Hoy, pensó Boyle mientras bebía café muy fuerte junto a la ventana de su cocina.
No podía impedir aquello ni detenerla a ella. Y una parte de sí mismo sabía, e incluso aceptaba, que él, que ella, que todos, se habían preparado durante toda su vida para ese día.
Muy duro, siempre había sido muy duro saber a qué podrían tener que enfrentarse un día —ese día— sus mejores amigos en el mundo, pero con Iona resultaba aún más duro.
Haría lo que pudiera para que lo superara sana y salva, para ayudarla a ella y al resto a ponerle fin.
¿Y luego?
Una vez acabara ese día habría mucho más por hacer; ojalá pudiera descubrir cómo resolver todo aquello.
Claro que, ¿cómo podía descubrir nada cuando el día iba a estar lleno de magia y violencia, lucha y fatalidad? Y casi con toda probabilidad de vida y muerte.
Su vida habría sido mucho más fácil si Iona no hubiera llegado a ella, pensó.
Entonces sintió su presencia, se dio la vuelta y la vio de pie, delante de la puerta de su dormitorio, con aquel pelo corto todavía húmedo por la ducha, la mirada penetrante y algo adormilada todavía antes de tomarse su café.
Y supo sin ningún género de dudas que lo fácil no era lo que quería.
—¿Deberíamos hablar? —le preguntó Iona.
—Probablemente sí, pero hoy es un día raro.
—Sí que lo es. Mejor después.
Él asintió.
—Después, sí. Habrá mucho que decir cuando pase este día. —Mantente ocupado, se dijo. Muévete—. Vas a tomar café, ¿verdad?
—Por supuesto.
Pero no fue a servírselo ella misma como había hecho antes.
Sabía que era culpa suya, que había hecho que volviera a sentirse una invitada. Las palabras querían salir, pero las contuvo, y seguiría haciéndolo hasta que ese largo y extraño día terminara.
De modo que Boyle cogió una taza y le sirvió café.
—Gracias. Voy a bajar y a pasar algo de tiempo con Alastar. ¿Te molesta si me lo llevo a casa y lo dejo allí hasta que sea la hora?
—No, no me molesta. A fin de cuentas es tuyo. Te acompañaré.
—En realidad, creo que lo hará Fin. Branna y él tienen que pulir los detalles de los hechizos con Connor y conmigo.
—De acuerdo, pero no vas a cabalgar sola. —Con cautela, le puso la mano en el hombro—. ¿Tienes miedo?
—No. No tengo miedo. Creía que estaría acelerada y con una buena y saludable dosis de miedo. Pero no es así, y no sé por qué. Me siento casi irracionalmente serena. Hoy es por lo que he estado trabajando, entrenando, aprendiendo. Y así se dispuso, supongo que esa es la palabra, la noche en que Sorcha se sacrificó.
—Terminaremos lo que ella empezó. Y luego… —Al ver que él no decía nada, tomó un sorbo de café—. Y luego —continuó— trabajaremos bien y tendremos una buena vida. Eso es suficiente para cualquiera.
—Tu trabajo y tu vida están aquí.
—Sí. —Al menos no tenía la más mínima duda de eso—. Mi sitio está aquí.
—Voy a preparar algo para desayunar.
—Gracias, pero me parece que tendría que estar un poco hambrienta y sentirme… ligera por ahora. Me voy con Alastar hasta que sea hora de volver a casa. —Dejó el café, casi intacto—. Anoche te necesitaba y estuviste a mi lado. No lo olvidaré. —Fue con celeridad hacia la puerta—. Te veré una hora antes de que salga la luna.
Salió por la puerta y lo dejó lleno de interrogantes sobre ella.
Iona almohazó a Alastar con cuidado, a conciencia, para que su pelaje reluciera como el peltre. Mantuvo la calma mientras le deshacía los enredos de sus crines, de la cola.
Ese día era un caballo de guerra, y creía que también él llevaba toda la vida preparándose para ese momento.
—No fallaremos. —Lo rodeó hasta colocarse delante de él, enmarcando su cara con las manos y mirándolo a sus profundos y oscuros ojos—. No fallaremos —repitió—. Y nos mantendremos a salvo el uno al otro mientras hacemos lo que tenemos que hacer.
