HAY UNA PORCIÓN DE ESPAÑOLES, de sudamericanos, de rusos, de polacos, de suecos, etc., que se van al barrio Latino como Tartarín se fue a Argel. Tartarín desembarcó en Argel con fez y pantalones bombachos.
Esos muchachos desembarcan en el barrio latino con melenas, chambergos, corbatas lavaliére y botas sin medias suelas. Así el barrio latino existe todavía, y existe como en tiempos de Mürger: con sus estudiantes que no estudian, con sus modistas que no cosen, con sus pintores que no pintan nada, con su jardín del Luxemburgo y su avenida del observatorio, y sus hoteles y sus restaurants, y sus bailes y sus cafés. Es decir, parece que existe; pero en realidad no es más que una imitación. El barrio latino es todo literatura. En tiempos de Mürger la bohemia del barrio latino era auténtica. Hoy, los estudiantes leen los libros de Mürger y se hacen una idea literaria del barrio latino y procuran adaptarse a ella. Mürger sacó su literatura de la vida del barrio latino. Los habitantes del barrio latino adaptan hoy su vida a la literatura de Mürger.
A mí ese barrio latino me parece que es una cosa de mentira. Esas melenas frondosas no sé por qué me dan la idea de pelucas. A veces me encuentro en el boulevard Saint-Michel una grisette muy mona, con un sombrero muy barato y una nariz muy descarada; me gusta; voy a decirla algo, y de pronto me contengo.
—No —me digo—. Esta chica es también literatura.
—¿Por qué no se viene usted a vivir al barrio Latino? —me preguntó el otro día un amigo.
—¿Yo? ¿Al barrio Latino? Si el Ayuntamiento me da tres pesetas me iré allí ocho horas todos los días a hacer de estudiante; pero luego subiré a Montmartre.
El barrio Latino es como uno de esos cabarets donde tres o cuatro tipos hacen de apaches para los extranjeros que vienen aquí en busca de emociones. Los verdaderos apaches no se exhiben en ningún cabaret, sino que andan sueltos por todo París, y los bohemios auténticos no están exclusivamente en el barrio Latino, sino donde pueden. A veces unos americanos ricos bajan al barrio Latino a ver aquello, y algunos salen tan convencidos de que aquello es de verdad. Entre los mismos parisienses es frecuente organizar excursiones al barrio Latino.
—Vamos a ver a los estudiantes.
Pero los parisienses van allí como irían al teatro.
Los bailes del barrio Latino, los restaurants, los hoteles ganan dinero con todo esto. Los únicos que no ganan son los actores. Todos esos españoles y sudamericanos, y rusos y polacos, y suecos y daneses que invaden el barrio latino no cobran un céntimo por hacer de bohemios. Antes bien, el hacer de bohemios les cuesta su dinero. Hacen de bohemios mientras pueden, y cuando la familia se niega a girarles un franco más, entonces dejan de hacer de bohemios y se marchan para no llegar a quedarse sin comer.