La policía de Chicago trabajaba bajo una presión del periodismo, un «conteo regresivo» en las noticias nocturnas hasta la próxima luna llena. Faltaban once días.
Las familias de Chicago estaban asustadas.
Al mismo tiempo, había aumentado la concurrencia de espectadores a los autocines donde se proyectaban películas de terror que no deberían haber estado en la cartelera más de una semana. Fascinación y horror. El fabricante que tanto éxito obtuvo entre el público del mercado punk y rock con las camisetas que ostentaban la inscripción «Hada de los Dientes», sacó otro modelo con la frase «El Dragón Rojo es el show de una noche». Las ventas se repartían por igual entre ambas.
El propio Jack Crawford tuvo que aparecer en una conferencia de prensa con oficiales de la policía después del entierro. Había recibido órdenes de Arriba de hacer más visible la presencia de los federales; no la hizo más audible ya que no abrió la boca.
Cuando en investigaciones en las que interviene mucho personal no se cuenta con muchos datos, tienden a volverse sobre ellas mismas, repasando sin cesar lugares ya vistos. Adquieren la forma circular de un huracán o de un cero.
Adondequiera que iba, Graham se encontraba con detectives, cámaras, corridas de personal uniformado y el incesante parloteo de las radios. Necesitaba estar tranquilo.
Crawford, irritado por la conferencia de prensa, encontró a Graham esa tarde en el silencio de un salón vacío destinado a un jurado, ubicado en el piso de arriba de la oficina del Fiscal del Estado.
Unas luces fuertes y bajas iluminaban la tapa de fieltro verde de la mesa del jurado sobre la cual Graham había desparramado sus papeles y fotografías. Se había quitado la chaqueta y la corbata y estaba hundido en una silla estudiando dos fotos. El retrato enmarcado de la familia Leeds estaba frente a él y junto a éste, sujeto a una pizarrita y apoyado contra un botellón, el de la familia Jacobi.
Las fotografías de Graham le hicieron pensar a Crawford en el altar plegadizo de los toreros, listo para instalar en cualquier cuarto de hotel. No había ninguna fotografía de Lounds. Sospechó que Graham no había pensado en absoluto en el episodio de Lounds. No necesitaba preocuparse por Graham.
—Este cuarto parece una sala de billar —dijo Crawford.
—¿Los liquidaste? —Graham estaba pálido pero sobrio. Tenía en su mano un vaso con zumo de naranja.
—Dios —Crawford se dejó caer sobre una silla—. Tratar de pensar allí es como tratar de hacerse entender en un manicomio.
—¿Alguna novedad?
—El comisionado sudaba tinta y se rascaba las pelotas por una pregunta que le hicieron los de la televisión, es lo único interesante que vi. Si no me crees mira el programa de las seis y el de las once.
—¿Quieres zumo de naranja?
—Tanto como comer alambre de púa.
—Qué suerte. Así queda más para mí. —Graham parecía cansado, sus ojos estaban demasiado brillantes—. ¿Qué pasó con el combustible?
—Dios bendiga a Liz Lake. Hay cuarenta y una estaciones de Servco Supreme en el Gran Chicago. Los muchachos del capitán Osborne las revisaron, investigando ventas en bidones a conductores de furgones y camiones. Todavía nada, pero no han revisado todos los turnos. Servco tiene otras ciento ochenta y seis estaciones desparramadas en ocho estados. Hemos solicitado ayuda a las jurisdicciones locales. Tomará cierto tiempo. Dios quiera que haya utilizado una tarjeta de crédito. Existe una posibilidad.
—Si es capaz de chupar una manguera no tienes ninguna posibilidad.
—Le pedí al comisionado que no comentara que el Hada de los Dientes tal vez vive por los alrededores. Esta gente ya está bastante aterrada. Si les llegara a decir eso, a la noche cuando los borrachos vuelvan a sus casas esta ciudad va a convertirse en una segunda Corea.
—¿Sigues pensando que no está lejos?
—¿Y tú no? Sería posible, Will.
Crawford tomó el informe de la autopsia de Lounds y lo leyó a través de sus pequeños anteojos.
—El golpe de la cabeza databa de más tiempo que las heridas de la boca. De cinco a ocho horas más, no están seguros. Ahora bien, las heridas de la boca se habían producido con bastantes horas de antelación a la llegada de Lounds al hospital. Estaban quemadas además, pero pudieron determinarlo por las interiores. Retuvo cierta cantidad de cloroformo en sus cuernos, en no sé qué parte de su nariz. ¿Crees que estaba inconsciente cuando el Hada de los Dientes lo mordió?
