La lluvia volvió a empaparla durante el trayecto de vuelta, pero no empañó su ánimo. Después de entrar en calor con una ducha, Iona buscó unos pantalones de franela y una camiseta térmica. Dejó en el suelo la maleta —ya la desharía como era debido más tarde— y se metió en la cama.
Y durmió como un tronco durante cuatro horas.
Despertó en la oscuridad, desorientada y muerta de hambre.
A pesar de que sus desordenadas posesiones la tentaban, rebuscó hasta dar con unos vaqueros, un jersey, unos calcetines calientes y unas botas. Armada con su guía turística y con los libros que Branna le había prestado, se fue al restaurante rural del hotel; por la comida, por la compañía.
El fuego crepitaba en la chimenea mientras se tomaba un tazón de sopa de verduras y leía con atención sus libros. Le agradaba la reconfortante sensación del baturrillo de voces a su alrededor; gaélico, inglés americano, alemán y posiblemente sueco, pensó. Cenó pescado con patatas fritas y, dado que era su primera noche, se premió con una copa de champán.
La camarera tenía una sonrisa tan deslumbrante como su vivo pelo rojo, y obsequió a Iona con ella mientras le llenaba de nuevo el vaso de agua.
—¿Está disfrutando de la cena?
—Está deliciosa. —Alzando los hombros y encorvándolos hacia delante en una especie de gesto consolador, Iona le devolvió la misma sonrisa radiante—. Todo está delicioso.
—¿Es su primera vez en Ashford?
—Sí. Es alucinante. Me sigue pareciendo un sueño.
—Bueno, dicen que mañana tendremos mejor tiempo, si lo que quiere es pasear.
—Me encantaría.
¿Debería alquilar un coche?, se preguntó. ¿Probar suerte en las carreteras? Tal vez un paseo hasta el pueblo por el momento.
—En realidad, esta tarde he dado un paseo por los jardines, por el bosque.
—¿No estaba todo encharcado?
—No he sido capaz de resistirme. Quería ver a mi prima. Vive cerca.
—¿En serio? Seguro que es agradable tener familia en el lugar que se visita. ¿Quién es? Si no le molesta que se lo pregunte.
—En realidad, son dos, aunque hoy solo he conocido a Branna. Branna O’Dwyer.
La sonrisa de la chica no cambió, pero en sus ojos se apreciaba un nuevo interés.
—¿Es usted prima de los O’Dwyer?
—Sí. ¿Los conoce?
—Todo el mundo conoce a Branna y Connor O’Dwyer. Él es halconero. El hotel reserva visitas a la escuela de cetrería que Connor dirige. Es una actividad muy popular entre los huéspedes. Y Branna… tiene una tienda en Cong. Elabora jabones, lociones, tónicos y ese tipo de cosas. Se llama La bruja oscura, por una leyenda local.
—Hoy he visto su taller. Tendré que echar un vistazo a la tienda y a la escuela de cetrería.
—Hay un agradable paseo a ambos lugares desde el hotel. Muy bien, que disfrute de la cena.
La camarera la dejó, pero Iona se fijó en que se detenía junto a otro camarero para intercambiar unas palabras. Y ambos volvieron la vista hacia la mesa de Iona.
Así que los O’Dwyer son de interés local, pensó. No resultaba sorprendente, pero era extraño estar allí sentada, comiendo pescado con patatas fritas, sabiendo que iba a convertirse en objeto de especulación.
¿Sabrían todos que Branna no era tan solo la propietaria de La bruja oscura, sino que, además, era una bruja?
Y yo también, pensó. Ya solo tengo que aprender qué significa eso. Decidida a hacerlo, abrió otro libro y leyó durante el resto de la cena.
La lluvia amainó, pero el viento nocturno soplaba con fuerza, urgiéndola a regresar a toda prisa al hotel principal en vez de dar un paseo a lo largo del río Cong como le hubiera gustado hacer.
El personal la recibió con algunos «buenas noches» y «bienvenida de nuevo» al entrar y cruzar el vestíbulo. Presa de la curiosidad, cogió algunos folletos sobre la escuela de cetrería y el picadero, y después —¡qué narices, estaba disfrutando de una especie de vacaciones!— pidió que le subieran té a su habitación.
Una vez dentro, se obligó a dejar los folletos y los libros a un lado para ocuparse, por fin, de deshacer la maleta.