Eligió un sudadero rojo, en honor a la batalla, a la sangre, y después cogió la silla que Boyle le había regalado.
Percibió el gozo de Alastar, su orgullo, cuando lo ensilló. Y sintió su valor, tomando un poco para sí.
—Un regalo tiene algo de mágico, y este nos lo han hecho a los dos. Boyle pensó en ambos cuando lo encargó, así que es aún más mágico. Y, además, lleva nuestros nombres.
Le trenzaría amuletos en las crines, decidió. Cuando llegaran a casa escogerían algunos para la fortaleza, el valor, la protección. Y ella llevaría también los mismos bajo el jersey que le había hecho su abuela. Otro regalo.
—Hora de irnos.
Se permitió otro momento para preguntarse si volvería a aquella casilla, luego hizo a un lado cualquier duda y condujo su caballo afuera.
Encontró a Fin esperándola y ensillado al lustroso animal negro al que llamaba Baru.
—Te he hecho esperar.
—En absoluto. Hay tiempo de sobra. De todas formas es muy posible que Branna ya se haya tranquilizado. Veo que Boyle te ha dado la silla.
—Es maravillosa. ¿Tú lo sabías?
—Cuando vives y trabajas tan cerca de otra persona, es difícil guardar un secreto. —Fin entrelazó los dedos de ambas manos para ayudarla a montar—. Sois todo un espectáculo —dijo cuando se subió al caballo.
—Estamos preparados para lo que venga.
—Eso parece. —Montó a Baru y giró de modo que pudieran bajar juntos por la angosta carretera.
En el taller, cerrado a cal y canto y protegido para ese día, Iona escuchó el plan —su evolución paso a paso—, el hechizo que ella tenía que lanzar, las palabras que tenía que decir y aquello que tenía que hacer.
—Estás muy callada —comenzó Fin—. ¿No tienes ninguna pregunta?
—Las respuestas están en la tierra de Sorcha. Estoy lista para ir allí y para hacer lo que tengo que hacer.
—Es un hechizo complicado —comenzó Branna—. Cada pieza tiene que encajar.
—Puedo hacerlo. Y como bien has dicho, no estaré sola. Vosotros estaréis ahí, y también Boyle y Meara. Si llevo a cabo esto yo sola, él no sabrá eso, no verá eso. Tendremos ventaja. Entonces vosotros entraréis por aquí, por aquí y por aquí —dijo, señalando el mapa que Branna había trazado—. Eso lo distraerá, lo pillará por sorpresa, y dejaré de ser el centro de atención. Los dos sin poderes estarán dentro del círculo, y también Fin. Te necesitarán para que mantengas fuerte el círculo protector —repuso Iona cuando la ira centelleó en los ojos de Fin—. Y también nosotros. Nosotros tres necesitaremos el tiempo que emplee intentando llegar a ti para poner fin a esto. Para acabar con él.
—Estás muy tranquila al respecto —farfulló Connor.
—Lo sé. Es extraño. Para qué preocuparse cuando algo está predestinado, ¿verdad? Y aun así debería estar de los nervios, pero me siento… bien. Quizá esté dejando los nervios para cuando todo haya terminado. Es probable que entonces balbucee como una imbécil y que os entren ganas de liaros a golpes conmigo hasta dejarme inconsciente, pero ahora mismo estoy lista.
—Si tan lista estás, relátame todos los pasos desde el principio —le ordenó Branna.
—De acuerdo. Nos reuniremos aquí una hora antes de que salga la luna. —Iona imaginó cada paso mientras hablaba, cada movimiento, cada palabra—. Y cuando Cabhan sea cenizas —concluyó— realizaremos el último ritual y consagraremos la tierra. Luego vendrá el baile de la victoria y las copas en la casa. —Evaluando la expresión de su prima, le cogió la mano a Branna—. Me lo tomo muy en serio. Sé lo que tengo que hacer. Estoy concentrada. Confío en ti, en todos. Ahora tú tienes que confiar en mí.
—Ojalá tuviéramos más tiempo, eso es todo.
—Ya es la hora. —Para demostrarlo, Iona se puso en pie deprisa—. Quiero cambiarme y coger todo lo que necesito de mi cuarto. Estaré lista.
