Un menú chauvisniste

LOS FRANCESES QUIEREN RESTABLECER su tradición culinaria. En San Petersburgo, en Madrid, en Londres, en Constantinopla, en Nueva York y en otras capitales, las colonias francesas se reunirán uno de los primeros días de mayo con el solo objeto de comer bien.

El menú será confeccionado con arreglo a la tradición francesa, y tendrá cierto carácter chauviniste.

Nada de escalopes a la viennoise, ni de assiettes anglaises, ni de choucroute garnie, ni de ensalada rusa. Los franceses quieren depurar su cocina y ofrecérsela al mundo en toda su integridad, considerando tal vez que, mientras el mundo coma a la francesa, Francia ejercerá cierto imperio sobre los otros países.

A mí la cocina francesa me gusta mucho. Me gusta, casi tanto, como la música alemana. Alemania es un gran pueblo, pero tiene muy mala cocina. Francia tiene una cocina admirable, y en la mesa de Francia, aunque la conversación carezca de interés, uno siempre se encuentra a gusto. Cuando el director de la Sureté Générale me amenazó con expulsarme de Francia, yo pensé que, desde el punto de vista culinario, esta expulsión sería una verdadera desgracia para mí. La popularidad que me produciría la expulsión no me halagó absolutamente nada.

No. Yo prefiero el anonimato ante un riz de veau francés a la gloria de una casa de huéspedes de Madrid, aunque esta gloria se tradujese en cierto crédito con la patrona. Así, por si las amenazas se verificaban, yo me fui directamente de la Sureté Générale a un restaurant, donde dispuse un menú que era toda una obra de arte. Comí casi con lágrimas en los ojos, y a medida que comía iba pensando que yo había estado muy injusto con Francia. Un país donde se come tan bien, merece indudablemente los mayores respetos del publicista. Yo había puesto un poco en duda la civilización francesa, y cada plato que me traía el camarero me demostraba todo el refinamiento de esta civilización. Recuerdo, sobre todo, un pollo a la bordelesa que era verdaderamente espiritual. «¡La cultura inglesa y la cultura alemana! —me decía yo—. La prueba de que esas dos culturas son inferiores es que en todos los buenos restaurants ingleses y alemanes se come a la francesa».

Hace poco, con motivo del naufragio del Titanic, se habló de la superioridad de la raza anglosajona. El valor, la serenidad y la galantería de aquellos hombres le dieron al mundo una prueba patente sobre su fortaleza moral. Yo no quiero negar el mérito de los náufragos del Titanic; pero bueno será tener en cuenta que entre los empleados del gran trasatlántico había veinticinco cocineros franceses. Esos veinticinco cocineros franceses hacían cocina francesa, y los tripulantes del Titanic estaban nutridos por Francia. Es posible que, de comer a la inglesa, roast-beef, coles hervidas y patatas sin sal, no hubieran muerto de una manera tan heroica.

Que les aprovechen a las distintas colonias francesas los banquetes en proyecto. Yo siento no poder asistir a ninguno de ellos para hacer luego un artículo descriptivo sobre cada plato y para deducir la filosofía de cada salsa. Los franceses comerán mucho y comerán bien, y a los postres pensarán que, indudablemente, la civilización francesa es superior a todas. Si yo comiera con ellos pensaría lo mismo.