Tras la brutal purga en su guardarropa y la venta de todo lo que había apartado, aún le quedaba más que suficiente. Y se había llevado consigo cuanto pensó que iba a necesitar en su nueva vida.
Había llenado el armario, la cómoda, y había vuelto a guardar las cosas que decidió que podían esperar, cuando le subieron el té junto con un plato de maravillosas galletas. Satisfecha por haber hecho sus tareas, se puso un pantalón de pijama, apiló las almohadas y, sentada en la cama, escribió un e-mail en su ordenador portátil para hacerle saber a su abuela que había llegado bien y había conocido a Branna.
Irlanda es todo lo que decías y más, aunque he visto muy poco aún. Y también lo es Branna. Es muy generoso por su parte dejar que me quede con ella. El castillo es sencillamente Impresionante, y voy a disfrutar de cada minuto aquí, pero estoy deseando mudarme a casa de Branna… y de Connor. Espero conocerlo pronto. Si consigo el trabajo en el picadero, será perfecto. Así que piensa en positivo.
Nana, estoy sentada en esta maravillosa cama en un castillo en Irlanda, bebiendo té y pensando en todo lo que está por llegar. Sé que dijiste que podría ser un camino difícil, que podría tener que tomar decisiones complicadas, y te aseguro que Branna me lo ha dejado muy claro. Pero estoy muy emocionada y soy muy feliz.
Creo que es muy posible que haya encontrado por fin el lugar en el que encajo.
Mañana echaré un vistazo al picadero, a la escuela de cetrería, al pueblo… y a la tienda de Branna. Te contaré cómo va todo. ¡Te quiero!
Iona
Les envió e-mails de cortesía a su madre y a su padre. Algunos divertidos a amigos y ex compañeros de trabajo. Y se recordó que tenía que hacer algunas fotografías para enviar la próxima vez.
Dejó el ordenador portátil para cargarlo y cogió de nuevo los libros y folletos. Esa vez se metió en la cama, estirando los hombros contra los almohadones.
Como flotando en una nube de felicidad, echó una ojeada a los folletos, estudiando las fotos. La escuela parecía fascinante. Y el picadero, perfecto. Uno de los consejos preferidos de su madre era: «No te hagas demasiadas ilusiones».
Pero Iona se hacía muchas, muchísimas ilusiones.
Metió el folleto sobre el picadero debajo de la almohada. Dormiría así para que le diera suerte. Luego abrió el libro de Branna otra vez.
Al cabo de veinte minutos, con las luces encendidas y la bandeja de té aún a su lado en la cama, se había quedado dormida.
Y esa vez soñó con halcones y caballos, con el perro negro. Con el verde bosque en el que había una cabaña de piedra con una sinuosa niebla a sus pies.
Tras desmotar de un caballo tan gris como la niebla, atravesó la bruma, con la capucha de su capa subida para cubrirse el cabello. Llevaba rosas por amor a la lápida de piedra pulida y tallada por la magia y la pena. Depositó las rosas ahí, blancas como la inocencia que había perdido.
—Estoy en casa, madre. Estamos en casa.
Se limpió las lágrimas de las mejillas con las manos y trazó el nombre con los dedos.
SORCHA
La Bruja Oscura
Y las palabras sangraron contra la piedra.
«Te estoy esperando».
No era la voz de su madre, sino la de él. A pesar de cuanto habían hecho, de cuanto habían sacrificado, él había sobrevivido.
Había sido consciente de ello. Todos lo habían sido. Y ¿acaso no había ido allí, sola, por ese motivo tanto como para visitar la tumba de su madre?
—Aún esperarás más. Esperarás un día, una luna, un milenio, pero jamás tendrás lo que codicias.
«Has venido sola bajo las estrellas. Buscas amor. Yo te lo daría».
—No estoy sola. —Se dio la vuelta. Se le cayó la capucha y la luz se reflejó en su brillante cabello—. Nunca estoy sola.
La niebla se arremolinó, alzándose y estirándose, y adoptó la forma de un hombre. O lo que había sido un hombre.
Lo había visto antes, de niña. Pero ahora tenía a su alcance más que piedras.
Era una sombra, pensó. Una sombra que atormentaba sus sueños y apagaba la luz.
«Eras una criatura tan bonita. Ahora una mujer madura. ¿Todavía arrojas piedras?»