Cuando se marchó, Connor también se levantó.
—Ahora mismo me vendría bien parte de su calma, pero tengo que apañármelas con demasiada energía. Voy a echar un vistazo a los halcones, al tuyo y al mío, Fin, y también a los caballos.
Cuando la puerta se cerró, Branna se levantó para volver a poner la tetera. Aunque dudaba que un barril de té pudiera ahogar la ansiedad.
—¿Crees que le estamos pidiendo demasiado? —le preguntó Fin.
—No puedo saberlo, y eso es lo que me preocupa. —Era una de las cosas que la carcomían noche y día—. Si intento verlo, y él capta aunque solo sea un atisbo, todo podría echarse a perder.
Así que no miro. No me gusta dejar el comienzo de todo esto en sus manos aun sabiendo que es la decisión acertada.
—Nos ha pedido que confiemos en ella. Vamos a darle esa confianza.
—¿Tú no crees que sea demasiado para ella?
—No puedo saberlo —Fin repitió sus palabras—, y eso es lo que me preocupa.
Branna se entretuvo preparando té para los dos.
—Te preocupas mucho por ella.
—Sí, así es. Por ella misma, porque es un encanto y está llena de luz, y porque es… pura de corazón. Y también porque mi amigo la ama, aunque lo jodiera todo.
—Sí que la jodió. Y, sin embargo, Iona fue con él anoche.
—Perdonar le cuesta menos que a otras. —Fin se levantó para ir hacia ella, para detenerse cerca de ella—. Hay algo esperándonos, Branna. Hay palabras que decir. ¿Me perdonarás por fin cuando esto haya terminado?
—No puedo pensar en eso ahora. Estoy haciendo lo que tengo que hacer. ¿Te crees que para mí es fácil estar contigo, trabajar a tu lado, verte día tras día?
—Podría serlo. Todas esas cosas solían hacerte feliz.
—Éramos unos críos.
—Lo que teníamos, lo que hemos sido el uno para el otro, no era cosa de críos.
—Pides mucho. —Hacía que recordara, con demasiada viveza, la simple dicha del amor—. Pides más de lo que puedo dar.
—No pediré. Estoy harto de pedir. No tiendes la mano a la felicidad, ni siquiera la buscas.
—Puede que no.
—Entonces, ¿qué?
—Satisfacción. Creo que me conformo con estar satisfecha.
—En otro tiempo querías más que satisfacción. Deseabas la felicidad.
Sabía que lo había deseado… de forma temeraria.
—Y desearla, correr a por ella, me hizo más daño de lo que puedo soportar incluso ahora. Déjalo, Finbar, pues solo nos causa más sufrimiento a ambos. Esta noche tenemos una misión importante. Solo eso importa.
—Nunca serás todo lo que eres si crees eso. Y me apena mucho.
El se alejó, se marchó de allí. Y eso, se dijo Branna, era lo que necesitaba.
Fin se equivocaba, se dijo. Ella nunca sería todo lo que era, nunca sería libre de verdad, mientras lo amara.
Y eso la apenaba.
Se reunieron una hora antes de que saliera la luna. Branna encendió las velas rituales y arrojó cristales molidos al fuego para que su humo se alzara de un color azul pálido y puro.
A continuación, cogió una copa de plata que había heredado y entró en el círculo que formaban.
—Bebemos esto, una copa para seis, de mano en mano y de boca en boca, para sellar con vino nuestra unidad. Seis corazones, seis mentes, como uno solo esta noche mientras nos preparamos para librar esta guerra. Bebamos todos y cada uno, y enséñanos a los aquí presentes a responder a la llamada.
La copa pasó de mano en mano tres veces antes de que Branna la situara en el centro del círculo.
—Poder de la luz, fuerte y brillante, bendícenos esta noche, impide que seamos vistos. —La luz surgió de la copa, ardiente como una llama blanca—. Ahora sus ojos estarán ciegos a esta magia que despliego. Ningún corazón, mente o cuerpo verá. Que se haga nuestra voluntad. —Bajó los brazos que había levantado—. Mientras arda seremos sombras. Solo tú dejarás de serlo, Iona, cuando rompas este frasco pequeño. Espera —añadió cuando se lo puso en la mano—. Espera hasta que esté en la tierra de Sorcha.
