6

Segura de conocer el camino, Iona atravesó el bosque a toda prisa. Vio a una joven pareja que paseaba cogida de la mano y supuso que se trataba de huéspedes del hotel, tal vez recién casados. Turistas aprovechando un día seco y soleado.

Durante unos días más seguiría siendo huésped del hotel, pero ya no encajaba en la definición de turista. Era una emigrante.

Aquello le parecía extraño y glamuroso, aunque oliera a caballo y tal vez un poquito a estiércol. Pero como ya llegaba algo tarde, no quería tomarse el tiempo que tardaría en regresar a su habitación, darse una ducha y cambiarse de ropa.

Tendría que idear una especie de horario flexible, pensó, que incluyera esa visita a la escuela de cetrería y un viaje a Cong. Quizá pudiera encajar la visita en su descanso del día siguiente, suponiendo que tuviera uno. Si a Connor le apetecía, lo invitaría a una pinta en el pueblo después de su clase con Branna y tal vez cenaran.

Y estaba impaciente por escribirle un e-mail a Nana para contarle lo del trabajo, hablarle de cómo había sido su día y de lo que aprendiera de Branna. Su vida, tan desorganizada e insatisfactoria solo unos días antes, rebosaba de posibilidades.

Aquel era su camino, a su trabajo, a su casa. Se acabó desplazarse entre el tráfico para ir de su diminuto apartamento a su trabajo, y viceversa. Se acabó desear un poquito de aventura porque ahora estaba viviendo una. Se acabó el preguntarse qué defecto tenía que hacía que a la gente le resultara tan fácil apartarse de su lado. Esa vez había sido ella quien se había marchado. No, se corrigió, había llegado. Aquello importaba mucho más.

Ahora dependía de ella hacer que todo importara.

Cuando llegó al árbol caído sintió aquel impulso, aquel anhelo, y oyó el seductor susurro de su nombre. Se detuvo y echó un vistazo a su alrededor, pero no vio nada.

Y, sin embargo, ahí estaba otra vez, aquel suave, casi dulce, susurro que decía su nombre.

Titubeó, ¿era una luz tenue y lejana lo que titilaba a través de aquel muro de enredaderas? ¿Como una luz en una ventana que daba la bienvenida a casa?

Pese a recordarse que ya llegaba tarde, que Branna le había dicho que no se entretuviera ahí, que no explorara el lugar, dio un paso adelante.

Solo tardaría un minuto, solo echaría una ojeada.

Otro paso, y todo se tornó un ensueño. La luz se hizo más potente, los susurros más profundos y la invadió una soñolienta sensación de calor.

El hogar, pensó de nuevo. Había deseado tener uno desde hacía mucho tiempo. Y ese…

Cuando sus dedos tocaron las enredaderas, el aire palpitó como el latido de un corazón; la luz se apagó ligeramente dando paso al ocaso.

El perro ladró con fuerza detrás de ella, haciéndola volver a la realidad de golpe.

Iona temblaba como una mujer que se tambalea al borde de un precipicio, y retrocedió varios pasos hasta que estuvo junto al perro, apoyando una mano en su bonita cabeza.

Su propio aliento le sonaba tan estentóreo que apenas era capaz de escuchar sus pensamientos.

—Iba a atravesarlo. Sentía que tenía que hacerlo, y lo deseaba más que nada en el mundo. Casi he faltado a mi palabra, y nunca lo hago. ¿Qué lugar es este? —Se frotó las manos congeladas, estremeciéndose una última vez—. Me alegro de que hayas venido, y seguro que no ha sido solo una casualidad. Vámonos. Imagino que Branna nos espera a los dos.

El viento se levantó cuando se alejaron. Antes de llegar al límite del bosque, la lluvia comenzó a caer de una única nube, por lo que podía ver, mientras el sol continuaba prodigando su perlada luz.

Kathel y ella apretaron el paso. Aunque se dirigía a la puerta de la casa, alcanzó a ver a Branna en el taller, de modo que cambió el rumbo.

