CAPÍTULO42

Crawford estaba sentado en la fila de atrás del estrado del jurado comiendo maníes mientras Graham cerraba las ventanas de la sala del tribunal.

—Supongo que para esta tarde ya tendrás listo el perfil —dijo Crawford—. Me dijiste que esperara hasta el martes y hoy es martes.

—Lo terminaré después de mirar esto.

Graham abrió el sobre enviado por Byron Metcalf por correo expreso y volcó su contenido: dos polvorientos rollos de películas hogareñas, envuelto cada uno en una bolsita de plástico para sándwich.

—¿Presentará Metcalf cargos contra Niles Jacobi?

—Por robo no, de todos modos probablemente heredarán él y el hermano de Jacobi —respondió Graham—. Respecto al hachís no estoy seguro. El fiscal del estado de Birmingham tiene ganas de romperle las costillas.

—Bien —contestó Crawford.

La pantalla cinematográfica se deslizó desde el techo del cuarto hasta quedar frente al estrado del jurado, lo que facilitaba enormemente la exhibición a sus miembros de testimonios filmados.

Graham colocó la película en el proyector.

—He recibido informes de Cincinnati, Detroit y unos cuantos de Chicago al revisar los puestos de venta de periódicos en los que el Hada de los Dientes podría haber conseguido tan rápidamente un ejemplar del Tattler —manifestó Crawford—. Hay varios candidatos extraños que investigar.

Graham puso en funcionamiento el proyector. El tema de la película era una excursión de pesca.

Los niños Jacobi estaban acuclillados junto al borde de una laguna, armados de cañas de pescar y sus correspondientes líneas.

Graham trató de no pensar en ellos, metidos dentro de los pequeños ataúdes bajo tierra. Trató de pensar en ellos pescando.

El corcho de la niña se sacudió y desapareció bajo la superficie. Tenía un pescado. Crawford estrujó la bolsa de maníes.

—Los de Indianápolis están un poco lentos en el interrogatorio de los vendedores de periódicos y los expendedores de las estaciones de Servco Supreme —señaló.

—¿Te interesa o no mirar esta película? —preguntó Graham.

Crawford guardó silencio durante los dos minutos que duró la película.

—Qué emocionante, pescó una perca —dijo—. Y respecto al perfil…

—Jack, tú estuviste en Birmingham justo después del crimen. Yo llegué sólo un mes más tarde. Viste la casa mientras seguía siendo la casa de los Jacobi. Pero yo no. Estaba vacía y refaccionada cuando entré. Y ahora, por el amor de Dios, déjame mirar a esa gente y después terminaré el perfil.

Puso el segundo rollo.

Una fiesta de cumpleaños apareció en la pantalla de la sala del tribunal. Los Jacobi estaban sentados alrededor de una mesa de comedor. Todos cantaban.

Graham leyó en sus labios «Que los cumplas feliz».

La cámara enfocó a Donald Jacobi que cumplía once años. Estaba sentado en un extremo de la mesa frente a la torta. Las velitas se reflejaban en sus anteojos.

Su hermana y su hermano, sentados uno al lado del otro en el costado de la mesa, lo observaban mientras soplaba las velitas.

Graham se movió en su asiento.

El pelo negro de la señora Jacobi se sacudió al inclinarse hacia adelante para levantar al gato y sacarlo de la mesa.

La señora Jacobi le entregaba en ese momento un gran sobre a su hijo. Una larga cinta salía del sobre. Donald Jacobi lo abría y sacaba una tarjeta de felicitación. Miraba a la cámara y daba vuelta a la tarjeta. Podía leerse en ella «Feliz Cumpleaños. Sigue la cinta».

La cámara se sacudió levemente al seguir a la procesión hasta la cocina. Una puerta asegurada con un gancho. Bajaron al sótano encabezados por Donald, siguiendo la cinta por los escalones. El extremo de la cinta estaba atado al manubrio de una bicicleta con cambios.

Graham se preguntó por qué no le habrían entregado la bicicleta en el jardín.

