DOCE

—¿Qué ha pasado? —dijo Vivian—. Si funcionaba…

—Prueba a actualizar —sugirió Kumiko.

Meg ya se había adelantado a su sugerencia, pero cada vez que pulsaba el icono de actualizar obtenía el mismo resultado: NO HAY NINGUNA CONEXIÓN DISPONIBLE.

—Se ha perdido la señal —dijo Meg—. Lo siento mucho.

—No es culpa tuya —la tranquilizó T.J.—. Ni siquiera se nos habría ocurrido de no ser por ti.

—Eh, déjame intentarlo —dijo Nathan. Meg se hizo a un lado y Nathan empezó a abrir ventanas de redes disponibles y herramientas de diagnóstico de conexión que ella ni sabía que existían—. A veces resulta complicado mantener una conexión. Si esta funciona, lo descubriré.

Meg no tenía muchas esperanzas, pero apreciaba el entusiasmo de Nathan.

—Os dije que no funcionaría —masculló Vivian. Se sentó en el banco de la ventana y cruzó los brazos sobre el pecho.

—Eres una sabelotodo —le soltó Kumiko.

Vivian la miró levantando la barbilla en un gesto de desaire y dijo:

—Bueno, alguien tiene que ser la voz de la razón, ¿no?

—¿Te crees que eres la única aquí que tiene cerebro? —Kumiko estaba furiosa—. Al menos Meg ha tenido una buena idea y estaba intentando ser útil. Tú lo único que has hecho es ir de jefa y creerte que eso te hace ser superior a los demás. Deja de dártelas de guay.

Vivian se incorporó lentamente, manteniendo la cabeza erguida.

—Por lo menos yo no me paso el fin de semana actuando como una guarra.

—¿Qué quieres decir?

—¿Acaba de llamarte «puta»? —dijo Gunner.

—Lo que quiero decir es —dijo Vivian, cruzando de nuevo los brazos— que si vosotros dos no os hubierais escabullido por ahí…

—Nadie se ha escabullido —repuso Gunner, pronunciando las palabras lentamente—. T.J. se ofreció a dormir en el sofá.

Meg ladeó la cabeza. ¿T.J. había dormido en la sala de estar? Juraría que él había sido el primero en llegar a las escaleras después de que ella descubriera el cuerpo de Lori.

—Solo estoy diciendo —prosiguió Vivian— que si anoche hubieras dormido en tu habitación quizá Lori no estaría muerta.

—¡Esto es el colmo! —Kumiko se lanzó a por Vivian, pero T.J. se interpuso entre ellas.

—Vale, ya está bien —dijo—. Pelearnos no nos servirá de nada. Tenemos que decidir qué vamos a hacer. —Luego se giró hacia Nathan—. ¿Has conseguido algo?

—No. —Nathan cerró la tapa del portátil de Meg, se levantó y tiró del cable de red, que salía de detrás de la estantería que había en el rincón, junto a la ventana—. Parece que atraviesa la pared. —Sin decir nada más, echó a correr hacia la cocina.

—¿Qué pasa ahora? —dijo Vivian.

Oyeron abrirse la puerta del patio y, a través de la ventana, Meg vio a Nathan asomando la cabeza hacia la parte trasera de la casa. Se detuvo un instante y luego salió disparado bajo la lluvia.

Seis cuerpos se agolparon sobre el banco de la ventana y miraron hacia el exterior. La lluvia golpeaba el cristal y convertía el paisaje en una mancha impresionista y confusa. Al ver la silueta borrosa de Nathan recogiendo algo del suelo embarrado, Meg pensó en las imágenes producidas por un caleidoscopio.

—¿Qué es eso? —gritó Vivian, apretando su cara contra el cristal—. ¿Qué es lo que ha recogido del suelo?

Meg distinguió algo amarillo en la mano de Nathan y contuvo el aliento. El cable de red.

Nathan se quedó quieto un instante. Meg lo observó mientras alzaba la mirada hacia el tejado y luego se giraba y regresaba corriendo a la casa.

Sin pronunciar palabra, todos se apresuraron hacia la cocina.

—¿Y bien? —preguntó Vivian—. ¿Qué ha ocurrido?

T.J. le pasó una toalla a Nathan y este empezó a secarse la cara y las manos.

—Nada. No hay solución.

—¿En serio? —preguntó Kenny.

—Lo siento, colega. Parece que algo ha partido el cable por la mitad. Habrá sido una rama o algo que ha empujado hasta aquí el viento. Está totalmente inservible.

—¿No podemos conectar el ordenador directamente a una antena? —preguntó Vivian.

Nathan sacudió la cabeza y varias gotas de agua salieron despedidas de su cabello.

—¿Vas a subirte tú al tejado para hacerlo? —Vivian apretó los labios.

—¿Crees que me subiría ahí arriba?

—No, desde luego que no. Diría que estamos bien jodidos.

Sí que lo estaban. Sin teléfono y sin Internet. Y la ciudad más próxima estaba al otro lado del canal. Meg pensó en las luces de las casas de Roche Harbor que había visto desde la ventana de la buhardilla.

Luces a lo lejos. ¿Cómo podía haberse olvidado?

—¡La casa de los Taylor! —gritó.

Vivian la miró enfurecida.

—¿Quién?

—La casa que hay al otro lado de la isla —explicó Meg—. Puede que ellos tengan teléfono.

—¡Claro! —exclamó Kumiko—. Anoche estaban celebrando una fiesta.

—Hace un tiempo horrible —dijo Nathan, mientras se escurría la camiseta—. ¿Creéis que podremos llegar hasta ahí?

