El doctor Alan Bloom y Jack Crawford estaban sentados en unas sillas plegables, único mobiliario que quedaba en la oficina de este último.
—El ropero está vacío, doctor.
El doctor Bloom estudió el rostro de facciones simias de Crawford y se preguntó para sus adentros qué más diría. Detrás de las quejas y los Alka-Seltzer de Crawford, el médico percibió una inteligencia fría como una mesa de rayos X.
—¿Adónde fue Will?
—Dará unas vueltas y se tranquilizará —dijo Crawford—. Odia a Lounds.
—¿Creyó usted que perdería a Will después que Lecter publicó la dirección de su casa? ¿Que regresaría con su familia?
—Lo creí por un minuto. Fue un golpe para él.
—Comprensible —señaló el doctor Bloom.
—Pero luego me di cuenta de que no puede volver a su casa, como tampoco pueden volver Molly y Willy, jamás, hasta que desaparezca el Hada de los Dientes.
—¿Conoce a Molly?
—Sí. Es encantadora, me gusta mucho. Por supuesto que nada le llenaría más de gozo que verme en el infierno con el cuerpo roto. Actualmente más vale que no me encuentre con ella.
—¿Ella piensa que usted utiliza a Will?
—Tengo que hablar con él de unas cuantas cosas —dijo Crawford mirando agudamente al doctor Bloom—. Tendremos que repasarlo con usted. ¿Cuándo debe volver a Quantico?
—El jueves por la mañana. Lo postergué… —El doctor Bloom estaba invitado a pronunciar una conferencia en la sección Comportamiento Científico de la Academia del FBI.
—Graham lo aprecia. No piensa que usted practica ninguna clase de trucos mentales con él —dijo Crawford. Se le había atragantado la observación de Bloom respecto a que utilizaba a Graham.
—No lo hago. Ni trataría de hacerlo —respondió el doctor Bloom—. Soy tan honesto con él como lo sería con un paciente.
—Exacto.
—No; quiero ser su amigo y lo soy. Jack, la observación es parte de mi campo de estudio. Recuerdo, no obstante, que cuando usted me pidió que realizara un estudio de Graham me negué.
—El que quería un estudio sobre él era Petersen, del piso de arriba.
—Usted fue el que lo solicitó. No importa, si hice alguna vez algo con Graham, si alguna vez hubo algo que hubiera podido tener cierto beneficio terapéutico para otros, lo abstraería en una forma en que sería completamente irreconocible. Si alguna vez llegara a hacer un trabajo de estilo académico, sólo sería publicado póstumamente.
—¿Después de usted o de Graham?
El doctor Bloom no respondió.
—Me he dado cuenta de una cosa que despierta mi curiosidad: usted no está nunca solo en un cuarto con Graham ¿verdad? Lo hace delicadamente, pero nunca se queda mano a mano con él. ¿Por qué? ¿Es porque considera que tiene una especial sensibilidad psíquica?
—No. Es un eideteker; tiene una extraordinaria memoria visual, pero no creo que tenga esa sensibilidad psíquica. No quiso que Duke le hiciera tests, pero eso no quiere decir nada. Detesta que lo sondeen e investiguen. Y yo también.
—Pero…
—Will quiere pensar en esto estrictamente como un ejercicio intelectual, y de acuerdo con las ajustadas definiciones forenses, es exactamente eso. Es bueno para el trabajo, pero supongo que existirán otras personas igualmente buenas.
—No muchas —respondió Crawford.
—Lo que posee además es pura empatía y proyección —afirmó el doctor Bloom—. Él puede asumir su punto de vista, o el mío y quizás algunos otros que lo asustan y asquean. Es un don molesto, Jack. La percepción es una espada de dos filos.
—¿Por qué no se queda nunca a solas con él?
—Porque siento cierta curiosidad profesional por él y lo advertiría inmediatamente. Es muy rápido.
—Si lo encuentra observándolo, enseguida cerraría las persianas.
—Una analogía desagradable pero exacta. Ya ha obtenido suficiente venganza, Jack. Vayamos al grano. Y abreviemos. No me siento muy bien.
—Una manifestación psicosomática, probablemente —dijo Crawford.
—En honor a la verdad, se trata de mi vesícula. ¿Qué es lo que quiere?
—Dispongo de un medio para hablar con el Hada de los Dientes.
—El Tattler —señaló el doctor Bloom.
—Exacto. ¿Cree usted que exista alguna forma para impulsarlo a una autodestrucción con lo que podamos decirle?
