20

Utilizaron la luz, no la oscuridad, para cubrir la casa y todo lo que había en ella. Si Cabhan miraba, como una sombra, como un hombre, como un lobo, solo vería la luz, los colores, solo oiría música y risas.

Aquello lo aburriría, explicó Branna, o lo enfurecería. Y pensaría que simplemente tocaban mientras él conspiraba.

—Cuando salga la luna el día más largo trazaremos el círculo en la tierra en que Sorcha vivió y murió.

Las velas titilaban por toda la cocina mientras Branna hablaba. Los aromas de la comida, el crepitar del fuego, la respiración regular del perro, que dormía bajo la mesa, todo ello hablaba de cosas cotidianas en tanto que ellos hablaban de lo extraordinario.

Y eso, comprendió Iona, era el quid de la cuestión.

—Es Fin quien ha de buscarlo, de atraerlo. La sangre llama a la sangre.

—Todavía dudas de mí.

Branna meneó la cabeza.

—No dudo. O solo un poquito —reconoció—. No lo suficiente como para dejar de hacer lo que hay que hacer. Entiendo que esto no se puede hacer sin ti y que no debe hacerse sin ti. ¿Basta con eso?

—Tendrá que bastar, ¿no es así?

Se sostuvieron la mirada durante largo rato. Iona percibió un millar de palabras en aquel gesto, decenas de sentimientos imposibles cruzaron entre ellos. Solo ellos.

—Yo lo llevaré allí —dijo Fin, y rompió el momento.

—Meara y Boyle deben permanecer dentro del círculo… a toda costa. No solo para protegeros a vosotros mismos. —Branna se volvió hacia ellos—. Sino para mantenerlo fuerte. Y Fin también debe quedarse dentro.

—Y una mierda.

—Fin, debes hacerlo —insistió Branna—. En el interior del círculo no puede utilizar lo que corre dentro de ti en tu contra ni en la nuestra. Y tu poder lo mantendrá sin grietas.

—Seremos más fuertes si somos cuatro en el exterior contra él en lugar de tres.

Encarándose con él, Branna levantó las manos, con las palmas hacia arriba. Y las llamas de cada vela ardieron con más fuerza.

—Somos los tres. Somos la sangre, y debemos ser el camino.

—Me quedaré dentro del círculo —repuso Fin— a menos que sienta que tenemos más posibilidades de acabar con él estando yo fuera. Es la mejor oferta que puedo hacer.

—La aceptamos —declaró Connor, desviando la mirada de Fin a Branna, y manteniéndola con frialdad en ella—. Y ya está.

Branna se disponía a objetar algo, pero en vez de eso exhaló un suspiro.

—Pues ya está.

—Tenemos que llevar a nuestros guías —comprendió Iona.

—Sí, así es. —Branna se sacó el amuleto de debajo del jersey, pasando el pulgar sobre la cabeza grabada que se parecía a la de Kathel—. Caballo, perro y halcón. Y armas e instrumentos. Llevo un tiempo trabajando en un hechizo, y creo que es una respuesta, pero solo si lo atraemos hasta el lugar adecuado en el momento adecuado. Y luego necesitaremos su sangre para sellarlo.

—¿Qué hechizo es ese? —exigió Fin.

—Uno en el que he estado trabajando —repitió Branna—. Fíe utilizado fragmentos de los hechizos de Sorcha, de otros que han caído en desuso y algo de mi cosecha.

—¿Y lo has probado?

La irritación se impuso en su rostro.

—Es demasiado arriesgado. Si él se entera, puede protegerse contra él, y lo hará. Ha de hacerse por primera vez en la tierra de Sorcha. Tienes que confiar en que sé lo que me hago.

—Hay que confiar en ti —repitió Fin.

—¡Joder!

Branna hizo amago de apartarse de la mesa, pero Iona levantó una mano.

—Espera. ¿Qué clase de hechizo? Es decir, ¿para expulsar, para atraer, para aniquilar? ¿Qué?

—Para aniquilar, un hechizo de luz, un hechizo de fuego. Todo en uno, sellado con magia de sangre.

—La luz derrota a la oscuridad. El fuego purifica. Y la sangre es el corazón de todo ——sentenció Iona.

