España en el mundo

ME HAN DICHO QUE PRONTO se va a abrir en Montmartre un restaurant de noche completamente español. Todo será español allí: los vinos, las mujeres, la música, los cantos, los bailes… Los fundadores del restaurant se proponen ganar mucho dinero con esta exhibición de la España pintoresca. Van a hacer como restaurateurs lo que Zuloaga ha hecho como pintor.

Yo no sé si tienen derecho a ello, así como ignoro si lo tiene Zuloaga para pintar lo que pinta. Unos dicen que la España de Zuloaga es falsa; otros aseguran que es verdadera, y esta misma diversidad de apreciaciones no tardará en plantearse con respecto al restaurant de la rue Fontaine. Zuloaga dice que España es negra y amarilla, y «Azorín» dice que no. Es natural, porque «Azorín» es conservador, y para ser conservador hay que tener de España una visión más sonriente. La visión pictórica de España que tiene Zuloaga corresponde a la visión política que tiene Pablo Iglesias. Por último, hay quien dice que aun siendo verdadera la España de Zuloaga no se la debe exhibir en el extranjero para ganar dinero. Esto dirán también algunos sobre la España del restaurant que se va a inaugurar en París.

Zuloaga, el Faíco, Amalio Cuenca, Valentín y Blasco Ibáñez: he aquí los cinco más típicos intérpretes de España en el extranjero. Zuloaga, la pinta; el Faíco, la baila; Amalio Cuenca, la toca; Valentín, la condimenta, y Blasco Ibáñez, la describe. Psicológicamente, un cuadro de Zuloaga, unas «soleares» de Amalio Cuenca, un tango del Faíco, un libro de Blasco Ibáñez o un cocido de Valentín tienen la misma importancia. Hay quien se come un cocido de Valentín y se considera tan bien informado de España como uno que haya leído El intruso. Yo creo que el cocido es mucho más imparcial y que contiene detalles más aproximados a la verdad.

No sé si en el restaurant español de Montmartre se comerá cocido; pero sí sé que se beberá Jerez. También el Sr. González Byas puede ser un buen intérprete de España en el extranjero. Hasta ahora, el Jerez ha sido muy mal traducido en el mundo. El Jerez que se bebe en París procede, generalmente, de Inglaterra. Se llama «Sherry», y su españolismo es bastante más discutible que el de los cuadros de Zuloaga.

Un buen Jerez aclararía en Europa la visión de España. Los psicólogos, después de dos o tres copitas, nos comprenderían mucho mejor. ¡Lo malo será que el Jerez les identifique demasiado con nosotros! El gerente de Abbaye, que es uno de los restaurants de noche más elegantes de París, ha hecho, a este respecto, una experiencia lamentable. Bailaban en la Abbaye Antonio de Bilbao, la Lola y el Mojigongo, que son tres de los mejores bailarines de España, y se tocaba música de Quinito Valverde. España estaba de moda en la plaza Pigalle. Albert, animado por el éxito de la música y de los bailes, se animó a encargar unas botellas de Jerez, y durante varias noches el Jerez alternaba con el Champagne en la mayoría de las mesas. Al poco tiempo se suprimió el Jerez.

—¿Que por qué? —me dijo Albert en una pequeña interviú que yo le hice—. Pues porque todas las noches se peleaban los clientes. Ese Jerez es un vino terrible. En un establecimiento tan distinguido como el mío no se puede servir Jerez.

Ignoro si los bebedores se pelearán en el restaurant español de la rue Fontaine. Por los propietarios, contra quienes no tengo animosidad ninguna, y por el buen nombre de España, yo desearía que no. Sin embargo, una pequeña cuestión cada noche no dejaría de darle carácter al establecimiento.