Justo cuando se disponía a mirarlo a los ojos, vio brillar la piedra roja que llevaba colgada al cuello.
—Mi puntería es tan certera como siempre.
Él rió y se acercó. Captó su olor, el tufillo a sulfuro. Solo un pacto con el diablo podría haberle dado el poder para existir.
«Tu madre no está, ahora no tienes ninguna falda tras la que esconderte. Yo la derroté, le arrebaté la vida, le arranqué su poder con mis manos».
—Mientes. ¿Crees que no podemos ver? ¿Crees que no lo sabemos? —El amuleto parpadeaba, de un rojo brillante; su corazón, pensó. Sus entrañas, su poder. Iba a arrebatárselo costara lo que costase—. Con un beso te hizo arder. Y yo te marqué. Aún llevas la marca.
Levantó las manos, con los dedos curvados hacia él para que la marca de su hombro quemara como una llama.
Al escuchar su grito se abalanzó hacia él, tratando de quitarle la piedra que llevaba. Pero él arremetió al tiempo que sus dedos se transformaban en garras y le dejó las marcas en el dorso de la mano.
«Yo te maldigo a ti y a todos los de tu sangre. Te aplastaré con mis puños, exprimiré lo que eres en un cáliz de plata y beberé de él».
—Los de mi sangre te enviarán al infierno. —Atacó con su mano ensangrentada, impulsando su poder a través de ella.
Pero la niebla se disipó y solo golpeó el aire. La piedra roja palpitó para luego desvanecerse.
—Los de mi sangre te enviarán al infierno —repitió.
Y en el sueño, él pareció mirar fijamente a los ojos de Iona, a su espíritu.
—No es para mí, en este tiempo, en este lugar. Sino para ti en el tuyo. Recuérdalo. —Y sujetándose la mano herida con cuidado, llamó a su caballo. Después de montar, se volvió una vez para mirar la lápida, las flores, el hogar que otrora conoció—. Juro por mi amor que no fracasaremos aunque nos lleve un millar de vidas. —Se llevó la mano al vientre, sobre el leve abultamiento—. Ya hay otro en camino.
Se alejó de allí, atravesando el bosque en dirección al castillo en el que su familia y ella se alojaban.
Iona se despertó temblando. Sentía un dolor punzante en la mano derecha, de modo que buscó a tientas la lamparita con la izquierda. Bajo su luz vio los cortes abiertos, la sangre que brotaba de ellos. Con un grito de sorpresa, se levantó como una exhalación y fue corriendo al baño para coger una toalla, acercándose hasta ella a trompicones.
Antes de que pudiera envolverse la herida, esta comenzó a cambiar. Observó con fascinado espanto que los cortes en su piel se cerraban, la sangre se secaba y desaparecía, igual que el dolor. En cuestión de segundos volvía a tener la mano ilesa.
Había sido un sueño, pero no lo había sido, pensó. ¿Una visión? Una en la que había sido observadora y, de algún modo, también partícipe.
Había sentido el dolor, la ira y la pena. Había sentido el poder, más del que jamás había experimentado, más del que jamás había conocido.
¿El poder de Teagan?
Alzando la mirada, Iona se analizó en el espejo, evocando las imágenes del sueño. Pero tenía su cara… ¿o no? Su constitución, su color de cabello y de piel.
Pero no su voz, pensó en ese instante. Ni siquiera había ocurrido en su idioma, aunque había entendido cada palabra. Gaélico antiguo, asumió.
Necesitaba saber más, aprender más, hallar el modo de comprender cómo unos hechos acaecidos cientos de años antes podían absorberla de tal forma que había sentido dolor de verdad.
Inclinándose sobre el lavabo, se lavó la cara con agua fría y miró la hora en su reloj. Faltaba poco para las cuatro de la madrugada, pero ya no iba a dormir más. Su reloj interno se acabaría adaptando, y por el momento podría regirse por él. Quizá leyera hasta que saliera el sol.
Volvió al dormitorio, y al levantar la bandeja del té con la que había acabado durmiendo, vio tres gotas rojas en las bonitas sábanas blancas. De sangre. Su sangre, comprendió.
El sueño, la visión, la experiencia, no solo le había causado dolor. También la había hecho sangrar.
¿Qué clase de poder podía arrastrarla dentro de sus propios sueños y hacerla sangrar por la herida de una antepasada?
