CAPÍTULO 22

LA BÚSQUEDA DE
INTELIGENCIA EXTRATERRESTRE

Ahora las Sirenas disponen de un arma más mortífera que su canción: su silencio… Es posible que alguien haya escapado a su canto, pero a su silencio, nunca jamás.

FRANZ KAFKA, Parábolas

A LO LARGO DE toda nuestra historia hemos examinado las estrellas y hemos cavilado sobre si la humanidad es única o si, en algún lugar del cielo oscuro, existen otros seres que contemplan y se maravillan como nosotros, compañeros de pensamiento en el cosmos. Estos seres pueden tener una visión muy distinta del universo y de sí mismos. En algún lugar pueden existir biologías, o tecnologías, o sociedades, muy exóticas. En un universo cósmico, amplio y viejo, más allá de la comprensión humana ordinaria, estamos un poco solos; y nos preguntamos sobre el significado último, si es que existe, de nuestro diminuto, pero exquisito, planeta azul. La búsqueda de inteligencia extraterrestre es la búsqueda de un contexto cósmico aceptable en general para la especie humana. En su sentido más profundo, la búsqueda de inteligencia extraterrestre es una búsqueda de nosotros mismos.

En los últimos años —esa millonésima parte de la vida de nuestra especie en este planeta— hemos conseguido una herramienta tecnológica extraordinaria que nos permite buscar civilizaciones lejanas e inimaginables que no estén siquiera tan avanzadas como la nuestra. Esa herramienta se llama radioastronomía y cuenta con radiotelescopios individuales, series o redes de radiotelescopios, detectores de radio muy sensibles, computadoras muy avanzadas para el proceso de los datos recibidos y la imaginación y la pericia de científicos entregados a su métier. En la última década, la radioastronomía nos ha abierto una nueva puerta al universo físico. También podría, si somos lo suficientemente sensatos como para hacer el esfuerzo, proyectar una amplia luz sobre el universo biológico.

Algunos científicos que trabajan en el tema de la inteligencia extraterrestre (entre los que me cuento) han intentado dar una cifra del número de civilizaciones técnicas avanzadas —definidas operativamente como aquellas sociedades capaces de trabajar en radioastronomía— en la Vía Láctea. Esos cálculos son poco más que conjeturas, pues requieren asignar valores numéricos a magnitudes tales como el número y la edad de las estrellas, la abundancia de sistemas planetarios y la probabilidad del origen de la vida, de los que no sabemos nada con certeza, y la probabilidad de la evolución de vida inteligente y la duración de las civilizaciones técnicas, de las que ciertamente sabemos bien poco.

Cuando se hacen las operaciones, los números que suelen salir normalmente son de alrededor de un millón de civilizaciones técnicas. Un millón de civilizaciones técnicas es un número sorprendentemente elevado, y es estimulante imaginar la diversidad, los estilos de vida y de comercio de ese millón de mundos. Pero la galaxia de la Vía Láctea contiene 250 mil millones de estrellas y, aun con un millón de civilizaciones, menos de una estrella de cada 200 000 poseería un planeta habitado por una civilización avanzada. Como sabemos muy poco acerca del tipo de estrellas que puedan ser candidatas, habrá que examinar un gran número de ellas. Estas consideraciones sugieren que la búsqueda de inteligencia extraterrestre puede suponer un esfuerzo importante.

Pese a las numerosas pretensiones relativas a la existencia de antiguos astronautas y objetos volantes no identificados, no existe actualmente ninguna prueba contundente de visitas realizadas a la Tierra en el pasado por otras civilizaciones (ver capítulos 5 y 6). Nos vemos restringidos al campo de las señales remotas y la radio es, con mucho, la mejor de todas las técnicas de larga distancia de que dispone nuestra tecnología. Los radiotelescopios son relativamente baratos, las señales de radio se desplazan a la velocidad de la luz, más deprisa que cualquier otra cosa; además, la utilización de la radio no es ninguna actividad corta de miras o antropocéntrica. La radio representa una parte muy amplia del espectro electromagnético y cualquier civilización técnica en cualquier lugar de la galaxia tiene que haber descubierto la radio antes de considerarse técnica, de la misma manera que en los últimos siglos hemos explorado todo el espectro electromagnético desde los rayos gamma cortos hasta las ondas de radio muy largas. Cabe perfectamente que otras civilizaciones avanzadas utilicen otros medios de comunicación con sus iguales. Pero si desean comunicarse con civilizaciones atrasadas o en formación, solo existen unos pocos métodos obvios y el principal es la radio.

