, más oscura que el humo cuando los haces de leña están empapados.
Su papá dijo que escaparan, pero nadie sabía hacia dónde.
Luego la Cosa más grande, la que tenían justo encima, comenzó a hablar.