El turista alemán

EL TURISTA ALEMÁN ES UN HOMBRE que se para ante las montañas y los lagos, las esculturas y las ruinas, y que dice:

—¡Kolossal!

Aunque no tuviera el tipo alemán, esa exclamación bastaría para ponerle en evidencia. ¡Kolossal! Pero el turista alemán tiene tipo alemán. Frente a un pequeño monumento suizo —una estatua de la Confederación Helvética o una capillita de Guillermo Tell— el turista alemán parece otro monumento. Se oye lo de ¡Kolossal! y no se sabe quién admira a quién: si el alemán admira al monumento o si el monumento admira al alemán.

El turista alemán es siempre un poco militar. Cuando escala una montaña le parece que la conquista, y al poner en la cumbre su enorme zapatón alemán siente una cosa así como si la montaña fuese desde ese momento una montaña prusiana. Con sus gemelos no contempla el paisaje; más bien parece que examina posiciones.

Yo decía que de todos los turistas el que compra más tarjetas es el turista inglés; pero hay una gran diferencia entre las postales que compra el turista inglés y las que compra el turista alemán. Al turista alemán se le reconoce también por las postales que elige. Tiene el gusto de la postal compuesta con flores, con golondrinas y con unos versos muy tiernos, que el alemán suscribe al poner su nombre en ella. Estas postales que elige el turista alemán representan su nostalgia por la patria ausente, la tristeza de verse lejos de su novia alemana, de su familia alemana y de su cerveza alemana, la Heimweh.

Cuando el turista alemán vuelve a su Alemania y la gente le pregunta si se ha divertido, si ha visto el lago Leman y la Jungfrau, el castillo de Chillon y la mer de Glace, los osos de Berna y la casa de madame Stael, el turista alemán, a cada una de estas preguntas, va respondiendo:

—¡Kolossal!