El primer intento serio de escuchar posibles señales de radio procedentes de otras civilizaciones se llevó a cabo en el Observatorio Nacional de Radioastronomía de Greenbank, Virginia Occidental, entre 1959 y 1960. Fue organizado por Frank Drake, actualmente en la Universidad de Cornell, y se bautizó con el nombre de Proyecto Ozma, en honor de la princesa de la Tierra de Oz, un lugar muy exótico, muy alejado y de muy difícil acceso. Drake examinó dos estrellas cercanas, Epsilon Eridani y Tau Ceti, a lo largo de varias semanas, sin obtener resultados positivos. Hubiese sido sorprendente de haberse producido éstos, pues, como hemos visto, las estimaciones más optimistas del número de civilizaciones técnicas en la Galaxia requieren el examen de varios centenares de miles de estrellas para lograr el éxito con una selección estelar al azar.

Desde el Proyecto Ozma, ha habido seis u ocho programas de ese estilo, todos ellos muy modestos, en los Estados Unidos, Canadá y la Unión Soviética. Todos los resultados han sido negativos. El número total de estrellas individuales examinadas de esa forma hasta el momento no supera el millar. Hemos realizado algo así como una décima parte del uno por ciento del esfuerzo requerido.

Sin embargo, existen algunos indicios de que en un futuro relativamente próximo pueden llevarse a cabo esfuerzos más serios. Hasta ahora, todos los programas de observación han utilizado cantidades de tiempo muy pequeñas con grandes telescopios y, cuando la observación ha durado mucho tiempo, sólo han podido utilizarse radiotelescopios muy pequeños. Un amplio examen del problema fue hecho recientemente por una comisión de la NASA presidida por Philip Morrison, del Massachusetts Institute of Technology. La comisión señaló una gran diversidad de opciones, incluyendo nuevos (y caros) radiotelescopios gigantes con base en tierra y espaciales. También señaló que podrían alcanzarse avances importantes con un coste moderado a base de desarrollar receptores de radio más sensibles y sistemas de proceso de datos por computadoras más ingeniosos. En la Unión Soviética existe una comisión estatal dedicada a coordinar la búsqueda de inteligencia extraterrestre y el gran radiotelescopio RATAN-600 recién instalado en el Cáucaso se dedica en parte a ese empeño. Paralelamente a los recientes y espectaculares progresos en tecnología de radio, se ha producido un tremendo incremento en la respetabilidad científica y pública de todo el tema de la vida extraterrestre. Un claro exponente de esa nueva actitud lo constituyen las misiones Viking a Marte, que en una buena parte están orientadas a la búsqueda de vida en el planeta.

Pero junto a esa naciente dedicación a una investigación seria, ha aparecido una nota ligeramente negativa que resulta empero muy interesante. Varios científicos han planteado últimamente una curiosa pregunta. Si la inteligencia extraterrestre abunda, ¿por qué no hemos visto todavía ninguna de sus manifestaciones? Pensemos en los progresos realizados por nuestra civilización tecnológica en los últimos diez mil años e imaginemos que dichos avances prosiguiesen durante millones o miles de millones de años más. Si tan sólo una pequeñísima fracción de las civilizaciones tecnológicas está millones o miles de millones de años más avanzada que nosotros, ¿por qué no han producido artefactos, instrumentos o hasta polución industrial de tal magnitud que hayan podido ser detectados por nosotros? ¿Por qué no han reestructurado toda la Galaxia a su conveniencia?

Los escépticos también se preguntan por qué no existen claras muestras de visitas extraterrestres a la Tierra. Ya hemos lanzado algunos vehículos interestelares, lentos y modestos. Una sociedad más avanzada que la nuestra debe ser capaz de surcar los espacios entre las estrellas de forma adecuada, o hasta sin esfuerzo. Durante millones de años, dichas sociedades habrán establecido colonias, las cuales, a su vez, habrán lanzado al espacio expediciones interestelares. ¿Por qué no están aquí? Se tiene la tentación de decir que sólo existen unas cuantas civilizaciones extraterrestres; ya sea porque estadísticamente somos una de las primeras civilizaciones técnicas en haber surgido, ya fuere porque el destino de todas esas civilizaciones es el de autodestruirse antes de progresar más de lo que lo hemos hecho nosotros.