Un corte hasta la próxima escena y su pregunta tuvo contestación. Estaban todos afuera y evidentemente había llovido mucho. Había charcos de agua en el jardín. La casa parecía muy distinta. Geehan, el de la inmobiliaria, le había cambiado el color cuando la refaccionó después de los crímenes. La puerta del sótano que daba al jardín estaba abierta y por ella salió el señor Jacobi llevando la bicicleta. Era la primera vez que aparecía en la película. Una brisa sacudió el mechón de pelo con el que cubría su calva. Depositó ceremoniosamente la bicicleta sobre el suelo.

La película terminaba con la primera y cuidadosa vuelta de Donald en su bicicleta.

—Triste espectáculo —dijo Crawford—. Pero conocido por todos.

Graham procedió a proyectar por segunda vez la película del cumpleaños.

Crawford meneó la cabeza y se dispuso a leer algo de su portafolio con la ayuda de una pequeña linterna.

En la pantalla apareció el señor Jacobi sacando la bicicleta del sótano. La puerta se cerró a su paso. De ella colgaba un candado.

Graham detuvo la proyección en esa imagen.

—Ahí está. Para eso quería el cortafrío, Jack. Para cortar el candado y entrar por el sótano. ¿Y por qué no lo hizo?

Crawford apagó la linterna y miró por encima de sus anteojos a la pantalla.

—¿Qué pasa?

—Sé que tenía un cortafrío; lo utilizó para cortar esa rama mientras observaba desde el bosque. ¿Pero por qué no lo empleó para entrar por la puerta del sótano?

—No podía —Crawford esperó sonriendo maliciosamente. Le encantaba sorprender a la gente realizando conjeturas.

—¿Trató de hacerlo? ¿Dejó alguna marca? No tuve siquiera la oportunidad de ver esa puerta; cuando llegué allí Geehan había colocado otra de acero con cerrojos.

—Tú supones que Geehan la colocó —respondió Crawford—. Pero no fue así. La puerta estaba allí cuando los mataron. Debió de haberla hecho colocar el propio Jacobi, era un tipo de Detroit, seguramente apreciaba los cerrojos.

—¿Cuándo la hizo instalar Jacobi?

—No lo sé. Evidentemente después del cumpleaños del niño. ¿Qué día era? Si tienes la autopsia debería figurar allí.

—Su cumpleaños era el 14 de abril, un lunes —contestó Graham mirando la pantalla y agarrándose el mentón—. Quiero saber cuándo cambiaron la puerta los Jacobi.

Unas arrugas aparecieron en la calva de Crawford, pero rápidamente se desvanecieron al captar la idea de Graham.

—Piensas que el Hada de los Dientes planeó el ataque a la casa mientras estaba todavía la puerta vieja con el candado —señaló.

—Tenía un cortafrío, ¿no es así? ¿Cómo entras a un lugar con un cortafrío? —preguntó Graham—. Cortando candados, barrotes o cadenas. Jacobi no tenía barrotes ni puertas con cadenas ¿verdad?

—No.

—Entonces esperaba encontrar un candado. Un cortafrío es bastante pesado y largo. Él se puso en marcha durante el día y tenía una buena caminata desde donde estacionó hasta la casa de los Jacobi. No podía estar seguro de no tener que salir corriendo si algo fracasaba. No habría llevado el cortafrío si no hubiera estado seguro de necesitarlo. Esperaba encontrar un candado.

—Tú piensas que él estudió la casa antes que Jacobi cambiara la puerta. Luego se acerca para matarlos, espera en el bosque…

—No se puede ver este lado de la casa desde el bosque.

Crawford asintió.

—Espera en el bosque. Los Jacobi se meten en cama y él se acerca llevando el cortafrío y se encuentra con la puerta nueva que tiene cerraduras contra ladrones.

