CAPÍTULO 18

A MARTE, A TRAVÉS DEL CEREZO

¡Ay! ¡Quién tuviera una musa de fuego para escalar el cielo más resplandeciente de la invención!

WILLIAM SHAKESPEARE.
Enrique V, acto I, prólogo

ESTAMOS EN UNA PEREZOSA tarde del exquisito otoño de Nueva Inglaterra. Dentro de unas diez semanas será el 1 de enero de 1900; en tu diario, que contiene los acontecimientos y las ideas de tu vida previa, nunca podrás ya escribir una fecha de los años 1800. Acabas de cumplir diecisiete años. En la escuela pública asistes a las clases de segundo curso de enseñanza media, pero actualmente estás en casa, en parte porque tu madre está muy enferma de tuberculosis y en parte por tus propios dolores crónicos de estómago. Eres brillante, no sin talento para las ciencias, pero nadie ha insinuado todavía que puedas tener una capacidad extraordinaria. Estás disfrutando de la contemplación del paisaje de Nueva Inglaterra desde lo alto de un viejo cerezo al que te has subido, cuando, de repente, te asalta una idea, una visión irresistible y apremiante de que puede conseguirse, más de hecho que con la fantasía, viajar hasta el planeta Marte.

Cuando bajas del cerezo sabes que eres un chico muy distinto del que subió a él. El trabajo de toda tu vida queda claramente definido y durante los siguientes cuarenta y cinco años tu dedicación nunca se tambaleará. Has quedado prendado de la visión de un vuelo a los planetas. Estás profundamente conmovido y atemorizado en silencio por la visión experimentada en el cerezo. Al año siguiente, el día del aniversario de esa visión, vuelves a subir al árbol para saborear la alegría y el significado de esa experiencia; y para siempre jamás pones un punto en tu diario llamando «Día del Aniversario» a la conmemoración de esa experiencia —cada 19 de octubre hasta tu fallecimiento, a mediados de los años 40, época en la que tus apreciaciones teóricas y tus innovaciones prácticas han resuelto básicamente todas las trabas tecnológicas para un vuelo interplanetario.

Cuatro años después de tu muerte se ajustó un WAC Corporal al morro de una V-2 y su lanzamiento fue un éxito, alcanzando una altitud de 250 millas, el umbral del espacio a todos los efectos. Todos los elementos esenciales del diseño del WAC Corporal y de la V-2 y el propio concepto de cohetes en sucesión habían sido elaborados por ti. Un cuarto de siglo más tarde, se lanzarán vehículos espaciales no tripulados a todos los planetas conocidos por el hombre antiguo; una docena de hombres pisarán la Luna; y dos vehículos increíblemente miniaturizados llamados Viking estarán marchando hacia Marte, en un primer intento de buscar vida en ese planeta.

Robert H. Goddard no se equivocó y nunca puso en duda la determinación que adoptó en el cerezo de la granja de su tía abuela Czarina en Worcester, Massachusetts. Así como otros habían tenido visiones parecidas —especialmente Konstantin Eduardovich Tsiolkovsky en Rusia—, Goddard conjugó de manera única una dedicación visionaria con una gran brillantez técnica. Estudió física porque necesitaba la física para llegar a Marte. Durante muchos años fue profesor de física y jefe del departamento de física de la Universidad Clark en su ciudad natal, Worcester.

Mientras leía los cuadernos de Robert Goddard, quedé sorprendido de lo poderosas que fueron sus motivaciones científicas y exploratorias y también de lo influyentes que fueron sus ideas especulativas —incluidas las erróneas— en la configuración del futuro. En los años del cambio de siglo, los intereses de Goddard estaban profundamente influenciados por la idea de la existencia de vida en otros mundos. Se sentía atraído por las tesis de W. H. Pickering, del Harvard College Observatory, según las cuales la Luna poseía una atmósfera perceptible, un vulcanismo activo, zonas variables heladas e incluso marcas oscuras móviles, lo cual Pickering interpretaba de forma diversa como el crecimiento de vegetación o también como la migración de enormes insectos por la superficie del cráter Eratóstenes. Goddard quedó prendado por la ciencia ficción de H. G. Wells y Garrett P. Serviss, especialmente por la Edison's Conquest Of Mars de éste, sobre la cual Goddard dijo que «había sacudido tremendamente mi imaginación». Leía con deleite las obras de Percival Lowell, un elocuente abogador de la tesis de que el planeta Marte estaba habitado por seres inteligentes. Y aun con todo eso que estimulaba poderosamente su imaginación, Goddard consiguió mantener un cierto sentido del escepticismo, que resulta muy poco frecuente en la gente joven propensa a las epifanías interplanetarias en lo alto de los cerezos: «Las condiciones reales pueden ser totalmente distintas… de las que sugiere el Profesor Pickering… El único antídoto para las falacias es —en pocas palabras— no dar por supuesto nada».