Branna esbozó una sonrisa.

—Aprendes rápido. Pero puede que no sirva de nada si no se hace en el momento y en el lugar adecuados. No servirá de nada si todos y cada uno de nosotros no estamos de acuerdo y no nos mantenemos unidos en ese momento y ese lugar.

—Entonces eso es lo que haremos. —Iona levantó las manos mientras paseaba la mirada de un rostro a otro—. Todos sabemos que lo haremos. Tú harás todo lo que puedas para destruirlo —le dijo a Fin—. Por Branna, por ti mismo, por el resto de nosotros. En ese orden. Y Branna hará cualquier cosa para cortar todo vínculo que Cabhan pueda tener contigo y que así seas libre. Connor y Meara defenderán el amor y la amistad, lo que está bien y es bueno, sea cual sea el riesgo y el precio. Boyle luchará porque él es así. Solo tienes que decir cuándo y dónde, y estará a tu lado. Y porque, sin importar lo que haya cambiado entre él y yo, él jamás querrá que nada malo me suceda. Y yo jamás querré que nada malo le pase a él.

»Por el amor y la amistad, por la familia y los amigos, nos mantendremos unidos en el momento justo, en el lugar indicado, y lucharemos codo con codo. Lucharemos los unos por los otros.

Tras un momento de silencio, Fin cogió el champán que había ignorado y levantó la copa hacia Iona.

—De acuerdo, deirfiúr bheag. Seremos tu pequeño y feliz ejército. —Se acercó a Branna—. Confianza —dijo, y esperó.

—Confianza.

Alzó su propia copa, chocando con la de él. Con aquel débil clic prendió una llama, que luego se extinguió.

—Ahora que ya hemos zanjado esto, vamos con los detalles prácticos. —Connor se inclinó hacia delante—. Paso a paso.

Boyle no dijo nada mientras Branna les explicaba su plan, mientras lo revisaban, cuestionaban y modificaban dicho plan. No dijo nada porque mirar a Iona mientras había hablado le había proporcionado todas las respuestas.

Se las guardaría hasta que fuera el momento de dárselas a ella.

Iona contaba los días mientras mayo daba paso a junio, y se permitió aferrarse a cada uno por sí mismo. Era capaz de apreciar el cielo azul cuando lo había, darle la bienvenida a la lluvia cuando caía. Había llegado al convencimiento de que pasara lo que pasase el día más largo del año, había disfrutado de esas semanas, de esos meses y de esa gente en su vida, y que, gracias a ello, su vida, aun durante un período de tiempo tan breve, había sido más rica que antes.

Se le había otorgado un don y había aprendido a utilizarlo, a confiar en él y a respetarlo.

Era, y siempre sería, una de los tres. Era, y siempre sería, una bruja oscura de Mayo, cargada de poder y luz.

Creía que iban a vencer, su naturaleza le exigía que creyera. Pero el don que se le había otorgado exigía el respeto de la cautela y la atención.

Cuando el solsticio estaba ya próximo, le escribió una larga carta a su abuela; pluma y papel, pensó. Estaba pasado de moda, pero era importante, parecía importante, tomarse el tiempo, hacer el esfuerzo. En ella hablaba del amor, por su abuela, por sus primos, por sus amigos, por Boyle… y también de los errores que había cometido.

Hablaba de encontrarse a sí misma, de encontrar su lugar, su tiempo, y de lo que para ella significaba haber ido a Irlanda. Y haberse convertido en parte de esa tierra.

Le pedía una única cosa. Que si algo le sucedía, buscara el amuleto y, junto con Alastar, se lo pasara al siguiente.

Habría otro después si ella fracasaba. También creía a ciegas en eso.

Por mucho tiempo que llevara, la luz vencería a la oscuridad.

La mañana antes del solsticio bajó temprano, con la carta en el bolsillo de atrás. Probó suerte preparando un desayuno completo, y aunque pensaba que jamás sería más que una cocinera medio decente, no significaba que no fuera a hacer el esfuerzo.

Connor entró, olisqueando el aire.

—¿Y qué es todo esto?

