En la medida en que he podido comprobarlo, todos los acontecimientos que se cuentan en este libro son verdaderos. George Lee y Kathleen Lutz emprendieron la tarea agotadora y frecuentemente penosa de reconstruir en una cinta grabada los veintiocho días que habían pasado en la casa de Amityville, retocando cada uno los recuerdos del otro, de tal modo que el «diario» oral fue tan completo como era posible hacerlo. No sólo George y Kathy se pusieron de acuerdo entre los dos sobre cada experiencia vivida, sino que muchas de sus impresiones e informes fueron sustanciados por el testimonio de testigos independientes, como el padre Mancuso y algunos oficiales de la policía local. Pero tal vez la prueba definitiva de la veracidad de su relato sea circunstancial: se requiere más que inspiración o un estado nervioso especial para que una familia normal y equilibrada de cinco miembros tome la drástica decisión de abandonar una apetecible casa de dos pisos, que incluye un entrepiso completo, una piscina de natación y un embarcadero, sin detenerse siquiera a retirar sus pertenencias personales.
Debo señalar asimismo que cuando los Lutz huyeron de su casa a principios de 1976, no tenían intenciones de hacer un libro con sus experiencias. Tan sólo cuando la prensa y los medios de difusión empezaron a publicar informes sobre la casa —que los Lutz juzgaron sensacionalistas y deformados—, consintieron ellos en que se publicara su relato. Y tampoco estaban enterados de que muchas de sus aseveraciones iban a ser corroboradas por otros. Además de verificar sus cintas grabadas en todo lo que se refiere a la consistencia interna, he llevado a cabo mis entrevistas personales con las otras personas que intervinieron en el caso, y puedo decir que George y Kathy no se enteraron de las tribulaciones del padre Mancuso hasta que la redacción definitiva de este libro estuvo terminada.
Antes de mudarse a la nueva casa, los Lutz distaban mucho de ser expertos en el tema de los fenómenos supranormales. En la medida en que pueden recordar, los únicos libros leídos que podrían ser condenados «ocultos» son unas cuantas obras que tratan de la Meditación Trascendental. Pero, como he podido comprobar en mis conversaciones con personas bien informadas sobre estos temas, casi todas las declaraciones de la pareja tienen fuertes paralelos con otros informes de casas embrujadas, «invasiones psíquicas» y fenómenos semejantes, publicados a lo largo de los años y que provienen de diversas fuentes. Por ejemplo:
El penetrante frío sentido por George y otros es un síndrome repetidamente observado por visitantes de casas embrujadas. Estas personas perciben un «punto frío» o un frío difuso. Los ocultistas piensan que una entidad desencarnada podría alimentarse con la energía térmica y el calor corporal a fin de obtener así el poder necesario para hacerse visible y mover a los objetos.
Es sabido que los animales suelen tener sensaciones de molestia, e incluso de terror, en zonas «habitadas». Esto se cumple sin duda en el caso de Harry, el perro de la familia, sin hablar de los visitantes humanos que nunca habían entrado a la casa: la tía de Kathy, un niño de la vecindad y otros.
La ventana que bajó estruendosamente, aplastando la mano de Danny, tiene un eco en el caso, sucedido en Inglaterra, de la portezuela de un auto que se cerró sola, aplastando la mano de una mujer que llegaba al lugar para investigar unos informes de supuestos hechos paranormales. Minutos más tarde, durante el trayecto hasta el hospital más cercano, la mano de esta mujer readquirió su estado normal.
La vislumbre visionaria de George de lo que más adelante identificó como el rostro de Ronnie de Feo, su repetido despertar a la hora en que se había producido el asesinato de los De Feo, y los sueños eróticos de Kathy tienen su contrapartida en un fenómeno llamado retrocognición: un sitio con cargas emocionales adquiere, al parecer, la capacidad de trasmitir imágenes de su pasado a los visitantes actuales.
