—VA USTED A METERSE con los suizos, ¿eh? —me decía un amigo.
Mi amigo se equivocaba. Yo no voy a meterme con los suizos, porque no creo en ellos. En Suiza no hay suizos. A lo menos, el habitante típico de Suiza, el que le da carácter, no es el suizo. Yo nunca me he imaginado Suiza poblada de suizos, sino de ingleses. El inglés es el verdadero habitante de Suiza, y su traje es el traje característico del país. Cuando los ingleses suben a la montaña, se atan entre ellos con una cuerda; por las ciudades y por los pueblos, siempre en banda, parece que también están atados los unos a los otros, y, en realidad, lo están. Están atados por la cuerda invisible de la Agencia Coock.
Además de los ingleses, que son el elemento fijo del país, hay en Suiza gentes de todas partes, es decir, forasteros. Lo que no hay son suizos. ¿Cómo vamos a reconocer la existencia del suizo si no podemos clasificarle en la categoría de forastero ni en la categoría de indígena? En Madrid y en Barcelona, en Inglaterra y en Francia, yo no niego que haya algunos suizos. Aquí no los hay. El suizo no adquiere personalidad nacional hasta que sale de Suiza. En una table d’hóte de Suiza, en un coche de ferrocarril, en un vaporcito de un lago cualquiera, uno está dispuesto a alternar con gente de todas las procedencias; pero que un señor se declare suizo, y la estupefacción será general. ¡Un suizo en Suiza! Es algo así como sería un esquimal en Madrid.
—Yo soy suizo —dice el señor modestamente.
—¿Suizo? Pero ¿y además? ¿Es usted alemán, o francés, o qué?
Porque eso de ser suizo no se considera bastante, y porque el serlo no le impide a nadie ser otra cosa.
Aquí circulan todos los idiomas y todas las monedas. Existe una moneda suiza por fórmula, para hacer creer que los supuestos suizos se gastan algún dinero; pero uno puede pedir su almuerzo en inglés, en francés o en italiano y pagarlo con moneda inglesa, francesa o italiana. El dinero suizo es nuestro dinero.
Si yo digo alguna vez cualquier cosa contra Suiza, que no salga protestando algún suizo de Jadraque o de Castropol. No se lo permitiré. Suiza es una cosa y los suizos son otra. Suiza no es el extranjero. Yo no le reconozco existencia al suizo más que como una fuerza invisible de atracción para nuestro dinero. A los cuatro días de estar en Suiza uno se dice:
—No sé en qué se me ha ido el dinero. No he comprado nada, no he hecho nada extraordinario y me he gastado un dineral. Se me ha ido el dinero sin sentirlo.
Pues esa fuerza misteriosa que se le lleva a uno el dinero como un imán, como un conjuro, ese poder extraño y terrible, eso es el suizo.