No ocurren aventuras

ESTÁ DEMOSTRADO que no ocurren aventuras ningunas en los viajes. Antes, no es que ocurriesen, pero no estaba demostrado que no ocurrían, y el viajero podía inventar una aventura extraordinaria para sus amigos o para su público, con grandes probabilidades de éxito: «Un día en el expreso de tal parte…». O bien: «En un pasillo del Gran Hotel de X…». Porque, en un expreso internacional o en los pasillos de un Gran Hotel todo resultaba verosímil. Un señor al que en su elemento habitual se le hubiera puesto en duda una planchadora, podía atribuirse una princesa si comenzaba su narración en los términos susodichos: «Un día en el expreso de tal parte…». O bien: «En un pasillo del Gran Hotel de X…».

Hoy no puede uno irse a X. El gusto del público ha cambiado. Hay que ir a sitios concretos, donde se sabe que no pasa nada. Los viajes son una cosa fácil y barata. Viajan ya las familias modestas, los recién casados de la clase media, los comerciantes al por menor. Estos hoteles de Suiza, donde el viajero de imaginación podía situar antes tan bonitas historias, han perdido todo su prestigio. No lo digo en contra de Suiza. Yo comprendo que por siete francos diarios el gremio de hoteleros no puede facilitarnos princesas a todos los que venimos aquí, y que bastante hace si nos manda el desayuno con una criada que esté bien de carnes. Lo digo por la Agencia Coock, que al facilitar los viajes ha destruido todo su encanto, y que llena los ferrocarriles y los hoteles de pequeños comerciantes en vacaciones, y lo digo por el Baedeker, en cuya prosa el país más exótico adquiere un carácter de vulgaridad.

Aquí, en mi hotel, he conocido a un industrial de Toulouse, que está empeñado en tener una aventura. Sería el colmo que le ocurriese una aventura a un industrial de Toulouse en una época en que no le ocurren aventuras a nadie. Todos los días, a la hora del almuerzo, el hombre intenta un relato:

—Anoche, en el pasillo, no sabe usted lo que me ha pasado.

—Anoche, en el pasillo, no le ha pasado a usted nada —le dije yo ayer—. Está demostrado que en los pasillos de los hoteles no pasa nunca nada.

El pobre hombre entonces se quedó muy triste. En su interior pensaba:

—Pues si no nos ocurre nada en los hoteles a los industriales de Toulouse, ¿en dónde va a ocurrirnos algo?