Dejando la bandeja donde estaba, se sentó en el lateral de la cama y se pasó los dedos por la garganta.
¿Y si esas garras le hubieran golpeado ahí, le hubieran seccionado la yugular? ¿Podría haber muerto? ¿Los sueños podían matar?
No, no quería libros, decidió. Quería respuestas, y sabía quién las tenía.
A las seis, llena de energía gracias al café, se dirigió de nuevo al espeso bosque, dejando atrás las fuentes, las flores y los verdes jardines. Esa vez la luz se mantenía suave y luminosa, filtrándose pálidamente entre las ramas a medida que el ancho camino se estrechaba. Y esa vez vio los postes indicadores de la escuela de cetrería y el picadero.
Se prometió que más tarde, esa misma mañana, iría a visitarlos y remataría el día con una caminata hasta Cong. No se dejaría disuadir por un montón de libros y unos truquillos de magia.
El sueño permanecía tan presente en su cabeza que se sorprendió examinándose la mano en busca de marcas de garras.
Un prolongado y agudo chillido hizo que levantara de golpe la cabeza para dirigir la vista al cielo. El halcón planeaba sobre el claro azul, una preciosa ave marrón dorada que describió un círculo para luego descender en picado. Habría jurado que oyó el viento que levantaban sus alas al volar entre los árboles y posarse en una alta rama.
—¡Ay, Dios mío, fíjate! Eres una preciosidad.
El ave clavó sus ojos dorados en ella sin parpadear, con las alas plegadas con porte regio. De forma ilusoria, Iona se preguntó si el halcón se había dejado la corona en casa.
A continuación se metió la mano muy despacio en el bolsillo de atrás para sacar su teléfono móvil, conteniendo la respiración cuando activó la cámara.
—Espero que no te importe. No todos los días se conoce a un halcón. O a un halcón peregrino. No estoy segura de qué eres. Deja que… —Lo encuadró y le hizo una foto, y acto seguido otra más—. ¿Estás de caza o solo has salido a dar tu versión de un paseo matutino? Supongo que vienes de la escuela de cetrería, pero…
Se detuvo cuando el halcón volvió la cabeza. También a ella le pareció captar un débil silbido. En respuesta, el halcón levantó el vuelo de la rama, abriéndose paso entre los árboles, y desapareció.
—Pienso reservar una visita a los halcones —decidió, y echó un vistazo a las fotos antes de guardarse el teléfono para continuar su camino.
Llegó al árbol caído, al muro de enredaderas. Aunque sintió de nuevo el impulso, lo reprimió. Ahora no, no ese día, cuando las emociones del sueño estaban a flor de piel.
Primero las respuestas.
El perro se encontraba al borde del bosque, como si la hubiera estado esperando. Meneó el rabo a modo de saludo y aceptó que le acariciara la cabeza.
—Buenos días. Me alegra saber que no soy la única que se ha levantado temprano y ha salido. Espero que Branna no se cabree cuando vaya a verla, pero necesito hablar con ella.
Kathel fue delante hasta la bonita casa azul, directamente hacia la puerta roja.
Allá vamos.
Utilizó la aldaba con forma de nudo de la Trinidad mientras pensaba cuál era la mejor manera de abordar a su prima.
Pero la puerta la abrió aquel a quien aún no había conocido.
Parecía un príncipe guerrero despeinado y medio adormilado, con su mata de cabello ondulado, de un brillante tono castaño, que enmarcaba una cara con una estructura ósea tan aristocrática como la de su hermana. Sus ojos, verdes como las colinas, la miraron.
Alto y delgado, vestía unos pantalones grises de franela y un jersey blanco con el bajo deshilachado.
—Lo siento —comenzó, y pensó que aquellas palabras parecían salirle solas cuando llegaba a esa casa.
—Buenos días. Tú debes de ser la prima Iona de Estados Unidos.
—Sí, yo…
—Bienvenida a casa.
Se vio envuelta en un gran y fuerte abrazo, que la alzó de puntillas. El alegre gesto hizo que le escocieran los ojos y se le calmaran los nervios.
—Soy Connor, por si te lo estás preguntando. ¿Te ha encontrado Kathel y te ha traído a casa?
—No, es decir, sí. Yo venía hacia aquí, pero él me ha encontrado.