Al igual que la vez anterior, el taller olía de forma maravillosa: a humo, a hierbas y a cera de abeja. Branna estaba de pie, con el cabello recogido y un jersey de color ciruela hasta las caderas. Dejó una maceta blanca en la encimera de trabajo, sobre la que había un cuenco blanco, una gruesa vela blanca y una pluma también blanca.

—Llego tarde. Lo siento, pero…

—En el mensaje que me has dejado en el teléfono me decías que era posible que llegaras tarde. No hay problema. —Estudió a Iona mientras Kathel se acercaba para frotarse contra su pierna—. Enhorabuena. ¿Ha ido bien tu primer día?

—Alucinante. Fabuloso. Gracias. Muchísimas gracias.

Mientras hablaba, Iona cruzó la habitación con celeridad para estrechar a Branna en un fuerte abrazo.

—Vale, bien. —Branna le dio una palmadita en la espalda—. De todas formas ha sido Boyle quien te ha contratado.

—Pero has sido tú quien me ha ayudado a meter la cabeza. —Después de darle otro apretón, se apartó—. Es todo cuanto podría desear. Parecía… lo correcto desde el primer segundo. ¿Sabes lo que quiero decir? Todo ha encajado. Y Meara…, conoces a Meara.

—Claro que la conozco. —Con su estilo sereno, Branna se volvió para poner la tetera al fuego—. Es una buena amiga mía, y con la que se puede contar.

—Me ha caído bien enseguida; otro clic, supongo. Me ha enseñado aquello antes de que llegara Boyle, y he conocido a Mick…, seguro que también lo conoces.

—Lo conozco, sí.

—Es muy gracioso y sabe muchas historias. Ya estoy un poco colada por él.

—Tiene mujer y cuatro hijos, y el primer nieto en camino.

—Oh, no pretendía… Estás de coña. De todas formas, ha sido genial, genial de verdad. Aunque Boyle estaba mosqueado.

—Es célebre por sus mosqueos.

Branna depositó unas galletas en un plato y otras, de chocolate, en un segundo plato.

—Llegó a caballo, y parecían salidos de una película tanto él como el magnífico animal. Los dos tan cabreados, tan espléndidos y, bueno, tan fuertes. Y estaba maldiciendo al caballo. Estoy convencida de que el caballo también lo estaba maldiciendo a él. Su socio…, Fin, ¿verdad?, lo compró y se encargó de que se lo enviaran a Boyle. Y es sencillamente espectacular.

—Te refieres al caballo.

—Claro. Bueno, Boyle no está nada mal. Durante un par de minutos se me… —Se dio unos golpecitos con la mano contra su corazón—. Solo con mirarlo. Es una lástima que tenga mal genio porque…, ¡uf! —Esbozó una amplia sonrisa, puso los ojos en blanco y se abanicó la cara. Acto seguido abrió los ojos como platos—. Ay, Dios mío, ¿no seréis…? ¿Boyle y tú tenéis algo?

—¿De naturaleza romántica? No. —Con una carcajada espontánea, Branna comenzó a añadir el té—. Connor y él son amigos desde niños, y para el caso, nosotros somos amigos desde hace más tiempo del que puedo recordar. Es un buen hombre con un genio tremendo, pero al igual que con Meara puedes contar con él contra viento y marea.

—Bueno es saberlo, y supongo que hoy tenía motivos para estar de mal humor. Alastar se las ha hecho pasar canutas y ha mordido a uno de los mozos. Creo que a otro le ha pegado una coz y…

—Espera. —Branna agarró a Iona del brazo para detener el torrente de palabras—. ¿Has dicho Alastar? ¿El caballo se llama Alastar?

—Sí. ¿Qué sucede? ¿Qué pasa?

—¿Y fue Fin quien compró el caballo y se encargó de que lo enviaran?

—Sí. Meara me dijo que Fin aún está de viaje, pero que envió el caballo hace un par de días.

—Así que… —Inspiró hondo y puso las manos en la encimera durante un momento— lo sabe.

—¿Quién y qué? Me estás asustando, Branna.

—Fin. Sabe que tú estás aquí. O sabe que los tres estamos aquí juntos. Eso para empezar. Se dice que Alastar era el nombre del caballo de Teagan. Él fue su primer guía.

