9

Iona condujo su primer grupo en solitario montando a Alastar. No estaba segura de haberse ganado tal responsabilidad, o si Boyle se la había endilgado para quitársela de en medio.

Daba igual.

Disfrutó de la hora con el caballo, y aunque sabía que este habría preferido un vivo galope, percibió el placer que le producía su camaradería, del mismo modo que ella se deleitó con la fluida conversación con la pareja de Maine, y el orgullo que le reportaba estar segura de los senderos, las direcciones y la mayoría de las respuestas.

Nos estamos ganando la vida, pensó, dándole una palmada en el cuello a Alastar.

Cuando regresó, Meara salió a recibirlos al grupo y a ella.

—Yo me ocupo a partir de aquí, si no os importa. Necesitan a Iona en el establo grande.

—¿De veras?

—Y a Alastar. ¿Sabes ir?

—Claro. Tú me enseñaste, y yo me lo marqué en el mapa. Pero…

—Son órdenes de Fin, así que más vale que vayas. Bueno, ¿qué tal el paseo? —le preguntó a la pareja.

Desconcertada, Iona giró su montura y volvió por donde había venido.

¿Se habría quejado Boyle de ella? ¿Estaba a punto de ser despedida?

Sus inquietantes pensamientos hicieron que Alastar volviera la cabeza para mirarla.

—Estoy actuando como una imbécil. Solo reacciono de forma desmesurada, eso es todo. Boyle está cabreado, pero no es mezquino. —Además, creía que a Fin le caía bien, al menos un poco.

Lo sabría cuando llegara allí. Y con eso en mente, se permitió el lujo de dejar que Alastar consiguiera lo que quería.

—Vamos —decidió, y aun antes de que pudiera espolearlo suavemente con los talones, el animal salió disparado—. ¡Oh, Dios, sí! —Riendo, levantó la cara hacia el cielo mientras Alastar recorría el camino como un trueno.

Su entusiasmo era el de él, glorioso y entrelazado. El poder, comprendió, el de Alastar y el suyo, los espoleaba a ambos de manera que durante un instante, solo un instante más, sintió que se elevaban por encima del suelo. Estaban volando de verdad, con el viento azotando su melena y las crines de Alastar.

Cuando rió, Alastar relinchó triunfante.

Aquel animal había nacido para eso, comprendió Iona. Y ella también.

—Tranquilo —murmuró—. Deberíamos mantenernos en el suelo… por ahora.

El fugaz vuelo, junto con la dicha de galopar a lomos de un precioso caballo, se llevó sus preocupaciones. Dejó que él impusiera la velocidad —ese semental sabía moverse— y siguió el sinuoso cauce del río, alejándose después, bajando un angosto sendero que atravesaba los espesos árboles y llegaba al claro en el que se extendían las cuadras detrás de un potrero para saltos.

Hizo que redujera el paso —tranquilo, tranquilo— para así poder recobrar el aliento y echar un vistazo.

La casa, de piedra gris con dos originales torrecillas y numerosas y relucientes ventanas, se alzaba al frente. Un precioso patio de piedra terminado en una tapia lo separaba del garaje y el apartamento, el de Boyle, situado encima del mismo.

Un segundo potrero se extendía a la derecha. Había una terna de caballos delante de la valla, mirando hacia los árboles, como si estuvieran sumidos en una profunda meditación.

Vio hombres, remolques, camionetas —camiones, joder— y un enorme todoterreno negro.

Todo parecía próspero, funcional e irreal a la vez, pensó. Imponiéndole un digno trote a Alastar, se encaminó al establo, y entonces él se detuvo cuando Iona escuchó su nombre.

Divisó a Fin —ataviado con vaqueros, botas y aquella envidiable chaqueta de cuero—, que le indicó que se aproximara al potrero de salto al tiempo que él se acercaba a pie.

Abrió la valla y le señaló que entrara.

—Meara me ha dicho que querías verme.

—Así es. —Ladeó la cabeza para estudiarla con esos perspicaces ojos verdes—. Te has divertido.

—Yo… ¿Qué?

—Resplandeces, igual que nuestro chico.

—Oh, bueno…, hemos disfrutado de una buena galopada hasta aquí.

—Seguro que sí, y probablemente más que eso, pero en cualquier caso —prosiguió antes de que a ella pudiera ocurrírsele qué responder— quiero ver cómo realizáis el circuito Alastar y tú.

Pocas cosas podrían haberla sorprendido más.

—¿Quieres que realice el circuito con él?

