No creo en el credo que profesa la Iglesia judía, ni la Iglesia romana, ni la Iglesia ortodoxa, ni la turca, ni la protestante, ni en el credo de ninguna Iglesia que conozca. Mi propia mente es mi Iglesia.
Un buen maestro de escuela es más útil que cien sacerdotes.
Discutir con un hombre que ha renunciado a usar la razón y su autoridad, y cuya filosofía consiste en despreciar a la humanidad, es como administrar medicinas que provocan la muerte.
Ninguna falsedad es tan fatal como la que se ha convertido en artículo de fe.
Acostumbra a la gente a creer que los sacerdotes, o cualquier otro hombre, pueden perdonar los pecados, y tendrás pecados en abundancia.
La afirmación de que «Dios castiga a los hijos por los pecados de los padres» es contraria a cualquier principio de justicia moral.
Habida cuenta de las historias obscenas, voluptuosos libertinajes, ejecuciones y torturas crueles, implacables venganzas, todas esas historias de las que la Biblia está bastante llena, sería más coherente que llamáramos a la Biblia la Palabra del Diablo, más que la Palabra de Dios. La Biblia es un relato de maldades que ha servido para corromper e insensibilizar a la humanidad. Por mi parte, la detesto sinceramente, como detesto todo lo que es cruel.
¿Qué nos enseña la Biblia? La rapiña, la crueldad y a asesinar. ¿Qué nos enseña el Nuevo Testamento? A creer que el Altísimo cometió excesos con una mujer comprometida en matrimonio y a llamar «fe» a creer en esa indecencia.
Todos los relatos de milagros del Viejo y el Nuevo Testamento sólo son adecuados para que los crean los impostores y los tontos.
De todas las tiranías que afligen a la humanidad, la tiranía de la religión es la peor. Todos los demás tipos de tiranías se limitan al mundo en que vivimos. Pero esa tiranía quiere ir más allá de la tumba y pretende perseguirnos en la eternidad.
La historia de Jesucristo resucitando después de morir es la historia de un aparecido. De la misma forma que las imaginaciones de los débiles siempre crean visiones, la credulidad origina creencias.
Todas las religiones nacionales, sea la judía, la cristiana o la turca, me parecen que no son más que invenciones de los hombres, ideadas para aterrorizar y esclavizar a la humanidad, y obtener el monopolio del poder y el beneficio.