—Alastar. No lo sabía, pero… fue como si nos reconociéramos el uno al otro. Había algo, pero pensé…, supongo que pensé que simplemente me necesitaba, que necesita a alguien que lo comprendiera. Alastar. El caballo de Teagan. Tú no crees que sea una coincidencia.

—¿Que hayas venido tú y también el caballo? ¿Y que Boyle prácticamente lo haya llevado hasta ti esta mañana? Joder, desde luego que no creo que sea una coincidencia, y si a eso le sumamos a Finbar Burke, no hay error posible.

—¿Cómo sabe de mí o el nombre del caballo de Teagan?

Branna dejó dos tazas con un tintineo.

—Él tiene poder.

—¿Es como nosotros? ¿Fin?

—No se parece a nadie salvo a él mismo, pero procede de la sangre, igual que nosotros. Desciende de Cabhan, el hechicero negro.

—Espera un minuto. Espera. —Trató de asimilarlo, incluso se apretó la cabeza con las manos, como si quisiera retenerlo todo dentro—. ¿El malo, el que Sorcha mató… o mató en su mayor parte? ¿Este Fin es descendiente de él?

—Así es. —Con los ojos centelleantes y expresión sombría, Branna empujó con impaciencia una horquilla del pelo que se le había aflojado—. Lleva la marca, y fue Teagan quien marcó a Cabhan. Tiene poder y lleva su sangre.

—¿Es malvado?

Branna agitó la mano de forma impaciente, luego sirvió el té.

—No hay una respuesta sencilla a una pregunta como esa. No ha hecho daño a nadie, de lo contrario yo lo sabría. Pero desciende de Cabhan y se acerca el momento. Ha enviado el caballo para que nosotros lo sepamos.

—Pero ¿tener a Alastar no es una ventaja para mí? ¿Para nosotros? ¿Para nuestro bando?

—Eso está por ver.

—No entiendo. —Cogió una galleta porque estaban ahí y señaló a Branna con ella—. Es socio de Boyle y también su amigo, eso lo pillo. No entiendo cómo podría ser peligroso si…

—Esa es una pregunta más fácil de responder. Fin es peligroso y siempre lo ha sido.

—Pero si Boyle es un tío tan leal, ¿cómo pueden ser amigos?

—La vida es un rompecabezas.

—Eso explica cómo sabía Boyle que soy…, ya sabes.

Exhalando un suspiro, Branna cogió su taza de té.

—Bruja no es una palabra mala, Iona. Es quién eres y lo que eres.

—No ha sido precisamente un tema de conversación habitual en mi vida. Me estoy acostumbrando a ello, poco a poco. Debería habértelo dicho antes, enseguida. Él lo sabía. Yo no le había contado nada…, ¿por qué iba a hacerlo?…, pero él lo sabía. No parecía demasiado extrañado, pero como es amigo de un hechicero…

—Fin es una bruja, igual que nosotros.

—Vale. Eso suena un poco afeminado.

—Tienes mucho que aprender, prima. —Le pasó una taza de té a Iona.

—Antes debería contarte una cosa. No he faltado a mi palabra. Es importante. Pero hoy, al volver de las cuadras, me he puesto a atravesar esas enredaderas. No era mi intención hacerlo, pero he creído ver una luz, y no paraba de escuchar mi nombre una y otra vez. Era casi como el sueño que tuve. Me sentía fuera de mí, que tiraban de mí. Como si tuviera que cruzar hacia lo que sea que aguarda. Kathel me detuvo… otra vez. Yo no incumplo mis promesas, Branna. No miento.

—¿Nunca? —Branna tomó un sorbo de té.

—Nunca. De todas formas se me da fatal, así que ¿para qué voy a molestarme? Pero habría vuelto allí si Kathel no hubiese venido. No podía detenerme.

—Te está poniendo a prueba.

—¿Quién?

—Cabhan, o lo que queda de él. Tendrás que ser más fuerte y más lista. Una vez que lo seas, Connor y yo te llevaremos tal y como te prometimos. Bueno, veamos qué tenemos para trabajar.

Demasiado entusiasmada como para beber, Iona dejó el té a un lado.

