EL TURISTA FRANCÉS es un hombre que s’en fiche. Se fiche de todo menos de la buena comida.
—¿El Mont-Blanc? —dice el turista francés—. Quelle blague!
Y no hay manera de sacarlo de ahí. Toma a broma el Mont-Blanc con sus cuatro mil ochocientos metros, con sus abismos, con sus moles de nieve que se derrumban sobre el ascensionista en cuanto este da un mal paso o levanta demasiado la voz.
—Pues suba usted —le dicen—. Suba usted y verá si todo eso es broma.
—¿Yo? —responde el turista francés—. ¿Y qué quieren ustedes que haga yo allí arriba, en el pico más alto de Europa? ¡Que suban los ingleses! Yo estoy mejor aquí.
Pasan un par de turistas ingleses, cargados de picos y de cuerdas, con las suelas de los zapatos erizadas de pinchos, en compañía de unos guías.
—Tas de farceurs, va! —exclama el turista francés.
Y pide un ajenjo. Desgraciadamente, en Suiza no hay ajenjo. El Gobierno federal lo ha prohibido. No se trata de una medida general contra el alcohol, ya que uno puede beber aquí whiskys, y coñacs, y gins y todo lo bebestible. Se trata de una medida especial contra el ajenjo, que, según parece, no les gusta a los diputados suizos. En una taberna de Ginebra yo he visto un cuadro donde la «dama verde» yace por los suelos herida en el corazón.
—¿No hay ajenjo? —grita el turista francés—. Pero ¿qué quieren ustedes que tome uno como aperitivo en Suiza? ¿Queso? Bon sang de bon sang, cré nom de nom de nom…
De todos los turistas, el francés es el que usa mayor cantidad de panamá.
—Mucho panamá y poca propina —me decía un camarero.
Sus chalecos amenizan la misma Naturaleza Suiza, de suyo tan hermosa. Los ingleses, como los loros, los tristes ingleses, se alegran al ver tantos colorines. «¡Qué fuerza de imaginación!», piensan ante los chalecos franceses.
¡Admirable turista el turista francés! ¡Turista jovial y desenfadado y buen compañero de mesa! Hombre que se fiche del Mont-Blanc y del castillo de Chillo, de Guillermo Tell y del lago Leman. Por donde pasa el turista francés queda como recuerdo una simpática libertad de costumbres y un relativo refinamiento de la cocina.