Capítulo 9

Erbrow hubiera querido ser grande. Grande y fuerte. Quizá así habría podido consolar a su madre, hacer que dejara de llorar.

No sabía qué hacer. Solo sabía que era una inútil.

Esa horrible gallina no comía nada porque se los comía a ellos.

Como ella, su papá y su mamá comían pargo y piñones; la otra comía alegría y regocijo.

Para ella, la miel era hacer pelear a las personas. Causar dolor era mejor que comer piñones.

Y lo que era peor era que la suya era un hambre que no se saciaba.

Nunca había sentido a mamá tan desesperada.

Recordó cuando le había dado fiebre y su madre se había asustado, pero luego su padre le había puesto las manos en la frente, la fiebre había pasado y mamá había vuelto a sonreír.

Quizá también esta vez su papá regresaría y todo se arreglaría, pero no estaba segura.

Esta vez le parecía que todo estaba oscuro y lúgubre, sin esperanza. La fiebre era horrible, era como tener un fuego dentro de la cabeza y uno dentro de la garganta. Pero esto era peor.