Monsieur Carnegie en Ginebra

CARNEGIE, QUE SE HOSPEDA desde hace unos días en Ginebra, ha salido de excursión para Chamonix. Es verdaderamente triste tener centenares de millones y ser rey del hierro o del tocino de cerdo para luego venirse a veranear a Suiza, como un clerk inglés, al que le dan doble sueldo durante las vacaciones; como una falsa baronesa austriaca, o como un comerciante al por menor de Lyon, de Colonia, de Franckfort au Meine o de Marsella. Carnegie se hospeda en el hotel du Beau Rivage, como podría hospedarse en el de Vecu, en el du Lac o en cualquier otro.

Todo el mundo se hospeda en estos hoteles, y aunque Carnegie haya tomado un piso entero, no podrá gastar mucho más de doce duros al día. Un criado particular al servicio del viajero cuesta seis francos en cualquier hotel de Suiza. El viaje a Chamonix, para ver la mer de glace, viene a importar, tout compris, unos seis o siete duros. Esta excursión de placer, que «se ha pagado» monsieur Carnegie, no hay en el mundo tendero medianamente acomodado, ni criada de servir con algunos bonos de la caisse d’epargne, ni fabricante de salchichas que no la haya hecho, o que no haya de hacerla alguna vez.

Uno de los grandes atractivos de Suiza es este: que pone al alcance de todas las fortunas una vida de millonarios. Aquí se puede hacer de millonario por dos o tres duros al día, lo que resulta muy económico. Puede uno hospedarse en un gran hotel y tener un criado particular e irse a Chamonix como monsieur Carnegie, por el mismo dinero que se gasta uno ordinariamente en su casa. Todo lo cual nos va muy bien a nosotros los que no somos millonarios todavía; pero debe de ser muy triste para los millonarios de verdad.

Esto de que yo coincida con Carnegie en Ginebra, a mí me da una impresión así como si me lo tropezara en un restaurant de a cinco reales el cubierto, vino comprendido. Carnegie podría decir que ese restaurant era mejor que los restaurants caros, como puede decir ahora que en Suiza se vive más agradablemente que en ninguna parte. Puede decirlo, y tal vez tenga razón; pero un hombre como Carnegie está obligado a vivir en un sitio carísimo, aunque este sitio carísimo sea una porquería.

Venirse a Suiza un hombre como Carnegie, ¡a Suiza, donde le dan a uno las cerillas de balde en los estancos!

¿Estará haciendo economías?

Yo no me explico que Carnegie venga a Suiza más que diciendo:

—¿Cuánto cuesta Suiza? ¿Mil reales? ¿Dos mil millones? Ahí van…