—Gunner y yo podemos intentarlo —dijo T.J.

—Vamos. —Gunner salió disparado hacia el vestíbulo, con T.J. pisándole los talones.

Todos los siguieron. Los dos chicos se pusieron unos chubasqueros y Meg abrió la puerta principal. En el patio, la lluvia caía como una cortina de agua, era tan espesa que ocultaba la casa de los Taylor. Aparecía y desaparecía entre las ráfagas de viento, como si estuviera en el umbral de otra dimensión.

—¿Estáis seguros de que no hay peligro? —preguntó. En su cabeza surgió la imagen de una ola gigantesca arrastrando a T.J. y a Gunner hacia mar abierto y su estómago se encogió.

T.J. tiró de la capucha para cubrirse por la cabeza.

—Tenemos la pasarela. Nos agarraremos bien y no nos soltaremos. No pasará nada.

Nathan se colocó detrás de Meg y abrió la puerta del todo.

—Colega —dijo, y señaló hacia el istmo—. Me parece a mí que no.

Meg vio el mar agitado. Una ola feroz estalló contra la estrecha franja de tierra, que desapareció momentáneamente. Luego el agua se retiró y el istmo emergió de nuevo a la superficie. Meg aguantó la respiración.

—La plataforma ya no está.

—Mierda —soltó T.J. Se abrió paso hasta el porche para poder ver mejor.

—Eso no es nada bueno —murmuró Kumiko.

T.J. se dio la vuelta, volvió a entrar en la casa y se quitó el chubasquero amarillo.

—Ha desaparecido por completo —dijo—. La tormenta debe de haberla destrozado.

Vivian asomó la cabeza al exterior:

—Podéis cruzar sin ella, ¿verdad? Las olas no son tan grandes.

—¿Estás loca? —le soltó Kumiko, y tiró de Vivian hacia dentro—. Sin la plataforma, incluso una ola pequeña te arrastraría.

—Pero no podemos quedarnos aquí sentados.

—Entonces, inténtalo tú —dijo Kumiko, cruzando los brazos sobre el pecho en un gesto de desafío—. Anda, atrévete. Yo me quedo mirando desde aquí arriba.

—Kumiko tiene razón —dijo Kenny, con la voz calmada—. No hay posibilidad de pasar al otro lado.

Los ojos de Vivian parecían a punto de salirse de sus órbitas.

—¿Queréis decir que estamos atrapados?

—Por lo menos hasta que amaine la tormenta —asintió T.J.

Meg contempló la lluvia. Una pequeña tregua dejó a la vista la casa de los Taylor, más allá del istmo. Parecía tan próxima, tan reconfortante, y, sin embargo, no podían llegar hasta ella. Cerró la puerta y apoyó la frente contra ella. Ninguna de sus ideas había dado resultado. Estaban atrapados.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Kumiko, y le dio la mano a Gunner.

—Deberíamos descolgarla —dijo Kenny. No era una pregunta, y aunque su voz era suave, apenas un susurro, Meg tuvo la clara impresión de que estaba intentando controlar su dolor. No quería ver cómo el chico se derrumbaba.

Sin embargo, a Vivian no le importaba lo más mínimo llevarle la contraria a Kenny.

—¿Descolgarla? ¿Has perdido el juicio? Eso es el escenario de un crimen. La Policía tendría que realizar una investigación.

—Por lo que sé, el suicidio no se considera un crimen —dijo Kumiko.

Kenny se mostró firme:

—No podemos dejarla ahí.

—¿Por qué no? —preguntó Vivian.

—Es irrespetuoso.

—Sería irrespetuoso moverla. Y ¿si destruimos alguna pista?

—Tranquilízate, agente de CSI —le soltó Kumiko.

Meg pensó en Minnie, hecha un ovillo en el suelo de la buhardilla. A pesar de que coincidía con Vivian, en aquella situación, sin forma de ponerse en contacto con la Policía y sin tener la menor idea de cuándo llegaría Jessica, le resultaba demasiado horrible dejar el cadáver de Lori allí colgado. ¿Y si se quedaban encerrados en la isla hasta el lunes?

—Estoy de acuerdo con Kenny —dijo—. Creo que deberíamos bajarla.

T.J. asintió.

—Yo también. ¿Alguien más se opone?

Nathan, Gunner y Kumiko negaron con la cabeza.

—Bien —dijo Vivian. Su rostro había enrojecido de rabia—. Pero no asumo ninguna responsabilidad. Si la Policía me pregunta, les diré que fue idea vuestra y que intenté deteneros. Todos vosotros os vais a meter en un lío. Yo no —dijo y desapareció por el pasillo.

—Si cada vez que no se le hace caso se larga —comentó Kumiko, con una sonrisa—, ¿tengo vuestro permiso para llevarle la contraria en todo lo que diga?

—No creo que nadie vaya a oponerse —contestó Meg.

—Y ahora ¿qué? —preguntó Gunner.

T.J. miró a Meg.

—¿De verdad crees que debemos bajarla?

Aunque se había hecho con el liderazgo del grupo, parecía interesado por su opinión. Meg no estaba segura del motivo, pero le gustaba esa situación. Y al mismo tiempo que experimentaba una breve sensación de pánico al darse cuenta de que todo el mundo aguardaba su respuesta, se sentía excitada ante la idea de que a T.J. le importase saber lo que ella pensaba.

Tragó saliva.

—De acuerdo. —No podían dejar a Lori allí colgada. No estaba bien—. Hagámoslo.