—Mañana estaremos muy ocupados, así que he aprovechado la oportunidad para hacerlo bien y ahorrarle tiempo a Branna. Se quedó despierta hasta tarde otra vez, ¿no es así?

—Apenas ha dormido durante la última semana, y no sirve de nada intentar convencerla o discutir con ella.

—Escucho su música, como anoche, y me tranquiliza en el acto. Lo hace adrede.

—Dice que piensa mejor cuando nosotros dos no estamos pensando. —Connor enganchó una salchicha del plato—. Estás preocupada.

—Supongo que sí, ahora que faltan horas en vez de días. ¿Por qué tú no lo estás?

—Estamos destinado a hacer lo que estamos haciendo. Si algo ha de ser, ¿de qué sirve preocuparse?

Se apoyó contra él durante un momento buscando consuelo.

—Tú me tranquilizas tanto como la música de Branna.

—Tengo mucha fe. En ti. —Le rodeó la cintura con un brazo para darle un apretón—. En Branna, en mí mismo. Y también en todos los demás. Haremos lo que hay que hacer y lo haremos lo mejor que podamos. Y es lo máximo que se puede hacer.

—Tienes razón en todo. —Se apartó para llenarle un plato a Connor—. Lo siento acechándonos, ¿tú no? Lo siento en los márgenes de mis sueños intentando entrar. Casi lo consigue, y una parte de mí se da cuenta de que se lo estoy permitiendo. Entonces escucho la música de Branna, y lo siguiente que sé es que es de día. —Iona sirvió otro plato, poniendo la mitad de lo que le había puesto a Connor—. Voy a dejar esto dentro del horno para que se mantenga caliente para Branna.

Cuando se dio la vuelta, Connor la estrechó entre sus brazos. Resultaba muy reconfortante, pensó.

—Vamos, deja de preocuparte. Nunca se ha enfrentado a nadie como nosotros, ni a los tres juntos.

—De nuevo tienes razón. Así que vamos a comer y luego me iré en coche al trabajo, tomando el camino más largo para practicar.

—Llegarás en la mitad de tiempo si yo te acompaño a pie.

—Cierto, pero no me vendría mal practicar.

O poder pasarse por el hotel y preguntar si enviarían su carta al día siguiente.

Se mantuvo atenta a cualquier rastro de niebla, del lobo negro, de cualquier cosa que disparara su instinto o sus sentidos. Llegó al castillo de Ashford sin ninguna novedad. En realidad, a pesar de lo que dijera Meara, se manejaba muy bien con el Mini, con las carreteras y se apañaba conduciendo por la izquierda.

De igual modo pensaba que sobrellevaba muy bien los desquiciados nervios de la espera, del silencio.

Quizá el corazón le daba un vuelco cada vez que miraba por una ventana de la casa para escudriñar el bosque, la carretera, las colinas. Quizá reconocía el malestar y la tensión en la espalda y los hombros cada vez que se preparaba para guiar a un grupo por el verde y espeso bosque. Pero no por ello había dejado de mirar por la ventana, de guiar grupos. Y eso, se dijo Iona cuando se aproximaba al establo, era lo que contaba.

Dado que fue la primera en llegar, abrió las puertas y fue a encender las luces.

Y ahí, en medio del picadero, estaba el lobo.

Las puertas se cerraron tras ella; las luces se apagaron. Durante un instante de aturdimiento lo único que pudo ver eran tres luces rojas. Los ojos del lobo y su piedra de poder.

Estas se tornaron borrosas cuando atacó.

Iona levantó una mano, creando un bloqueo, un escudo. El lobo lo golpeó con tal fuerza que sintió temblar el suelo, y ella notó las grietas abrirse paso por su escudo como si fuera vidrio haciéndose añicos.

Vio la sombra de su silueta ponerse en posición para lanzar un nuevo ataque.

Oyó los relinchos de los caballos, dominados por el miedo. Y aquello sentenció su rumbo.

Mientras el lobo cargaba, retiró el escudo y saltó a la izquierda. El impulso llevó al lobo a atravesar las puertas con la fuerza de una bala de cañón. Cuando estas se abrieron de golpe, fue el turno de Iona para atacar.

