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El Dodger se detuvo en la linde del bosque y luego dio un paso atrás hacia los árboles cuando escuchó el familiar sonido del motor del Huey y sus rotores. Otra vez los malditos sensores de perímetro.

Había visto al hombre y la mujer entrar en Nube Nueve y los acechó mientras cruzaban el bosque. Llegó a montar el silenciador en la Beretta y a acercarse a ellos cuando se sentaron a hablar en la hierba. Había algo raro entre los dos, parecía como si la mujer de tetas grandes y pelo corto quisiera follar y el hombre llamado Kurtz no. Aquel era un concepto nuevo para el Dodger. A menos que Kurtz estuviera agotado de la noche anterior con la Farino.

Habían estado en la chabola. Aquello irritó al Dodger hasta el punto de que adoptó la firme intención de disfrutar con placer de la acción de dispararles a los dos. Usaría más balas de las necesarias. Alteraría un poco la estética del uso que pretendía darles, pero eso no era tan importante como deshacerse de la desacostumbrada ira que sentía.

Los colocaré en la parte de arriba, pensó mientras se situaba sigilosamente tras la casa de la risa, a la distancia adecuada para darle buena utilidad a la Beretta. Sostenía el arma con ambas manos, con la palma bajo el mango, tal como le habían enseñado, lista para levantarla y apuntar con el brazo rígido; primero el hombre, luego la mujer. Dispararía al cuerpo para tirarlos al suelo, pero nunca al corazón. Luego en los brazos y las piernas. Era muy amable de su parte haber venido hasta aquí.

Entonces, el viento movió un condenado pedazo de madera que hizo un ruido cerca de él y el Dodger se vio obligado a quedarse quieto e inclinar el cuerpo hacia atrás, sin ni siquiera atreverse a respirar. Cuando se sintió preparado para volver a moverse, la pareja se marchó de allí y comenzó a ascender la colina siguiendo las vías de tren.

Acortó camino por la cima del monte, apresurándose hacia el gran roble cercano a la linde del bosque. Su masa le ocultó cuando el hombre y la mujer penetraron en campo abierto siguiendo la vía. Tenía una oportunidad clara de disparo a no más de quince metros. A medida que su enojo se iba desvaneciendo, consideró la idea de dispararle al hombre en la cabeza para así reservar las balas para la mujer. No porque fuera una mujer hermosa, al Dodger eso le resultaba indiferente, sino porque le daba la sensación de que el hombre era el más peligroso de los dos. Siempre era conveniente eliminar primero a la amenaza principal, tal como le había enseñado el jefe. Siempre. No lo dudes.

Pero había dudado, y ahora ya era demasiado tarde.

El maldito helicóptero. El mismo maldito viejo Huey que el mayor llevaba usando más de treinta años.

El Dodger observó a los cuatro hombres vietnamitas esposar a Kurtz y la mujer y subirlos al helicóptero. Entonces volvió a desaparecer en el bosque mientras el Huey ascendía y volaba hacia el norte, aplanando un diámetro de hierba de veinte metros a su alrededor.

Se alegró de haber escondido la furgoneta de los bichos entre la espesura, donde no podía ser vista desde el aire. Extrajo el silenciador, deslizó de nuevo la Beretta en su funda, se detuvo un instante en la chabola y volvió de inmediato a la furgoneta.