—¿Vas a enseñarme un hechizo?

Con otra carcajada, Branna negó con la cabeza.

—¿Galopaste la primera vez que montaste a caballo?

—Eso quería yo.

—Hoy vas a pasear, y con correa. Cuéntame, ¿qué te decía tu abuela que era lo más importante sobre tu poder, sobre la brujería?

—No perjudicar a nadie.

—Bien. No perjudicar a nadie. Lo que tienes forma parte de ti tanto como el color de tus ojos o la forma de tu boca. Lo que haces con ello es una elección. Elige bien.

—Tomé la decisión de venir aquí, de venir a ti.

—Y yo espero que no lo lamentes. En fin, los elementos son cuatro. —Señaló con un gesto hacia la mesa de trabajo—. Tierra, aire, agua y fuego. Los invocamos y los utilizamos con respeto. No se trata de doblegarlos con nuestro poder, sino de fusionar nuestro poder con los suyos. Casi siempre es el fuego el primero que se aprende.

—Y el último que se pierde —intervino Iona—. Eso decía Nana.

—Muy cierto. Enciende la vela.

Encantada por tener algo que mostrar, Iona se acercó. Adaptó su respiración, se concentró y se imaginó reuniendo el poder que poseía, liberándolo acto seguido en una prolongada y calmada bocanada de aire.

El pabilo prendió.

—Muy bien. El agua. La necesitamos para vivir. Corre por nuestro cuerpo físico, domina el mundo en que vivimos. —Señaló el cuenco blanco, lleno de agua—. Clara y serena ahora. Inmóvil. Pero se mueve como el mar, se alza como un géiser, se derrama como una fuente. Su poder y el mío.

Iona vio que el agua se agitaba, formando pequeñas olas dentro del cuenco que lamían los laterales. Dejó escapar un grito amortiguado cuando el líquido salió disparado hacia el techo, formando una fluida lanza espiral, para después abrirse como una flor y volver a caer en el cuenco sin que se derramara ni una sola gota.

—Ha sido precioso.

—Una preciosa pizca de magia, pero es una habilidad importante. Agita el agua, Iona. Siéntela, mírala, pídele.

Igual que con la llama de la vela, pensó. Tendría que concentrarse, reunir su poder. Volvió a sosegar su respiración, tratando de hacer lo mismo con su mente y su pulso. Contempló el agua e intentó formar una imagen de esas pequeñas olas agitando su serena superficie.

Y no consiguió nada.

—Estoy haciendo algo mal.

—No. No tienes paciencia.

—Es un problema. Vale, otra vez.

Fijó la vista en el agua y se esforzó hasta que le dolieron los ojos.

—A algunos les cuesta más tiempo. ¿Dónde está el centro de tu poder? ¿Dónde lo sientes alzarse? —le preguntó Branna.

—Aquí. —Iona se presionó el vientre con la mano.

—Para Connor está aquí. —Branna se tocó el corazón—. Tira de él y envíalo fuera. Utiliza la mano para guiarte. Arriba, afuera. Imagina, focaliza, pide.

—Vale, vale.

Relajó los hombros y se apartó el pelo, adoptando una nueva posición. Quería agitar la puñetera agua, pensó. Quería aprender a proyectarla hacia arriba como una lanza. Quizá había sido demasiado apocada. Así que…

Tomó aire y tiró, subiendo la mano desde su vientre y lanzándola hacia el cuenco.

Y a duras penas consiguió reprimir el grito cuando el agua salió disparada hacia el techo.

—¡Joder! Yo solo… ¡Uf!

El agua cayó como una pequeña inundación. Se detuvo, quedándose inmóvil justo sobre la encimera.

—Preferiría ahorrarme el desastre —repuso Branna, y meneando un dedo, hizo que el agua regresara de nuevo al cuenco.

—Oh, lo has hecho tú. Creía que había sido yo.

—Tú la has arrojado hacia arriba y has perdido la concentración. Yo te evitado tener que pasar la fregona.

—¿Yo he hecho eso? —Emocionada, realizó un pequeño bailecito—. Bien por mí. Uau, es la caña. No es respetuoso —dijo con una mueca.

