—Mi Yasein estaba trabajando para la CIA —explicó la chica llamada Aysha.
Kurtz se sentaba en la mesa de desayuno de la cocina de Arlene. Su secretaria le había explicado a Kurtz entre susurros, en la puerta de entrada, que le había contado a la chica la verdad, o casi, que su prometido murió en un tiroteo en el centro cívico, probablemente mientras trataba de asesinar a una agente de la condicional. No obstante, Arlene le hizo creer a Aysha que fue Peg O’Toole la que respondió a los disparos con mortales consecuencias.
—¿Cómo sabes que trabajaba para la CIA? —dijo Kurtz.
—Me escribió contándomelo. Yasein me escribía todos los días.
—¿Cuando estabas en Canadá?
—Sí. He pasado en Toronto más de dos meses, esperando a que Yasein pudiera traerme a los Estados Unidos de América.
—¿Qué te dijo sobre su trabajo en la CIA?
La chica sorbió de su té. Parecía muy calmada, sus grandes ojos marrones estaban secos, la voz estable.
—¿Qué quiere saber, señor Kurtz?
—¿Te dio algún nombre? ¿Te contó quién le propuso trabajar para la CIA?
—Sí. El nombre en clave de su controlador era Jericó.
—¿Te dijo el nombre real de Jericó?
—No. Estoy segura de que Yasein no lo sabía. Me escribió que todo el mundo en la CIA usaba nombres en clave. El de Yasein era Gorrión.
Kurtz miró a Arlene, que iba ya por su tercer Marlboro.
—¿Cómo contactó Jericó con Yasein por primera vez?
—Fue en un… ¿cuál es la palabra? La habitación en una comisaría de policía donde interrogan a la gente.
—¿Una sala de interrogatorios?
—Sí —dijo Aysha con su agradable acento—. Sala de interrogatorios. El señor Jericó fue a ver a Yasein a la sala de interrogatorios cuando lo arrestaron por ser inmigrante ilegal y posible terrorista. —Dio un sorbo a su té y miró a Arlene—. Mi Yasein no era un terrorista, señora DeMarco.
—Lo sé —dijo Arlene, y le dio a la chica unos golpecitos en el brazo.
Kurtz se frotó la cabeza dolorida y levantó su taza dejando que el vapor del café le tocara el rostro. Se despertó a las cinco con la madre de todos los dolores de cabeza y salió del Harbor Inn antes de que se presentara la poli. Una llamada anónima al centro médico de Erie no le ayudó a saber siquiera si Rigby estaba viva. Le preguntaron repetidas veces si era de la familia e intentaron que no colgara; Kurtz dejó la cabina a toda prisa.
—¿Llevaron a Yasein a la comisaría de policía de Búfalo o a un edificio federal? —preguntó Kurtz.
—Era, como usted dice, federal —respondió Aysha con cautela—. Me escribió que la gente que lo detuvo era de Seguridad Nacional.
—¿Del FBI?
La guapa joven frunció el ceño.
—No lo creo. Pero mi Yasein no estaba orgulloso de haber sido detenido, así que no compartió demasiados detalles.
—Pero ese Jericó de la CIA habló con él mientras estaba bajo custodia en el centro de justicia o en la comisaría de policía de Búfalo.
—Eso creo, sí. Yasein escribió para decirme que estuvo muy asustado, le arrestaron de camino a casa desde el trabajo, cuatro hombres, le pusieron una bolsa negra en la cabeza y le condujeron al centro donde fue interrogado. Me escribió que olía como un edificio grande, con el garaje en el sótano, un… ¿cómo llaman a un ascensor muy rápido y directo?
—¿Un ascensor exprés? —dijo Arlene.
—Sí, gracias. Tomaron el ascensor exprés al sótano. Las manos de mi Yasein estaban esposadas a su espalda y tenía una bolsa negra en la cabeza, pero era capaz de oír. Y de oler. Era un edificio alto, al menos de veinte plantas de alto, con muchas oficinas y ordenadores. Varios hombres de Seguridad Nacional le interrogaron durante dos días y dos noches.
—¿Lo tuvieron en una celda? —preguntó Kurtz—. ¿Junto con otros detenidos o prisioneros?
—No. Me dijo que lo tuvieron en una pequeña habitación con un colchón. Tenía lavabo pero no retrete. Estaba muy avergonzado de haber tenido que… ¿cómo lo dicen? ¿Orinar?
—Sí —dijo Arlene.
—De haber tenido que orinar en el lavabo la tercera mañana, cuando vinieron a por él más tarde de lo normal. Ahí fue cuando conoció a ese hombre de la CIA, el señor Jericó.
—¿No le describió a ese Jericó? —dijo Kurtz.
—No. —La chica se atrevió con una pequeña sonrisa—. ¿Los espías de la CIA tienen permitido enviar descripciones de sus compañeros agentes por carta?
Kurtz no le devolvió la sonrisa.
—No creo que los agentes de la CIA tengan permitido escribirles cartas a sus prometidas sobre nada de esto, pero ¿quién sabe?
—De hecho —dijo Aysha—. Si su CIA es como nuestro servicio de seguridad estatal de Yemen, ¿quién sabe?
Kurtz se frotó de nuevo la cabeza.
—Pero fue este señor Jericó y la CIA los que proporcionaron a Yasein el dinero para traerte.
—Sí.