Salió corriendo, lanzando el escudo a su espalda esa vez. El lobo no conseguiría pasar, no conseguiría hacer daño a los caballos. Afianzando su posición, se preparó para protegerlos mientras el lobo se movía en círculo. Entonces se levantó sobre las patas de atrás y se convirtió en un hombre.

—Eres rápida y bastante lista. —Igual que en los sueños, su voz era como unas manos frías deambulando sobre la piel. Y, sin embargo, resultaba en cierto modo seductora—. Pero joven en años y en poder.

—Soy lo bastante mayor en ambas cosas.

Él le brindó una sonrisa. Su espíritu sintió repulsión a pesar de que su cuerpo se excitaba.

—Podría matarte con una sola mirada.

—Hasta ahora no has podido.

—No deseo tu muerte, Iona la Brillante. Solo entrégame lo que tan tarde ha llegado a ti, lo que sigue siendo tan joven, tan nuevo dentro de ti. —Sosteniéndole la mirada con sus oscurísimos ojos, se acercó mientras le hablaba con aquella voz sedosa—: Solo quiero el poder que tú aún no comprendes, y te dejaré vivir. Os dejaré vivir a todos.

El corazón de Iona latía con mucha fuerza, a un ritmo desaforado. Pero su poder se agitó en sus entrañas, queriendo alzarse. Haría que se alzara.

—¿Eso es todo? ¿En serio? Ah…, no. —Oyó el grito del halcón sobre su cabeza, y en ese instante esbozó una sonrisa—. Tenemos compañía.

—Serás la causante de sus muertes. Su sangre manchará tus manos. Mira. Ve. Conoce.

Iona se miró las manos y vio que las tenía manchadas de sangre, que goteaba formando un charco en el suelo. Verla, sentir su tibieza, fue como una puñalada de puro terror que atravesó sus entrañas, su corazón.

Cuando levantó la mirada, Cabhan se había marchado. Y Boyle cabalgaba como un loco a lomos de Alastar por el camino de tierra.

—Estoy bien —gritó, pero su voz sonaba débil y las rodillas amenazaban con doblársele—. Todo está bien.

El perro corrió como un rayo a su lado mientras Boyle saltaba de la grupa de Alastar.

—¿Qué ha pasado?

Cuando él se disponía a tomarla de las manos, Iona se las apartó de manera instintiva. Entonces vio con aturdimiento y alivio que estaban limpias.

—Él ha estado aquí, pero ya se ha ido.

Se apoyó contra el caballo, para tranquilizarlo y para buscar apoyo a un mismo tiempo. El halcón se posó en la silla de Alastar con tal ligereza y precisión que podría haber sido una rama. Y Kathel se sentó en silencio a su lado.

Todos estaban ahí, pensó. El caballo, el halcón y el perro.

Y Boyle.

—¿Cómo es que estás aquí?

—Acababa de ensillar a Alastar para traerlo cuando profirió un violento grito de guerra y salió disparado hacia la valla. Apenas he tenido tiempo de subirme a su grupa antes de saltarla. Deja que te eche un vistazo. —La agarró, haciendo que se volviese—. ¿No estás herida? ¿Estás segura?

—No. Es decir, sí, estoy segura. Alastar me ha oído. —Posó una mano en el cuello del caballo—. Todos me han oído —murmuró mientras el halcón la observaba, mientras Kathel le daba un rápido golpecito con el rabo. Y sus primos llegaron en el camión de Connor, levantando tierra y gravilla al frenar en seco—. Ellos… —Guardó silencio cuando el camión de Fin, seguido por el de Meara, entró a toda velocidad en el patio del establo—. Me han oído todos. El no ha podido impedirlo. No ha podido impedírmelo.

—¿Qué coño ha pasado? —exigió Boyle.

—Te lo contaré. Os lo contaré a todos —respondió, hablando al grupo—. Pero tenemos que ver cómo están los caballos. No les ha hecho daño. De lo contrario, yo lo habría sabido. Pero están asustados.

Llevó a Alastar consigo, sintiendo la necesidad de mantenerlo cerca mientras volvía dentro.

Purificarían el picadero, pensó. Branna se ocuparía de ello.