Me parece que esa desesperación es algo prematura. Todos esos argumentos dependen de una conjetura correcta por nuestra parte acerca de las intenciones de seres mucho más avanzados que nosotros, y, vistos más de cerca estos argumentos, en mi opinión ponen de manifiesto aspectos interesantes de la presunción humana. ¿Por qué es de esperar que nos será fácil reconocer las manifestaciones de civilizaciones muy avanzadas? Se parece nuestra situación a la de los miembros de una comunidad amazónica aislada que carece de los medios para detectar el intenso tráfico internacional de radio y televisión que les rodea. Además, existe una amplia gama de fenómenos astronómicos que no comprendemos totalmente. ¿Puede ser de origen tecnológico la modulación de los púlsares o la fuente de energía de los quásares, por ejemplo? O tal vez existe en la Galaxia una cierta ética de no-interferencia con civilizaciones atrasadas o en nacimiento. Tal vez exista un tiempo de espera antes de que se considere oportuno tomar contacto, en orden a proporcionarnos una buena oportunidad de autodestruirnos, si a eso vamos. Tal vez todas las civilizaciones considerablemente más avanzadas que la nuestra han alcanzado una inmortalidad personal efectiva y han perdido la motivación para vagar por los espacios interestelares, lo cual puede ser una necesidad típica de las civilizaciones adolescentes. Tal vez las civilizaciones maduras no desean polucionar el cosmos. Podría darse una lista muy larga de «tal vez», pero no estamos en condiciones de evaluar más que algunos de ellos con un cierto grado de seguridad.

La cuestión de las civilizaciones extraterrestres está totalmente abierta. Personalmente, creo que es mucho más difícil comprender un universo en el que seamos la única civilización tecnológica, o una de las pocas, que concebir un cosmos rebosante de vida inteligente. Afortunadamente, muchos aspectos del problema pueden verificarse experimentalmente. Podemos buscar planetas alrededor de otras estrellas, podemos escudriñar formas simples de vida en planetas cercanos como Marte, y realizar en el laboratorio estudios más profundos acerca de la química del origen de la vida. Podemos investigar con mayor intensidad la evolución de los organismos y las sociedades. El problema requiere una investigación a largo plazo, de amplias miras, sistemática, cuyo único árbitro de lo que es posible o no sea la naturaleza.

Si existe un millón de civilizaciones técnicas en la Vía Láctea, la separación media entre las civilizaciones es unos 300 años luz. Como un año luz es la distancia que recorre la luz en un año (un poco menos de 6 millones de millones de millas), entonces el tiempo que tarda en una sola dirección una comunicación interestelar con la civilización más próxima es de 300 años. El tiempo necesario para formular una pregunta y recibir la respuesta sería de 600 años. Esa es la razón por la cual los diálogos interestelares son mucho menos posibles que los monólogos interestelares, especialmente en la época del primer contacto. A primera vista, puede parecer totalmente inútil que una civilización envíe mensajes de radio sin la esperanza de saber, al menos en un futuro inmediato, si alguien ha recibido el mensaje y cuál será la respuesta; pero los seres humanos a veces realizamos acciones de ese estilo como, por ejemplo, enterrar cápsulas de tiempo para que las recuperen las generaciones futuras, o incluso escribir libros, componer música y crear arte para la posteridad. Una civilización que haya recibido ayuda mediante la recepción de un mensaje exterior en el pasado puede desear ayudar a otras sociedades técnicas en formación.

Para que un programa de búsqueda por radio tenga éxito es preciso que la Tierra se encuentre entre los presuntos beneficiarios. Aunque la civilización transmisora estuviera poco más avanzada que la nuestra, dispondría de una gran potencia de radio para la comunicación interestelar; tal vez tan grande que la emisión podría ser efectuada por grupos relativamente pequeños de aficionados a la radio y de partidarios de las civilizaciones primitivas. Si todo un gobierno planetario o una alianza de mundos llevasen a cabo el proyecto, la emisión podría alcanzar un número muy grande de estrellas, tan grande que sería posible que uno de los mensajes fuese radiado en nuestra dirección, aun cuando no hubiese ninguna razón para prestar atención a nuestro particular rincón del cielo.