—Lo haré. Descuida. —Se guardó el frasquito en el bolsillo—. Encuéntralo —le dijo a Fin.
—Lo haré. Lo buscaré, lo encontraré, lo atraeré.
De su propio bolsillo, Fin sacó un cristal, redondo como una bola, transparente como el agua, y lo sostuvo en la palma de su mano.
Mientras hablaba en gaélico, la bola comenzó a resplandecer, a elevarse un par de centímetros sobre su mano. Y a girar, primero despacio, luego más y más rápido, hasta que la velocidad lo tornó borroso.
—Está buscando, sangre a la sangre, marca a la marca. —Le dijo Branna a Iona—. Utiliza lo que es, lo que comparten, para ver, para despertar. El… —Se interrumpió cuando los ojos de Fin comenzaron a brillar, a fulgurar, con una luz sobrenatural como el cristal—. ¡No te adentres tanto! No puede…
Connor cogió a Branna del brazo antes de que se abalanzara sobre él.
—Sabe lo que se hace.
Pero durante un instante, algo oscuro cobró vida tras la luz que brillaba en los ojos de Fin. Luego desapareció.
—Lo tengo. —Fin cerró los dedos sobre el cristal; su rostro era una máscara—. Él vendrá.
—¿Dónde está? —exigió Boyle.
—No está lejos. Le he proporcionado tu olor —le dijo a Iona—. Lo seguirá hasta ti.
—Entonces lo llevaré a donde queremos.
—Estamos detrás de ti. —Meara agarró a Iona de los brazos—. Todos nosotros.
—Lo sé. —Tomó aire despacio, manteniendo la calma—. Lo creo.
Tocó con los dedos la empuñadura de la espalda a su costado, paseó la mirada de uno a otro y pensó que era un milagro tenerlos a todos, tener lo que había en su interior, tener semejante meta.
—No os fallaré —dijo, y se encaminó hacia la puerta.
—Joder.
Boyle la alcanzó con dos zancadas, hizo que se diera la vuelta y apretó su boca contra la de ella con todo cuanto vivía en su interior.
—Llévate esto contigo —exigió, y la soltó.
—Lo haré.
Y esbozó una sonrisa antes de salir a la suave luz del día más largo del año.
Alastar la esperaba, pateando el suelo cuando la vio aproximarse.
Sí, pensó, estamos listos tú y yo.
Agarró su crin y se aupó a la silla. Luego asió brevemente su amuleto, sintiendo el calor que desprendía.
Listos, pensó de nuevo, y dejó que Alastar hiciera su voluntad.
Mejor cuanto más veloz. Los demás vendrían tan rápido como pudieran, pero cuanto antes llegaran a la tierra de Sorcha, menos tiempo tendría Cabhan para conspirar, planear y cuestionarse nada.
El viento azotaba sus orejas. El suelo retumbó. Y emprendieron el vuelo.
Desenvainó la espada al llegar al árbol caído y la pared de enredaderas.
—Soy Iona. Soy la Bruja Oscura. Soy la sangre. Soy uno de los tres y este es mi derecho.
Asestó un golpe. Las enredaderas cayeron con el ruido de los cristales al romperse, y cruzó al otro lado.
Como en el sueño que había tenido aquella noche en Ashford, pensó. Cabalgando sola por las entrañas del bosque, atravesando un lugar mucho más silencioso de lo que tenía derecho a ser, donde la luz era mortecina aunque el sol brillaba.
Vio las ruinas al frente, cubiertas de zarzas y matorrales, como si surgieran de los árboles. Condujo al caballo hacia ellas, y hacia la piedra grabada con el nombre de Sorcha.
Su piel vibraba. No a causa de los nervios, comprendió, sino del poder. De la energía. Alastar temblaba bajo de ella, profiriendo un relincho que sonó a triunfo.
—Sí, hemos estado aquí antes. El lugar de nuestra sangre. El lugar en el que nació nuestro poder.
Desmontó, anudó las riendas juntas, sabiendo que Alastar se quedaría cerca de ella.
Sacó el frasco del bolsillo, aplastándolo con la bota.
Que diera comienzo la función.