—Sí. —Cerró la valla y acto seguido se metió las manos en los bolsillos—. Cuando quieras —añadió.

Iona se quedó parada durante un momento, estudiando el circuito. Ella habría clasificado el actual trazado como intermedio. Un par de dobles, nada peligroso, y mucho espacio para la aproximación.

—Tú eres el jefe. —Azuzó a Alastar, le hizo dar media vuelta y adoptar un paso largo y regular.

No dudaba de él, a fin de cuentas habían volado juntos. Sintió cómo se preparaba para el primer salto. Lo superaron, se aproximaron al siguiente y saltaron por encima.

—¿Qué estás tramando? —le preguntó entre dientes Boyle a Fin cuando salió. También él tenía las manos en los bolsillos, pero con los puños casi cerrados.

Fin apenas le dirigió la mirada a Boyle cuando este se acercó a él por detrás.

—Te dije que quería ver cómo se manejaba. Necesito saberlo. ¡Retrocede y repítelo de nuevo! —le gritó a Iona.

Fin desvió la mirada hacia el bosque. Ya no eran sombras, sino árboles, pero eso cambiaría. Así que tenía que saberlo.

—No me necesitas aquí para esto —comenzó Boyle.

—Tengo negocios en Galway, como bien sabes. Uno de los dos tiene que quedarse con ella hasta que estemos seguros de que puede dar la clase.

—No hay necesidad de utilizarla para eso.

—No hay necesidad de no hacerlo, ¿o sí? Joder, son pura seda. Ese caballo ya es suyo. Siento celos. Yo le caigo bien, pero jamás me querrá como la quiere a ella. Bueno, otra grieta en mi corazón. —Le dio una palmada en el hombro a Boyle—. Quedamos en el bar; habré terminado y regresado para las ocho. Tomaremos una pinta y cenaremos, y tú me contarás cómo lo ha hecho. Y luego nos tomaremos una segunda cerveza, que a lo mejor te afloja la lengua lo suficiente como para que me cuentes qué pasó entre la bruja rubia y tú que ha teñido tus ojos de preocupación.

—Dos pintas no me aflojarán la lengua, colega.

—Pues que sean tres. ¡Bien hecho, Iona! ¡Sois un espectáculo digno de verse! —vociferó Fin.

—Alastar ha nacido para ello. —Iona le frotó el cuello al caballo mientras se acercaba—. Yo solo soy un lastre.

—Sois un binomio. Tenemos una alumna nueva dentro de unos minutos. Tiene once años y es buena amazona, pero ha decidido que quiere aprender a saltar. La llevarás tú.

—¿Llevarla adonde?

—Le enseñarás. Como instructora. Ganarás parte de los honorarios por las clases. Si funciona bien para las dos. Boyle se quedará para supervisar esta primera clase, ya que yo tengo asuntos que atender en otra parte.

Fin vio que ella recorría a Boyle con la mirada antes de apartarla de nuevo.

—De acuerdo. ¿Cómo se llama y qué caballo quieres para ella?

—Se llama Sarah Hannigan, y también vendrá su madre…, que se llama Molly. Ensillarán a Winifred; la llamamos Winnie. Es una veterana. La clase de hoy será de treinta minutos. Veremos si le gusta. Si es un sí, acordaréis los horarios y los días entre vosotras.

—Me parece bien. Esta me sirve por el momento, pero preferiría una montura para salto la próxima vez que dé clase.

—Claro, lo solucionaremos. Bueno, me marcho. Te veo en el bar, Boyle.

Mientras Fin se alejaba, Iona bajó la mirada hacia Boyle y le vio cambiar el peso de un pie a otro.

—¿Y bien?

—Me ocuparé de que ensillen a Winnie.

Cuando se dio la vuelta en dirección a los establos, Alastar le propinó un fuerte topetazo a Boyle con la cabeza.

—¡Alastar! Lo siento —se apresuró a decir, y se mordió con fuerza el labio para impedir que se le escapara una carcajada—. No seas maleducado —le dijo al caballo, y se arrimó a su oreja para agregar—: aunque sea divertido.

Después de desmontar, ató las riendas a la valla.

—Espera aquí. ¿Puedo ver a tu Monada? —le preguntó a Boyle.

—¿Mi qué?

—La yegua, Monada. La que rescataste de las garras del gilipollas.

—Ah. —Frunció el ceño durante un instante, luego se encogió de hombros—. Está dentro.

—Puedes indicarme el camino. Debería echarle un vistazo a Winnie para ver con qué voy a trabajar.