—¿Empujarlo al suicidio?
—El suicidio me vendría de perlas.
—Lo dudo. Eso podría ser posible en ciertos tipos de enfermedades mentales. Pero en este caso lo dudo. No sería tan meticuloso si fuera autodestructivo. No se protegería tan bien. Si fuera el prototipo del esquizofrénico paranoico se podría tal vez influenciarlo para enfurecerlo y hacerse visible. Se podría inclusive conseguir que se lastimara a sí mismo. Pero yo no lo ayudaría a hacerlo. —El suicidio era el enemigo mortal de Bloom.
—No, supongo que no —replicó Crawford—. ¿Podríamos enfurecerlo?
—¿Por qué quiere saberlo? ¿Con qué objeto?
—Permítame que le pregunte lo siguiente: ¿podríamos hacerlo enojar y centrar su atención en algo?
—Ya la ha fijado en Graham a quien considera ahora como su adversario y usted lo sabe perfectamente bien. No dé vueltas. Ha decidido arriesgar a Graham, ¿verdad?
—Creo que debo hacerlo. De lo contrario tendremos otra masacre el 25. Ayúdeme.
—No sé si se da bien cuenta de lo que está pidiendo.
—Que me aconseje, eso es lo que le pido.
—No me refiero a mí —respondió el doctor Bloom—. Lo que le pide a Graham. No quiero que lo interprete mal, y en circunstancias normales no lo diría, pero creo que debe saberlo: ¿cuál cree usted que es uno de los principales incentivos de Will?
Crawford meneó negativamente la cabeza.
—El miedo, Jack. Este hombre lucha contra un miedo enorme.
—¿Porque lo hirieron?
—No, no es sólo por eso. El miedo es producto de la imaginación, es un castigo, es el precio de la imaginación.
Crawford se quedó mirando sus manos cruzadas sobre el estómago. Se sonrojó violentamente. Era embarazoso hablar de ello.
—Por supuesto. Es lo que no se menciona jamás del lado en que están los grandes personajes ¿no es así? No se preocupe por decirme que tiene miedo. No voy a pensar por eso que es un cobarde. No soy tan tonto, doctor.
—Nunca pensé que lo fuera, Jack.
—No lo enviaría allí si no pudiera protegerlo. Está bien, si no pudiera protegerlo en un ochenta por ciento. Él no es precisamente malo. No será el mejor, pero es muy rápido. ¿Nos ayudará a sacudir al Hada de los Dientes, doctor? Han muerto ya muchas personas.
—Sólo si Graham conoce de antemano la totalidad del riesgo que corre y lo acepta voluntariamente. Tengo que oírselo decir.
—Soy igual que usted, doctor. Nunca lo embromo. Por lo menos no más de lo que nos embromamos mutuamente.
Crawford encontró a Graham en el pequeño cuarto de trabajo del cual se había apropiado, junto al laboratorio de Zeller, llenándolo de fotografías y papeles personales pertenecientes a las víctimas.
Crawford esperó hasta que Graham abandonó la lectura del Boletín del Cumplimiento de la Ley.
—Deja que te ponga al tanto de lo que ocurrirá el 25 —no necesitaba explicarle a Graham que el 25 habría luna llena.
—¿Cuando lo haga otra vez?
—Así es, si es que tenemos algún problema el veinticinco.
—No digas si, sino más bien cuando.
—En ambas oportunidades fue un sábado por la noche. Birmingham, el 28 de junio, día de luna llena, era un sábado por la noche. En Atlanta fue el 26 de julio, un día antes de la luna llena, pero también un sábado por la noche. Esta vez la luna llena es el lunes 25 de agosto. Pero como parece que prefiere el fin de semana, estaremos preparados a partir del viernes.
—¿Preparados? ¿Estaremos preparados?
—Exacto. Tú sabes cómo figura en los libros de texto la forma ideal para investigar un homicidio.
—Jamás vi que se hiciera así —respondió Graham—. Nunca da resultado de esa forma.
—No. Casi nunca. No obstante, sería espléndido poder hacerlo. Enviar a una persona adentro. Una sola. Que recorra todo el lugar. Tiene un micrófono y dicta todo el tiempo. El lugar intacto durante todo el tiempo que le haga falta. Solo él. Sólo tú.
Un largo silencio.
—¿Qué es lo que estás diciendo?