El 2 de enero de 1902, como sabemos a través de los cuadernos de Goddard, éste escribió un artículo titulado «La Habitabilidad de Otros Mundos». Este artículo no había sido compilado entre las obras de Goddard, lo cual me pareció una verdadera lástima, pues nos hubiese hecho comprender mejor hasta qué punto la búsqueda de vida extraterrestre era un motivo principal en el trabajo de Goddard.[14]

En los años siguientes a la presentación de su tesis doctoral, Goddard trabajó con éxito en una verificación experimental de sus ideas sobre vuelos de cohetes propulsados por sólidos y líquidos. En ese empeño recibió el apoyo de dos hombres: Charles Greeley Abbott y George Ellery Hale. Por aquel entonces Abbott era un joven científico en la Smithsonian Institution, de la que posteriormente fue secretario, puesto cuya designación resulta muy elaborada y por ello es bien conocida la organización. Hale era la fuerza motriz de la astronomía de observación en Norteamérica en aquella época; antes de morir había fundado los observatorios Yerkes, Mount Wilson y Mount Palomar, cada uno de ellos, y a su tiempo, con el mayor telescopio del mundo.

Tanto Abbott como Hale eran físicos solares y parece claro que quedaron cautivados por la visión de Goddard acerca de un cohete que navegase por encima de la manta oscurecedora de la atmósfera terrestre y capaz de observar sin obstáculos el Sol y las estrellas. Pero Goddard iba más allá de esta intrépida visión. Habló y escribió sobre experiencias acerca de la composición y la circulación en la alta atmósfera de la Tierra, sobre la posibilidad de llevar a cabo observaciones del Sol y las estrellas con rayos gamma y con ultravioleta, por encima de la atmósfera terrestre. Diseñó un vehículo espacial capaz de acercarse a unas 1000 millas de la superficie de Marte —por una curiosa coincidencia histórica se trata de la distancia mínima de las órbitas del Mariner 9 y de los Viking. Goddard calculó que un telescopio de buen tamaño situado en ese punto privilegiado sería capaz de fotografiar decenas de metros de la superficie del Planeta Rojo, lo cual equivale a la resolución de las cámaras del vehículo orbital Viking. Imaginó un vuelo interestelar lento a velocidades y escalas de tiempo equivalentes a las de los vehículos Pioneer 10 y 11, nuestros primeros emisarios interestelares.

El genio de Goddard apuntaba más alto todavía. Concibió, y no en broma, sino bastante en serio, un vehículo propulsado por energía solar, en una época en la que cualquier aplicación práctica de la energía nuclear era desacreditada públicamente, sugiriendo la propulsión nuclear para vehículos que debiesen recorrer distancias interestelares. Goddard imaginó una época en el futuro más lejano en la que el Sol se habría enfriado y el sistema solar resultaría inhabitable, en la que tendrían lugar vuelos interestelares tripulados por nuestros más remotos descendientes, camino de las estrellas —no sólo las estrellas cercanas, sino también los remotos cúmulos estelares de la Vía Láctea. No pudo imaginar vuelos relativistas y, por tanto, hizo la hipótesis de un determinado método de suspender la animación de la tripulación humana o —con mayor dosis de imaginación todavía— un medio de enviar material genético de seres humanos a alguna época determinada muy lejana en el futuro, material que tendría la capacidad de recombinarse y producir una nueva generación de personas.