—Sin embargo, tuviste que esperar al menos diez semanas en Canadá después de que te trajeran en avión desde Yemen a Toronto.
—Sí, esperé a que Yasein ganara dinero suficiente para pagar a los hombres que me pasarían por la frontera.
—Si fue la CIA, ¿por qué no te trajeron directamente a los Estados Unidos?
—Eso hubiera sido ilegal. Yasein me lo contó después.
Kurtz miró a Arlene y resistió la necesidad de suspirar.
—Pero estaban entrenando a Yasein para matar a una agente de la condicional —replicó.
—Eso me dice usted. Yasein nunca me escribió respecto al nombre o naturaleza de la… ¿operación es la palabra correcta, señora DeMarco, para un plan secreto de la CIA para asesinar a alguien?
—Sí —dijo Arlene.
—Mi Yasein no era un asesino, señor Kurtz. Le entrenaron como mecánico. ¿Le duele esa herida?
—¿Qué? —Kurtz estaba pensando.
—La herida de la cabeza. No fue cosida correctamente y no ha curado bien y el vendaje está mal. ¿Puedo echarle un vistazo?
—Aysha estudió enfermería —le contó Arlene al tiempo que se levantaba para ir a por más té y café para todos.
Kurtz sacudió la cabeza.
—No, gracias. Está bien. ¿Dijo Yasein algo más sobre la CIA o Jericó?
—Solo que dos semanas después de que acordara trabajar para ellos, lo llevaron al cuartel general de la CIA, donde le entrenaron.
—En Langley, Virginia —dijo Kurtz, sorprendido.
—No lo sé. Mi Yasein dice que fue en… ¿cómo llaman a una granja de caballos? Caballos caros, de los que corren en Derby o Kentucky.
—¿Picadero? ¿Una especie de rancho?
—Un rancho no —negó Aysha con el ceño fruncido, buscando la palabra correcta—. Donde hacen la crianza de los caballos caros.
Kurtz no tenía ni idea de a lo que se refería. Bebió más café y cerró los ojos por el dolor de cabeza.
—Una granja de sementales —dijo Arlene.
—Sí. Enseñaron a Yasein a disparar armas de fuego y hacer otras cosas de la CIA en una granja de sementales en el campo. Varios hombres, todos con nombres en clave, le entrenaron en un fin de semana de tres días, porque era el día del Trabajo. Tuvo que pasar un examen antes de que le permitieran regresar a Búfalo y a su trabajo.
—¿Cómo llegó a esa granja de sementales? —preguntó Kurtz—. ¿Te lo dijo en sus cartas?
—Oh, sí. Decía que voló en un jet privado de la CIA. Yasein estaba muy impresionado.
—Igual que yo —dijo Kurtz.
Aysha se fue a su habitación y Kurtz y Arlene hablaron en la pequeña y ordenada sala de estar.
—Quiero que cojas a la chica y la lleves a casa de Gail esta tarde, cuando yo me vaya —le pidió Kurtz.
—¿Hay alguien tras nosotros, Joe?
—Tal vez.
—¿El hombre quemado?
—Probablemente, pero tengo el pálpito de que no se va a presentar hoy. No obstante, quédate en casa de Gail mañana hasta que yo llame o aparezca.
Arlene asintió.
—¿Qué piensas de toda esa historia de Aysha sobre la CIA?
—Bueno, es absurda —opinó Kurtz—. Pero encaja, de una manera extraña.
—¿Y cómo es eso?
Sacudió la cabeza. No quería contarle a Arlene lo de la noche anterior. Todavía no. Con suerte nunca. Leyó un ejemplar del Buffalo News, incluso puso las noticias locales en la televisión cuando llegó, pero no hubo mención del derramamiento de sangre, el incendio y el embrollo de la noche anterior en Neola.
Increíble que puedan encubrir esto, pensó. Debe de estar involucrada la CIA o Seguridad Nacional o alguna otra agencia federal. O eso o las autoridades locales se lo han callado.
Pero ¿para qué entrenar a un inmigrante ilegal yemení, a un mecánico, para matar a una agente de la condicional? Si los federales encubrían la operación de drogas y espionaje del mayor, ¿por qué atraer la atención disparando a Peg O’Toole? Nada tenía sentido.
—Nada de esto tiene sentido —dijo Arlene, y echó la ceniza de su cigarrillo en un viejo cenicero relleno de bolitas.
Kurtz se limitó a suspirar. Esperaba que echaran la puerta abajo con un ariete mecánico en cualquier momento y Kemper apareciera con un equipo completo de SWAT.
—Gail llamará desde el hospital cuando sepa algo de la detective King —dijo Arlene como si de nuevo le leyera la mente.
Kurtz le contó lo de Rigby. La cuñada de Arlene, el único medio que tenía para saber si Rigby King estaba viva o muerta, era enfermera de pediatría en el hospital del condado de Erie.
—¿Ibas a llamar hoy al antiguo director? —preguntó Arlene.
—¿A quién? —Kurtz no tenía ni idea de lo que estaba diciendo. Su cabeza parecía un nido de abejas. No sé por qué. He dormido dos horas enteras.
—Al antiguo director del hospital psiquiátrico de Rochester —contestó Arlene con paciencia—. Me pediste que te consiguiera el número de su casa, ¿recuerdas? Vive en Ontario on the Lake. —Le dio un pedazo de papel con un número.
—De acuerdo. ¿Puedo usar el teléfono de la cocina?