EL PUENTE NUEVO es uno de los mejores puntos de vista para el panorama de Pontevedra. Los pontevedreses le llevan a uno allí y lentamente van señalando a su admiración las maravillas circunvecinas. De un lado está la ría, con sus márgenes pobladas de pinos, entre los que se divisan a veces las blancas casas de los pueblos ribereños. Mirando hacia el otro lado se ve el Lérez, cuyas aguas ligeras sugieren la idea de un monstruoso animal de superstición, ondulando en rápidas curvas al través de las hierbas y de los árboles: un reptil fabuloso, que quisiera hurtarle al sol su cuerpo lleno de reflejos. El pontevedrés que me ha llevado al Puente Nuevo, después de indicarme el Lérez, me ha regalado esta imagen que, con más o menos exactitud, se le puede aplicar a cualquier otro río. Luego me ha mostrado, hacia la derecha, las obras de un gran malecón que será de enorme utilidad para Pontevedra. Estas obras no alcanzan todavía más que a la parte de la Moureira, un barrio de marineros en donde han nacido los Nodales y al que un erudito historiador local —don Celso García de la Riega— supone patria de Cristóbal Colón.
—Esas son las obras —me dijo mi guía.
Y luego, en dirección contraria, me señaló con el dedo una casa de campo, rodeada de frondosos árboles.
—¡La Caeyra!
Con estas dos palabras bastaba y sobraba. No creo, sin embargo, que les baste a mis lectores, para la mayoría de los cuales el nombre de La Caeyra será perfectamente inédito. La Caeyra es la residencia del marqués de Riestra, y este opulento marqués es uno de los más poderosos, sagaces y taimados políticos españoles.
Aquí, en Pontevedra, donde las auras son tan libres y los bosques tan robustos, no se mueve la hoja del árbol sin la voluntad del marqués. Para cualquier obra pública o privada, para cualquier industria, para el más insignificante proyecto, es preciso contar, ante todo, con el asentimiento del que estos tímidos campesinos llaman el señor de Riestra. «Un ruso reconoce que dos y dos son cuatro en todas partes —decía Turgueneff, burlándose de la vanidad patriótica de sus paisanos—; pero en el fondo de su alma cree que en Rusia lo son de un modo más categórico que en ningún otro país». En Pontevedra y su provincia podría afirmarse que dos y dos no llegan a hacer definitivamente cuatro mientras el marqués de Riestra no autoriza la suma.
Pero ¿quién habla de la provincia de Pontevedra? La influencia política del marqués de Riestra es ampliamente nacional. Desde su casa de La Caeyra, el marqués podría ahora mismo hacer una crisis. ¡No sería la primera vez que, siguiendo el hilo de esas elocuentes marionetas, con cuyo espectáculo se divierte indignamente medio Madrid, llegara a verse la mano directora de este hombre que, en su pintoresco retiro, recibe diariamente tantas y tan valiosas pleitesías! El marqués de Riestra ha hecho ministros y hasta jefes de Gobierno. Besada tomó forma ministrable entre sus manos omnipotentes. Villaverde aprendió a sumar aquellos complicados guarismos de sus presupuestos según las matemáticas del señor de La Caeyra, sucintamente explicadas ya en la perífrasis de Turgueneff. El famoso pleito de Guisasola, que no hace aún muchos años logró apasionar a toda España, era casi exclusivamente un capricho feudal del marqués de Riestra. En cuanto al asunto de Cortegada, ya en otra crónica he publicado la frase de Cobián al bajar en el andén de esta estación. Uno que pregunta:
—¿Qué va usted a hacer?
Y Cobián que, señalando al marqués, responde:
—Lo que quiera este.
¡Manes de la política! ¿Cómo podéis ser tan oscuros, tan siniestros, tan tortuosos en este ambiente de luz y de belleza? ¿Qué pulmones son los vuestros que no se purifican con el bálsamo de los pinos ni con el perfume de las rosas? ¿De qué cruel vanidad estáis enfermos para seguir dedicándoos a la intriga en este lugar de paz y de contemplación?
Porque no es sólo en La Caeyra donde la política ha perfumado de rosas, de madreselvas y de jazmines su hálito corrompido. Carretera de Marín arriba, y a unos dos o tres kilómetros de Pontevedra, está Lourizán; pero Lourizán es mucho más conocido que La Caeyra y se presta menos a la curiosidad del periodista.
¡La Caeyra! Para los lectores madrileños parecerá, tal vez, el título de un poema regional. Los periódicos locales, por su parte, la anuncian como una granja agrícola: «Gran surtido en árboles frutales de todas clases. Albaricoqueros, avellanos, cerezos, ciruelos, melocotoneros, manzanos, naranjos». Porque el marqués de Riestra, como un romano de los tiempos clásicos, ha hecho compatible el cultivo de sus tierras y el cuidado de la cosa pública.