VEINTISIETE

T.J. quería que Meg le diera una explicación sobre el diario allí y de inmediato… en la habitación de una casa llena de cadáveres. Afortunadamente, el cerebro de Meg volvía a estar a pleno funcionamiento y había recuperado la sensatez. Era gracioso: de repente se sentía despejada, su mente iba a mil por hora cuando poco antes había estado a punto de encogerse sobre sí misma en posición fetal, cerrar los ojos con fuerza para no aceptar la realidad de lo que estaba ocurriendo y rezar por despertar de aquella horrible pesadilla.

Dicho eso, ni por asomo iba a sentarse tranquilamente a la mesa de la cocina de la Casa Llena de Gente Muerta y empezar a diseccionar el diario de un asesino mientras seguía rodeada de sus víctimas. Ni pensarlo.

A pesar de su ansia por saber de qué estaba hablando Meg, T.J. aceptó que tenía razón en querer salir de la casa tan rápido como fuera posible. Así que, después de una pequeña incursión en la cocina para buscar y encontrar una linterna y unas pilas, Meg y T.J. pusieron tierra de por medio y abandonaron la casa de los Taylor todo lo rápido que les permitió el clima y la penumbra del anochecer.

Tras cruzar el istmo traicionero, T.J. comenzó a ascender la escalinata hacia White Rock House, pero Meg lo detuvo.

—¿Qué? —preguntó él, alumbrándole el rostro con la linterna. Meg pudo ver las gotas de lluvia atravesando el haz de luz.

—No podemos volver —dijo, entrecerrando los ojos ante la luz—. Todavía no.

T.J. soltó un sonoro suspiro.

—¿Por qué?

—Porque —respondió, dirigiendo una mirada cargada de significado hacia la casa— el asesino… podría estar ahí. —Estuvo a punto de utilizar el presente: «está ahí», pero decidió no hacerlo para evitar la sensación de pánico que esa frase produciría, especialmente en su propio ánimo. Tenía miedo de las consecuencias de su descubrimiento y necesitaba conocer la opinión de T.J. al respecto antes de llegar a ninguna conclusión.

T.J. pareció comprenderla.

—Vale —dijo, con tono calmado—. Vamos a la caseta del embarcadero.

Tomaron la ruta corta que iba por la playa y entre los árboles hasta la caseta. Con el sol ya desaparecido por completo, más allá del horizonte, había vuelto el frío gélido y, aunque la caseta ofrecía un cierto alivio contra la incesante llovizna, Meg seguía temblando cuando T.J. y ella se acurrucaron con la linterna.

—Suéltalo —le dijo T.J., sin rodeos.

Meg percibió la tensión en su voz.

—Esta mañana he encontrado esto. —Se llevó la mano al bolsillo y sacó el diario.

—¿Dónde?

—En mi habitación. Creía que era el mío, pero… no lo es. —Abrió el cuaderno por la primera página y lo sostuvo ante la luz.

—¿Este cuaderno es tuyo? —leyó T.J., en voz alta—: ¿No? «Entonces deja de leerlo. Ahora». —Levantó la mirada hacia ella y, a pesar del agotamiento y el estrés, le dirigió una media sonrisa—. Seguro que seguiste leyendo.

—Muy gracioso —repuso Meg. El hecho de que él pudiera aún tener ánimos de decir algo divertido en la situación en la que se encontraban reforzó su valor—. Pero la cosa se vuelve todavía más extraña. —Pasó dos páginas y le mostró el punto en que la cita aparecía copiada en el centro de la hoja.

—Y el día de su perdición se aproxima. —T.J. la miró de nuevo—. El poema que recitaste en la casa de los Taylor, ¿verdad? ¿Cómo encaja con todo lo demás?

—Es una cita de la Biblia que comienza con: «Mía es la venganza».

Aunque estaban en penumbra, Meg pudo ver que los ojos de T.J. se abrían como platos.

—El vídeo.

—Sí.

—Mierda.

—Lo sé.

—Entonces, quienquiera que esté detrás de nosotros, ¿escribió esto?

Meg se mordió el labio.

—Ehh…

—¿Qué?

Resultaba demasiado imposible, demasiado estrafalario para creerlo. No había opción de que Claire fuera la asesina, puesto que llevaba tres meses muerta. Y, sin embargo, todo apuntaba en esa dirección. Uff. Meg no podía confiar en su propio instinto. Necesitaba la opinión imparcial de T.J.

—Léelo tú mismo.

—Bien. —T.J. abrió el cuaderno en sus manos. Lo acercó a la luz para examinar las tapas y luego lo abrió por la primera anotación. Meg permaneció sentada en silencio a su lado, mientras él leía las primeras páginas. Lo detuvo en el punto en el que algunas hojas habían sido arrancadas, cubriendo la foto de Claire con su mano y arrebatándole el diario. No quería que la viera. Todavía no.

—De acuerdo —dijo T.J.—. Esta chica tenía varios problemas que necesitaba resolver. ¿Qué tiene eso que ver con nosotros?

