43

El Artful Dodger despistó a la ambulancia y el coche de policía en las mojadas calles de Niagara Falls. Lo único que tuvo que hacer fue perderlos de vista y meterse en un callejón entre el Haeberle Plaza y el cementerio Oakwood. Regresó enseguida al centro comercial Rainbow.

Una vez allí, aparcó cerca de la puerta del centro comercial, vigilando la calle y la entrada a la calle Niagara por si volvía la patrulla.

¿De qué coño iba todo aquello? Estaba seguro de que tenía algo que ver con el Buick aparcado allí. Ya se había ido, por supuesto. Sabía desde hacía media hora que algo pasaba con aquel coche; dentro había alguien. Debería haber conducido directamente hacia él y masacrarlo a disparos en cuanto llegó.

Pero ¿qué clase de tipo duro conduce un Buick azul? Es un coche de abuela.

El Dodger esperó quince minutos antes de llamar al Jefe y contarle la situación.

—¿Cogiste el número de matrícula del Buick?

—Claro que sí —dijo el Dodger, y se lo recitó de memoria.

Se produjo una breve pausa mientras el Jefe lo consultaba en su ordenador, base de datos o lo que fuera. El Jefe tenía acceso a todo, a cualquier cosa.

—La señora Arlene DeMarco —dijo el hombre al teléfono. Le dijo una dirección en Cheektowaga.

El nombre no significaba nada para el Dodger.

—La secretaria del investigador privado —matizó el Jefe—. La secretaria de Kurtz.

El Dodger había dejado el centro comercial y conducía hacia la autopista, pero tuvo que parpadear ante los puntos rojos que aparecieron en su visión cuando el Jefe dijo el nombre de Kurtz. Ese cabrón tiene que morir.

—¿Quiere que vaya ahora a Cheektowaga? —trató de asegurarse el Dodger—. ¿Recupero el paquete y saldo las cuentas con la señora Arlene DeMarco? Tal vez Kurtz esté allí y pueda liquidar todas las cuentas pendientes.

El Jefe permaneció en silencio durante un minuto, era obvio que valorando sus opciones.

—No, está bien —dijo el Jefe al fin—. Es tu cumpleaños y tienes un largo camino por delante. Tómate el día libre. Lidiaremos con esto el martes.

—¿Está seguro? —dijo el Dodger. Conducía con la Beretta con silenciador en el regazo. Era como una erección de acero azul—. Cheektowaga me coge de camino para salir de la ciudad —añadió.

El Jefe guardó silencio otros pocos segundos.

—No, sigue adelante —dijo la tranquila voz—. Todo funcionará mejor si esperamos un día.

—De acuerdo —aceptó finalmente el Dodger, dándose cuenta de lo cansado que estaba. Y era verdad que tenía un largo viaje por delante. Y mucho que hacer cuando llegara—. Le llamaré el martes por la mañana. ¿Quiere que vaya directo a Cheektowaga entonces?

—Sí, eso estaría bien. Llámame cuando estés cerca del aeropuerto, antes de las siete de la mañana, ¿de acuerdo? Tenemos que visitar a esas mujeres antes de que DeMarco se vaya a trabajar.

—De acuerdo —dijo el Dodger—. ¿Algo más?

—Pasa un buen cumpleaños, Sean —le deseó el Jefe.