HE LLEGADO AL PUEBLO, y poco a poco he ido recordando nombres.
—¿Y Fulano? ¿Y Zutano? ¿Y Antón el Larpeiro? ¿Y Pínchela? ¿Y Tumba que dale?
¡Motes pintorescos que suelen transmitirse de generación en generación, como los títulos nobiliarios, y que son, a la vez, una biografía y una psicología! Ellos han ido acudiendo a mi memoria evocados por el lugar y por la conversación.
—¿Y Fulano? ¿Y Zutano?
—Fuéronse a Buenos Aires.
—¿Y el señor Antonio el zapatero?
—Fuese también.
—¿Y don Ramón?
—Don Ramón mandó para allá a su hijo, el que estudiaba de cura…
Buenos Aires es un ensanche de Galicia. Es preciso ser de un pueblo de estos, llegar a él después de una ausencia de pocos años y preguntar por la gente para comprender el incremento que ha adquirido en Galicia la emigración. Aquí se le pregunta a un padre:
—¿Qué carrera le va usted a dar su hijo?
Y el padre contesta:
—Lo voy a mandar a Buenos Aires.
Buenos Aires es un porvenir, una carrera y hasta una religión. El padre que tiene varios hijos y no puede mandarlos todos allá manda a uno, y este, al cabo de un año, comienza a enviar los pasajes de los otros. El elemento más útil de Galicia está en América. Aquí sólo se quedan los ricos, los estudiantes y los imposibilitados. La gente de ambición se va, y no vuelve hasta que ha ganado algunos miles de pesos y ha aprendido a hablar en bonaerense.
Hay un pueblo cerca de Pontevedra que se llama San Jorge de Sacos. Algunos hijos de este pueblo están en Buenos Aires, y al escribir a su familia ponen esta dirección: «San Jorge de Bolsas». Pero dentro del ridículo sobre mandan un dinero muy serio y muy bueno.
¿Es conveniente la emigración? Lo único que puede afirmarse es que es lógica. El viaje a Buenos Aires, que dura veintitantos días, cuesta muy poco más que el viaje a Madrid o a Barcelona. Por lo demás, si la fortuna no es segura en Buenos Aires —nada hay tan versátil como esa diosa, que sigue siendo hermosa y deseada, a pesar de su exigua cabellera—, por lo menos es posible. La mitad de las industrias de aquí están fundadas con el dinero de América: los hoteles más hermosos son residencias de indianos; los automóviles que cruzan más orgullosamente las carreteras de Galicia son un esparcimiento del capital trasatlántico, ¡qué bien lo necesita el pobre después de las miserias y las fatigas con que se formó! Los tesoros sepultados en el fondo de la ría de Vigo eran de oro de América, y ese oro se refleja aún en la superficie de aquellas aguas. Vigo es, en su mayoría, una ciudad de indianos, y su movimiento más importante es el de los buques que van a América o que vuelven de ella.
¿Y los campos? ¿Quién los cultiva? Para los que se quedan, siempre producirán lo bastante. ¡Y aunque no lo produjeran! Para el campesino gallego, como para cualquier otro campesino, es mucho más halagüeña la posibilidad de acumular algunos miles de pesos que algunos cestos de coles. Las coles alimentan mucho, pero los pesos alimentan más.
El dinero que con mayor actividad se mueve aquí, el más emprendedor y el más valiente, es el dinero americano. Si hay algunos hoteles en las ciudades gallegas es porque han sido construidos para los que vienen de América. Si hay algunas vías de comunicación, a ellos se les deben en gran parte. De no haberse descubierto América, Galicia sería tan desconocida como ella, porque no habría medio de venir aquí ni sitio donde vivir.
La conquista de América no se ha terminado todavía. A diario van a ella nuevos aventureros en busca de nuevos tesoros. Y los traen. Traen algunos miles de pesos; pero algo se dejan allí que tiene más valor: la juventud y el trabajo. Esos miles de pesos son la remuneración de un esfuerzo, siempre mayor que los miles, y el fruto de ese esfuerzo se queda en América.
América se lo merece. Es generosa y es laboriosa. Emplea al que le pide trabajo. Su vida tiene un sentido nietzscheano: el de atraer a los fuertes y rechazar a los débiles.