—Muy bien.

Boyle se alejó a grandes zancadas, y después de mirar a Alastar con los ojos en blanco, Iona lo siguió con la boca bien cerrada.

No la presentó a los mozos de cuadra ni al chucho que no dejaba de menear el rabo, de modo que se presentó ella misma. Y haciendo caso omiso de la evidente impaciencia de Boyle, estrechó la mano de Kevin y Mooney y rascó a Bicho (así llamado porque se los comía) entre las orejas.

Calculó que el edificio era al menos un cincuenta por ciento más grande que el otro establo, pero los olores, los sonidos y el aspecto eran iguales.

Boyle se detuvo delante de una casilla ocupada por una bonita yegua alazana.

—Esta es Winnie.

—Es lista, ¿verdad? Eres una chica lista, ¿a que sí, Winnie? —Recia, estimó Iona mientras le acariciaba el carrillo. Un buen tamaño para una chica joven, y la serenidad en su mirada era buena señal para una novata en clase de salto—. Puedo ensillarla para la clase si me dices dónde está el guadarnés.

—Kevin se ocupará. ¡Kevin! Va a venir la pequeña Sarah para su primera clase de salto. Montará a Winnie.

—Entonces voy a prepararla.

Iona se dio la vuelta y vio a la potrilla blanca.

—Ay, Dios mío, fíjate.

Casi de un blanco puro, estilizada, regia —joven, pensó Iona mientras se aproximaba—, la potrilla la observó con sus ojos castaño dorados.

—Es…

—Aine —concluyó Iona—. La reina de las hadas de Fin. Aunque todavía es una princesa, un día será reina. —Cuando levantó una mano, Aine inclinó la cabeza, como si le concediera un gran favor—. Es increíblemente hermosa, y lo sabe perfectamente. Es orgullosa, y solo espera que llegue su momento. Y lo hará.

—Me parece que vamos a esperar otro año antes de aparearla.

No ese momento, pensó Iona, pero se limitó a asentir.

Tú volarás, pensó. Y amarás.

—Fin entiende mucho de caballos —comenzó Iona cuando retrocedió.

—Así es.

Se detuvo a saludar a los otros caballos a medida que recorría el inclinado hormigón. Animales buenos y saludables, estimó, y algunas auténticas bellezas —aunque ninguna estaba a la altura de Alastar y Aine—, alojados en casillas limpias y espaciosas. Entonces llegó a la yegua ruana de ojos grandes y enternecedores, con una larga lista blanca que recorría su cara, y lo supo sin que nadie se lo dijera.

—Tú eres Monada, que es justo lo que eres.

Aun antes de que Boyle se acercara a ella, la yegua volvió la cabeza; sus ojos se tornaron afectuosos, su cuerpo se estremeció, pero no a causa del miedo, pensó Iona, sino de puro placer.

Lo había olido, lo había sentido, antes de que él apareciera. Y era amor entrelazado con una absoluta devoción lo que hizo que la yegua estirara el cuello para poder tocar su hombro con la cabeza, con la ligereza de un beso.

—Esta es mi chica —prácticamente canturreó, y Monada relinchó, volviendo la cabeza en busca de su mano. Boyle abrió la puerta de la casilla y entró—. Ya que estoy aquí, voy a echarle un vistazo a la pata delantera.

—Está mejor —repuso Iona—, pero se acuerda de lo mucho que le dolía. Recuerda haber tenido hambre… y miedo… hasta que llegaste tú.

Sin decir nada, Boyle se acuclilló para pasar las manos por la pata mientras Monada le mordisqueaba el pelo de manera juguetona.

—¿Llevas una manzana en el bolsillo de la chaqueta? Ella está muy segura de que sí.

Resultaba… desconcertante que le tradujeran los pensamientos de su caballo, pero se levantó y deslizó las manos a lo largo del flanco de Monada.

Iona pensó que si un caballo fuera capaz de ronronear, Monada lo habría hecho.

Si bien Aine la había dejado asombrada con su increíble belleza y elegancia, la sencilla e inquebrantable devoción de Monada le encogía el corazón.

Tanto Monada como ella sabían lo que era anhelar el amor, o al menos una sincera comprensión y aceptación, y desear con toda el alma tener un lugar, un propósito en la vida.

Parecía que ambas habían conseguido que su deseo se hiciera realidad.

Entonces Boyle se metió la mano en un bolsillo para coger la manzana y luego buscó en el otro su navaja. Iona sintió el gozo que a Monada le producía el dulce que iban a ofrecerle.