De la alforja sujeta a la silla sacó primero las flores, unas sencillas violetas, y luego un pequeño frasco que contenía vino tinto.
—Por la madre de mi madre y por la suya, y por todos los que vivieron y murieron y portaron el don con sus penas y alegrías, hasta llegar a Teagan, mi antepasada, y la Bruja Oscura que la engendró.
Dejó las flores junto a la lápida y vertió el vino en el suelo a modo de tributo.
Pronunciando las palabras del hechizo solo en su cabeza, extrayendo el poder de sus entrañas, cogió las cuatro velas blancas de la bolsa y las colocó en el suelo en los puntos cardinales. A continuación, colocó los cristales, entre un punto y otro.
Mientras los colocaba, Alastar profirió un resoplido de advertencia. Vio unos dedos de niebla reptando sobre el suelo.
«Estamos contigo». —La voz de Connor sonó junto a su oído—. «Termina el círculo».
Sacó su daga ceremonial y apuntó hacia el norte. La primera vela se encendió.
—¿Crees que puedes detenerme con eso? —dijo Cabhan, divertido—. Vienes aquí, donde yo reino, y practicas tu patética magia blanca.
—Tú no reinas aquí.
La segunda vela se encendió.
—Mira. —Cabhan levantó los brazos en alto. La piedra que llevaba al cuello brilló, oscura y cegadora—. Conoce.
Algo cambió. La tierra se inclinó bajo sus pies mientras luchaba para terminar el ritual. El aire se arremolinó y arremolinó, hasta que su cabeza giró con él. La tercera vela prendió, pero Iona cayó de rodillas, luchando contra la terrible sensación de estar cayendo por un precipicio.
Las enredaderas se apartaron de las ruinas. Las paredes comenzaron a levantarse, piedra a piedra.
La noche cayó como un telón.
—Mi mundo. Mi tiempo. —Las sombras parecían surgir de él. La piedra que llevaba al cuello palpitaba, como un negro corazón encima del suyo—. Y aquí tú eres mía.
—No lo soy. —Se puso en pie de forma dolorosa, posando la mano sobre el flanco de Alastar cuando este se encabritó—. Soy de Sorcha.
—Ella buscó mi fin y encontró el suyo. Es ella quien duerme en la oscuridad. Yo soy quien vive en ella. Entrégame lo que posees, lo que te supone una carga, lo que tanto te exige, lo que tira de ti. Entrégame el poder que tan mal se adapta a ti. O te lo arrebataré yo, y tu alma con él.
Encendió la última vela. Vendrían si podían, pensó. Pero no podía oírlos a través del rugido en sus oídos ni sentirlos entre el hedor de la niebla.
Retroceder nunca, se dijo. Y jamás rendirse.
Sacó su espada.
—¿Lo quieres? Ven a por él.
Cabhan rió, y el absoluto placer de su cara acrecentaba su terrible belleza.
—Una espada no me detendrá.
—Sangraste, así que vamos a averiguarlo. —Infundió poder a la espada hasta que esta llameó—. Y te apuesto a que arderás.
Él le lanzó un golpe con el brazo, y a metros de distancia, la arrojó de espaldas al suelo. Sin aliento, Iona trató de levantarse. Alastar se encabritó de nuevo, bufando de ira mientras piafaba.
Iona vio dolor en el rostro de Cabhan, acompañado de sorpresa. Entonces se encorvó, se puso a cuatro patas y se transformó en lobo.
Se abalanzó sobre Alastar, hiriendo al caballo en el flanco.
—¡No!
Iona se levantó como un rayo y atacó.
Su espada cortó el aire, pero el lobo se orilló con rapidez y luego cargó contra ella con una fuerza que la propulsó, haciéndola resbalar hacia atrás y que su espada volara por los aires.
El lobo se colocó encima de ella, abriendo las fauces. Y se convirtió de nuevo en el hombre.
—Lo reduciré a cenizas —le advirtió Cabhan—. Contenlo o le prenderé fuego.
—¡Para! ¡Alastar, para!
Percibió su cólera al tiempo que obedecía. Y sintió el amuleto que llevaba vibrar entre Cabhan y ella.
Su mirada se posó en él; sus labios formaron una mueca feroz.