Es fácil ver que la comunicación es posible aun sin un acuerdo o contacto previo entre las civilizaciones transmisora y receptora. No presenta ninguna dificultad saber con certeza si un mensaje de radio interestelar procede de una fuente inteligente. Una señal modulada (bip, bip-bip, bip-bip-bip…) con los números 1, 2, 3, 5, 7, 11, 13, 17, 19, 23, 29, 31 —los doce primeros números primos— solo puede tener un origen biológico. Para que esto resulte claro, no se necesita ningún acuerdo previo entre las civilizaciones, ni ninguna prevención ante un posible chauvinismo terrestre.

Un mensaje de esas características sería una señal de anuncio o guía indicando la presencia de una civilización avanzada, pero informaría muy poco sobre su propia naturaleza. La señal guía también podría poner de relieve una frecuencia determinada en la que encontrar el mensaje principal, o podría indicar que el mensaje principal habría de requerir un tiempo de resolución mayor a la frecuencia de la señal guía. La comunicación de información bastante compleja no resulta muy difícil, incluso para civilizaciones con biología y comportamientos sociales extraordinariamente distintos. Se pueden enviar proposiciones aritméticas, algunas verdaderas y algunas falsas, cada una de ellas seguida de una palabra codificada adecuada (con rayas y puntos, por ejemplo), para transmitir las ideas de verdadero y falso, conceptos de los que mucha gente puede pensar que serían extremadamente difíciles de transmitir en ese contexto.

Pero el método más prometedor es el de enviar imágenes. Un mensaje repetido que sea el producto de dos números primos será identificado claramente como una disposición bidimensional, es decir, una imagen. El producto de tres números primos puede constituir una imagen tridimensional o el marco de una imagen móvil bidimensional. A modo de ejemplo de mensaje, imaginemos una disposición de ceros y unos que podrían ser bips largos o cortos, o tonos de dos frecuencias adyacentes, o tonos de amplitudes distintas, o incluso señales con polarizaciones de radio distintas. En 1974 se envió al espacio un mensaje desde la antena de 305 metros del Observatorio de Arecibo, en Puerto Rico, que utiliza la Universidad Cornell en nombre de la National Science Foundation. El motivo era una ceremonia que celebraba el acondicionamiento de la superficie del plato de Arecibo, el mayor radio/radar telescopio del planeta Tierra. La señal se envió a una serie de estrellas llamadas M13, un cúmulo globular que cuenta con un millón de soles y que se encontraba en el cenit en la época de la ceremonia. Como M13 está a 24000 años luz de distancia, el mensaje tardará 24000 años en llegar allí. Si alguna criatura responsable se encuentra a la escucha, pasarán 48000 años antes de que recibamos una respuesta. El mensaje de Arecibo no pretendía ser un intento serio de comunicación interestelar, sino más bien una indicación de los notables adelantos en el terreno de la tecnología de la Tierra.

El mensaje codificado decía algo así: «Así es como contamos del uno al diez. Estos son los números atómicos de cinco elementos —hidrógeno, carbono, nitrógeno, oxígeno y fósforo— que consideramos interesantes o importantes. Éstas son algunas formas de juntar los átomos: las moléculas adenina, timina, guanina y citosina y una cadena compuesta por azúcares y fosfatos alternados. Estos bloques moleculares pueden juntarse a su vez formando una larga molécula de ADN cuya cadena cuenta con unos cuatro mil millones de enlaces. La molécula es una doble hélice. De alguna manera esa molécula es importante para la criatura de aspecto tosco del centro del mensaje. Esa criatura mide 14 longitudes de onda, o unos 176 cm de altura. Existen unos cuatro mil millones de esas criaturas en el tercer planeta de nuestra estrella. Hay nueve planetas en total —cuatro pequeños en el interior, cuatro grandes hacia el exterior y uno pequeño en el borde. Este mensaje les es radiado desde un radiotelescopio de 2430 longitudes de onda, o 306 metros de diámetro. Sinceramente suyos».

