Sobre la cama

DE LONDRES A PARÍS el viaje es corto, y, sin embargo, ¡qué bien descansa el viajero en una de estas camas francesas, tan muelles, tan hondas, tan amplias! Porque las camas inglesas son duras y chicas. En el salón de un hotel o en un Boarding house inglés, uno hace amistad con míster Tal o míster Cual, uno de esos hombres muy grandes que hay en Inglaterra. Días después, uno sube a su cuarto y ve allí una camita que parece de juguete. Pues en aquella camita tan pequeña duerme aquel inglés tan grande.

Se ve que en Inglaterra la gente se acuesta por necesidad, así como en Francia se acuesta por placer. Un inglés está en la cama el tiempo estrictamente necesario para dormir. El inglés se acuesta y se duerme, se despierta y se levanta. Así, aun en las mejores casas inglesas, las alcobas son pobres y chicas. «¿Para qué voy a arreglar mi habitación de una manera muy bonita —se dice el inglés—, si en cuanto llegue allí me voy a quedar dormido?». En una casa inglesa la alcoba es la habitación menos importante. En una casa francesa lo principal es la alcoba.

Las camas francesas son verdaderamente admirables, sobre todo para los españoles. Un español se encuentra tan bien en una de estas camas francesas, que, por su gusto, no la abandonaría nunca. Pero en España no conviene hacer el elogio de las camas francesas, sino más bien el de las inglesas. A nosotros nos convienen unas camas muy incómodas, donde no se pueda permanecer más que estando profundamente dormido. Las camas francesas, como la moral francesa, nos perjudican mucho. Nosotros necesitamos unas camas y una moral muy duras y muy desagradables. Necesitamos madrugar y trabajar.

Si las camas inglesas fuesen camas francesas, Inglaterra no sería lo que es. Para juzgar un pueblo hay que ver su comedor y su alcoba antes que su palacio parlamentario. Ya hablaremos del comedor inglés. Por lo que respecta a la alcoba inglesa, de ella se deriva la mitad, por lo menos, de la energía británica. Viendo una alcoba inglesa se comprende que Inglaterra sea un pueblo activo, que no duerme más que el tiempo necesario para recobrar las fuerzas perdidas durante el día, y un pueblo práctico, que no sueña jamás. En las camas inglesas no hay edredones, ni doseles, ni apenas colchón. No sintiendo verdaderamente sueño, a ningún inglés se le ocurre meterse en la cama. Estando despierto, ninguno permanece en ella. La oficina es más cómoda que la alcoba, y el inglés prefiere irse a la oficina. En la alcoba inglesa, la luz está siempre en el lado más lejos de la cama, de tal modo, que, desde la cama, es completamente imposible leer. Esto libra a Inglaterra de toda esa literatura de alcoba que tanto daño ha hecho en Francia y en España. En fin, el inglés se va a la oficina y trabaja; se va a la cama y duerme, y cuando el inglés duerme, como cuando trabaja, lo hace íntegramente, de un modo eficaz, rotundo, definitivo. Nosotros consultamos nuestros asuntos con la almohada, dormimos en la oficina y nunca estamos ni completamente despiertos ni completamente dormidos.

A mí me encantan la blandura, la elasticidad, la amplitud y el calorcito de las camas francesas; pero yo les recomiendo a ustedes las camas inglesas. Si todos los españoles nos dedicáramos a dormir en camas inglesas, España podría salvarse. Al principio nos dolerían los huesos, y amenazaríamos curbaturées; pero esto es lo mismo que ocurre con la gimnasia; pronto nos acostumbraríamos, y luego nos haríamos un poco más enérgicos y más fuertes.