HAY UN VAPORCITO QUE SALE todas las mañanas temprano de Ginebra y vuelve a las ocho de la noche. En medio día el vaporcito recorre todo el lago. Primero se detiene en Coppet, donde está el castillo de madame Stael; luego vienen Nyon y Prangius. De Prangius, el vaporcito se va a Evian, en la parte francesa del lago, y de Evian vuelve al lado suizo, parándose en Ouchy, en Vevey, en Clarens, en Territet. Unos viajeros bajan a visitar el castillo de Chillon; otros suben a las rocas de Naya, en un ferrocarril como de montaña rusa, y allá arriba, a dos mil cuarenta y cinco metros de altura, el viajero se cree mucho más importante que al nivel del mar. El vaporcito sigue hasta Villeneuve, al final del lago, rodeado en esa parte de montañas muy azules y cubierto por un cielo de tarjeta postal en colores. Generalmente, se almuerza a bordo, en un restaurant bastante bien servido.
Es precioso. Es ideal, pero con el lago Leman a mí me pasa lo mismo que con la Fornarina.
La Fornarina también es preciosa, yo lo reconozco, pero no la frecuento ni la describo. La Fornarina representa una escuela literaria a la cual no pertenezco. Representa la literatura galante y psicológica, Marcel Prevost y Paúl Bourget. Como muchacha está muy bien; pero sus amigos la han rodeado de literatura, y uno perdería personalidad yendo a su círculo, entrando en el grupo de sus admiradores.
Así el lago Leman. El lago Leman también representa toda una escuela literaria: esa escuela que tiene por objeto describir los encantos de la Naturaleza; aguas tranquilas, cielos azules, montañas solemnes. Tanta literatura se ha ido echando sobre el lago Leman, que a mí me parece que estas aguas no son aguas, y que La Suisse flota sobre una literatura fluida, y que los peces del fondo, como tantos otros peces, viven de la literatura. Me parece que avanzamos por una novela romántica traducida del francés y no por un lago real y verdadero.
Están bien los lagos, pero hay que guardarse de describirlos. En literatura producen un resultado funesto. ¡Cuidado que es difícil admirar la Naturaleza sin decir tonterías, sobre todo cuando se trata de una naturaleza poética! Se puede ser original en la mesa de un café, en una reunión de amigos, ante los acontecimientos ridículos de la vida diaria, pero no hay manera de adoptar una postura original frente a montañas de tres mil metros. Frente a estas montañas o se calla uno o dice tonterías.
Yo me callaría de buena gana en el lago Leman, frente a los dientes de Morcles, del Midi y de Moche, o diría tonterías respetuosamente. Sé el respeto que se les debe a los lagos y a los viejos; pero cuando un lago se impregna de literatura, como cuando un viejo se pinta las barbas, entonces pierde todo derecho a nuestra consideración, y nosotros podemos burlarnos de él. Si yo me burlo alguna vez del lago Leman, que no tome mis burlas en cuenta la Naturaleza, sino la Literatura. El lago Leman está lleno de literatura como de un perfume cursi. La literatura y la idiotez brotan de sus aguas como una emanación, mezcladas al perfume de las flores y a la música de las orillas. «¡Es un encanto!», dicen los veraneantes. Esas mismas barquitas de vela que se ven siempre a lo lejos, ante una decoración de montañas, parece que el Gobierno suizo las haya puesto allí expresamente para amenizar el trabajo descriptivo de los veraneantes literarios.