Con muchos mensajes pictóricos de este estilo, cada uno de ellos coherente con los demás, y corroborándolos, es muy posible establecer una comunicación interestelar por radio casi sin ambigüedades entre dos civilizaciones que nunca se han encontrado. Nuestro objetivo inmediato no es el de enviar dichos mensajes porque somos muy jóvenes y atrasados; deseamos escuchar.

La detección de señales de radio inteligentes procedentes de las profundidades del espacio nos acercaría de manera rigurosa, desde el punto de vista experimental y científico, a las preguntas más profundas que han preocupado a los científicos y filósofos desde los tiempos prehistóricos. Una señal de esas indicaría que el origen de la vida no es un acontecimiento extraordinario, difícil o improbable. Significaría que, con miles de millones de años de selección natural, las formas sencillas de vida evolucionan normalmente hacia formas complejas e inteligentes, como ha ocurrido en la Tierra y que esas formas inteligentes son capaces de producir una tecnología avanzada, como ha ocurrido aquí. Pero es poco probable que las transmisiones que recibamos procedan de una sociedad que se encuentre al mismo nivel tecnológico que nosotros. Una sociedad sólo un poco más atrasada que la nuestra no dispondrá de la radioastronomía. Lo más probable es que el mensaje provenga de alguna civilización muy adentrada en nuestro futuro tecnológico. Así, antes incluso de descifrar el mensaje, habremos sacado una valiosa enseñanza: la de que es posible evitar los peligros del período en que estamos viviendo.

Hay gente que al considerar los problemas generales de la Tierra —nuestros serios antagonismos nacionales, nuestros arsenales nucleares, nuestra población creciente, la disparidad entre los pobres y los opulentos, la escasez de alimentos y recursos y nuestras muy inconscientes alteraciones del medio ambiente— deduce que vivimos en un sistema que se ha hecho inestable de repente, un sistema destinado a entrar en colapso dentro de poco. Otros creen que nuestros problemas pueden resolverse, que la humanidad está todavía en su infancia, que pronto empezaremos a crecer. Bastaría con la recepción de un mensaje procedente del espacio para demostrar que es posible sobrevivir a esta adolescencia tecnológica, dado que la civilización transmisora ha sobrevivido. A mi entender, vale la pena pagar un gran precio por ese conocimiento.

Otra posible consecuencia de un mensaje interestelar sería la de fortalecer los lazos entre todos los seres humanos y los demás seres de nuestro planeta. La lección segura de la evolución es la de que los organismos de cualquier lugar deben tener caminos evolutivos separados; que su química y su biología, y muy posiblemente sus organizaciones sociales, pueden ser profundamente distintos a cualquier otra cosa de la Tierra. Podremos ser capaces de comunicamos con ellos porque compartimos un universo común, desde que las leyes de la física y de la química y las regularidades de la astronomía son universales, pero siempre pueden ser distintos en el sentido más profundo. Y ante esa diferencia, pueden debilitarse los enfrentamientos que dividen a los pueblos de la Tierra. Las diferencias entre los humanos de distintas razas y nacionalidades, religiones y sexos, posiblemente sean insignificantes comparadas con las diferencias entre nosotros y los seres extraterrestres inteligentes.

Si el mensaje llegara por radio, tanto la civilización emisora como la receptora tendrán en común por lo menos el conocimiento de la física de la radio. Esa confluencia en las ciencias físicas es la razón por la que muchos científicos esperan poder descifrar los mensajes procedentes de civilizaciones extraterrestres. Requerirá un proceso lento y plagado de dificultades, pero en el resultado no cabrán ambigüedades. Nadie puede aventurarse a predecir con detalle cuáles serán las consecuencias de descifrar ese mensaje, porque tampoco nadie puede aventurarse a decir de antemano cuál será la naturaleza del mensaje. Como lo más probable es que la transmisión proceda de una civilización mucho más avanzada que la nuestra, aparecerán conocimientos sorprendentes en el terreno de la física, la biología y las ciencias sociales, desde la perspectiva de una clase muy distinta de inteligencia. Pero descifrar el mensaje nos tomará años o décadas.