—Estás recuperando bien el peso, mi niña, pero ¿qué es un poco de manzana, después de todo?

Monada capturó la manzana con limpieza, ojeando la otra mitad mientras comía.

—Esta es para Winnie, si se porta bien con su alumna —añadió Boyle.

—La salvaste. —Esperó mientras él salía y cerraba la puerta de la casilla—. Siempre será tuya.

Luego Iona acercó la mano para acariciarla y Monada estiró el cuello otra vez.

—No se asusta contigo —reparó Boyle—. Es un progreso. Aún se pone un poco nerviosa con los desconocidos.

—Nos entendemos la una a la otra.

Cuando Monada ladeó la cabeza para apoyar la mejilla contra la de Boyle y él se sacó la media manzana del bolsillo y se la dio, Iona supo que estaba perdida.

—Iré a por otra para Winnie. Tú no has tenido suficientes manzanas en tu vida.

—Se acabó —farfulló Iona—. Se me da bien cabrearme, sobre todo cuando está justificado. Al menos eso creo. Pero se me da como el culo mantener el cabreo. No puedo aferrarme a él; es demasiado duro. Si a eso le sumas que estoy aquí presenciando esta historia de amor mutua, es imposible. Así que dejo de estar cabreada contigo, si es que eso importa.

Boyle la miró con cierta cautela y recelo.

—El día y el trabajo van mejor cuando el enfado no los empaña.

—Estoy de acuerdo. Así que… —Iona le tendió una mano—. ¿Que haya paz?

Él miró su mano con el ceño fruncido durante un momento, pero se la estrechó. Tenía intención de soltársela enseguida, sin embargo, no lo hizo.

—Trabajas para mí.

Iona asintió.

—Cierto.

—Eres la prima de uno de mis mejores amigos.

A Iona se le aceleró un poco el pulso, pero asintió de nuevo.

—Lo soy.

—Y apenas hace una semana que te vi por primera vez.

—No puedo discutir eso.

—Y eres una…

Iona frunció el ceño.

—¿Una qué?

—Una bruja de verdad. Y algo con lo que tú misma estás empezando a familiarizarte.

—Vale. ¿Es eso lo que te supone un problema?

—No estaba diciendo que eso fuera un problema.

—¿Eres intolerante con las brujas?

Aquella ofensa fue como un bofetón en plena cara, que hizo que el verde de sus ojos brillara aún más sobre el dorado.

—Eso es una sandez, ya que soy amigo de tres, y uno de ellos es además mi socio.

—Entonces ¿por qué lo has mencionado como una de las razones por las que no estás o no deberías estar…, no sé bien cuál de las dos cosas…, interesado en mí?

—Porque está ahí. Lo está. Y me gustaría conocer a un solo hombre —prosiguió de manera un tanto acalorada— que no pensara en ello a fondo.

—Quizá debería cabrearme otra vez —farfulló Iona—. Pero es difícil hacerlo cuando Monada está ahí mismo, mirándote con adoración. Además, todo lo que has dicho es verdad, eso es innegable. Y si todo esto te supone un problema, entonces vale. Para mí nada de eso me supone un problema.

—Pero no compartes mi opinión.

—No, no la comparto. La paz sigue en pie. —Y si uno tenía en cuenta que no le había soltado la mano, él también seguía queriendo la paz—. ¿Todo bien?

—Algunas cosas deberían ser un problema para ti.

—¿Por qué? Se dan relaciones entre jefes y empleados todo el tiempo, y no pasa nada…, desde mi punto de vista…, siempre que la balanza de poder no se utilice como arma. La gente sale también con parientes de amigos todo el tiempo. Y ni puedo ni quiero cambiar lo que soy.

—Mostrarte lógica no cambia nada.

Iona no pudo evitar reír.

—¿Y mostrarse ilógico sí?

—No me… Joder.

Tiró de ella por segunda vez ese día, con la misma frustración que la primera. Y dado que ella aún se reía, Boyle puso fin a su risa aplastando su boca contra la de ella.

Ella sabía tal y como imaginaba que sabría la luz, cálida y radiante, con una descarga de energía. Aquel sabor lo atraía, le hacía desear más, mucho más. Esa mujer lo desconcertaba, eso era todo, toda aquella calidez y brillantez en la penumbra, cercada por el familiar olor de los caballos. Era su mundo, y ahora ella estaba en él.

Y lo rodeaba con los brazos, como si siempre fuera a estar así.