—No existe ninguna razón para que no haya espacio para el júbilo y el asombro. A fin de cuentas se trata de magia. Hazlo otra vez. Pero despacio. Con suavidad. Control, siempre.

—Igual que montar a caballo —murmuró Iona.

Hizo que el agua se elevara, aunque solo unos centímetros esa vez, y luego imaginó una pequeña fuente y la creó. Despacio, muy despacio, la giró de forma que diera vueltas justo encima del cuenco. El danzar del agua la colmó de júbilo y asombro.

—Hay mucho dormido dentro de ti —le dijo Branna.

Encantada, orgullosa e impresionada consigo misma, Iona dejó que el agua cayera de nuevo dentro del cuenco.

—Pues despertémoslo.

Cuando Connor entró, Iona estaba haciendo flotar una pluma. No con la fluida elegancia que le demostró Branna, pero flotaba.

Su primo le guiñó un ojo y acto seguido, girando un dedo, hizo que la pluma ascendiera hasta hacerle cosquillas bajo la barbilla.

—Creído —le dijo, pero rió y giró su propio dedo—. Estoy en párvulos brujeriles. He creado fuego, movido el agua, hecho flotar la pluma y también he hecho eso.

Señaló hacia la maceta blanca y la preciosa margarita pintada que florecía en ella.

—¡Enhorabuena! —Impresionado, Connor se acercó a la mesa de trabajo.

—Eso es lo que he hecho yo —se corrigió, enseñándole el pequeño brote junto a la margarita—. La flor la ha hecho Branna.

—Sigue siendo un buen trabajo. Menudo día has tenido, prima. —Le rodeó los hombros con un brazo en un rápido apretón—. Y estoy aquí para reclamar mi pinta. Se acabó el cole, ¿no te parece, Branna? Son las seis y media, y estoy muerto de hambre.

—Lleva la magia en el corazón, pero nuestro Connor piensa con el estómago…, o con lo que está más abajo.

—Y no me avergüenza ninguna de las dos cosas. Vamos al bar. Iona me invita a una pinta y yo pago el papeo. A mí me parece un buen trato.

—¿Por qué no? —decidió Branna—. Tenemos cosas de qué hablar, y no me vendría mal una pinta y algo de comida mientras hablamos.

Se quitó las horquillas del pelo, sacudió la cabeza e hizo que Iona suspirase de envidia.

—Vamos, Kathel. Tardaré cinco minutos —dijo.

—Serán veinte —la corrigió Connor—. Te vemos allí —le gritó, y agarró a Iona de la mano.

—No me importa esperar.

—Decidirá cambiarse de ropa, y una vez lo haya hecho, se pondrá a pintarse la cara. Para cuando haya terminado, yo ya podría tener mi pinta y tú podrías estar contándome qué tal te ha ido el día.

—Posiblemente haya sido el mejor de mi vida. Puede que me lleve un buen rato.

—Tengo tiempo más que de sobra… siempre que vayamos a por esa cerveza y a por mi cena.

Quizá fuera la energía residual del poder que había ejercitado, combinada con la excitación del nuevo empleo, pero Iona se sentía como si pudiera ir al pueblo corriendo a toda velocidad.

Connor tenía otras ideas, y adoptó un paso relajado en el accidentado camino. Sabía que hablaba como un papagayo, pero, a fin de cuentas, él había preguntado. Y la escuchaba, se reía y hacía comentarios.

Cuando le habló de Alastar, Connor enarcó las cejas y ladeó la cabeza. Sus ojos, tan colmados de diversión, parecieron agudizarse con una viva y astuta intensidad.

—Vaya, qué giro tan interesante, ¿no te parece?

—A Branna la ha cabreado.

—Bueno, Fin suele hacerlo la mayoría de las veces, y ¿que haya enviado a este caballo en particular? Es un mensaje especialmente para ella de su parte.

—¿Una advertencia?

Connor le brindó una sonrisa serena.

—Es posible que ella se lo tome así.

—A ti no te cabrea.

—Se acerca, ¿verdad?… sea lo que sea. Lo supimos cuando apareciste en nuestra casa.

