LOS HABITANTES DE PARÍS experimentan una satisfacción que no existe para los habitantes de Londres, y probablemente para los de ninguna otra parte. La satisfacción de estar en París. Uno se despierta en París y se siente muy alegre, nada más que por el hecho de encontrarse en París, mientras que uno se despierta en Londres y se pone muy triste, sencillamente por el hecho de encontrarse en Londres. En Londres uno puede despertarse de buen humor si tiene dinero en el bolsillo y a pesar de vivir en Londres. En París se despierta uno de buen humor aunque no tenga dinero, que, generalmente, no lo tiene. Se viste uno cantando una canción francesa con un acento muy ridículo. Se preocupa uno de la corbata mucho más de lo que se preocupa en Londres. Está uno encantado. Dijérase que le aguarda a uno en la calle el amor o la fortuna, y no le aguarda a uno más que París y el encanto de París.
Yo he conocido en París a muchos extranjeros que vivían muy mal y que experimentaban muchas contrariedades, pero que siempre estaban contentos porque vivían en París. En Londres he visto todo lo contrario. Hay un placer en el mundo, que es el placer de vivir en París, así como hay el placer de amar, el placer de tener dinero, el de ir en automóvil, el de bailar, el de decir versos y el de comer callos a la andaluza. París es casi un nuevo pecado capital.
Londres es como una virtud teologal. Allí se aburre uno de una manera muy graciosa. El habitante de Londres llega hasta preocuparse de Economía política. En Londres sueña uno con dreadnoughts. El vecino le cuenta a uno por la mañana que uno ha dicho en sueños: «La hegemonía de Europa»…
¿Qué es lo que hay en París? Realmente no hay nada extraordinario. Uno vive aquí en la creencia de que París tiene cosas que no tiene Madrid, hasta que llega un madrileño y le dice a uno que le enseñe esas cosas. No hay tales cosas. No hay nada. Es el alma de París, y el sentido que esta gente le ha dado aquí a la vida, lo que le encanta a uno. Es París, y no tal o cual cosa que haya en París.
París es como el opio, como la morfina, como la cocaína o como el arroz a la valenciana. Es un vicio. El que se dedica a París durante unos cuantos meses está perdido. Ya no lo deja más, y, si lo deja, vuelve aunque sea a pie. Esta es la ciudad más seductora del mundo, y bien sabe Dios que yo no lo digo en su elogio.