Tranquilizó a los caballos uno por uno, y al hacerlo también ella se serenó. Cuando llegaron los mozos de cuadra para encargarse de la rutina de la mañana, se apiñó con los demás en el pequeño despacho de Boyle y les contó lo sucedido.

—Había una sexualidad a un nivel primitivo —agregó—. La utiliza como un arma. Es poderosa, es seductora. Pero, además, él era más fuerte esta vez. Quizá haya estado acumulando poder de alguna manera. No tengo la respuesta, pero sé que cuando chocó contra el escudo, este se resquebrajó. No podía contenerlo.

—Así que lo retiraste, haciendo que atravesara las puertas. Muy lista —le dijo Fin.

—Eso mismo me ha dicho él. Justo antes de prometerme que nos perdonaría la vida a todos si yo le daba mi poder.

—Es un embustero —le recordó Branna.

—Lo sé. Lo sé. Pero la sangre en mis manos. —Reprimiendo otro estremecimiento, presionó una palma contra otra—. Parecía real, y sentía que era la vuestra. Sabe que sigo siendo el eslabón más débil.

—Se equivoca, y tú también si crees eso. —Con la falta de espacio, Boyle no podía pasearse para desahogar su ira, de modo que se limitó a apretar los puños dentro de los bolsillos—. No hay nada débil en ti.

—Quería asustarme y provocarme. Ha conseguido ambas cosas.

—¿Y tú qué has hecho al respecto?

Iona asintió.

—Quiero pensar que lo habría conseguido, que podría haber seguido resistiendo si todos vosotros no hubierais venido tan rápido. Pero el caso es que sigo siendo su objetivo. Cree que puede coger el resto si coge lo que es mío.

—Pues utilizaremos eso. Lo haremos —declaró Fin antes de que Boyle pudiera protestar—. Si hacemos un pequeñísimo cambio en el plan, él la verá como a alguien vulnerable, verá que es el tiempo y el lugar para acercarse y conseguirlo.

—Es más complicado —comenzó Branna.

—¿Y desde cuándo unas pocas complicaciones te preocupan?

—Es más peligroso —añadió Connor.

—Si estamos en esto, estamos en esto. —Meara se encogió de hombros—. El día de hoy ha demostrado que Iona ni siquiera puede venir a trabajar por las mañanas sin correr peligro. ¿Por qué debería vivir de esa forma? ¿O por qué tendríamos que hacerlo ninguno de nosotros?

—La próxima vez podría hacerle daño a los caballos —apostilló Iona—. Para perjudicarme, para distraerme. No lo consentiré. No podría vivir con eso. ¿Qué cambios?

—Él cree que mañana irás sola a las ruinas.

Iona miró a Boyle, viendo la furia tras sus ojos.

—Soy un cebo. Pero un cebo con conocimiento y poder. Y con un círculo muy fuerte.

Antes de que Boyle pudiera proferir una maldición, Branna le puso la mano en el brazo.

—Ni está ni estará nunca sola. Tienes mi palabra, y la palabra de todos los aquí presentes. —Luego le frotó el brazo mientras pensaba—. Podría funcionar. Me parece que podría funcionar.

—Entonces ¿trabajarás conmigo en esto hoy?

Branna miró a Fin, librando su desagradable guerra interior.

—Lo haré por Iona. Por el círculo.

—Pongámonos manos a la obra. No te quedes sola —añadió Fin, acariciando la mejilla de Iona con un dedo—. Por hoy no te separes del resto, ¿vale, hermanita?

—No hay problema.

Fue bastante fácil, sobre todo porque Boyle o Meara no se separaron de ella ni un minuto.

Boyle canceló sus rutas guiadas del día, lo cual fue frustrante para Iona, y la puso a hacer tareas en el establo.

Se dedicó a cepillar, dar de comer, limpiar las casillas, reparar arreos, pulir botas.

Y el día pasó lentamente.

Fue montada en Alastar hasta el establo grande —con Boyle a lomos de Spud a su lado— para dar la clase que tenía reservada para el final del día.

Mañana a esa misma hora haría los últimos preparativos, pensó. Y daría los siguientes pasos hacia su destino.