Acto seguido sonrió otra vez, de forma aterradora, mientras la miraba a los ojos.
—Sorcha me traicionó con un beso. Te arrebataré lo que hay dentro de ti del mismo modo.
—No te lo daré.
—Claro que lo harás.
Un dolor indescriptible estalló en ella. Gritó, incapaz de contenerse. Todo era rojo, como si el mundo ardiera. Oyó los quejidos de Alastar uniéndose a sus gritos. Le ordenó que corriera; corre, corre, corre. Si no podía salvarse a sí misma, rogaba poder salvarlo a él.
Ante todo, jamás se rendiría. Jamás le entregaría su luz a la oscuridad.
—Un beso. Solo tienes que darme un beso y el dolor se esfumará, la carga desaparecerá.
En alguna parte de su frenética mente se dio cuenta de que él no podía tomarlo. Podía matarla, pero no podía quitarle lo que era. Tenía que entregárselo ella.
En su lugar buscó a tientas su daga con una mano temblorosa.
Lloró, eso tampoco pudo evitarlo, pero entre los gritos y los sollozos consiguió decir una palabra:
—Sangra.
Y le hundió la daga en el costado.
Cabhan profirió un alarido, fruto de la furia más que del dolor, y levantándose de golpe, la arrastró consigo y la agarró del cuello con una mano, alzándola a treinta centímetros del suelo.
—¡No eres nada! Pálida, débil y humana. Te exprimiré la vida y tu poder con ella.
Iona pataleó, trató de invocar el fuego, el viento, una inundación, pero su visión se oscureció y le ardían los pulmones.
Escuchó otro bramido y voló por los aires, golpeando el suelo con suficiente fuerza como para que le crujieran los huesos y se le aclarara la vista.
Vio a Boyle, cuyo rostro era una máscara de venganza, cosiendo a puñetazos la cara de Cabhan.
Las llamas se alzaban con cada golpe.
—Para. —No pudo gritar aquello, sino que fue apenas un ronco quejido, ni siquiera cuando el fuego cubrió las manos de Boyle.
Consiguió ponerse de rodillas, tambaleándose mientras luchaba por recuperar la concentración.
Cabhan se desplomó. El lobo se zafó de Boyle y se preparó para atacar.
Entonces el perro entró como un rayo en el claro, gruñendo y chasqueando los dientes. Los halcones se lanzaron en picado, desgarrando el lomo del lobo.
Un brazo le rodeó la cintura, poniéndola en pie. Luego unas manos se entrelazaron con las suyas.
—¿Puedes hacerlo? —gritó Branna.
—Sí. —Incluso pronunciar aquella sola palabra hizo que Iona sintiera esquirlas de cristal cortándole la garganta.
La niebla se espesó o su visión se oscureció, pero lo único que podía distinguir eran vagas siluetas, el destello del fuego.
—Somos los tres, brujas oscuras somos, y en esta tierra unidos estamos. Antes de que el día más largo del año haya de marchar, blandimos toda la luz contra la oscuridad. En esta tierra, en esta hora, unimos nuestras manos, unimos nuestro poder. Sangre a la sangre, invocamos a todos los que antes fueron, llama a la llama, su fuego les devolvemos. A nuestro lado luchad, liberadas vuestras fuerzas ya. Hágase nuestra voluntad.
Luz cegadora, calor abrasador y el viento que hizo girar todo en un torbellino.
—¡Otra vez! —gritó Branna.
Tres veces tres. Y mientras lanzaba el hechizo, con las manos fuertemente unidas a las de sus primos, Iona sintió que ella era el fuego. Hecha de calor y llama, y una fría ira que ardía en sus entrañas.
Justo cuando llegó al final, la niebla se desvaneció. Vio sangre, humo, a Fin y a Meara en el borde…, no, dentro…, del círculo, con las espadas en la mano. Y a Boyle arrodillado en el suelo, pálido como la muerte, con las manos en carne viva y llenas de ampollas.
Alastar, con la sangre brotando de sus heridas, apretó la cabeza contra el costado de Boyle en tanto que el perro lo protegía. Había dos halcones posados en ramas al lado de la cabaña de piedra.
—Boyle. —Iona avanzó tambaleándose, cayendo de rodillas junto a él—. Tus manos. Tus manos.
