CAPÍTULO45

Graham salió de la oficina y descansó un instante su vista en la penumbra del pasillo. Estaba inquieto, molesto. Todo el asunto se estaba demorando demasiado.

Crawford estaba inspeccionando las fichas de los trescientos ochenta empleados de Gateway y Baeder lo más rápido y mejor que podía, y había que reconocer que era maravilloso para esa clase de trabajo, pero el tiempo transcurría y cada vez se hacía más difícil mantener el secreto del operativo.

Crawford había reducido al mínimo indispensable el número de personas que trabajaban en Gateway. «Queremos encontrarlo, no asustarlo», les había dicho Crawford. «Si lo descubrimos esta noche tal vez podamos apresarlo fuera de la planta, tal vez en su casa o en los alrededores».

El Departamento de Policía de St. Louis cooperaba también en la operación. El teniente Fogel, de Homicidios, y un sargento, se presentaron muy discretamente en un automóvil particular trayendo un Datafax.

Minutos después de haber sido conectado al teléfono de Gateway, el Datafax transmitía simultáneamente la lista de empleados a la sección Identificación del FBI en Washington y al Departamento de Vehículos de Missouri.

En Washington esos nombres se confrontarían con las fichas de impresiones digitales de civiles y criminales. Los nombres de los empleados de Baeder que estaban libres de toda sospecha fueron apartados para agilizar el trámite.

El Departamento de Vehículos Automotores verificaría los de los dueños de furgonetas.

Llamaron solamente a cuatro empleados: Fisk, jefe de personal; su secretaria; Dandridge de Chemical Baeder y el jefe de contaduría de Gateway.

No se utilizó el teléfono para convocar a los empleados a esa tardía reunión en la planta. Varios agentes fueron a sus casas y les explicaron en privado lo ocurrido. («Examínenlos cuidadosamente antes de decirles para qué los precisan», les recomendó Crawford. «Y no les permitan utilizar después el teléfono. Esta clase de noticias se propala con gran rapidez»).

Habían contado con obtener una rápida identificación por los dientes. Pero ninguno de los cuatro empleados los reconoció.

Graham echó un vistazo a los largos corredores iluminados por la luz roja que indicaba las salidas. Todo estaba en orden.

¿Qué otra cosa podrían hacer esa noche?

Crawford había solicitado que la mujer que había sido atacada en el Museo de Brooklyn, la señorita Harper, fuera enviada allí no bien estuviera en condiciones de viajar. Eso probablemente sería posible por la mañana. Graham no se engañaba, con suerte dispondrían de un día entero para trabajar antes de que se corriera la voz por Gateway. El Dragón estaría atento a cualquier cosa sospechosa. Y escaparía.