Dirigió la mirada hacia el bosque; sus ojos veían más allá de todo cuanto ella alcanzaba a ver, pensó Iona.

—Esto no es más que el siguiente paso —le dijo—, y a mí me parece que tener un buen caballo es algo positivo.

—Pero es de Fin, y Fin es parte de…, no sé…, las fuerzas enemigas…

—No lo es.

—Pero… Branna me ha dicho…

—Vínculos sanguíneos, maldiciones y la marca del diablo. —Connor le restó importancia encogiéndose de hombros, como quien se despoja de una vieja chaqueta.

—¿Es el descendiente de Cabhan?

—Lo es. Ya me gustaría a mí saber en qué familia no hay una oveja negra. Que desciendas de alguien no te convierte en ese alguien. Cada uno toma sus propias decisiones, ¿verdad? Tú has tomado las tuyas. Bien sabe Dios que Fin toma las suyas, igual que nuestra Branna. Es mi hermana, y es tan importante para mí como el respirar. Y Fin es mi amigo, como lo ha sido toda mi vida. Así que camino sobre la cuerda floja, y menos mal que tengo buen equilibrio.

—Tú no crees que sea malvado.

Connor guardó silencio el tiempo necesario para atraerla contra sí y darle un beso en la coronilla con un afecto tan natural que le llegó al corazón.

—Creo que la maldad se presenta en demasiadas formas como para contarlas. Fin no es una de ellas. En cuanto a que Alastar sea suyo… Comprar algo no lo convierte en tuyo, pues puedes conservarlo, perderlo o regalarlo. Eres tú quien ha conectado con el caballo, ¿no?

—Supongo que eso es cierto. Confías en él, eso puedo verlo. Pero Branna no.

—Podría decirse que tiene sentimientos encontrados, como con ninguna otra cosa. Fin volverá cuando lo crea oportuno y entonces podrás decidir por ti misma qué opinas.

—¿Erais amigos de niños? Fin, Boyle y tú.

—Aún lo somos.

Iona rió, pero sintió una pequeña punzada.

—Yo no tengo ningún amigo de toda la vida. Nos mudamos cuando tenía unos seis años y luego mis padres se separaron cuando tenía diez, así que nos mudamos otra vez, y hubo mucho trajín de una casa a otra y más traslados cuando cada uno volvió a casarse. Considero que es agradable tener amigos con los que has crecido.

—Los amigos son amigos, da igual cuándo los hayas hecho.

—Tienes razón. Eso me gusta.

Connor la cogió de la mano de nuevo y señaló con la otra cuando entraron en el pueblo.

—Ahí tienes las ruinas de la abadía de Cong. Son unas ruinas magníficas y los turistas vienen para pasear por ellas, aunque la mayoría viene a Cong por El hombre tranquilo.

—A Nana le encanta esa película. Yo misma la vi antes de venir.

—En septiembre celebramos un festival para conmemorar la película. Es maravilloso. Hace un par de años vino Maureen O’Hara en persona. Sigue siendo una belleza singular. Regia y real a un mismo tiempo.

—¿Llegaste a conocerla?

—Durante un instante. Claro que fue un momento memorable. ¿No has conseguido dar esa vuelta por el pueblo hoy?

—No, pero hay mucho tiempo. Tengo la sensación de haber estado aquí. Por todo lo que Nana me ha contado —le explicó—. Y por sus fotografías, la guía turística. Es tal y como lo había imaginado.

Las bonitas tiendas, bares y restaurantes, el pequeño hotel, tiestos y jardineras de flores adornando la carretera a la sombra de la abadía en ruinas. Si bien las tiendas estaban cerradas, los bares se encontraban abiertos y había gente dispersa paseando por las angostas aceras.

—¿Dónde está la tienda de Branna?

—Al doblar la esquina, ahí, un poquito más allá, al lado de la tetería. Ahora estará cerrada, pero tengo una llave si quieres verla.

—No pasa nada. Supongo que tendré un día libre.

—Seguro que tendrás tu día libre. Boyle trabaja muy duro, pero no hasta caerse de agotamiento.

Continuaron su camino por la empinada carretera, e Iona levantó la cara al viento, feliz al sentir la frescura del aire contra su piel.

