Los curas de aldea

TENÍA YO DIEZ O DOCE AÑOS cuando un señor piadoso habló a mis padres y les ofreció costearme la carrera de cura. Yo había comenzado entonces a fumar y estaba ensayándome en echar el humo por las narices. El acto de echar humo por las narices era para mí el signo más fuerte de la virilidad, y yo lo ejecutaba solemnemente delante de mi novia, la cual ya vestía de largo. En aquella época faltaba yo frecuentemente a la escuela y a la misa. La misa me indignaba más todavía que la escuela, y en el atrio de la iglesia solía yo hacer gala de un escepticismo volteriano que era el terror de mi novia. ¡Tener novia, echar humo por las narices y estar en el secreto de las cosas de iglesia!… Sólo me faltaba una capa y un poco de bigote para ser un donjuán ateo, seductor y cruel, como el de una compañía ambulante de fantoches que había estado recientemente en el pueblo.

Cuando mis padres me propusieron que me fuera a Santiago para ingresar en el Seminario, yo introduje las manos en los bolsillos de mi pantalón —el primer pantalón largo que usé— y sonreí con una sonrisa sardónica, adjetivo para las sonrisas que yo había encontrado en un folletín del Sr. Tárrago y Mateos, y que usaba en todas las circunstancias un poco importantes.

—Mis ideas —dije con una gran prosopopeya en contestación a mis padres— no me permiten ser cura.

Hasta ahora a nadie se le había ocurrido preguntarme por qué no soy cura; pero esto no importa, y yo tengo interés en dejarlo explicado aquí. No soy cura, y lo siento, porque yo estaría muy a gusto en uno de estos curatos campesinos, donde las gentes nacen, viven y mueren bajo el santo temor de Dios. No hay palacio comparable a estas rectorales de las aldeas de Galicia rodeadas de viña, de jardín y de huerto, y amuebladas con muebles de roble antiguo y de cuero mate. En ellas la vida es amable, sensual y glotona, como en los versos del arcipreste; las gallinas ponen para el cura sus más grandes y sabrosos huevos; la ubre de las vacas y de las cabras, exprimidas por las manos virginales de las zagalas, da para el cura su leche más blanca, espumosa y nutritiva; los árboles reservan para el cura la más opima y suculenta madurez de sus frutas. ¡Y qué vino este vino hecho especialmente para el cura, con uvas que se escogen una a una!… Vino de alegría y de sacrificio, igualmente agradable en las tazas de barro que en las vinajeras de plata. ¡Gaudeamus!

La rectoral suele estar adosada a la iglesia. En los días de romería, el baile se celebra en el atrio, al son de una gaita y un tamboril o de una banda municipal, que es cosa más fina. La función profana se combina con la función religiosa, y el cura dirige las dos. Por la noche es también en el atrio donde —en la mayor parte de las aldeas— se queman los fuegos de artificio y se lanzan los globos de fulminante.

Si yo fuera cura, ¡qué buen cura sería! Tendría muy bien encuadernados, y en un estante de encina o de nogal, a mi Horacio y a mi Virgilio, que leería sabia y lentamente, en un latín de mayúsculas góticas impresas en tinta encarnada. Bendeciría todos los frutos; absolvería todos los pecados, y a mis buenas feligresas las haría confiar constantemente en la infinita misericordia de Dios. Sería como los curas de estas aldeas, que llevan llenos de medallas de hojalata los bolsillos de la sotana, y en sus paseos por el campo las cuelgan de estas mórbidas gargantas campesinas, sobre estos pechos altos, duros y firmes que, bajo sus manos sagradas, palpitan fervorosamente. Me haría querer de todo el mundo, aun de los suscriptores de Las Dominicales que pudiese haber en el contorno, y los chicos irían a la rectoral a llevarme regalos, que yo disfrutaría después de ofrendárselos al Señor, y las muchachas besarían mi diestra, dispuesta siempre a bendecirlas.

¿Por qué no he querido ser cura? ¿Qué demonio mal informado me visitó en un sueño intranquilo para aconsejarme que no lo fuese? Todavía hace poco que una buena mujer, aludiendo a los azares de mi vida de periodista, me ha dicho:

—¡Cuánto mejor estarías en un curato de por aquí!

Y añadió:

—Mejor para el alma y mejor para el cuerpo.