—De acuerdo, entra en casa para resguardarte del frío. El invierno aún nos tiene en sus manos.
—Gracias. Sé que es temprano.
—Lo es. El día se empeña en empezar de esa forma. —En un gesto que Iona encontró natural y milagroso, Connor agitó una mano hacia la chimenea de la sala de estar. Las llamas lamieron la turba apilada—. Desayunaremos, y así podrás contarme todo lo que haya que saber sobre Iona Sheehan.
—Eso no me llevará demasiado tiempo.
—Oh, apuesto a que hay mucho que contar. —La agarró de la mano y tiró de ella, atravesando la casa.
Iona captó de forma fugaz color, desorden y luz, y el olor a vainilla y a humo. Y la sensación de espacio, más del que había esperado.
Luego entraron en la cocina, con su bonita chimenea de piedra, largas encimeras de color pizarra, paredes de un azul intenso. Macetas de hierbas adornaban los amplios alféizares y ollas de cobre colgaban sobre la isleta central. Tras los cristales de las puertas de los armarios gris oscuro se veía una colorida cristalería y platos. En un saliente circundado por ventanas había una hermosa mesa antigua, con coquetas sillas desparejadas.
La combinación del informal estilo rural y la moderna eficiencia de los relucientes electrodomésticos blancos funcionaba a las mil maravillas.
—Es una auténtica preciosidad, como algo sacado de una revista muy elegante.
—¿De veras? Bueno, Branna tiene las ideas muy claras, y esta es una de ellas. —Ladeó la cabeza mientras reflexionaba, brindándole otra rápida y encantadora sonrisa—. ¿Sabes cocinar?
—Ah…, más o menos. Quiero decir que sé hacerlo, aunque se me da de pena.
—Bueno, es una lástima. Entonces me toca a mí. ¿Quieres café o té?
—Oh, café, gracias. No tienes por qué cocinar.
—He de hacerlo si quiero comer, y quiero. Normalmente Branna cocina y yo friego, pero soy muy capaz de preparar el desayuno.
Mientras hablaba, apretó los botones de una cafetera de aspecto muy intimidante y sacó una cesta con huevos, un trozo de mantequilla y un paquete de beicon de la nevera.
—Quítate el abrigo y ponte cómoda —le dijo—. Branna dice que estás experimentando la vida en Ashford durante unos días antes de venirte aquí. ¿Qué te parece Ashford?
—Es como un sueño. Ayer me pasé casi todo el día durmiendo. Es evidente que me estoy resarciendo. ¿No te molesta que me mude aquí?
—¿Por qué habría de molestarme? Nos turnaremos para fregar, así que un punto para mí. —Descolgó una sartén y la colocó sobre el fogón de la cocina—. Las tazas están ahí arriba, y hay leche fresca si quieres, y también azúcar. —Señaló aquí y allá antes de poner el beicon en la sartén.
Todo aquello, todo en él, parecía tan natural y milagroso como su forma de encender la chimenea.
—He oído que quieres trabajar en el picadero.
—Eso espero.
—Branna ha hablado con Boyle. Él hablará de eso contigo hoy.
—¿En serio? —El corazón le dio un vuelco ante la perspectiva—. Es genial. Es fantástico. Mucha gente pensó que había perdido la chaveta por hacer las maletas sin más y venirme aquí sin un plan concreto, sin un trabajo esperándome ni un lugar en el que quedarme.
—¿Cómo va a ser una aventura si ya sabes todos los pasos antes de darlos?
—¡Eso es! —Iona le brindó una amplia sonrisa—. Ahora tengo una entrevista de trabajo y una familia con la que vivir. Y esta mañana…, desde luego anoche no entraba en mis planes venir aquí a las seis de la mañana…, he visto un halcón en el bosque. Ha descendido directamente, se ha posado en una rama y me ha observado. Le he hecho fotos. —Sacó su teléfono móvil para enseñárselas—. Supongo que tú sabes qué tipo de halcón…, de ave rapaz…, es.
Cuando sacó el beicon de la sartén, Connor ladeó la cabeza para estudiar la imagen.
—Es un peuco; el mismo que utilizamos para nuestros paseos con halcones. Ese es Merlín, propiedad de Fin, y es un ave magnífica. Finbar Burke —agregó—. Es copropietario de las cuadras junto con Boyle, y montó la escuela de cetrería aquí, en Ashford. Fin posee un poco de esto y otro poco de aquello.
