SE DICE «EL BOULEVARD» y «las mujeres del boulevard» y «la moral del boulevard», por decir «París», «las mujeres de París», «la moral de París». Yo llegué a París por vez primera hace ya unos tres años y empecé a ver boulevares: el boulevard de los Capuchinos, el boulevard de los Italianos, el boulevard Montmartre, el boulevard de la Buena Nueva o de la Buena Noticia.
—¿Cuál de estos boulevares será el boulevard? —me decía yo—. ¿Es que en cualquiera de ellos podré encontrar las bellezas del boulevard, las elegancias del boulevard, los restaurants del boulevard, la filosofía del boulevard?
Y en estas dudas, yo me indignaba contra los que hablan del boulevard sin poner el nombre. Indignado como estaba, hubiera llegado hasta a exigirles el número.
Hoy ya sé a qué atenerme respecto del boulevard. Todos los boulevares son boulevard, y muchas calles que no llevan el nombre de boulevard son boulevard también. Se habla, por ejemplo, de las modas del boulevard como se habla de los trajes de calle, sin decir «calle de tal, número tantos». El boulevard es París, porque todo París vive en el boulevard. Los cafés del boulevard no son más que una justificación de las terrazas del boulevard. Los restaurants, lo mismo. Las tiendas del boulevard son una consecuencia de los escaparates del boulevard. Todo es boulevard en París, y para ser un perfecto boulevardier, lo de menos es tener un domicilio sobre este boulevard o sobre aquel. Un hombre puede habitar en la rue Lefévre y ser más boulevardier que otro que habite sobre el mismo boulevard de los Italianos, porque el boulevard es el boulevard y no las cosas del boulevard, y porque en París no se vive en la casa, sino en la calle.
La verdadera vida de París transcurre sobre el boulevard; así como la vida inglesa se desarrolla en la casa. Los ingleses viven en casa, los españoles vivimos en el café, los franceses viven en la terraza del café. En Londres las calles son feas y están expeditas, mientras que los boulevares de París son bonitos y están llenos de obstáculos. La calle inglesa le lleva a uno rápidamente a casa. El boulevard de París le hace a uno llegar siempre tarde. La moral inglesa es una moral casera. La moral de París es callejera. ¿Cuál de las dos morales vale más? A mí me hace usted dar dos vueltas por Leicester Square y yo en seguida le digo a usted:
—Me aburre esto de andar por la calle. En ninguna parte estaremos mejor que en casa.
En cambio, si me quiere usted invitar a ir a su casa en París y tenemos que atravesar los grandes boulevares, ya puede usted estar seguro de que no llegaremos en tres horas.
Yo no sé qué tienen estos boulevares de París. Yo sería capaz de venir expresamente desde Londres a sentarme en una terraza y tomarme un aperitivo. Vería pasar franceses, lo que es un espectáculo muy divertido, y francesas, lo que es un espectáculo muy agradable. Oiría un poco de música. Le compraría La Presse a un camelot y no la leería. Hablaría un rato con el parroquiano de al lado. Me dejaría poner una flor en el ojal. Dos minutos después me la dejaría quitar. Me pasaría una hora en el boulevard y no volvería a Londres porque miraría el reloj y pensaría que todavía era temprano y me quedaría un ratito más, y otro ratito más, y perdería el tren.
El boulevard es París. Se puede decir «la moral del boulevard» y la «filosofía del boulevard».
París no tiene otra moral ni otra filosofía. Es un pueblo-boulevard, sin nada dentro. Sus virtudes y sus defectos están en el boulevard. Su música, su pintura, su literatura, todo es de boulevard. Alegre, ligero, vistoso, agradable y efímero. En las artes que son exclusivamente de boulevard —en los trajes para mujeres, en la confección de escaparates, en la instalación de terrazas y en el servicio de aperitivos— es donde triunfa el genio francés.