La cocina de Le Temps

HACÍA DÍAS QUE YO ESTABA INVITADO a cenar con un amigo francés. Ayer le he visto.

—¿Dónde quiere usted que cenemos?

—Me es igual.

—Si le es igual, le llevaré a usted al Grand U.

Es lo que aquí llamamos un rinconcito de París.

El Grand U está instalado cerca de los grandes boulevares, en los bajos del nuevo edificio de Le Temps. Es un restaurant sin réclame y sin música, donde se come muy bien por poco dinero.

—¿Usted no conocía este restaurant? —me dice mi amigo—. Es uno de los restaurants de más tradición en París. Ha estado siempre unido a Le Temps. Cuando Le Temps mudaba de casa, el restaurant seguía a la Redacción.

—Será que la Redacción le habrá debido siempre dinero.

—Aquí, a este restaurant, venía a comer Gambetta.

Mi amigo me hace todo el historial del Grand U.

—Y diga usted —le pregunto—; ¿es que monsieur Hebrard no intervendrá de alguna manera en la cocina?

—¡Hombre! ¡Monsieur Hebrard! Monsieur Hebrard es el dueño de Le Temps; pero el restaurant es independiente.

—¿Está usted seguro de que el restaurant es independiente?

—Completamente seguro.

—Es que a mí no me gustaría comer en un restaurant que no fuese independiente. Yo quiero platos imparciales, ¿sabe usted? Platos que no tengan política ninguna. Hay gentes que mezclan la política con la cocina, que se hacen políticas para comer, y que comen de ser radicales, o de ser conservadores, o de ser demagogos. Yo, no. Yo soy un comensal antipolítico. ¿Puede usted garantizarme que, en este momento, nosotros no estamos comiendo de la cuestión marroquí?

—Le doy a usted mi palabra. En fin. Pruebe usted este pescado. ¿Cree usted que sería tan agradable si lo hubieran aderezado con ideas políticas?

—¡Psch! Yo no me fío mucho. Ya sabe usted que los periódicos tienen el arte de presentar las cosas de tal modo que uno no ve la política por ninguna parte. Le sirven a uno un artículo o un pescado que parecen muy independientes. Uno se lo traga —el artículo o el pescado—, y luego resulta que la política estaba dentro. Ya ve usted estas setas, tan simpáticas. ¿Y si son venenosas?

—Es usted un comensal escéptico.

—Sí, señor.

—¿Qué quiere usted tomar luego? Aquí hay un Salmis de canard sauvage que no debe de estar mal. ¿Lo aprueba usted?

—Me parece un plato demasiado ibseniano. Eso debe de ser cosa de Brisson, el crítico de Le Temps. Yo no me explico cómo se pueden servir unos platos tan fuertes en la cocina francesa. Pídalo usted.

Tomamos el pato salvaje con una salsa que es todo civilización. Luego nos hacemos servir un soufflée de chocolate. Mi amigo observa que me gusta.

—Sí, señor; me gusta mucho. Yo soy un apasionado del soufflée de chocolate y de la libertad. En Le Temps se come bien. ¡Los periodistas de Madrid no tienen idea de lo bien que se come en Le Temps! Le Temps posee una magnífica cocina, y no me extraña que sus accionistas engorden. Lo que a mí me gusta más de Le Temps es el soufflée de chocolate. Oiga usted, ¿está usted seguro de que yo no voy a coger una indigestión?