CAPÍTULO48

El agua fría chorreaba por la cara de Reba mojándole el pelo. Estaba mareada. Sentía algo duro e inclinado bajo su espalda. Dio vuelta la cabeza. Era madera. Una toalla fría y húmeda le secó la cara.

—¿Te sientes bien, Reba? —preguntó Dolarhyde con voz tranquila.

Se sobresaltó al oír la voz.

—Uhhhh.

—Respira hondo.

Transcurrió un minuto.

—¿Crees que podrás pararte? Trata de ponerte en pie.

Podía pararse si la sujetaba con su brazo. Sintió náuseas. Él esperó hasta que pasara el espasmo.

—Sube la rampa. ¿Recuerdas dónde estás?

Reba asintió.

—Saca la llave de la cerradura, Reba. Pasa adentro. Ahora échale la llave y cuélgala en mi cuello. Cuélgala de mi cuello. Bien. Fijémonos si quedó bien cerrada.

Ella escuchó el ruido de la manilla.

—Perfecto. Ahora ve al dormitorio, tú conoces el camino.

Tropezó y cayó de rodillas, con la cabeza inclinada. La levantó tomándola de los brazos y la ayudó a llegar al dormitorio.

—Siéntate en esta silla.

Ella se sentó.

ENTRÉGAMELA AHORA.

Reba trató de pararse pero unas grandes manos se apoyaron sobre sus hombros y se lo impidieron.

—Quédate sentada sin moverte pues de lo contrario no podré impedir que se te acerque —dijo Dolarhyde.

Estaba recuperando la memoria. Pero muy a pesar suyo.

—Por favor, trata de impedirlo.

—Reba, todo ha terminado para mí.

Estaba de pie, haciendo algo. Reba sintió un fuerte olor a nafta.

—Estira la mano. Toca esto. No lo agarres, tócalo sin más.

Ella sintió algo semejante a los orificios de la nariz, muy lisos en su interior. Era el cañón de un arma.

—Es una escopeta; Reba. De calibre doce. ¿Sabes lo que puede hacer?

Reba asintió.

—Retira la mano. —El caño frío se apoyó contra el hueco de su cuello—. Reba, cómo me habría gustado haber podido confiar en ti. Yo quería confiar en ti.

Parecía estar llorando.

—Fue tan lindo.

Estaba llorando.

—Tú me gustaste mucho, D. Me encantó. Por favor no me hagas daño ahora.

—Para mí todo acabó. No puedo entregarte a Él. ¿Sabes lo que te haría? —Lloraba a moco tendido—. ¿Sabes lo que te haría? Te mordería hasta matarte. Será mejor que mueras conmigo.

Oyó el ruido de un fósforo que se encendía, sintió olor a azufre seguido por un siseo. Hacía calor en el cuarto. Había humo. Fuego. Lo que más temía en el mundo. Fuego. Cualquier cosa era mejor. Esperaba morir con el primer disparo. Tensó los músculos de las piernas para correr.

Gimoteaba.

—Oh, Reba, no puedo ver cómo te quemarás.

El caño del arma se apartó de su garganta.

Uno después de otro sonaron los disparos de la escopeta mientras ella se paraba.

Los oídos le zumbaban, creyó que le había disparado, que estaba muerta y más que escuchar sintió el ruido de algo que caía sobre el piso.

Olió el humo y oyó el crepitar de llamas. Fuego. El fuego la hizo reaccionar. Sintió el calor en sus brazos y en la cara. Tenía que salir. Tropezó con unas piernas y cayó contra los pies de la cama.

Dicen que hay que agacharse lo más posible cuando hay humo. No se debe correr, pues se puede tropezar con algo y morir.

Estaba encerrada bajo llave. Encerrada bajo llave. Caminó, agachándose lo más posible, pasando los dedos por el piso y encontró unas piernas, siguió hasta tocar pelo, un colchón de pelo y palpó algo blando debajo. Solamente carne, unos huesos astillados y un ojo.

La llave en su cuello… rápido. Agarró la cadena con ambas manos, inclinada sobre las piernas, y pegó un tirón. La cadena se rompió y ella cayó hacia atrás, pero enseguida se enderezó. Se dio vuelta totalmente confundida. Trataba de sentir, de escuchar por encima del ruido de las llamas. El costado de la cama… ¿qué costado? Tropezó contra el cuerpo y trató de escuchar.

BONG, BONG, la campana del reloj. BONG, BONG, llegó al living. BONG, BONG, dobló hacia la derecha.

El humo le hacía picar la garganta. BONG, BONG. Ahí estaba la puerta. Bajó la manija. No debía dejarla caer. Metió la llave en la cerradura y la hizo girar. Abrió la puerta. Sintió una ráfaga de aire. Bajó la rampa. Aire. Se cayó en el pasto. Se incorporó otra vez apoyándose en las rodillas y en las manos y empezó a arrastrarse.

Se puso de rodillas y golpeó las manos, escuchó el eco de la casa y se alejó arrastrándose, respirando hondo, hasta que pudo pararse, caminar, correr, tropezar nuevamente con algo y seguir corriendo.