—A partir del viernes por la noche, día 22, tenemos un Grumman Gulfstream esperando en la base de la Fuerza Aérea de Andrews. Lo pedí prestado al ministerio del Interior. El material básico de laboratorio estará allí. Nosotros estamos a la expectativa; yo, tú, Zeller, Jimmy Price, un fotógrafo y dos personas para hacer los interrogatorios. No bien recibimos la llamada nos ponemos en marcha. Cualquier lugar que sea, al este o al sur, podremos llegar allí en una hora y quince minutos.
—¿Y qué pasará con los locales? Ellos no tienen que cooperar. No esperarán.
—Estamos informando a los jefes de policía y los sheriff de los condados. Uno por uno. Les pedimos que pongan una nota en los escritorios de los oficiales de guardia y operadores de comandos radioeléctricos.
—Pamplinas. Ni sueñes con que van a esperar. No pueden —dijo Graham meneando la cabeza.
—Es lo que les pedimos y no es tanto. Les solicitamos que cuando reciban un parte, los primeros oficiales de la zona entren y echen una mirada. Que el personal médico concurra y se fije bien si queda alguien vivo. Luego se retiran todos. Que bloqueen calles, interroguen, etc., como mejor les parezca, pero que el lugar permanezca intacto hasta que lleguemos nosotros. Una vez allí entras tú. Tienes conectado un micrófono. Nos hablas cuando tienes ganas y no dices nada si no tienes ganas. Te tomas todo el tiempo que te haga falta. Y sólo después entramos todos.
—Los agentes locales no esperarán.
—Seguro que no. Enviarán a algunos agentes de Homicidios. Pero la solicitud que presentamos va a tener cierto efecto. Reducirá el movimiento en el lugar y tú encontrarás todo fresco.
Fresco. Graham echó la cabeza hacia atrás, contra el respaldo de su silla y se quedó mirando el techo.
—Por supuesto —agregó Crawford—, todavía nos quedan trece días.
—Ay, Jack.
—¿Qué pasa con Jack? —preguntó Crawford.
—Me matas, de veras me matas.
—No te entiendo.
—Claro que me entiendes. Lo que has hecho; has decidido utilizarme como cebo porque no tienes nada mejor. Por lo tanto antes de hacer la pregunta me presionas indirectamente al sonsacarme cómo va a ser de terrible la próxima vez. No es una mala técnica. Para aplicar a un idiota remachado como yo. ¿Qué creías que iba a decir? ¿Tenías miedo de que no tuviera suficientes agallas después de Lecter?
—No.
—No te culparía por pensarlo. Ambos conocemos a personas a las que les ha pasado eso mismo. No me gusta circular con una coraza antibalas y muerto de miedo. Pero caray, ya estoy metido en el baile. No podremos volver a casa mientras ande suelto.
—Jamás dudé que lo harías.
—¿Entonces hay algo más? —preguntó Graham comprendiendo que era cierto lo que decía. Crawford no contestó.
—Molly no. De ningún modo.
—Por Dios, Will, ni siquiera yo te pediría semejante cosa.
Graham lo miró durante un momento.
—Por el amor de Dios, Jack, no me digas que has decidido hacer intervenir a Lounds. ¿Han hecho ya los dos un arreglo?
Crawford estudió una mancha en su corbata y luego miró a Graham.
—Sabes que es la mejor carnada. El Hada de los Dientes va a vigilar el Tattler. ¿Qué otra cosa nos queda?
—¿Y tiene que ser Lounds?
—Él tiene cuña con el Tattler.
—Entonces yo provoco al Hada de los Dientes en el Tattler y luego le preparamos el terreno. ¿Te parece mejor que la casilla de correo? No contestes, sé que es mejor. ¿Has hablado con Bloom al respecto?
—Sólo de paso. Ambos nos reuniremos con él. Y con Lounds. Haremos al mismo tiempo lo proyectado con la casilla de correo.
—¿Y qué me dices de la organización? Tenemos que prepararle algo que le guste. Un lugar abierto. Adonde pueda acercarse. No creo que tire de lejos. Tal vez me engañe, pero no me lo imagino con un rifle.
—Apostaremos agentes en los lugares altos.
Ambos pensaban en lo mismo. La protección de una coraza Kevlar sería efectiva para un calibre de nueve milímetros y un cuchillo, siempre y cuando Graham no fuera herido en la cara. No había forma de protegerlo si un francotirador le disparaba a la cabeza.
—Habla tú con Lounds. Yo no preciso hacerlo.
—Él tiene que entrevistarte, Will —replicó suavemente Crawford—. Tiene que sacarte una foto.
Bloom le había advertido a Crawford que tendría dificultades con ese punto.