—No. Debe de haber querido tenerlo despierto.
—Era lo que pensaba. Muy bien, empieza pegándole un golpe en la cabeza cuando llegó al garaje. Tiene que mantenerlo dormido con cloroformo hasta llegar a algún lugar donde el ruido no sea advertido. Lo trae de vuelta aquí horas después de haberlo mordido.
—Podía haberlo hecho en la parte posterior del furgón, haber estacionado en algún lugar alejado —replicó Graham.
Crawford se masajeó los costados de la nariz con sus dedos, provocando en su voz un tono similar al de un megáfono.
—Olvidas las ruedas de la silla. Bev encontró dos tipos de pelusa de alfombra, una de lana y otra sintética. La sintética puede pertenecer quizás a la de una furgoneta, pero ¿cuándo has visto una alfombra de lana en una furgoneta? ¿Cuántas alfombras de lana has visto en lugares que puedan alquilarse? Muy pocas. Alfombras de lana se ven en las casas particulares, Will. Y la tierra y el moho provenían de un lugar oscuro en el que debía haber estado guardada la silla de ruedas, un sótano sucio.
—Quizás.
—Y ahora echa una mirada a esto.
Crawford sacó de su portafolio un atlas Rand McNally de la red caminera. Había trazado un círculo en el mapa correspondiente a «kilometraje y distancia horaria de los Estados Unidos».
—Freddy desapareció durante un lapso de poco más de quince horas y sus heridas están distribuidas en ese tiempo. Voy a suponer un par de cosas. No me gusta hacerlo, pero veamos. ¿De qué te ríes?
—Recordaba esa vez que enseñabas unos ejercicios prácticos en Quantico, cuando uno de tus alumnos te dijo que él suponía algo.
—No lo recuerdo. Aquí.
—Le hiciste escribir la palabra «suponer» en el pizarrón. Agarraste la tiza y empezaste a subrayar y a gritar: «¡Usted no tiene que suponer nada!», eso fue lo que le dijiste, según recuerdo.
—Le hacía falta una patada en el trasero. Pero ahora mira bien esto. Debes tener en cuenta el tráfico de Chicago un martes por la noche cuando salió de la ciudad llevándose a Lounds. Déjale un par de horas para divertirse con Lounds en el lugar al que lo condujo y luego el tiempo de regresar en su automóvil. No puede haberse alejado mucho más de seis horas de manejo desde Chicago. Pues bien, este círculo abarca seis horas de conducir alrededor de Chicago. Como verás es algo desparejo pues hay caminos de tráfico más rápido que otros.
—A lo mejor no se movió de allí.
—Por supuesto, pero esto es lo más lejos que pudo haber llegado.
—De modo que lo has circunscrito a Chicago o a un círculo que incluye Milwaukee, Madison, Dubuque, Peoria, St. Louis, Indianápolis, Cincinnati, Toledo y Detroit, para citar sólo unos cuantos nombres.
—Algo mejor que eso. Sabemos que recibió el Tattler muy rápido. Posiblemente el lunes por la noche.
—Pudo haberlo comprado en Chicago.
—Lo sé, pero también es posible conseguirlo el lunes por la noche en otras partes. Aquí tengo una lista de la distribución del Tattler, lugares en los que se recibe, dentro de este círculo, el lunes por la noche, por vía aérea o por camión. Mira, eso deja solamente a Milwaukee, St. Louis, Cincinnati, Indianápolis y Detroit. Los llevan a los aeropuertos y tal vez a noventa puestos que están abiertos toda la noche, sin contar los de Chicago. Estoy utilizando a las agencias locales para verificarlo. Tal vez un vendedor recuerde haber atendido a algún cliente fuera de lo común el lunes por la noche.
—Tal vez. Buena idea, Jack.
Evidentemente Graham estaba pensando en otra cosa.
Si Graham hubiera sido un agente cualquiera, Crawford lo habría amenazado con destinarlo durante toda su vida a las Aleutianas. Pero en cambio le dijo:
—Me llamó mi hermano esta tarde. Dijo que Molly se había ido.
—Sí.
—¿Supongo que a algún lugar seguro?