Si aquello no causaba impresión a un hombre, ¿qué lo haría?

Boyle se apartó con brusquedad.

—Esto no es nada sensato.

—No estaba pensando en si es sensato o no. Bésame otra vez y lo haré.

Iona tuvo que alzarse de puntillas y tirar de él para que inclinase la cabeza, pero su boca se encontró con la de él. Pensó que era como aferrarse a un volcán justo antes de que entrara en erupción o volar en una nube a punto de ser absorbida por un tornado.

¿Cómo sería cuando arrojara fuego y la tormenta estallara?

Deseaba con todas sus fuerzas averiguarlo.

Pero él se apartó una vez más.

—No estás pensando.

—Tienes razón, se me ha olvidado. Vamos a intentarlo otra vez.

Boyle rompió a reír y, aunque se entreveía cierta tristeza, podría haber aceptado su oferta, excepto por el fuerte carraspeo que escuchó a su espalda.

—Os pido disculpas, pero Sarah y su madre están aquí. —Kevin esbozó una amplia sonrisa—. Winnie está ensillada y lista…, es decir, si lo estáis vosotros.

—Ya voy para allá. —Miró a Boyle—. ¿Hay papeleo?

—Solo un impreso que ha de firmar la madre. Yo me ocuparé de eso.

—De acuerdo, pues vamos allá.

Cuando Iona se marchó, Monada dejó escapar otro relincho, que bien podría haber sido una risita equina, y Kevin se metió las manos en los bolsillos mientras silbaba una cancioncilla.

—Ni una sola palabra —farfulló Boyle—. Ninguno de los dos.

Satisfecha con el día a todos los niveles, Iona se fue a casa cruzando el verde bosque. Sentaba bien volver a calzarse las botas de instructora, y más con una alumna tan prometedora. Quizá, con esa puerta entreabierta, Fin o Boyle le confiaran uno o dos alumnos más.

Y hablando de puertas entreabiertas, el inesperado y muy satisfactorio interludio en el establo había dado un buen subidón a su ego y a su ánimo.

Además, veía algunas posibilidades muy interesantes a través de esa rendija.

Boyle McGrath, pensó. Duro, taciturno, temperamental. Y un osito amoroso cuando se trataba de la preciosa y traumatizada yegua que lo adoraba. Deseaba con toda su alma conocerlo, descubrir si aquellas mariposas y aquella agitación eran solo atracción física o algo más.

Durante toda su vida había esperado encontrar ese algo más.

Además, que él fuera reacio, tuviera sentimientos encontrados y estuviera un poco cabreado, lo hacía más interesante. No podía contenerse, sencillamente, y eso resultaba muy sexy.

Tal vez debería pedirle una cita, solo algo informal. ¿Una copa en el bar? ¿Ir a ver una peli? Antes tendría que averiguar adónde iba a la gente al cine por aquellos lares.

Si supiera cocinar, se autoinvitaría a su casa para prepararle la cena, pero ahí aguardaba el desastre. En vez de eso, a lo mejor podría…

Hizo una pausa, desconcertada cuando echó un vistazo a su alrededor. No se había desviado del camino, ¿o sí? Tal vez no hubiera prestado del todo atención, pero después de haber recorrido ese camino durante días, era algo instintivo.

Sin embargo, algo iba mal, la dirección no parecía la correcta.

Giró en redondo, frotándose los brazos que de repente se le habían quedado fríos.

Y vio la niebla arrastrarse por la tierra.

—Oh, oh.

Iona dio un paso atrás, tratando por todos los medios de orientarse. Giró a la derecha siguiendo un impulso y enfiló por el estrecho camino de tierra a toda prisa. Solo tardó unos segundos en percatarse de que había elegido mal y se estaba adentrando más en el bosque.

Cuando se dio la vuelta para regresar sobre sus pasos, unos árboles anchos como su brazo le bloquearon el camino. La niebla rezumaba entre sus fuertes troncos.

Echó a correr. Mejor correr en cualquier dirección que quedar atrapada. Pero a la derecha, los árboles surgieron del suelo, crujiendo y chasqueando al atravesar la tierra, y la obligaron a desviarse.

La luz cambió, tornándose gris como la niebla. Un viento gélido aullaba entre las ramas mientras estas se retorcían y se enredaban para taparle el sol.

Aire, pensó de manera frenética, árboles atravesando la tierra, agua en forma de niebla.

Él utilizaba los elementos contra ella.