Algunos han expresado su preocupación en el sentido de que un mensaje procedente de una sociedad avanzada puede hacemos perder la fe en nosotros mismos, puede despojarnos de la iniciativa de llevar a cabo nuevos descubrimientos, si da la impresión de que otros ya han hecho esos descubrimientos; incluso puede tener consecuencias negativas. Pero es algo así como si un estudiante abandonase la escuela porque descubre que sus maestros y sus libros de texto saben más que él. Somos libres de ignorar un mensaje interestelar si nos parece ofensivo. Si preferimos no responder, la civilización transmisora no podrá saber que el mensaje fue recibido y comprendido en un diminuto planeta llamado Tierra. La traducción de un mensaje procedente de las profundidades del espacio, sobre el que podemos ser tan lentos y precavidos como queramos, parece plantear pocos peligros a la humanidad; en cambio, aporta la gran promesa de sus ventajas prácticas y filosóficas.

En particular, es posible que entre los primeros contenidos de ese tipo de mensajes figuren descripciones detalladas de la forma de evitar un desastre tecnológico, en el paso de la adolescencia a la madurez. Tal vez las transmisiones desde civilizaciones avanzadas describan los caminos de la evolución cultural que conduce a la estabilidad y longevidad de una especie inteligente y también los que llevan a la paralización, a la degeneración o al desastre. Como es evidente, no hay ninguna garantía de que ese sea el contenido de un mensaje interestelar, pero sería temerario descartar la posibilidad. Tal vez existan soluciones, todavía no encontradas en la Tierra, que resuelvan la escasez de alimentos, el crecimiento de la población, el suministro de energía, la disminución de los recursos, la polución y la guerra.

Así como es seguro que habrá diferencias entre las civilizaciones, también pueden darse leyes de desarrollo de las civilizaciones que sólo puedan intuirse cuando podamos disponer de información sobre la evolución de varias de esas civilizaciones. Dado nuestro aislamiento del resto del cosmos, sólo disponemos de información acerca de la evolución de una civilización: la nuestra. Y el aspecto más importante de la evolución —el futuro— sigue siendo inalcanzable para nosotros. Tal vez no sea probable, pero sí es posible que el futuro de la civilización humana dependa de la recepción y descifrado de mensajes interestelares procedentes de civilizaciones extraterrestres.

¿Qué ocurriría si después de dedicarnos mucho tiempo a la búsqueda de inteligencia extraterrestre, no consiguiésemos ningún resultado? Incluso entonces podremos decir con seguridad que no hemos estado perdiendo el tiempo. Habremos puesto a punto una tecnología importante, capaz de producir aplicaciones en otros campos de nuestra civilización. Habremos contribuido en gran manera al conocimiento del universo físico. Y habremos calibrado algo de la importancia y la unicidad de nuestra especie, nuestra civilización y nuestro planeta. Pues si la vida inteligente es escasa o inexistente en otros lugares, habremos aprendido algo significativo acerca de la rareza y el valor de nuestra cultura y nuestro patrimonio biológico, afanosamente surgidos tras una sinuosa historia evolutiva de 4600 millones de años. Ese descubrimiento dará énfasis a nuestras responsabilidades ante los peligros que acechan nuestro tiempo, porque la explicación más plausible de los resultados negativos de esa búsqueda es la de que las sociedades, por lo general, se destruyen a sí mismas antes de alcanzar un grado de inteligencia suficiente como para crear un potente servicio de transmisión por radio. Es un aspecto interesante el de que la organización de la búsqueda de mensajes radio interestelares, al margen de cuál sea el resultado, pueda suponer una influencia constructiva para el conjunto de la humanidad.

Pero no conoceremos los resultados de esa búsqueda, y menos todavía el contenido de los mensajes procedentes de otras civilizaciones, si no realizamos un serio esfuerzo por escuchar las señales. Puede resultar que las civilizaciones se clasifiquen en dos grandes categorías: las que hacen ese esfuerzo, logran entrar en contacto con otras y se convierten en nuevos miembros de una federación poco vinculante de comunidades galácticas; y las que no pueden, o prefieren no hacer ese esfuerzo, o carecen de la imaginación para intentarlo y, al poco tiempo, van destruyéndose y desaparecen.

Es difícil pensar en cualquier otra empresa, a nuestro alcance y a un costo relativamente moderado, que encierre una promesa tan grande como ésta para el futuro de la humanidad.