CAPÍTULO13

La secretaria de Crawford se asomó a la puerta de su oficina en la sede del FBI en Washington, cuando hablaba por teléfono con Graham que se encontraba en el aeropuerto de Birmingham.

—El doctor Chilton del Hospital de Chesapeake en el 2706. Dice que es urgente.

—No cortes, Will —dijo Crawford al tiempo que asentía y conectaba el otro teléfono.

—Señor Crawford, soy Frederick Chilton, desde…

—Sí, doctor.

—Tengo aquí una nota, mejor dicho dos pedazos de una nota, que parece ser del hombre que mató a esa gente en Atlanta y…

—¿De dónde la sacó?

—De la celda de Hannibal Lecter. Aunque no lo crea, está escrita en papel higiénico y tiene marcas de dientes.

—¿Puede leérmela sin tocarla más?

Luchando por mantenerse tranquilo, Chilton leyó:

Mi querido doctor Lecter,

Quería decirle que estoy encantado de que se haya interesado por mi persona. Y al enterarme de su nutrida correspondencia pensé: ¿Me animaré? Está claro que sí. No creo que usted les cuente quién soy, aun cuando lo sepa. Además no tiene importancia el cuerpo que ocupo actualmente.

Lo importante es en lo que me estoy Transformando. Sé que sólo usted es capaz de entenderlo. Tengo unas cosas que me gustaría mucho mostrarle. Tal vez algún día, si las circunstancias lo permiten. Espero que podamos escribirnos…

—Señor Crawford, hay un pedazo arrancado y roto y luego sigue diciendo:

Lo he admirado durante años y tengo una colección completa de recortes de periódicos en los que aparece usted. En realidad los considero como críticas injustas, tanto como las mías. ¿No le parece que les gusta ponernos apodos degradantes? El «Hada de los Dientes». ¿Imagina algo menos apropiado? Me daría vergüenza que usted lo viera si no supiera que ha pasado por lo mismo con la prensa.

Me interesa el investigador Graham. ¿No parece un policía, verdad? No es muy buen mozo, pero tiene un aire muy decidido.

Lo que usted le hizo debió haberle enseñado a no entrometerse.

Disculpe el papel. Lo elegí porque se deshace muy rápidamente si se ve obligado a tragarlo.

—Aquí falta un pedazo, señor Crawford. Le leeré la parte de abajo:

Si tengo noticias de usted tal vez la próxima vez pueda enviarle algo especial. Un afectuoso saludo hasta entonces de su Admirador Ansioso.

Un silencio después que Chilton terminó de leer.

—¿Hola, está usted allí?

—Sí. ¿Sabe el doctor Lecter que usted tiene la nota?

—Todavía no. Esta mañana fue trasladado a una celda auxiliar mientras limpiaban la suya. En lugar de usar un trapo apropiado, el hombre que hacía la limpieza arrancaba tiras de papel higiénico para limpiar el inodoro. Encontró la nota escondida en el rollo y me la trajo. Me traen todo lo que encuentran escondido.

—¿Dónde está Lecter ahora?

—Todavía en la celda auxiliar.

—¿Puede ver la suya desde allí?

—Déjeme pensar. No, no puede.

—Espere un momento, doctor —Crawford interrumpió la conversación con Chilton. Se quedó mirando fijamente durante unos segundos los dos botones que parpadeaban en su teléfono sin verlos. Crawford, cazador de hombres, observaba el corcho de su caña que se movía contra la corriente. Pasó la comunicación nuevamente con la línea de Graham.

—Will… una nota, quizá del Hada de los Dientes, escondida en la celda de Lecter en Chesapeake. Suena como la carta de un admirador. Solicita la aprobación de Lecter, se muestra curioso respecto de ti. Hace preguntas.

—¿Cómo se supone que la va a contestar Lecter?