—Digamos que se encontró con una puerta nueva. Lo tenía todo planeado y de repente ¡zas! —dijo Graham alzando las manos—. Lo han reventado, se siente frustrado, está desesperado por entrar. Entonces hace un trabajo ruidoso, rápido y burdo en la puerta del patio. Su modo de entrar no fue depurado, despertó a Jacobi y tuvo que liquidarlo en la escalera. Eso no es típico del Dragón. No es chabacano. Es cuidadoso y no deja rastros. Hizo un trabajo muy prolijo al entrar a casa de los Leeds.

—De acuerdo, tienes razón —respondió Crawford—. Si descubrimos cuándo cambió la puerta Jacobi tal vez podamos establecer el intervalo durante el cual los estudió y planeó el crimen y el día en que lo realizó. Es decir, el tiempo mínimo que transcurrió. Sería un dato útil. A lo mejor coincide con una fecha que pueda suministrarnos la oficina de convenciones y visitas de Birmingham. Podremos revisar nuevamente los alquileres de automóviles. Y también los de furgonetas. Hablaré dos palabras con la oficina de Birmingham.

Las palabras de Crawford debieron ser muy enfáticas: exactamente cuarenta minutos después un agente del FBI de Birmingham, arrastrando a Geehan, mantenía una conversación a gritos con un carpintero que colocaba las vigas en el techo de una casa. Los datos del carpintero fueron transmitidos a Chicago por radio.

—La última semana de abril —dijo Crawford colgando el auricular—. En esos días los Jacobi hicieron instalar la puerta nueva. Dios mío, eso es dos meses antes de que los mataran. ¿Por qué los habría estudiado con tanta anticipación?

—No lo sé, pero te aseguro que vio a la señora Jacobi o tal vez a toda la familia antes de estudiar la casa. A no ser que los hubiera seguido allí desde Detroit, vio a la señora Jacobi en algún momento entre el 10 de abril, cuando se mudaron a Birmingham y fines del mismo mes, cuando cambiaron la puerta. Durante ese intervalo estuvo en alguna oportunidad en Birmingham. ¿La oficina de allí sigue trabajando en eso?

—La policía también —respondió Crawford—. Dime una cosa: ¿cómo supo que el sótano tenía una puerta que daba al interior de la casa? No es algo común en el sur.

—No cabe duda que vio el interior de la casa.

—¿Tu amigo Metcalf tiene las chequeras de los Jacobi?

—Con toda seguridad.

—Veamos qué cuentas por visitas de mecánicos pagaron desde el 10 de abril hasta fin del mismo mes. Sé que se investigaron las reparaciones que solicitaron durante las dos semanas anteriores al crimen, pero quizá deberíamos buscar más atrás. Lo mismo respecto a los Leeds.

—Siempre pensamos que miró desde afuera el interior de la casa de los Leeds —dijo Graham—. Pero desde el callejón no podría haber visto el vidrio en la puerta de la cocina. Allí hay un porche con persianas. Sin embargo llevaba un cortavidrios. Y no hicieron hacer ningún tipo de reparación durante los tres meses anteriores al crimen.

—Quiere decir que si planea sus ataques con tanta anticipación, tal vez no hayamos retrocedido bastante en el tiempo al hacer las averiguaciones. Ahora lo haremos. Sin embargo, cuando estuvo en el callejón verificando el medidor de luz de los Leeds dos días antes de matarlos, puede haberlos visto entrar a la casa. Quizá pudo echar un vistazo al interior mientras estaba la puerta abierta.

—No, esas puertas no están alineadas ¿recuerdas? Te lo mostraré.

Graham colocó en el proyector la película de los Leeds.

El perrito gris paró las orejas y corrió hacia la puerta de la cocina. Valerie Leeds y los niños entraron con las compras del mercado. Lo único que se veía por la puerta de la cocina eran las persianas del porche.

—De acuerdo, ¿quieres que Byron Metcalf revise la chequera del mes de abril? Cualquier arreglo que les hayan hecho o cualquier cosa que hayan podido comprar a uno de esos vendedores que van de puerta en puerta. No, yo me encargaré de eso mientras tú sigues trabajando con el perfil. ¿Tienes el número de Metcalf?

Una gran preocupación embargaba a Graham al ver nuevamente a los Leeds. Le transmitió distraídamente a Crawford los tres números de Byron Metcalf.