Se obligó a detenerse, invocando el poder a pesar de que el temor despertó con él. A continuación, extendió las manos, en las que sostenía dos bolas de fuego gemelas.

La risita sonó baja, deslizándose por su piel como si fueran las patas de una araña. Se estremeció ante el susurro de su nombre. Luego todos sus músculos temblaron ante el crujido, ante el gruñido.

—Kathel.

Pero lo que surgió de la grisácea luz fue el lobo de su pesadilla.

Esa vez no era un sueño. Era tan real como su terror, como el desaforado latido de su corazón.

A medida que se aproximaba, caminando de manera sinuosa, pudo vislumbrar la brillante joya roja que colgaba de su cuello.

—Atrás —le advirtió, y el lobo le enseñó los colmillos.

Jamás sería más veloz que él, pensó al tiempo que retrocedía un paso. Y la expresión en sus centelleantes ojos le dijo que él lo sabía.

Arrojó el fuego, primero una bola, luego la otra, solo para verlas estallar en humo a unos centímetros del lobo que la acechaba. Desesperada, luchó por conjurar otra, pero le temblaban las manos y el terror dominaba su mente.

Mente serena, se ordenó, pero quería gritar.

Todo era real, pensó. Todo había parecido tan fantástico, tan místico: hechiceros, maldiciones, luchar contra un mal que moraba en las sombras.

Pero todo era muy, muy, real. Y pretendía matarla.

Vio que el lobo se ponía en posición, listo para atacar. Y entonces, con un grito feroz, el halcón descendió en picado desde el cielo. Sus garras arañaron el flanco del lobo, haciendo que brotara una sangre tan negra como su piel antes de ascender de nuevo.

El momentáneo alivio se extinguió cuando un segundo gruñido sonó detrás de ella. Al volverse, el alivio la inundó otra vez. Kathel gruñía con fiereza. Iona fue hacia él, le colocó la mano en la cabeza y sintió que la calma se entrelazaba con el miedo justo cuando Connor, seguido por Branna, atravesó la niebla.

Connor levantó un brazo enguantado para que el halcón se posara con las alas extendidas.

—Toma mi mano —le dijo a Iona, sin apartar sus ojos serenos y fríos del lobo.

—Y la mía.

Connor y Branna la flanquearon, y cuando sus manos se unieron no fue calma lo que sintió, sino el abrasador aumento de poder que la llenó de vida.

—¿Vas a ponernos a prueba aquí? —Le desafió Branna—. ¿Vas a intentarlo aquí y ahora?

Un rayo de luz, dentado como un relámpago, salió disparado de su mano abierta, clavándose en el suelo a escasos centímetros de las patas delanteras del lobo. Este retrocedió. La joya brillaba de un intenso rojo fuego; su gruñido resonó como un trueno, pero retrocedió.

La niebla se replegó sobre sí misma, haciéndose más y más pequeña. Connor levantó la mano de Iona con la suya. La luz brotaba de ellas, propagándose y haciéndose más potente hasta que la niebla se hizo jirones y se desvaneció.

Y el lobo se fue con ella.

—Yo… Dios mío, solo estaba…

—Aquí no —le espetó Branna—. No hablemos aquí.

—Llévala a casa. Roibeard y yo iremos después de echar un vistazo.

Branna asintió ante las palabras de Connor.

—Ten cuidado.

—Siempre lo tengo. Ahora vete con Branna. —Le dio un apretoncito consolador a Iona—. Te sentirás mejor después de tomarte un trago de whisky.

Con Iona de la mano, y el zumbido de aquel poder aún presente, Branna atravesó el bosque a paso vivo. Sin otro deseo que el de estar en casa, Iona se dejó arrastrar a pesar de que le temblaban las rodillas.

—No podía…

—No hasta que estemos dentro. Ni una puñetera palabra.

El perro fue delante, manteniéndose siempre a la vista. Cuando por fin atisbo la casa entre los árboles, Iona vio al halcón volar en círculo en el plomizo cielo.

Una vez en el interior de la casa, empezaron a castañetearle los dientes. Su visión periférica se tornó grisácea, de modo que apoyó las manos en las rodillas y metió la cabeza entre ellas.

—Lo siento. Estoy mareada.

—Aguanta las náuseas un momento. —Aunque la impaciencia teñía su voz, le puso una mano con ternura en la cabeza y el mareo pasó tan rápido como había aparecido—. Siéntate —le ordenó, empujando con suavidad a Iona dentro del salón y chasqueando los dedos hacia el fuego para avivar las llamas y que difundieran más calor—. Estás en estado de shock, eso es todo. Así que siéntate y respira. —Fue hasta la licorera con celeridad y sirvió un par de dedos de whisky en un vaso corto—. Y bebe.

