Ésta es una novela que nunca quise escribir.
Cuando hace ya casi veinte años concluí Tuareg consideré, en buena lógica, que era aquélla una historia que no ofrecía posibilidad alguna de continuidad, puesto que su protagonista, Gacel Sayah, había muerto.
Quizá tuve razones más que sobradas para arrepentirme de haber permitido que lo mataran, ya que Tuareg se convirtió con el tiempo en mi novela de más éxito, la que más ediciones ha alcanzado, a más idiomas se ha traducido y más satisfacciones de índole personal me ha proporcionado.
Es, a mi modo de ver, mi única obra literaria digna de ser tenida en cuenta, y que tal vez, con un poco de suerte, siga estando vigente tras mi muerte.
Cuando a un escritor le sale algo bien, no debe molestarse en tratar de analizar las razones de ese triunfo, ni mucho menos pretender aplicar la misma fórmula en busca de un nuevo éxito a través de un camino ya trillado, puesto que corre el riesgo de repetirse a sí mismo y el lector lo advierte de inmediato y lo rechaza.
Por ello, jamás se me pasó por la mente la idea de volver sobre el tema de los tuaregs.
Sin embargo, una serie de sorprendentes acontecimientos que ocurrieron no hace mucho en el corazón del Sáhara, y que tuvieron como origen una famosa prueba deportiva, llamaron mi atención hasta el punto de que el espíritu periodístico que aún queda en mí, recuerdo de viejos tiempos ya olvidados, me impulsó a intentar denunciar las infinitas injusticias y arbitrariedades a que se está sometiendo en estos momentos a uno de los pueblos más nobles y míticos del planeta.
Los tuaregs, con los que había pasado gran parte de mi infancia, parecían estar necesitando que alguien elevara la voz en su favor, y en recuerdo de lo mucho que les debo y lo mucho que me enseñaron años atrás, me decidí a volver a escribir sobre ellos, recuperando el hilo de la historia allí donde un buen día lo abandoné.
Éste es el resultado, y debo admitir que al concluir he sentido idéntica satisfacción que experimenté el día en que terminé mi novela más querida.
Confío en que al lector le ocurra lo mismo.
ALBERTO VÁZQUEZ-FIGUEROA