—Todavía no lo sé. Una parte está rota, la otra arrancada. Parece ser que existe una posibilidad de que mantengan una correspondencia siempre y cuando Lecter no se dé cuenta de que estamos al tanto. Quiero la nota para el laboratorio y quiero revisar su celda rápidamente, pero es arriesgado. Si Lecter se da cuenta, Dios sabe cómo le avisará al degenerado. Necesitamos el vínculo, pero necesitamos también la nota.

Crawford le explicó a Graham dónde estaba Lecter y dónde había sido encontrada la carta.

—Hay casi doscientos kilómetros hasta Chesapeake. No puedo esperarte, compañero. ¿Qué opinas?

—Diez personas muertas en un mes… no podemos mantener un prolongado juego epistolar. Adelante.

—Allí voy —respondió Crawford.

—Te veré dentro de un par de horas.

Crawford llamó a su secretaría.

—Sarah, consígame un helicóptero. Sin perder un segundo y no me importa la procedencia, nuestro, de la Policía del Distrito de Columbia o de la Infantería de Marina. Dentro de cinco minutos estaré en la azotea. Llame a Documentación y dígales que manden allí una caja para documentos. Que Herbert consiga un equipo de investigadores. En la azotea dentro de cinco minutos.

—Doctor Chilton —dijo reanudando la conversación—, tendremos que revisar la celda de Lecter sin que se entere y necesitamos su ayuda. ¿Ha mencionado esto a alguna otra persona?

—No.

—¿Dónde está el hombre de la limpieza que encontró la nota?

—Aquí, en mi oficina.

—Manténgalo allí por favor y dígale que no abra la boca. ¿Cuánto tiempo ha pasado Lecter fuera de su celda?

—Alrededor de media hora.

—¿Es más de lo acostumbrado?

—No, todavía no. Pero la limpieza lleva solamente una media hora. Pronto va a preguntarse qué ocurre.

—Muy bien, entonces haga lo siguiente. Llame al intendente del edificio o al ingeniero o al que sea que esté a cargo. Dígale que corte el agua del establecimiento y que haga funcionar los interruptores del pasillo de Lecter. Haga que el intendente pase frente a la celda auxiliar llevando herramientas. Debe aparentar estar muy apurado, terriblemente apurado, muy atareado como para contestar preguntas. ¿Entendió? Dígale que yo se lo explicaré luego. Suspenda la entrega de basura, si es que todavía no la han recogido. No toque la nota. ¿Comprendió? Perfecto. Salimos ya para allí.

Crawford llamó al jefe de la sección Análisis Científicos.

—Brian, tengo una nota urgente que probablemente sea del Hada de los Dientes. Prioridad uno. Tiene que volver al lugar de donde la trajimos dentro de una hora y sin marcas. Deberá pasar por Pelos y Fibras, Impresiones Ocultas y Documentos y entonces a sus manos, por lo tanto coordine el movimiento con los demás, por favor. Sí, yo la llevaré y después se la entregaré personalmente a usted.

Hacía calor en el ascensor cuando Crawford bajó de la azotea trayendo la nota, totalmente despeinado por la ventolina del helicóptero. Se estaba secando la cara con un pañuelo cuando llegó a la sección Pelos y Fibras del laboratorio.

Pelos y Fibras es una sección pequeña y atareada. El cuarto de recepción está repleto de cajas con pruebas enviadas por los departamentos de policía de todo el país; bultos conteniendo tela adhesiva que ha sido usada para sellar bocas y atar muñecas, ropa desgarrada y manchada, sábanas de lechos mortuorios.

Crawford divisó a Beverly Katz a través del vidrio del cuarto de exámenes mientras avanzaba entre las cajas. Tenía colgado de una percha sobre una mesa cubierta con papel blanco un pantalón con peto de niño. Trabajando a la luz de fuertes lámparas en esa habitación desprovista de corrientes de aire, cepillaba los pantaloncitos con una espátula metálica, trabajando cuidadosamente siguiendo la trama y en sentido inverso, a favor del pelo y a contra pelo. Una partícula de tierra y arena cayó sobre el papel. Junto con ella y descendiendo en medio de la inmovilidad del aire, más lentamente que la arena pero más rápidamente que una hilacha, cayó un pelo bien enroscado. Inclinó la cabeza hacia un lado y lo contempló con su penetrante mirada.