Los daños sufridos por las puertas, las ventanas y la balaustrada, el movimiento y la posible teleportación del león de cerámica, el olor nauseabundo en el sótano y la casa parroquial son elementos muy conocidos por todos los lectores de la voluminosa literatura escrita en torno a «poltergeists» o «fantasmas barulleros», cuyo comportamiento ha sido documentado por investigadores profesionales. La «banda militar» también es característica del «poltergeist», que tiene reputación de producir ruidos dramáticamente estridentes. (Una víctima se ha referido al estruendo de «un piano de cola que cae escaleras abajo» sin causas ni perjuicios visibles).
La mayor parte de las manifestaciones del poltergeist suele ocurrir en presencia de un niño —por lo general una niña— próximo a la pubertad. En este caso ninguno de los niños Lutz tenía edad suficiente para provocar el fenómeno. Además, la mayor parte de las travesuras del poltergeist tiene un carácter de malicia infantil y no suelen ser crueles o dañinas físicamente. Por otra parte, como señala el padre Nicola en su libro Demonical Possession and Exorcism, el poltergeist suele aparecer como primera manifestación de una entidad interesada primordialmente en la posesión diabólica. El crucifijo invertido en el placard de Kathy, las recurrentes moscas y los olores a excremento humano son connotaciones típicas de la infección demoníaca.
Entonces, ¿cómo debemos situar el relato de los Lutz? Existen demasiadas corroboraciones independientes de lo que ellos dicen para suponer que ha sido imaginado o inventado. Ahora bien, suponiendo que las cosas hayan ocurrido como yo las cuento aquí, ¿cómo hemos de interpretarlas?
Lo que sigue es una interpretación, el análisis de un investigador experimentado de fenómenos supranormales:
«El hogar de los Lutz, al parecer, ha albergado tres entidades distintas. Francine, la médium, sintió por lo menos la presencia de dos “fantasmas” corrientes, es decir, espíritus ligados a la tierra de seres humanos que —por determinadas razones— siguen vinculados a un sitio particular mucho después de su muerte física, y que, por lo general, sólo quieren quedarse solos para gozar de ese lugar al cual se habían acostumbrado en la existencia terrenal. La mujer cuyo contacto y perfume fueron percibidos por Kathy (Francine habla de “una mujer vieja”) puede haber sido la propietaria original de la casa, que sólo quería tranquilizar a la mujer joven, recién llegada, a quien su cocina parecía un lugar tan simpático y atrayente.
»Análogamente, el niño a quien se refieren de manera independiente Missy y la cuñada de Kathy podría ser un espíritu ligado a la Tierra que —siempre de acuerdo con los médium y espiritistas— tal vez no se hubiera dado cuenta de estar muerto. Solitario y desconcertado, en el mundo sin tiempo que sigue a la muerte, habría gravitado naturalmente hacia el cuarto de Missy y se habría sorprendido de que su cama estuviera ocupada por Carey y Jimmy. Pero si pidió ayuda a Carey, no fue él, evidentemente, quien tomó medidas para que Missy llegara a ser su compañera permanente de juegos.
»Más bien, la figura encapuchada y Jodie el Cerdo parecen corresponder a una clase de seres enteramente diferente. Los demonólogos ortodoxos creen que los ángeles caídos pueden manifestarse como animales o como figuras aterradoras según su voluntad; por lo tanto, estas dos apariciones pueden haber sido una y la misma. Aunque George vio los ojos de un cerdo y las huellas de las patas en la nieve, Jodie habló con Missy y, por lo tanto, no era un simple espectro animal. Y la entidad que tiznó su rostro en la pared de la chimenea y planeó sobre el pasillo esa última mañana puede haber adoptado una forma menos aterradora para conversar telepáticamente con una niña de corta edad.
»Parece lógico pensar que esta entidad, junto con las voces que ordenaran al padre Mancuso irse y a George y a Kathy poner fin a su exorcismo improvisado, puede haber sido “invitada” en el curso de ceremonias ocultas oficiales en el sótano o en el terreno original de la casa. Una vez establecidas, las entidades habrían resistido cualquier intento de ser desalojadas y con tanto más vigor que el que podría ejercer un fantasma corriente.