—¿También me entrevistaré con él?
—Oh, es muy probable que eso se lo deje a Boyle. Mi café con mucha leche y dos cucharadas de azúcar, por favor.
—Yo lo tomo igual.
—Branna solo se pone una gota de leche. Ponle uno también a ella. Está a punto de bajar y va a necesitarlo.
—¿De veras? ¿Cómo lo…? Ah.
Connor se limitó a sonreír.
—Desprende violentas vibraciones antes de tomarse su café matutino, y es un poco temprano para ella, así que es posible que muerda.
Iona cogió otra taza y sirvió el café deprisa. Estaba añadiendo la gota de leche, cuando entró Branna, con su negro cabello, casi hasta la cintura, suelto, los ojos irritados y expresión enfadada.
Cogió la taza que Iona le ofrecía y bebió dos buenos tragos mientras observaba a su prima por encima del borde.
—Vale, ¿qué ha pasado?
—Oh, vamos, no te metas con ella —dijo Connor—. Lo ha pasado mal. Deja que coma algo.
—Dudo que haya venido aquí al amanecer para desayunar. Vas a cocer demasiado esos huevos, Connor, como siempre.
—De eso nada. Por qué no cortas unas rebanadas de pan para tostar y ella nos lo cuenta cuando se haya tranquilizado.
—Ella está aquí mismo —les recordó Iona.
—A las seis y media de la puñetera mañana —concluyó Branna, pero cogió un cuchillo para el pan y retiró el paño de una hogaza situada en una tabla de cortar sobre la encimera.
—Lo siento, pero…
—Cada frase que pronuncia comienza con esas dos palabras. —Branna cortó el plan y lo metió en la tostadora.
—Joder, termínate el café antes de que tu mal humor me arruine el apetito. Saquemos unos platos, Iona. —Su tono pasó de brusco a amable cuando su hermana se apoyó contra la encimera y se bebió el café enfurruñada.
Sin decir nada, Iona bajó unos platos y, siguiendo las indicaciones de Connor, localizó los cubiertos y puso la mesa.
Se sentó con sus primos, miró la fuente colmada de beicon y huevos, el plato con pan tostado, y los escuchó discutir sobre cómo estaban preparados los huevos, a quién le tocaba ir al mercado y por qué la ropa de la colada no estaba doblada.
—Mi repentina llegada os ha enfrentado, así que os estáis peleando, pero…
—No nos estamos peleando. —Connor llenó su tenedor de huevos—. ¿Nos estamos peleando, Branna?
—Pues no. Nos estamos comunicando. —Entonces rió, se apartó su magnífica melena y mordió un trozo de tostada—. Si nos estuviéramos peleando, no solo los huevos estarían pasados.
—No están pasados —insistió Connor—. Están bien hechos.
—Están buenos.
Branna miró a Iona poniendo los ojos en blanco.
—Estoy segura de que has comido mejor en el hotel. El chef de allí es brillante.
—No estaba pensando en la comida esta mañana. No puedo limitarme a leer libros e ir dando tumbos tratando de… No sé qué hacer a menos que sepa.
—Ya ha comido un poco —le dijo Branna a Connor—. Así que, ¿qué ha pasado?
—He tenido un sueño que no era un sueño.
Se lo contó todo, cada detalle que pudo recordar, con tanta minuciosidad como le fue posible.
—Deja que te vea la mano —la interrumpió Branna—. La que te sangraba. —Se la cogió, y la sostuvo con rapidez mientras pasaba las yemas de los dedos sobre el dorso. La piel se abrió, llenándose de sangre—. ¡Estate quieta! —espetó Branna cuando Iona ahogó un grito y trató de zafarse—. Ahora no es más que un recuerdo. No hay dolor. Esto es solo la imagen de lo que fue.
—Era real. Dolía, quemaba. Y había sangre en la sábana.
—Entonces sí era real. Esto es solo un reflejo. —Volvió a pasarle la yema de los dedos y las heridas se desvanecieron.
—Estaba embarazada. Es decir, ella estaba embarazada. En la visión, o en el sueño. Él no lo sabía. No podía verlo ni… ¿sentirlo? No sé cuál de las dos cosas. —Inquieta, Iona se apartó el pelo con ambas manos—. Tengo que saber, Branna. Me dijiste que tenía que pensármelo bien, pero ¿cómo voy a hacerlo si no dispongo de toda la información?
