Los besos del Luxemburgo

HACE DÍAS YO ME PASEABA por el jardín del Luxemburgo. Una muchacha muy bonita, sentada bajo una estatua, escribía en un cuaderno. Le pregunté si necesitaba algunos adjetivos y me dijo que no, que ella no los usaba más que para escribir a su novio, y que, en aquel momento, estaba haciendo ejercicios de composición francesa. Me enseñó su cuaderno y yo me quedé asombrado al ver que una muchacha tan bonita no cometía faltas ortográficas.

—¡Cómo me gustaría a mí —exclamé— que usted fuese mi novia! Usted podría traducirme al francés un libro que yo he escrito contra los ingleses, mientras no encontrase una novia inglesa que me tradujese al inglés otro libro que he hecho metiéndome con los franceses. La última novia que yo tuve, me he visto obligado a dejarla, porque, en sus cartas, me llamaba adorado con hache.

La muchacha se rio mucho de esta falta y yo me senté con ella. Hablamos un rato. Al despedirme la pedí un beso y ella me prometió que me lo daría la semana siguiente.

—Hágame usted un vale —la dije entonces.

La muchacha cogió su cuaderno y escribió:

Bon pour deux baisers, le 30 avril de 1911.

—Ponga usted la firma, la rúbrica y la dirección.

Ella puso su firma y una rúbrica muy aparatosa. En cuanto a la dirección, convinimos en que fuera la misma del sitio en donde estábamos.

—¿Qué estatua es esta? —me preguntó la muchacha.

Yo leí el pedestal. Era la estatua de Clemencia Isaure, creadora de los Juegos Florales. Sous la statue de Clemence Isaure, creatice des Jeux Florales, escribió la chica, y arrancando la hoja del cuaderno la dobló cuidadosamente y me la entregó.

Hoy 30 de abril yo me presenté con mi vale en el jardín del Luxemburgo. Me dirigí a la estatua de Clemencia Isaure, en donde encontré a mi linda deudora.

—Vengo a cobrar —le dije.

Ella se echó a reír.

—No bromee usted, señorita. Yo soy un acreedor implacable. Estoy dispuesto a entablar un pleito contra usted, si usted no me paga.

—Pero ¿no sabe usted que está prohibido besarse en el Luxemburgo?

—¿Cómo que está prohibido besarse en el Luxemburgo? ¿Desde cuándo?

—Pues desde ayer.

Y la muchachita me mostró un número de L’Intransigent, que yo leí estupefacto. El día anterior, una muchacha de dieciocho años había besado a un estudiante en un banco del Luxemburgo. Inmediatamente apareció un guardia, al que luego se unieron otros dos. Los tres guardias comenzaron a verbalizar. Se reunió público. La pobre muchacha, con la cara escondida en un pañuelito de encaje, lloraba amargamente. La llevaron a la comisaría y no la soltaron hasta tres horas después. ¡Por un beso!

El caso es inaudito. Las muchachas del Luxemburgo están indignadas y los estudiantes piensan hacer una manifestación de protesta. Que los guardias se erijan en profesores de moral, pase, sobre todo ahora que monsieur Lepine es miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, pero no que lo hagan en el jardín del Luxemburgo. El barrio Latino es una patria aparte. Hay los ciudadanos de París y los ciudadanos del barrio Latino. El barrio Latino ha disfrutado siempre de privilegios a los que monsieur Lepine no tiene derecho ninguno a tocar. La moral del jardín del Luxemburgo es fácil y alegre. Entre el boscaje se han besado las estatuas, las palomas y las parejas de enamorados desde que el jardín existe. Hay hasta una columna llamada «la columna de los besos» con un capitel lleno de figuras alegóricas. Que monsieur Lepine haga lo que quiera de París; que le quite toda su espiritualidad y todo su encanto, pero que no le toque al barrio Latino. Todas las noches las orquestas de los cafés tocan aires de La Bohéme para recordárnoslo, y esta música, que en cualquier otro lado resultaría un poco cursi, en el barrio Latino tiene un atractivo indudable. Si en el barrio Latino no hay apaches, no es gracias a monsieur Lepine, sino porque los estudiantes de todo el mundo que habitan esta pequeña patria los han echado fuera. Que les dejen, pues, a los estudiantes del barrio Latino observar su propia moral.

Yo leí con verdadera indignación el suceso que relataba El Intransigente. Me parecía imposible que hubiese ocurrido en el jardín del Luxemburgo, que es como un nido muy alegre puesto en la pared triste del Senado.

—Pero, señorita. ¡Si hasta los ingleses se besan libremente! En Hyde Park, cuando acaba la música, no se oyen más que besos.

—Puesto que usted es «hombre de letras» —me dijo la muchacha—, debe usted hacer un artículo contra monsieur Lepine. Diga usted que lo más inmoral de todo es llamarse de esa manera. Ande usted, y yo le abonaré su vale. Si es necesario, yo le pondré a usted un poco de ortografía…

Pero la encantadora criatura no sabía que si yo me meto con monsieur Lepine, el ministro del Interior me expulsará de Francia.