—¿Es… es turba eso que huelo?

—Pues claro. No hay nada mejor que un fuego de turba por la noche y una pinta que lo acompañe. Y aquí disfrutaremos de ambas cosas.

Abrió la puerta y la hizo entrar.

El olor a levadura de cerveza que salía del tirador, el aroma terrenal de la turba que ardía en la chimenea; sí, pensó Iona, no había nada mejor. La gente ocupaba los taburetes de la barra o estaba sentada en mesas, comiendo. El murmullo de sus voces se alzaba sobre el tintineo de los vasos de cristal.

Media docena de clientes saludó a Connor en cuanto entró por la puerta. Él les devolvió los saludos de palabra, con la mano, y condujo a Iona hacia la barra.

—Buenas noches, Sean. Esta es mi prima, Iona Sheehan, de Estados Unidos. Es la nieta de Mary Kate O’Connor.

—Bienvenida. —Tenía una desgreñada mata de pelo blanco enmarcando un rubicundo rostro, y le brindó una rápida y amplia sonrisa que alcanzó sus alegres ojos azules—. ¿Y cómo le va a Mary Kate?

—Está muy bien, gracias.

—Iona está trabajando para Boyle en el picadero. Hoy hay sido su primer día.

—¿De veras? Entonces, ¿eres una amazona?

—Lo soy.

—Va a invitarme a una pinta para celebrarlo. Tomaré una Guinness. ¿Qué tomas tú, Iona?

—Que sean dos.

—Branna viene de camino, de modo que sean tres. Buscaremos una mesa. Vaya, si es Franny. —Connor le dio un beso en la mejilla a una guapa rubia—. Te presento a mi prima Iona de Estados Unidos.

Y así empezó. Iona calculaba que había conocido a más personas en diez minutos y treinta centímetros de barra de las que normalmente conocía en un mes. Cuando se alejaron, tenía un batiburrillo de caras y nombres en la cabeza.

—¿Conoces a todo el mundo?

—De por aquí, a la mayoría. Y hay un par que tú ya conoces.

Divisó a Boyle y a Meara en una mesa abarrotada de jarras de cerveza y platos. Connor se hizo con una junto a la de ellos.

—¿Qué tal?

—Muy bien. ¿Disfrutando de la vida nocturna local, Iona? —le preguntó Meara.

—Celebrando mi nuevo empleo. Gracias una vez más —le dijo a Boyle.

—Resulta que hemos cuadrado horarios —adujo Meara—, y tienes el jueves libre, por si quieres hacer planes.

—Ahora mismo solo tengo planes.

—Iona me ha dicho que Fin te ha enviado un nuevo caballo. Que se llama Alastar… y es temperamental.

—Y un cuerno. —Boyle apuró lo que le quedaba de cerveza—. Esta mañana ha intentado zamparse el brazo de Kevin Leery después de darle una buena coz a Mooney.

—¿Te ha quitado algún trozo a ti?

—Aún no, y no porque no lo haya intentado. Se ha comportado como un caballero con tu prima.

Iona sonrió, mirando su cerveza.

—Lo que pasa es que es un incomprendido.

—Lo comprendo muy bien.

—Nos preguntamos qué se trae entre manos Fin con este caballo. —Meara tomó un poco de sopa, sin apartar los ojos de Connor—. Alastar no es un caballo de paseo, eso seguro. Puede que sea bueno para la cría, pero al marcharse no mencionó que le interesara adquirir un semental para eso.

Connor se encogió de hombros con naturalidad.

—Nadie sabe qué tiene Fin en la cabeza salvo él mismo, y la mayor parte del tiempo él tampoco lo sabe. Y hablando de eso, ahí llega nuestra Branna.

Levantó una mano para llamar su atención.

—Vaya, pero si es una fiesta —dijo cuando llegó a la mesa. Bajó la mano para frotarle el hombro a Meara al tiempo que le brindaba una sonrisa a Boyle—. ¿Estás haciendo trabajar a mi chica hasta en la cena?

—Más bien lo contrario —aseveró Boyle—. Es incansable. Iba a ir a verte mañana. El ungüento que nos preparaste casi se nos ha terminado.