—Se curarán. Estás sangrando. Y tu garganta.
—Tus manos —repitió—. Connor, ayúdame.
—Yo me ocuparé. Vamos, tú no tienes por qué hacer esto. Estás herida, y lo haré mejor sin ti.
—Venga, hermanita, deja que te ayude —le dijo Fin.
A continuación se agachó como si fuera a coger a Iona en brazos.
—Yo la atenderé. —Con brusquedad, Branna agarró a Iona del brazo—. Tú ayuda a Connor con Boyle, que se ha llevado la peor parte.
—Tenía las manos envueltas en llamas. —Iona se sentó en el suelo cuando la cabeza comenzó a darle vueltas—. Sus manos.
—Connor y Fin lo curarán, ya lo verás. Y ahora, tranquilízate, prima. Meara, quiero su sangre. Busca algo para recogerla. La sangre y las cenizas. Mírame, cielo. Mírame, Iona. Te va a doler un poco.
—Tú también sufres.
—Solo un poco.
Le dolió, más que un poco, luego sintió alivio, fresco y reconfortante en la garganta. Calor, descendiendo por los costados en que los cortes eran profundos.
—Está mejor. Está bien. ¿Boyle?
—¡Chis! Calla. Eso llevará más tiempo, pero él está bien, lo está haciendo bien. Echa un vistazo mientras yo termino.
A pesar del torrente de lágrimas, Iona volvió la cabeza y vio las manos de Boyle. Aún las tenía en carne viva, pero ya no estaban ennegrecidas ni con ampollas. Pese a todo había empalidecido a causa del tratamiento y del dolor.
—¿No puedo ayudar?
—Ya se están ocupando ellos. Todavía me queda tu tobillo. No está fracturado, pero tienes un buen esguince.
—No he sido lo bastante fuerte.
—Calla.
—Alastar. Le hizo daño a Alastar. Me dijo que lo quemaría vivo.
—Tiene algún corte, eso es todo. ¿Por qué no te ocupas de eso? Atiende a tu caballo.
—Sí. Sí. Me necesita.
Iona se puso en pie y se encaminó, un tanto mareada, hacia el caballo.
—Lías sido muy valiente. Lo siento mucho.
Reprimiendo las lágrimas, posó las manos sobre el primer tajo y comenzó a sanarlo.
—Ele utilizado dos de los frascos de tu bolsa. —Meara se los entregó a Branna—. Uno para la sangre y el otro para las cenizas. Me he sentido en parte como uno de esos forenses. —Luego dejó escapar un suspiro entrecortado—. Ay, Dios, Branna.
—No vamos a hablar aquí de ello. Tenemos que volver a casa.
—¿Podemos irnos?
—Yo os he traído a todos aquí. Yo os llevaré de regreso.
—¿Adonde ha ido ese puto cabrón?
—No lo sé. Lo hemos herido y ha perdido sangre…, mucha…, pero no hemos terminado con él. Lo he visto escabullirse utilizando la niebla, dentro de la niebla. Nuestro fuego lo ha quemado y bien, pero no lo ha aniquilado. No ha terminado esta noche, a pesar de que pensábamos que así sería. Voy a llevaros de vuelta —gritó—. ¿Estáis listos?
—Joder, sí. —Fin rodeó a Boyle con el brazo ayudándolo a mantenerse en pie.
—Ya estoy bien, estoy bien. Ayudadla a llevarnos a casa, los dos.
Boyle empujó a ambos hombres con suavidad y fue con Iona.
—Deja que te vea.
—Estoy bien. Branna se ha ocupado de ello. Alastar. No puedo curarle esta cicatriz. Le ha quedado una marca.
Boyle estudió el corte blanco sobre el flanco gris.
—Es una cicatriz de guerra, que ha de lucir con orgullo. Ahora nos vamos todos a casa. Arriba. —La ayudó a montar—. Y nada de lágrimas —añadió cuando las vio manar de sus ojos—. Deja de llorar.
—Aún no.
Iona se inclinó hacia delante, rodeando el cuello del caballo con los brazos cuando el suelo se inclinó y el aire giró y giró.
Y guardó silencio mientras abandonaban el claro y las ruinas.