Fue necesaria la participación de todos para trasladar el cuerpo de Lori a la planta baja de White Rock House. La cuerda estaba enrollada en las vigas más altas de la torre, y tenía un extremo atado firmemente al pasamanos de las escaleras que llevaban a la buhardilla. Era un nudo marinero, y a Meg le sorprendió que Lori hubiera sido capaz de asegurar el nudo y de enrollar la cuerda en las vigas mientras estaba sumida en lo que sin duda debía haber sido un estado de ánimo de auténtica angustia.
Los chicos descolgaron poco a poco el cadáver, mientras Meg y Kumiko esperaban a los pies de la escalera. Meg había encontrado en un armario unas sábanas con las que podrían envolver el cuerpo y, con la ayuda de Kumiko, extendió una en el suelo mientras el cadáver descendía hacia ellas.
El horror del suicidio de Lori no era nada comparado con la visión de su cuerpo siendo descolgado desde lo alto. Se movía y se balanceaba como una marioneta rígida y grotesca, mientras los chicos se esforzaban por controlar su peso. La oscura figura se fue haciendo más y más grande a medida que se acercaba, con su melena revuelta colgando a ambos lados de su cara. Las vigas crujían y protestaban con cada giro del cadáver, primero hacia la izquierda, para luego volver a la posición inicial con rapidez antes de girar de nuevo.
Meg sintió que se le formaba un nudo en el estómago cuando sintió los pies de Lori justo encima de su cabeza. Se fue hacia atrás y bajó la mirada para no ver otra vez el rostro violáceo y los ojos sin vida. Apartó la vista hasta que oyó el sonido que producía el cuerpo al tocar el suelo.
En lo alto de la torre, los chicos percibieron el cambio en el peso y soltaron la cuerda, dejándola caer entre sus manos. De golpe, el cadáver se derrumbó, inerte y rígido. Meg y Kumiko se apartaron al ver que la cuerda iba a caerles encima.
—¡Perdón! —gritó Ben desde arriba—. ¿Estáis bien?
—Sí —respondió Kumiko—. Estamos bien.
Todos estamos bien, excepto la muerta, pensó Meg mientras extendía una segunda sábana para cubrir a Lori.
Se había quedado boca abajo, con el brazo izquierdo tapado por el resto del cuerpo y el derecho torcido de forma antinatural a la altura del hombro. Parecía una muñeca que alguien hubiera roto en varios trozos para luego volver a colocarlos al revés. El nudo corredizo seguía en su cuello y la cuerda había caído sobre el cadáver formando círculos.
Meg colocó la sábana sobre Lori. A continuación, Kumiko y ella doblaron la sábana por los extremos, hasta que quedó como una especie de bulto momificado.
Ben, Gunner y T.J. se reunieron con ellas, seguidos por Nathan.
—¿Deberíamos decir alguna oración? —preguntó—. Creo que sería lo mejor.
—¿Sabes alguna? —le preguntó Kumiko.
—Eh… —Nathan se rio—. No.
—Estamos aquí para decir adiós a Lori Nguyen —dijo Kenny, desde lo alto del primer tramo de escaleras. Se había hecho cargo del duelo—. Nunca más la veremos sonreír. Nunca más escucharemos su voz. Desearía… —se interrumpió, ahogando el llanto. Hizo una pausa y se pasó el dorso de la mano por los ojos—. Desearía que hubiéramos llegado a conocernos mejor. Podríamos haber sido…
Su voz se apagó. Meg vio que Nathan se movía incómodo, cambiaba el peso de su cuerpo de un pie a otro mientras miraba a su amigo sin decir nada.
—Bueno, quienquiera que haya hecho esto, quienquiera que lo haya causado… —siguió Kenny después de un momento—. Lo va a pagar.
Meg hizo una mueca. Era la segunda vez en menos de un día que alguien mencionaba el deseo de venganza. Como si en aquella casa hubiera una extraña vibración. Meg comprendía que Kenny estaba destrozado, pero ¿no podía aceptar el hecho de que Lori se había suicidado en lugar de buscar un culpable?
Vivian asomó la cabeza por la puerta del estudio.
—Deberíamos ponerla aquí. Así no tendremos que verla al pasar por ahí.
—¿De verdad esta chica es tan boba? —dijo Meg en un susurro.
—Eso parece —contestó T.J.
Kenny agarró el cuerpo de Lori por la cabeza, Gunner y T.J. se encargaron de las piernas y Nathan sostuvo el tronco mientras Vivian los guiaba y les echaba una retahíla de indicaciones:
—No tiréis la lámpara. Cuidado con la cabeza. Estáis demasiado cerca de la mesa. No, al otro lado.
A Meg le llamaba la atención su energía. Era negativa e inútil, como si su único objetivo fuera estar al mando, pero aún así parecía inagotable.
—¿Ya no está?