Iona bebió, soltó el aire entre los dientes y bebió de nuevo.

—Solo estoy un poco… —exhaló un suspiro— aterrorizada.

—¿Por qué te has salido del camino y te has internado tanto en el bosque?

—No lo sé. Ha pasado sin más. Yo no me he apartado, o no recuerdo haberlo hecho. Simplemente volvía a casa e iba pensando en cosas. En Boyle —reconoció—. Hemos hecho las paces.

—Oh, vale, qué bien. —Branna se quitó un par de horquillas del pelo con brusquedad y las arrojó a la mesa mientras su melena caía como una cascada—. Todo bien, entonces.

—No me he apartado del camino, no de manera consciente. Y cuando me he dado cuenta de que no estaba donde debía, que estaba donde no debía estar, he dado marcha atrás. Pero… la niebla ha llegado primero. —Iona bajó la mirada al vaso vacío y lo dejó—. Sabía lo que eso significaba.

—¿Y no nos has llamado ni a nosotros ni a tu guía? No nos has llamado a ninguno.

—Todo ha pasado muy deprisa. Los árboles… se movían, la niebla me ha rodeado. Entonces ha aparecido el lobo. ¿Cómo habéis venido? ¿Cómo lo habéis sabido?

—Connor había salido con Roibeard y el halcón lo vio desde arriba. Puedes darle las gracias a él por habernos llamado a Connor y a mí.

—Lo haré. Le estoy muy agradecida. Branna… —Se le quebró la voz cuando la puerta se abrió y entró Connor.

—Ya no hay nada. Se ha ido al puto agujero que utiliza, sea cual sea. —Se acercó hasta la licorera y se sirvió un whisky—. ¿Cómo te encuentras, prima?

—Bien. Estoy bien. Gracias. Siento haber…

—No quiero tus disculpas —espetó Branna—. Quiero sentido común. ¿Dónde está tu amuleto?

—Yo… —Iona se llevó la mano al cuello y se acordó—. Me lo dejé en mi cuarto esta mañana. Me olvidé de…

—No lo olvides y no te lo quites.

—Vamos, tranquila. —Connor tocó el brazo de Branna cuando se acercó a Iona—. Nos has dado un buen susto. —Entonces acarició el brazo de Iona, y la calma la inundó—. No es culpa tuya. No es culpa suya —le dijo a Branna antes de que esta pudiera replicar—. Apenas lleva una semana con esto. Nosotros hemos tenido toda la vida.

—No tendrá tiempo ni posibilidad de vivir más si no tiene el sentido común de llevar consigo la protección con la que cuenta y no llama a su guía o a nosotros cuando necesita más ayuda.

—¿Y quién si no tú la ha estado educando? —respondió Connor.

—Oh, así que ahora la culpa de tenga menos sentido común que un niño de pañales es mía.

—No os peleéis por mí y no habléis de mí. Ha sido culpa mía. —Más tranquila, Iona se levantó para detenerse cerca del calor del fuego—. Yo me he quitado el amuleto y yo no he prestado atención. Ninguna de esas dos cosas volverá a suceder. Siento haber…

—Santo Dios, te juro por lo más sagrado que te coseré los labios durante una semana como vuelvas a disculparte.

Iona se limitó a levantar las manos en alto ante la amenaza de Branna.

—No sé qué más decir.

—Simplemente cuéntanos con todo detalle qué ha pasado antes de que llegáramos hasta ti —le pidió Branna—. No, en la cocina. Prepararé té.

Iona la siguió, luego se acuclilló para acariciar a Kathel y darle las gracias.

—Volvía a casa desde el establo grande.

—¿Por qué estabas ahí?

—Oh, Fin mandó a buscarme. Me han encomendado a una alumna para que le dé clases de salto. Fui hasta allí montando a Alastar. Volamos un poco.

—¡Dulce Brighid!

—No era mi intención, exactamente, y paré. Luego Fin tuvo que marcharse, pero Boyle se quedó a supervisarme, para cerciorarse de que no la cagaba, diría yo. Le pedí que me presentara a Monada, pero primero conocí a Aine y es increíble, Dios mío.

—No me interesa ningún informe sobre caballos —le recordó Branna.

—Lo sé, pero intento explicarme. Entonces conocí a Monada, y los vi a Boyle y a ella, y no pude seguir cabreada con él. Después, como ya no estaba cabreada con él, una cosa llevó a la otra.

