Cambados

Un poco de aticismo

en la ría de Arosa

CAMBADOS ES EL TERROR de la ría de Arosa. Un pueblo de abogados, de notarios, de escribanos, de jueces y de alguaciles, que se pasan la vida escribiendo en papel de oficio. Hay que conocer a estos campesinos socarrones, cazurros y pleiteantes que saben todas las interpretaciones de que es susceptible un artículo del Código sobre la propiedad privada, y que le darían cien vueltas a un abogado forastero, para comprender el mérito de la curia de Cambados, que es, como digo, el terror de la comarca. Aquí, cuando un campesino le dice a otro que va a llevarle a Cambados es cosa de echarse a temblar.

Cambados tiene un espíritu ateniense. En la maleta de un veraneante caben muy pocos libros, y por eso yo no he traído conmigo la Historia de Grecia, de Hipólito Taine, en donde hay unas cuantas páginas con las que me sería posible justificar para Cambados el sobrenombre de Atenas de la ría de Arosa. Habla el ilustre historiador de aquellos sofistas, ergotistas y silogistas que se congregaban para discutir bajo los pórticos de Atenas. Dominaban la lógica y la dialéctica y demostraban todo lo que querían: que lo blanco era negro, por ejemplo, y el día noche. «Pues Atenas —pensé yo, cuando leí las páginas de Taine— debía de ser una especie de Cambados». Y, en efecto, es muy semejante. Además, el paisaje de las rías gallegas, pobladas de islas, se parece mucho a los paisajes del archipiélago griego, sobre todo en estos días en que el espacio tiene una transparencia y el cielo una serenidad que muy bien pueden llamarse helénicas. La analogía es completa con el sentido tan fácil que hay aquí acerca de la moral y de la vida. Basta irse a la playa y escarbarla un poco para encontrar en ella una abundante y sana alimentación de mariscos. Las brisas son blandas, las campiñas risueñas. Y si todo esto no bastara para llamar a Cambados la Atenas de la ría de Arosa, yo se lo llamaría a pesar de todo. ¿No se le llama a Santiago la Atenas de Galicia, y a Valencia la Atenas de Levante y a Oviedo la Atenas de Asturias? Por humilde que sea un pueblo, siempre podrá ser la Atenas de otro.

De Cambados a Villagarcía hay una encantadora carretera de dos leguas que avanza entre playas y bosques. Villagarcía es más moderna que Cambados, más comercial, más elegante. Allí van los trenes y las escuadras. Pero Cambados me parece, en cambio, una ciudad más señorial. Está llena de viejos palacios y de umbrías alamedas formadas por árboles centenarios. Centenarios de verdad, y no como esos de los que habló un día en el Congreso el señor Nougués: «Árboles centenarios que tienen, lo menos, treinta o cuarenta años cada uno». Silenciosa y retirada, Cambados está como si sintiera el cansancio de la vida, y yo le encuentro un gran aire de distinción y de nobleza, a pesar de la curia.

Una cosa de la que tienen fama los de Cambados es de borrachos. El vino es bueno, y la vida no parece muy divertida… Pero yo no hago más que recoger un rumor, y no quiero atraer sobre mí las iras de los cambadenses.

Cuando yo estuve en Cambados había fiesta, y predicaba el padre Luis. Es un franciscano que llegó a Cambados por primera vez hace más de treinta años. Tenía una buena figura y una voz poderosa. Además, parece que era un hombre mundano, alegre y tolerante. Las muchachas se quedaron encantadas con él, y desde entonces el padre Luis va a predicar a Cambados todos los años.

—Es un compromiso —dice el padre Luis—. Debían llamar a otro, porque yo ya les he dicho a los de Cambados todo lo que sé.

La voz está cascada. «¡Había que oírle hace treinta años!», dicen las devotas a quienes el padre Luis les recuerda la juventud. Y lo quieren mucho, porque el padre Luis sabe de muchas de ellas que también tuvieron en el mundo horas de felicidad.

Y así es Cambados. Dicen que ha sido una ciudad importantísima en tiempo de los fenicios. En un rincón batido del mar se yergue el esquinal de una torre que los arqueólogos suponen mandada construir por el arzobispo Gelmírez para defender la ría contra las invasiones de los normandos. Hoy es el tema obligado de todos los poetas locales.

Yo he pasado un día muy agradable en Cambados, y quiero dedicarle estas líneas como recuerdo.