Todos se dieron la vuelta. Minnie estaba en el penúltimo peldaño de la escalera. Mientras que los demás seguían con el pijama, con abrigos y sudaderas encima para combatir el frío, Minnie estaba totalmente vestida, con vaqueros y zapatos de plataforma y un jersey de cachemira de manga larga. Parecía haberse recuperado después de la búsqueda frenética en la habitación, pero Meg no pudo evitar estremecerse ante la falta total de empatía de su amiga en una situación como aquella. Kumiko y Gunner intercambiaron una mirada de disgusto, y Meg prácticamente pudo sentir los ojos rabiosos de Kenny taladrando la cabeza de Minnie.
—Su nombre —dijo Kenny, con aquel tono suave que le provocó a Meg un escalofrío en la espalda— era Lori.
—Oh —murmuró Minnie. Pareció mínimamente consciente de su metedura de pata. Al menos eso ya era algo—. Lo siento.
—Bien —intervino T.J., cambiando de tema—. Vamos a sentarnos. Necesitamos decidir qué vamos a hacer ahora.
Meg picoteaba de un pedazo de pan con un poco de mantequilla, que se obligaba a comer. La mayoría de los que estaban reunidos en torno a la mesa del comedor no lo llevaban mucho mejor que ella, pero los trágicos sucesos del día no habían afectado el apetito de Minnie.
—Lo que no entiendo —empezó Ben— es ¿por qué ahora?
T.J. dirigió una mirada a Meg.
—Algo debe haberlo provocado.
—Tal vez —dijo Vivian, con un cabeceo—. Pero ¿por qué ir a una fiesta si estás deprimida y planeas suicidarte?
—Lástima que no fueras tú —murmuró Kumiko en el oído izquierdo de Meg.
—¿Cómo? —preguntó Vivian.
—Nada.
Nathan se encogió de hombros.
—Me parece un lugar tan bueno como cualquier otro. Quiero decir, si es eso lo que te va.
Si es eso lo que te va. Como si el suicidio fuera una peculiaridad. Un defecto de la personalidad.
—Necesitamos decidir qué vamos a hacer ahora —dijo Ben, y acto seguido dio un bocado a un donut. Igual que en el caso de Minnie, la muerte de Lori no había tenido ningún efecto en su apetito. Vaya, formaban la pareja perfecta.
—Puede que haya un generador en la casa —sugirió Nathan.
—Gunner y yo ya lo hemos tratado de encontrar —dijo T.J.—. Cuando buscábamos una cuerda para descolgar el cadáver. Nada.
Nathan se hundió en la silla y masculló:
—Mierda.
—Deberíamos esperar a que llegue Jessica —declaró Vivian—. Entonces podremos pedirle a los del ferry que avisen a la Policía.
Una brutal ráfaga de viento sacudió la casa, que tembló desde los cimientos.
—Creo —dijo T.J. después de una pausa— que tenemos que afrontar la posibilidad de que Jessica no venga.
—¿Qué? —preguntó Minnie, con la boca llena de bagel—. ¿A qué te refieres con eso de que no venga? —Dejó caer el trozo de bollo masticado en su plato—. Tiene que venir. Tiene que hacerlo. Meg, tiene que hacerlo. Lo prometiste.
A Meg ya le estaba costando mantener su propio miedo bajo control, así que la idea de calmar a Minnie era como intentar escalar el Everest descalza.
Afortunadamente, Ben se le adelantó:
—Todo irá bien —dijo, y posó su mano sobre la de Minnie.
—Está la caseta del embarcadero —añadió Gunner. Eso fue todo, no dijo nada más.
—Buah, gracias por tu observación —dijo Vivian.
Kumiko salió en defensa de Gunner:
—¿Ah, sí, Señorita Ideas Brillantes? Si hay una caseta en el embarcadero, es probable que dentro haya una embarcación. Y si la hay, puede que tenga radio.
—¿Radio? —Meg se puso en pie de un salto.
—Sí —dijo T.J.—. Todos los barcos tienen radio VHF.
—¿Sabes cómo funciona?
T.J. asintió.
—Mi tío tiene un barco de pesca. He pasado varios veranos trabajando para él.
Meg miró a Minnie. Su estado de ánimo parecía haber mejorado desde que habían metido el cadáver de Lori en el estudio, pero ¿cuánto duraría? Sin sus pastillas para la depresión y la ansiedad, solo era cuestión de tiempo que sufriera un ataque serio. Como Chernóbil de serio. Tenía que evitarlo. A cualquier precio.
T.J. parecía ansioso por comprobar si había una radio.
—Vamos a ver.
—¿Todos? —preguntó Minnie, dirigiendo la mirada hacia la tormenta que había en el exterior.
—No. —T.J. le guiñó un ojo a Meg—. Solo me llevaré conmigo a Meg.
—Oh —musitó Minnie, clavando sus ojos en el vacío, sin mirar ni a T.J. ni a Meg.
Vaya. Incluso con Ben allí delante, Minnie seguía mostrándose posesiva con T.J. Una prueba más de que Meg tenía que superar sus sentimientos hacia él.
Sin embargo, quedó claro que en esta ocasión T.J. no podía leerle el pensamiento.
—Venga, Meg —dijo—. Ponte el impermeable y vamos.