—¿Por qué estabais cabreados? —se preguntó Connor.

—Oh, tuvimos algo esta mañana cuando pasó a recogerme.

—Él la besó hasta derretirle los sesos —lo informó Branna, y Connor esbozó una amplia sonrisa.

—¿Boyle? ¿De veras?

—Luego fue grosero y desagradable, y eso me cabreó. Pero después, viéndolos a Monada y a él, no pude seguir cabreada, así que le dije que ya no lo estaba, y fue entonces cuando una cosa llevó a la otra, y me agarró y me besó de nuevo. Seguro que a estas alturas ya he perdido un veinte por ciento de mis neuronas. Y la clase fue muy bien; fue tan estupendo tener un alumno otra vez que me sentía bien y me distraje —reconoció— e iba pensando que tal vez debería pedirle para salir a Boyle; ir a tomar una copa, al cine o algo así. Después de un arranque tan accidentado, estaba siendo un día tan estupendo que me dejé llevar. Y de repente no estaba donde debería.

Les contó los detalles que recordaba.

—No te has concentrado —le dijo Branna—. Si quieres utilizar el fuego de forma defensiva u ofensiva, tienes que querer hacerlo.

—Nunca lo ha utilizado contra nada ni nadie —señaló Connor—. Pero ha tenido el ingenio y el poder de conjurar el fuego. La próxima vez le achicharrará el culo. ¿A que sí, querida Iona?

—Eso seguro. —Porque nunca más volvería a sentirse tan indefensa y aterrada—. Iba a intentarlo de nuevo, y vale, estaba aterrada. Entonces Roibeard bajó en picado del cielo. Es la criatura más hermosa que he visto en la vida.

—Es todo un espectáculo —repuso Connor con una sonrisa.

—Después apareció Kathel y luego vosotros dos. Me quedé paralizada —admitió—. Era como estar atrapada en un sueño. La niebla, el lobo negro, la gema roja resplandeciendo en su garganta.

—Alimentando su poder. La piedra —exclamó Branna— y tu miedo. Trabajaremos con más ahínco. Y tú llevarás puesto el amuleto. Connor te acompañará al picadero por las mañanas y nos aseguraremos de que alguien te traiga a casa al final del día.

—Oh, pero…

—Branna tiene razón. Llevas aquí una semana y ya te ha abordado en sueños y en la vida real. Tendremos más cuidado, es todo. Hasta que decidamos qué hacer. Y ahora ve a por tu amuleto y pongámonos a trabajar.

Iona se puso en pie.

—Gracias por estar ahí.

—Eres nuestra —declaró Connor sin más—. Somos tuyos.

Las palabras y la serena lealtad impresa en ellas hicieron que a Iona le escocieran los ojos mientras atravesaba con rapidez la cocina en dirección a su habitación.

—Se ha enfrentado a muchas cosas en muy poco tiempo —comenzó Connor.

—Lo sé. Lo sé muy bien.

—Y tú has sido brusca con ella porque tenías miedo por ella.

Branna no dijo nada durante un momento, tan solo se limitó a concentrarse en el relajante proceso de preparar el té.

—Soy yo quien la está enseñando.

—No tienes más culpa de la que tiene ella. Y esto ha sido una lección para todos. Se ha vuelto osado desde que ella llegó.

—Con los tres juntos, sabe igual que nosotros que se acerca el momento. Si consigue hacerle daño o convertirla…

—Iona no se convertirá —dijo Connor.

—No lo hará, no, no de forma voluntaria. Creo que tiene tu lealtad, y demasiada gratitud por lo poco que ha recibido.

—Cuando tienes menos que poco de algunas cosas, das las gracias por una pizca siquiera de algo. Nosotros siempre nos hemos tenido el uno al otro. Y siempre nos han querido. Ella quiere amor, darlo y recibirlo. No he fisgoneado —agregó—. Es tan parte de ella que es imposible no verlo.

—Yo también lo he visto. Bueno, ahora nos tiene a nosotros, nos guste o no.

Connor aceptó el té que su hermana le pasó.

—Así que es Boyle, ¿no? Ha agarrado a nuestra prima y la ha besado hasta dejarla tonta, según parece. Apenas acaba de llegar y mi colega se tira encima de ella como un conejo.

—Oh, corta el rollo y no seas crío.

Connor rió, tomando un sorbo de té.

—¿Por qué voy a cortar el rollo cuando es tan divertido?