Crawford advirtió que sus labios se movían. Y adivinó lo que ella decía.

—Te pesqué.

Era lo que siempre decía.

Crawford golpeó en el vidrio y ella salió rápidamente, quitándose los guantes blancos.

—¿Todavía no han buscado las huellas dactiloscópicas, verdad?

—No.

—Yo tengo que trabajar en el cuarto de investigaciones contiguo.

Se puso un nuevo par de guantes mientras Crawford abría la caja de documentos.

La nota, dos pedazos, estaba guardada cuidadosamente entre dos láminas de plástico. Beverly Katz vio las marcas de los dientes y alzó la vista hacia Crawford, sin perder tiempo con preguntas.

Él asintió: las marcas coincidían con el molde de la mordedura del asesino que había llevado a Chesapeake.

Crawford observó a través de la ventana mientras ella levantaba la nota con la ayuda de una varita delgada y la mantenía colgando sobre el papel blanco. La examinó con una potente lupa y luego la abanicó suavemente. Golpeó la varita con el borde de una espátula y examinó el papel de abajo con el vidrio de aumento.

Crawford miró su reloj.

Katz pasó la nota hacia otra varita para observar la otra faz. Quitó de su superficie un objeto diminuto valiéndose de unas pinzas casi tan delgadas como un cabello.

Fotografió los extremos rotos de la nota con lentes de gran aumento y la colocó nuevamente en su caja, a la que agregó un par nuevo de guantes blancos. Los guantes blancos —señal de que no debía tocarse— estarían siempre junto a la prueba hasta que fuera revisada en busca de impresiones digitales.

—Listo —dijo ella entregándole la caja a Crawford—. Un cabello, quizás de ocho décimas de milímetro. Un par de granos azules. Lo analizaré. ¿Qué otra cosa tiene?

Crawford le entregó tres sobres marcados.

—Pelos del peine de Lecter. Bigotes de la máquina de afeitar eléctrica que le permiten utilizar. Este pelo es del hombre de la limpieza. Tengo que irme.

—Lo veré luego —dijo Katz—. Me encanta su peinado.

Jimmy Price, que estaba en la sección Huellas Dactiloscópicas Ocultas, frunció el ceño al ver el papel higiénico poroso. Miró de soslayo por encima del hombro del ayudante que manipulaba el láser de helio-cadmio mientras trataban de encontrar una impresión digital para pasarla por el fluoroscopio. Manchas brillantes aparecían en el papel, marcas de transpiración, nada más.

Crawford estuvo por preguntarle algo, recapacitó y esperó, mientras la luz azulada se reflejaba en sus anteojos.

—Sabemos que tres tipos agarraron esto sin guantes, ¿verdad? —preguntó Price.

—En efecto, el que hizo la limpieza, Lecter y Chilton.

—El que limpió el inodoro probablemente ya no tenía grasas en los dedos. Pero los otros… Este material es imposible.

Price alzó el papel contra la luz sujetando firmemente las pinzas en sus viejas manos salpicadas de manchas.

—Podría ahumarlo, Jack, pero no puedo garantizar que las manchas de yodo se desvanezcan dentro del lapso con que contamos.

—¿Ninhydrina? ¿Realzarlo con calor? —por lo general Crawford no se habría animado a hacerle ninguna clase de sugerencia técnica a Price, pero en ese momento no le importaba intentar cualquier cosa. Esperó recibir una respuesta seca, pero el viejo permanecía apesadumbrado y triste.

—No, no podríamos lavarlo después. No puedo conseguir ninguna impresión digital con esto, Jack, lo siento. No hay ninguna.

—Carajo —dijo Crawford.

El viejo se dio vuelta. Crawford puso su mano sobre el hombro huesudo de Price.

—Caray, Jimmy. Estoy seguro que si hubiera alguna tú la habrías descubierto.