«En cada expedición», escribió, «debería llevarse todo el conocimiento, la literatura, el arte (en forma condensada) y una descripción de las herramientas, aplicaciones y procesos de la forma más condensada, ligera e indestructible posible, de manera que la nueva civilización pudiese empezar allí donde finalizó la vieja». Esta última especulación, titulada La última migración, estaba contenida en un sobre lacrado con instrucciones de que sólo podía abrirlo «un optimista». Y en verdad fue, no una Pollyanna[15] que prefiera ignorar los problemas y los demonios de nuestro tiempo, sino un hombre comprometido con el progreso de la condición humana y la creación de amplias perspectivas para el futuro de nuestra especie.

Nunca le faltó dedicación para Marte. A raíz de uno de sus primeros éxitos experimentales, tuvo que escribir un artículo para la prensa en el que se explicasen los detalles del lanzamiento y su significado más profundo. A punto estuvo de hablar de vuelos a Marte, pero se le disuadió de hacerlo, porque hubiesen parecido demasiado fantásticos. Habló en cambio de la posibilidad de mandar una buena cantidad de magnesio que, como en el instante de hacer una fotografía, produciría un gran destello al estrellarse contra la Luna. La idea causó sensación. Durante muchos años, a Goddard se le llamó desdeñosamente «el Hombre de la Luna» y sus relaciones con la prensa a partir de entonces fueron de lo más deplorable. (Un editorial del New York Times que criticó a Goddard por haber «olvidado» que un cohete no podría recorrer el vacío del espacio al no tener nada contra lo que avanzar, debió contribuir considerablemente a ese malestar. El Times sólo descubrió la tercera ley de Newton y se retractó de su error en la época del Apollo). Goddard proponía la siguiente reflexión: «Desde aquel día, en la mente del público todo estaba concentrado en las palabras “cohete lunar”, y ocurrió que, al intentar minimizar la parte fantástica, hice levantar una mayor polvareda que si hubiese escrito sobre el transporte a Marte, que la prensa representativa hubiese considerado tan ridículo que sin duda no lo hubiese mencionado nunca».

Los cuadernos de Goddard no contienen observaciones psicológicas. No era, por lo menos no lo era mucho, el espíritu de la época en que vivió.[16] Sin embargo, en uno de sus cuadernos puede encontrarse una observación que constituye un destello de penetrante autovaloración: «Dios tenga piedad de aquel que tenga un único sueño». Ése era precisamente el caso de Goddard. Sentía una gran satisfacción al constatar los avances de la tecnología de cohetes, pero para él se producían con una lentitud desesperante. Se conocen muchas cartas, que le fueron enviadas por Abbott, en las que se le urgía a progresar más rápidamente y también muchas respuestas de Goddard haciendo un listado de los impedimentos prácticos. Goddard no pudo asistir a los inicios de la astronomía por cohetes y de la meteorología de gran altitud, y mucho menos pudo asistir a los vuelos a Marte y a otros planetas.

Pero todas esas cosas se están produciendo ahora a causa de lo que claramente son los resultados tecnológicos del genio de Goddard. El 19 de octubre de 1976 se conmemoró el 77° aniversario de la visión marciana de Robert H. Goddard. Ese día había en órbita alrededor de Marte dos vehículos espaciales y otros dos se habían posado sobre la superficie marciana, los vehículos Viking, cuyos orígenes pueden hacerse remontar, con plena seguridad, a aquel chico subido en un cerezo en el otoño de 1899 de Nueva Inglaterra. Entre sus muchos objetivos, los Viking tenían la misión de comprobar la posibilidad de existencia de vida en Marte, la idea que tan poderosamente había estado motivando a Goddard hacía ya unos cuantos años. Curiosamente, no estamos seguros todavía de lo que significan los resultados biológicos de los Viking. Algunos consideran que se ha descubierto vida microbiana; otros piensan que es muy improbable. Es evidente que se hace necesario un gran programa de exploración futura de Marte en orden a poder comprender en qué estadio de la evolución cósmica se encuentra ese mundo vecino y cuál es su conexión con el estadio evolutivo en nuestro propio planeta.

Desde sus primeros pasos, la tecnología de cohetes se ha ido desarrollando gracias al interés por la vida en otros mundos. Ahora hemos aterrizado en Marte, hemos obtenido resultados biológicos sorprendentes y enigmáticos; las próximas misiones —vehículos superficiales móviles y recogida de muestras— necesitan a su vez un mayor desarrollo de la tecnología de los vehículos espaciales, una causalidad mutua que creo que Goddard hubiese apreciado.