Proyectó nuevamente las películas mientras Crawford utilizaba el teléfono en el recinto del jurado. La película de los Leeds en primer término.

Ahí estaba el perro de los Leeds. No tenía collar y en el vecindario abundaban los perros, pero el Dragón sabía cuál era el de ellos.

Allí estaba Valerie Leeds. Graham sintió un nudo en el estómago al verla. Detrás de ella estaba la puerta con el gran recuadro de vidrio que la hacía tan vulnerable. Los chicos jugaban en la pantalla de la sala del tribunal.

Graham no se había sentido nunca tan próximo a los Jacobi como se sentía respecto de los Leeds. El verlos en la película lo perturbó. Le preocupaba haber pensado en los Jacobi como marcas de tiza sobre un piso cubierto de manchas de sangre.

Ahora aparecían los chicos de los Jacobi, rodeando la mesa, el destello de las velitas de cumpleaños reflejándose en sus caras.

Graham vio durante una fracción de segundo el gotón de cera de una vela en la mesa de luz de los Jacobi, las manchas de sangre en el rincón del dormitorio de los Leeds. Algo…

Crawford regresaba.

—Metcalf me dijo que te preguntara…

—¡No me interrumpas!

Crawford no se enojó. Esperó, quieto como una estatua y sus ojitos pequeños se fruncieron y adquirieron un nuevo brillo.

La proyección de la película continuaba, y sus luces y sombras se agitaban sobre la cara de Graham. El gato de los Jacobi. El Dragón sabía que ese gato pertenecía a los Jacobi. La puerta del sótano que comunicaba con el interior de la casa. La puerta exterior del sótano con el candado. El Dragón había llevado un cortafrío.

La película terminó. Finalmente la punta se soltó de la bobina y siguió girando y golpeando, girando y golpeando.

Todo lo que el Dragón precisaba saber estaba en las dos películas.

No habían sido exhibidas en público, no existía ningún club de películas, ni festi…

Graham miró la caja de cartón verde en que estaban guardadas las películas de los Leeds. En ella figuraban su nombre y dirección. Y Laboratorio Fotográfico Gateway. St. Louis, No. 63102.

Su mente rescató «St. Louis» lo mismo que rescataría cualquier número telefónico que hubiera conocido. ¿Qué pasaba con St. Louis? Era uno de los lugares donde podía conseguirse el Tattler los lunes por la noche, el mismo día en que se imprimía, el día anterior al secuestro de Lounds.

—Ay, Dios —dijo Graham—. Dios mío.

Se apretó las sienes con las manos como si tratara de impedir que la idea se escapara de su cabeza.

—¿Metcalf sigue en el teléfono?

Crawford le entregó el auricular.

—Byron, soy Graham. Escuche, las películas de los Jacobi que me envió ¿estaban guardadas en alguna caja? Por supuesto, sé que me las habría enviado. Necesito que me ayude. ¿Tiene ahí las chequeras de los Jacobi? Bien, quiero saber dónde hicieron revelar las películas. Probablemente un negocio se encargó de mandarlas. Si encuentra un cheque para alguna farmacia o comercio que venda artículos fotográficos, podríamos averiguar adónde las envían para su revelado. Es urgente, Byron. Se lo explicaré no bien tenga tiempo. El FBI de Birmingham empezará inmediatamente a averiguar en las tiendas. Si usted encuentra algo transmítaselo directamente a ellos y luego a nosotros. ¿Puedo contar con usted? Fantástico. ¿Qué? No, no le diré quién es mi amor.

Los agentes del FBI de Birmingham revisaron cuatro comercios de artículos fotográficos antes de encontrar el frecuentado por los Jacobi. El gerente dijo que todas las películas de sus clientes se mandaban a revelar a un mismo lugar.

Crawford había visto ya doce veces las películas cuando recibieron la contestación de Birmingham. Él atendió la llamada.

Le tendió la mano a Graham muy ceremoniosamente.

—Es Gateway —le anunció.