A estas palabras que no dejaban ninguna esperanza, Milady se alzó en toda su estatura y quiso hablar, pero las fuerzas le faltaron; sintió que una mano potente e implacable la cogía por los pelos y la arrastraba tan irrevocablemente como la fatalidad arrastra al hombre: no trató siquiera de hacer resistencia y salió de la cabaña.

Lord de Winter, D’Artagnan, Athos, Porthos y Aramis salieron detrás de ella. Los criados siguieron a sus amos y la habitación quedó solitaria con su ventana rota, su puerta abierta y su lámpara humeante que ardía tristemente sobre la mesa.