Price no contestó. Estaba desembalando un par de manos que habían llegado por otro caso. El hielo seco humeaba en el cesto de papeles. Crawford dejó caer los guantes blancos sobre el humo.

Crawford se dirigió rápidamente hacia la sección Documentos, donde lo esperaba Lloyd Bowman, sintiendo un nudo de desilusión en el estómago. Bowman había sido sacado del tribunal y la brusca interrupción en su concentración lo dejó parpadeando como si acabara de despertarse.

—Lo felicito por su peinado. Un golpe de audacia —dijo Bowman mientras trasladaba con manos rápidas y expertas la nota hacia la mesa de trabajo—. ¿De cuánto tiempo dispongo?

—Veinte minutos a lo sumo.

Las dos partes de la nota parecían refulgir bajo las luces de Bowman. Una mancha verde oscura del secante se veía a través del agujero ovalado de la parte superior.

—Lo más importante, lo primordial, es cómo pensaba contestar Lecter —dijo Crawford cuando Bowman terminó la lectura.

—Posiblemente las instrucciones para contestarle estaban en la parte rota —Bowman trabajaba concienzudamente con las luces, filtros y máquina copiadora mientras hablaba—. En la parte de arriba dice «Espero que podamos mantener una correspondencia…», y luego empieza el agujero. Lecter raspó esa parte con un marcador y después la dobló y arrancó casi todo el pedazo.

—No tiene nada con que cortar.

Bowman fotografió las marcas de los dientes y la parte de atrás de la nota bajo una luz extremadamente oblicua, cuya sombra saltaba de una a otra pared al mover la luz en un ángulo de trescientos sesenta grados sobre el papel, mientras sus manos reproducían fantasmagóricos movimientos al doblar algo en el aire.

—Ahora podremos exprimirla un poco.

Bowman colocó la nota entre dos placas de vidrio para achatar los bordes dentados del agujero. Las rasgaduras estaban teñidas con tinta roja. Bowman canturreaba en voz baja. La tercera vez Crawford entendió lo que decía:

—Eres muy astuto pero yo también lo soy.

Bowman cambió los filtros de su pequeña cámara de televisión y la enfocó sobre la nota. Oscureció el cuarto hasta que no quedó más que el débil resplandor rojo de la lámpara y el azul-verdoso de la pantalla de su monitor.

Las palabras «espero que podamos mantener una correspondencia» y el agujero dentado aparecieron agrandadas en la pantalla. La mancha de tinta había desaparecido y en los bordes desparejos se veían fragmentos de escritura.

—Las tinturas de anilinas en tintas de colores son transparentes para los infrarrojos —manifestó Bowman—. Estas de aquí y allí podrían ser las barras de una T. Al final está la cola de lo que tal vez sea una M o una N, o, posiblemente, una R.

Bowman tomó una fotografía y encendió las luces.

—Jack, existen solamente dos formas de mantener una comunicación que tiene una vía muerta: el teléfono y los periódicos. ¿Puede Lecter responder rápidamente a una llamada telefónica?

—Puede recibir llamadas, pero el procedimiento es lento, puesto que además tienen que pasar por el conmutador del hospital.

—Por lo tanto la única forma segura es una publicación en un periódico.

—Sabemos que su amiguito lee el Tattler. La historia de Graham y Lecter apareció en ese periódico. No estoy enterado de que haya sido publicada en otro periódico.

—Tres T y una R figuran en Tattler. ¿Te parece que en la columna personal? Podría ser el lugar para buscar.

Crawford se comunicó con la biblioteca del FBI y luego impartió instrucciones por teléfono a la oficina de Chicago.

Bowman le devolvió la caja cuando terminó su trabajo.

—El Tattler aparece esta tarde —anunció Crawford—. Se imprime en Chicago los lunes y jueves. Conseguiremos pruebas de las páginas de clasificados.

—Tendré más material, pero menos importante —dijo Bowman.

—Cualquier cosa útil que encuentres envíala directamente a Chicago. Ponme al tanto cuando vuelva del hospicio —dijo Crawford mientras caminaba hacia la puerta.