—Tengo más disponible. Te lo enviaré con Iona por la mañana. —Se sentó y cogió su cerveza—. Bueno, brindo por Iona y su nuevo empleo, y porque has tenido la sensatez de contratarla.

Iona se sentía casi mareada ahí sentada, con sus primos, su jefe, su compañera de trabajo…, y siguiendo la sugerencia de Connor, pidió el estofado de ternera y cebada.

Su primer día de trabajo en Irlanda no podía ser mejor.

Y de repente fue aún mejor.

Connor se levantó de la mesa y regresó al cabo de unos momentos con un violín.

—Connor —empezó Branna.

—Yo invito, así que lo menos que puedes hacer es tocar a cambio de la cena.

—¿Tocas el violín?

Branna miró a Iona, luego se encogió de hombros, igual que lo hacía su hermano.

—Cuando estoy inspirada.

—Siempre he querido saber tocar algún instrumento, pero soy un caso perdido. Por favor, ¿nos tocas algo?

—¿Cómo vas a decir que no? —Connor le entregó el violín y el arco a su hermana—. Dinos una canción, Meara, cielo. Algo alegre acorde con el ambiente.

—A mí no me has invitado a cenar.

Connor le guiñó un ojo con descaro y picardía.

—Siempre queda el postre, si tienes apetito.

—Solo una. —Branna probó el arco. Se fijó en que Connor le había aplicado resina, seguro de que iba a convencerla—. Sabes que no se marchará hasta que lo hagamos.

Inclinó la silla, probó de nuevo y ajustó la clavija. Las voces a su alrededor se acallaron cuando Branna sonrió y marcó el ritmo con el pie.

La música flotó, alegre tal y como había pedido Connor, vibrante y animada. La mirada risueña de Branna se dirigió hacia Meara, e Iona vio la amistad, su naturalidad y profundidad, justo cuando Meara rió y asintió.

I’ll tell me ma when I go home, the boys won’t leave the girls alone.

Más magia, pensó Iona. La brillante y alegre música, la voz profunda y coqueta de Meara, el humor en la cara de Branna mientras tocaba. Su corazón se elevó aún más mientras se grababa todo aquello —el sonido, la imagen, el aire mismo— en la memoria.

Jamás olvidaría aquel momento ni cómo la hacía sentir.

Pilló a Boyle mirándola, con una sonrisa de desconcierto en la cara. Imaginó que parecía una idiota embobada, pero no le importaba.

Cuando los aplausos sonaron, se sorprendió botando en su asiento.

—¡Oh, ha sido genial! Sois alucinantes.

—Una vez ganamos un premio, ¿a que sí, Branna?

—Sí, señor. El primer premio del Concurso de Talentos de Hannigan. Una iniciativa efímera acorde con nuestra efímera carrera.

—Erais fabulosas, entonces y ahora, pero damos gracias porque Meara no huyera para convertirse en estrella de la canción. —Boyle le dio una palmadita en la mano—. La necesitamos en el picadero.

—Prefiero cantar para divertirme antes que para pagarme la cena.

—¿No quieres divertirte más? —Iona le dio un codazo en el brazo a Meara—. Cántanos otra.

—Mira lo que has hecho —le dijo Branna a su hermano.

—No tocas por diversión con suficiente frecuencia. Ojalá lo hicieras. —Y cuando posó la mano en la mejilla de Branna, ella suspiró—. Tienes talento y lo sabes.

—Iona no es la única yanqui aquí esta noche. He visto algunos más. Toquemos Wild Rover y enviémoslos de vuelta a casa con el recuerdo de dos bellezas en el bar de Cong.

—Tú sí que tienes talento —dijo Branna riendo. Luego se apartó el pelo y levantó el violín.

Iona vio que su sonrisa desaparecía y todo el humor se esfumaba de sus ojos grises. Otra cosa apareció en ellos, y desapareció tan rápido que no pudo estar segura de qué era. ¿Anhelo? ¿Mal humor? Una mezcla de ambas cosas.

Bajó el instrumento de nuevo.

—Tu socio ha regresado —le dijo a Boyle.