El mar, el campo y sus alcaloides
Cómo olían las sirenas
HAY UN ARGUMENTO MUY SENCILLO para desacreditar al mar y al campo como elementos terapéuticos: el de que en el campo y a orillas del mar existen las mismas enfermedades que en Madrid. Parece que los médicos de Madrid se han puesto de acuerdo con los de provincias para enviarse unos a otros los enfermos incurables. Porque en provincias también hay enfermos incurables. Estos enfermos se van a Madrid atraídos por el prestigio científico de los médicos madrileños, los cuales los devuelven al poco tiempo a provincias, diciéndoles que les hace falta paz, oxígeno y yodo. Por mi parte, yo nunca he creído en más yodo que el de la tintura de yodo. Si efectivamente sirviesen para algo el yodo marino y el oxígeno serrano, aquí no habría tisis ni neurastenia; pero llega uno aquí y se encuentra inmediatamente con veinte escritores regionales, que le dicen a uno:
—Este medio me ahoga. Tengo una neurastenia horrible…
La neurastenia, en el fondo, no es nada más que el remordimiento de la conciencia de los mal educados. Constituye una justificación de la mala educación, a la que, por otra parte, le da un aspecto genial. En este sentido es natural que en la ciudad haya más neurasténicos que en el campo, ya que en ella se le exige a todo el mundo una cortesía que no se le exige a nadie por aquí. Sin embargo, en provincias hay ya médicos especialistas de las enfermedades nerviosas.
¿Qué pensar de la terapéutica del mar y del campo? Los madrileños se vienen a provincias a aspirar las emanaciones de los pinos y el yodo del mar, mientras los provincianos se van a Madrid a tomar el yodo en gotas de tintura y la savia de los pinos y de las hayas en la Solución Pautauberge. Hay un doctor en Madrid que ha establecido un consultorio de enfermedades pulmonares, a las que trata haciéndole respirar al enfermo aires marinos que el doctor dice que son frescos porque los fabrica a diario. No se enfade conmigo este excelente doctor, a quien estimo mucho como amigo, si le digo que me parece un poco ridículo eso de que se ponga a soplarle a los tuberculosos con un fuelle lleno de sales y de algas. Si lo hace por distraerlos, muy bien; pero, en este caso, mejor sería que los mandase al Cinefluo o al estanque del Retiro.
El procedimiento de los específicos me parece bastante razonable. Yo gozo mucho con los específicos, sobre todo por la lectura de los prospectos. No conozco filosofía más consoladora que la de los prospectos de los específicos. Son siempre optimistas, y, si no curan, entretienen. Le recomiendo especialmente al lector los anuncios de los específicos a base de creosota, en los que hay poéticas descripciones de los bosques septentrionales.
Pero la duda queda todavía en pie. ¿Debemos ir a los bosques y a las playas en busca de la creosota y el yodo, o debemos comprar en la botica los alcaloides del mar y del campo? A mí se me ocurre una solución, que no es precisamente la Solución Pautauberge. Vénganse a provincias los enfermos madrileños y que los provincianos se vayan a Madrid. Esta solución, que parece ideada por las empresas de ferrocarriles, está basada científicamente en la teoría del cambio de aires. Después de todo, para los cuatro días que van a estar en este mundo los enfermos incurables, la cuestión es pasar el rato.
Por lo que a mí respecta, voy a darle al lector algunos informes directos acerca del mar. Es hermoso, es bueno y es bastante mayor que el estanque del Retiro. Yo creo en él desde la otra noche en que me fui con un amigo a dar un paseo por la playa. Mi amigo iba delante y yo veía que la huella de sus pasos era luminosa y que detrás de él quedaban siempre seis o siete pisadas fosforesciendo en la obscuridad. Entonces cogí unos guijarros y comencé a arrojarlos al mar. Al caer describían una serie de círculos fosfóricos, y ya no me cupo duda de que el mar tenía fósforo. Luego, el olor del mar tiene para mí una atracción irresistible. Lo aspiro con las narices dilatadas, y llega a producirme una verdadera embriaguez sensual.
El olor del mar es completamente femenino. Hay quien cree que las mujeres huelen a perfumes, por lo mismo que otros creen que la tintura de yodo huele a mar. Pero el verdadero olor de mujer, el olor latino —odor di femina— es olor de mar. Y como el mar es poético y predispone al sueño, yo he pensado muchas veces, tumbado en la playa, en las sirenas de la leyenda, y lo he comprendido todo. ¡Aquellos robustos marineros en aquellas interminables travesías, oliendo el mar constantemente!
Para terminar, les brindaré una idea a los empresarios del estanque del Retiro: la de que a todo el que se embarque en el vapor le den un percebe para que lo vaya oliendo durante la travesía. Será un detalle complementario para la ilusión del mar, y a última hora se lo podrán comer los viajeros.