»Los inexplicables trances de George y de Kathy, sus cambios de estado de ánimo, sus repetidas levitaciones, sus extraños sueños y transformaciones físicas pueden interpretarse como síntomas de incipiente posesión. Algunos de los que creen en la reencarnación dicen que pagamos por antiguos errores naciendo en un nuevo cuerpo y experimentando las consecuencias de nuestras acciones. Pero cualquier entidad tan resueltamente malévola como las entidades que atormentaron a los Lutz debe haber comprendido que un retorno a la carne podía significar expiación en forma de deformidad física, enfermedad, sufrimientos y otros “karmas” negativos. De tal modo, un espíritu especialmente perverso podría evitar totalmente el renacer, apoderándose en cambio de los cuerpos de los vivientes para saborear la comida, el sexo, el alcohol y otros placeres terrenos.
»Evidentemente George Lutz no era el “caballo” idealmente pasivo para un jinete desencarnado; la amenaza que representó la situación para su mujer y sus hijos lo galvanizó, le hizo devolver el golpe para defenderse. Pero ninguno de sus adversarios invisibles era un alfeñique. La extraordinaria fuerza de estas entidades está indicada por los ataques de largo alcance al auto del padre Mancuso, a su salud, a sus habitaciones, y por la levitación de George y de Kathy, que se produjo incluso después de haber huido la pareja a casa de la madre de ella. En tal caso, ¿por qué los Lutz no han hablado de nuevos trastornos después de su traslado a California?
»Otra antigua tradición oculta según la cual los espíritus no pueden trasmitir sus poderes a través del agua, puede tener aquí cierto sentido. Mientras yo estaba preparando este libro, una de las personas básicamente responsables de su composición sentía una sensación de debilidad y de náusea en el instante de sentarse a trabajar en el manuscrito, todas las veces que lo hacía en su oficina de Long Island. Pero cuando trabajaba en Manhattan del otro lado del East River, no experimentaba nada fuera de lo común».
Naturalmente, no estamos obligados a aceptar ésta o cualquier otra interpretación «psíquica» de los hechos que ocurrieron en la casa de Amityville. Pero cualquier otra hipótesis nos sume inmediatamente en la tarea de construir una serie aún más increíble de extrañas coincidencias, alucinaciones compartidas y grotescas, malas interpretaciones de un hecho. Seria útil poder reproducir, como en un experimento controlado de laboratorio, algunos de los eventos ocurridos a los Lutz. Por supuesto, no podernos hacerlo. Los espíritus desencarnados, si existen, probablemente no sienten ninguna obligación de interpretar sus acciones ante las cámaras y los equipos de grabación de los investigadores responsables.
No hay evidencias de acontecimientos extraños que se hayan producido en el número 112 de Ocean Avenue después del período de tiempo descrito en este libro, pero también esto tiene su sentido: más de un parapsicólogo ha notado que las manifestaciones ocultas, especialmente las que tienen que ver con apariciones de poltergeists, muy a menudo terminan tan bruscamente como se iniciaron, y no vuelven a aparecer. Incluso los cazadores tradicionales de fantasmas aseguran a sus clientes que los cambios estructurales en una casa, incluso un simple cambio en la disposición de los muebles, como el que podría efectuar un nuevo inquilino, traen un rápido fin de todas las manifestaciones supranormales.
En cuanto a George y Kathleen Lutz, por supuesto, su curiosidad ha quedado más que satisfecha. Pero el resto de nosotros se enfrenta con un dilema: cuanto más «racional» la explicación, tanto menos fácil es de sostener. Y lo que yo he llamado Aquí vive el horror sigue siendo uno de esos oscuros misterios que desafían nuestras explicaciones convencionales de lo que este mundo abarca.