—¿No lo ves? —le preguntó—. Es como una lista de víctimas. La cantante. La traidora con dos caras. El chico rompecorazones.

—Mira —le cortó el otro—. Sé que antes estábamos hablando teóricamente, pero la muerte de Vivian tuvo que ser un accidente. Tú casi te caíste justo en el mismo lugar.

—¡T.J.! —Meg perdió la paciencia—. Los dos vimos que la barandilla estaba cortada. No fue un accidente.

T.J. no se quedó convencido:

—Podría haberlo sido.

—Pero no lo fue —insistió Meg, con la boca seca—. Escucha, Lori era cantante.

—Sí.

Meg miró fijamente la oscuridad que los envolvía.

—Y, definitivamente, Vivian era un mal bicho, e incluso Lori llegó a decir que sería capaz de matar a su propia madre si así conseguía la mejor nota o ganaba alguna competición. Y ¿no te acuerdas de lo que dijo Nathan durante la cena? ¿Aquello de haber engañado a una pobre chica para que le ayudase a aprobar álgebra?

—¿Y? —Estaba claro que T.J. no había llegado a las mismas conclusiones que ella.

—¿No lo entiendes? —dijo Meg. ¿Por qué se mostraba tan obtuso?—. Lori era cantante. El diario habla de una cantante que le arrebató el papel de solista a la autora.

—Vale —aceptó T.J. de mala gana.

—Y a Lori la estrangularon. Con un nudo corredizo que le rompió las cuerdas vocales.

—Eso solo es una coincidencia.

—¿Sí? ¿Fue una coincidencia que su nota de suicidio estuviera escrita en la partitura de su canción en su último concierto?

—Ehh… —T.J. se mordió el labio—. ¿Qué más?

—Luego Vivian —continuó Meg, a toda prisa, como si temiera olvidarse de lo que quería decir antes de llegar al final—. Un auténtico fastidio y completamente egoísta.

—Ey —sonrió T.J.—. No te cortes.

Meg frunció el ceño.

—¿Has acabado?

—Puede.

—No es el momento más oportuno para sarcasmos.

—Estás guapísima cuando te enfadas.

Meg puso los ojos en blanco.

—¡Venga! Esto es importante.

T.J. se echó hacia atrás y cruzó las piernas.

—Vale, vale. Sigue.

—El diario habla de alguien que le dio a la autora una puñalada trapera y la echó del equipo de debate. ¿Y casualmente a Vivian la empalaron por la espalda? —No esperó a que T.J. respondiera—. Después, Nathan. El rompecorazones. La autora del diario dijo que esperaba que el chico que le había roto el corazón sufriera el mismo destino. Y a Nathan le han disparado en el corazón.

T.J. negó con la cabeza.

—Pero en el diario la autora y El Chico son muy felices. No se menciona para nada que él sea un rompecorazones.

Eso era cierto, Meg no podía negarlo. Pero si «El Chico» y Nathan eran la misma persona, el diario relataría la misma historia que Nathan había contado en la cena, la de que había engañado a una pobre chica para que le ayudase a copiar en el examen de álgebra haciéndole creer que estaba enamorado de ella.

Solo había una forma de averiguarlo. Meg fue a la siguiente anotación y comenzó a leer en voz alta:

Esto no puede estar pasando. Ha sido ella, sé que ha sido ella. La zorra que me apuñaló por la espalda debe haberle dicho algo.

Ayer tuvimos el gran examen, el examen que tanto habíamos preparado. Hice algo que no debería haber hecho, pero solo quería que él aprobase, ¿entiendes? Anoche le envié un mensaje de texto preguntándole cómo creía que le había salido. No respondió, así que lo llamé y no respondió al teléfono. Después de eso, hoy no lo he visto por ninguna parte, pero me he encontrado a su mejor amigo y le he dicho que quería hablar con él y que si El Chico podría venir cuando terminasen las clases al sitio de siempre. Su amigo hizo un gesto con la cabeza como para decir que sí, pero ni siquiera me miró a la cara. Y después de clase… El Chico no apareció.

Meg tragó saliva, tratando de controlar la emoción que dominaba su voz. Podía sentir el dolor que emanaba de aquella página. El tono de aquellas palabras era desesperado. La caligrafía era cada vez más y más errática a medida que el texto avanzaba, de manera que en la última línea las palabras se juntaban unas con otras y las letras resultaban casi ininteligibles. Daba la impresión de que aquel fragmento había sido escrito durante un ataque de auténtica desesperanza.

Se me está rompiendo el corazón. ¡¡¡Siento como si me lo hubieran arrebatado todo!!! Apuesto a que su mejor amigo no le dijo que le estaba esperando. Idiota. Alguien debería darle bien fuerte en la cabeza. Tiene que ser eso lo que ha pasado. Él no me habría dejado tirada.

Él no lo haría si supiera el daño que me estaba haciendo. ¿Sabe cómo me siento? ¿Sabe lo que se siente cuando te arrancan el corazón del pecho? Ojalá alguien le hiciese ver cómo duele.