—Está estrechamente ligado —repuso Branna, y Connor asintió, de acuerdo con ella—. Y tú eres más vulnerable de lo que pensaba. Te daré algo para filtrar las visiones; puede que te ayude a, digamos, mantenerte un paso atrás. Connor y yo te guiaremos lo mejor que sepamos. Pero no podemos contarte lo que no sabemos. Que Teagan regresó sola a la cabaña, al bosque, y se enfrentó a él, lo sabemos porque nos lo estás contando tú.
—Branna y yo conocemos algunas cosas, y ahora tú sabrás más. Los dos hemos retrocedido atrás en el tiempo, hemos vislumbrado cosas, nos hemos sentido como tú te sientes ahora.
—Pero éramos solo dos —agregó Branna—. Ha de haber tres.
—Él ha sido más audaz contigo porque tú eres más vulnerable. No seguirás siéndolo —le aseguró Connor.
Parecía absurdo, pero Iona tenía que decir en voz alta lo que se arremolinaba en su cabeza.
—¿Puede matarme? Si regreso en sueños, ¿podría matarme?
—Puede intentarlo y es probable que lo haga —Branna respondido al absurdo con absoluta sencillez—. Tú lo detendrás.
—¿Cómo?
—Con tu voluntad, con tu poder. Con el amuleto que llevas y que siempre debes llevar, y con lo que yo voy a darte.
Branna dejó de juguetear con los huevos de su plato y cogió su taza de café. Y una vez más observó a Iona por encima del borde.
—Pero sé que si te quedas, si tienes intención de estar con nosotros y ser lo que eres, él vendrá a por ti. Debes quedarte por voluntad propia y siendo consciente de eso, o irte y vivir tu vida.
Todo era demasiado fantástico. Y, sin embargo…, había vivido ese sueño, había sentido el dolor.
Y conocía la atracción y la fuerza de lo que vivía en su interior.
Había quemado sus puentes, se recordó Iona, para tener la oportunidad de construir otros nuevos. Llevaran a donde llevasen…, y ya la habían acercado a lo que era, a quien era, más que ninguno de los antiguos.
—No voy a marcharme.
—Tienes poco tiempo para pensar o comprender —comenzó Branna.
Iona se limitó a negar con la cabeza.
—Sé que nunca he encajado en ninguna parte antes. Y creo que esta es la razón. Porque pertenezco a este lugar. Procedo de ella, de Teagan. También creo que ella quería que yo viera que lo hirió aquella noche y que él tuvo miedo. ¿No… no podría significar eso que puedo hacerle daño?
—Si este es tu lugar, y creo que así es, entonces ya estás aquí. Pero no actúes precipitadamente —la aconsejó Connor, dándole una palmadita en la mano—. Solo acabas de empezar.
—Soy una amazona excelente, con muy buena disposición. Y aprenderé. Enseñadme. —Se acercó con apremio—. Enseñadme.
Branna se recostó en la silla.
—No tienes demasiada paciencia.
—Depende. No —reconoció Iona—. No mucha.
—Pues vas a tener que sacarla de donde sea, pero daremos algunos pasos. Pequeños pasos.
—Habladme de la cabaña. Ellos vivían allí, Sorcha murió allí. ¿Sigue en pie? Hay un árbol grande, caído, y unas tupidas enredaderas, y…
—No vayas allí —se apresuró a decirle Branna—. Aún no, y menos sola.
—Tiene razón. Tienes que esperar para eso. Tienes que prometer que no irás allí tu sola. —Connor le agarró la mano, e Iona sintió el calor que emanaba contra su palma—. Danos tu palabra y sabré si tienes intención de cumplirla.
—De acuerdo. Lo prometo. Pero me llevaréis vosotros.
—Hoy no —le dijo Branna—. Tengo cosas que hacer, y Connor tiene que ir a trabajar. Y tú tienes que ir a ver a Boyle.
—¿Ahora?
—Bastará con que vayas después de desayunar y de que hayas fregado en pago por sacarme de la cama a estas horas intempestivas. Vuelve más tarde. Yo habré terminado hacia las tres.
—Aquí estaré. —Calmada, habiendo recobrado la confianza, Iona se sirvió otra tostada.