A BORDO DE LA SUISSE, recorriendo el lago Leman, conocí a un matrimonio de Lyon. Ella era una señora como de cincuenta años, gorda, blanda, perfectamente repugnante. Parecía un saco mal atado. De su barbilla pendía una papada enorme. A la hora de comer tragaba con una voracidad de pelícano; indudablemente quería aprovechar el dinero, y el exceso de comida se lo guardaba en la papada para cuando volviese a Lyon. Su pecho era como otra papada; oprimido de un lado, parecía que iba a reventar por el otro. A uno se le iba la cabeza viéndolo. El marido, un poco más viejo que la señora, balanceaba un cuerpo gigantesco sobre unas piernas muy pequeñas; la calva le sudaba como si se le derritiesen los sesos, y el hombre se la pulía a cada rato con un pañuelo.
—Somos de Lyon —me dijo la señora—. Allá tenemos una fábrica. Si usted pasa algún día por Lyon no deje de visitarnos.
—¿Y de qué es la fábrica?
—De cueros. Nosotros trabajamos en cueros. Es magnífico el lago, ¿verdad?
—¡Es magnífico! —añadía el marido.
Y los dos creían firmemente que por once francos veinticinco del billete de La Suisse tenían derecho a situarse en aquella decoración estupenda.
El lago Leman es la belleza fácil, clara, barata; el romanticismo tranquilo y económico; la poesía para todo el mundo. Es una belleza, un romanticismo y una poesía que cualquiera puede comprender. ¡Hasta los industriales en cueros de Lyon! ¡Hasta los ingleses! La parte pictórica del lago está hecha con un criterio de tarjeta postal a veinticinco céntimos; la parte romántica y poética, con un criterio de folletín francés. Todo el lago está dentro de las ideas artísticas que imperan en el pequeño comercio. No es como esos paisajes de Castilla que desconciertan al burgués. No. Es tan fácil de comprender y de sentir como un cromo brillante, como una poesía de Frangois Coppé, como el «vals de las olas».
No todo el mundo puede darle un sentido ideal a su vida en las grandes ciudades o en los pueblos pequeños. La mayoría de las gentes viven en prosa, y para esas gentes está el lago Leman. El lago Leman les da siete días de poesía, en segunda clase, por setenta francos; quince días de poesía, en primera clase, por doscientos cincuenta. Aquí hay poesía para los ingleses y para los fabricantes de cueros de Lyon; poesía para los recién casados, y poesía para los viejos matrimonios que quieran rejuvenecer un poco sus almas deterioradas: poesía hecha como los trajes hechos.
La vieja señora cuyo conocimiento hice a bordo de La Suisse se derretía de emoción poética. Yo creo que se guardaba también poesía en su papada de pelícano para cuando llegase a Lyon. El marido decía:
—C’est merveilleux, c’est épatant, c’est vraiment poetique.
Y se pasaba el pañuelo por la calva y lo sacaba impregnado de una poesía sebosa.