Graham tenía el convencimiento de que Crawford sabía exactamente a dónde había ido:
—A casa de los abuelos de Willy.
—Bueno, van a alegrarse al ver al niño —Crawford hizo una pausa. Graham no hizo ningún comentario—. Espero que todo esté bien.
—Estoy trabajando, Jack. No te preocupes por ello. No, lo que ocurrió es que allí estaba con los nervios de punta.
Graham sacó de abajo de un montón de fotografías del entierro un paquete chato atado con un cordel y comenzó a desatar el nudo.
—¿Qué es eso?
—Lo mandó Byron Metcalf, el abogado de los Jacobi. Me lo envió Brian Zeller. Está en orden.
—Espera un momento, déjame ver —Crawford dio vuelta al paquete entre sus dedos velludos hasta encontrar el sello y la firma S. F. «Semper Fidelis», Aynesworth, jefe de la sección explosivos del FBI, certificando que el paquete había pasado por la prueba fluoroscópica.
—Debes revisar siempre. Siempre.
—Siempre lo reviso, Jack.
—¿Te lo trajo Chester?
—Sí.
—¿Te mostró el sello antes de entregártelo?
—Lo verificó y me lo mostró.
—Son copias de toda la testamentaria de los Jacobi. Le pedí a Metcalf que me las enviara, podremos compararlas con las de los Leeds cuando lleguen —dijo Graham cortando el cordel.
—Tenemos un abogado revisándolo.
—Yo las preciso. No conozco a los Jacobi, Jack. Eran nuevos en la ciudad. Llegué a Birmingham con un mes de retraso y sus pertenencias estaban desparramadas o desaparecidas. Siento algo por los Leeds. Pero nada por los Jacobi. Preciso conocerlos. Quiero hablar con la gente que conocían en Detroit y necesito unos días más en Birmingham.
—Yo te necesito aquí.
—Oye, el de Lounds fue un crimen sin vueltas. Lo hicimos enojarse con Lounds. La única conexión con Freddy la provocamos nosotros. Existen unas pocas pruebas con Lounds y la policía está trabajando en ellas. Lounds era simplemente alguien molesto para él, pero los Leeds y los Jacobi eran lo que él precisa. Debemos encontrar la conexión entre ellos. Esa será la única forma de poder atraparlo.
—De modo que tienes ahora los papeles de los Jacobi y vas a trabajar aquí con eso —dijo Crawford—. ¿Qué estás buscando? ¿Qué tipo de información?
—Cualquier cosa, Jack. En este momento una deducción médica —Graham sacó un formulario de declaración de impuestos del paquete—. Lounds estaba en una silla de ruedas. Medicina. Valerie Leeds fue operada seis meses antes de morir; ¿recuerdas lo que decía en su diario? Un pequeño quiste en el pecho. Otra vez medicina. Me preguntaba si la señora Jacobi habría pasado también por alguna operación quirúrgica.
—No recuerdo haber leído nada sobre cirugía en el informe de su autopsia.
—No, pero tal vez era algo que no se veía. Su historia médica estaba dividida entre Detroit y Birmingham. Puede ser que se haya perdido en el ínterin un informe. Pero si fue operada, con toda seguridad debe figurar entre las deducciones o quizás en el seguro.
—¿Un enfermero ambulante, eso es lo que piensas? ¿Trabajando en ambos lugares, en Detroit o Birmingham y Atlanta?
—Cuando has pasado un tiempo en un hospital psiquiátrico puedes aprender perfectamente bien la rutina. Y cuando sales de allí hacerte pasar por un asistente y conseguir trabajo —afirmó Graham.
—¿Quieres comer algo?
—Esperaré hasta un poco más tarde. Me siento muy torpe después de la comida.
Cuando llegó a la penumbra de la puerta, Crawford se dio vuelta para mirar a Graham. No le importaba lo que veía. Las luces suspendidas cerca de la mesa acentuaban las arrugas que surcaban la cara de Graham mientras estudiaba bajo las miradas de las víctimas desde las fotografías. El cuarto estaba impregnado de desesperanza.
¿Sería mejor para el caso hacer que Graham volviera otra vez a la calle? Crawford no podía darse el lujo de dejarlo consumirse ahí dentro para nada. ¿Pero y si fuera para algo?
Los excelentes instintos administrativos de Crawford no estaban atemperados por la misericordia. Y le aconsejaron dejar solo a Graham.