—Vamos a vencer —le dijo a Boyle.

—La arrogancia es una estupidez.

—No es arrogancia ni engreimiento. —Recordó las palabras de Connor, y los sentimientos que le habían provocado, esa mañana en la cocina—. Es fe, y la fe es algo fuerte y positivo.

—Me importa poco que seas la punta de lanza en esto.

—Te aseguro que no tenía intención de serlo, pero como lo soy, él es el arrogante y estúpido. Piensa en ello.

—He estado pensando en ello, y en muchas más cosas. —Desmontó al llegar al establo y esperó a que ella hiciera lo mismo—. Tengo que enseñarte una cosa.

Entró en el establo. Antes de que alguno de los mozos de cuadra pudiera hablar, Boyle le indicó que se marchara, haciéndole una señal con el pulgar para que saliera. A continuación la condujo hasta el guadarnés, con su olor a cuero y a aceite.

—Es eso.

Iona siguió la dirección de su gesto, canturreando de placer al ver la reluciente silla de montar en su soporte.

—Es nueva, ¿verdad? —Se acercó y pasó una mano sobre su curvatura, sobre el suave cuero negro—. Muy bien elaborada, ¡y fíjate cómo brillan los estribos! Está hecha a mano, ¿no? Es…

—Es tuya.

—¿Qué? ¿Mía?

—Está hecha para ti expresamente, y para Alastar. Para los dos.

—Pero…

—Bueno, yo no sabía que los demás querían comprarte un coche, y esto iba a ser para tu cumpleaños.

Si Boyle le hubiera ofrecido un cofre pirata lleno de oro y joyas no se habría sorprendido tanto.

—¿Tú… has encargado que la hicieran para mí, para mi cumpleaños?

Boyle frunció el ceño, solo un poco.

—Una amazona de tu calibre debería tener su propia silla, y una silla buena. —Al ver que ella no decía nada, cogió la silla y le dio la vuelta—. Mira, ahí está tu nombre.

Iona pasó los dedos con suavidad sobre su nombre. Solo Iona, pensó. Solo su nombre de pila y unas llamas al lado; el nombre de Alastar, y un nudo de la Trinidad al otro lado.

—Conozco a un hombre que se dedica a esto —prosiguió Boyle, nervioso cuando el silencio se dilató—. Trabaja el cuero y… ah, bueno, me pareció adecuado.

—Es preciosa. Es el mejor regalo de todos.

—Habías vendido la tuya.

—Así es. —Entonces lo miró, tan solo lo miró—. Para venir aquí.

—Así que… ahora tienes otra. Y si vamos a hacer eso mañana, debías tenerla. Alastar y tú debéis usarla.

Comenzó a darse la vuelta de nuevo para colocar la silla, cuando Iona puso sus manos en las de él.

—Es mucho más que otra silla. Es mucho más para mí. —Se puso de puntillas, rozándole con los labios primero una mejilla, luego la otra, y después los labios—. Gracias.

—De nada, y feliz cumpleaños una vez más. Y ahora tengo cosas que hacer. Fin estará vigilando fuera, ya que me ha avisado de que Branna y él han terminado por hoy.

—De acuerdo. Gracias, Boyle.

—Eso ya lo has dicho.

Iona dejó que se marchara. Tenía que prepararse para la clase. Y tomar decisiones.

Se aproximó a Fin cuando su alumna se marchó. Dejó escapar un pequeño suspiro.

—Hoy no he dado lo mejor de mí.

—Apuesto a que ella no estaría de acuerdo. Y si hoy estás un poco distraída, tienes razones de sobra.

—Imagino que sí. —Echó una ojeada a las habitaciones encima del garaje—. ¿Y Branna y tú?

—Hicimos lo que nos proponíamos sin demasiado drama. Eso ya es una bendición de por sí. Te llevaré de vuelta a los establos si quieres coger tu coche y luego te seguiré hasta casa para que estés a salvo.

—Oh, gracias, pero… Quiero…, necesito… Tengo que hablar con Boyle… sobre una cosa. Creo que él puede llevarme a casa.

—Muy bien. —Con una sonrisa desenfadada en vez de la risa que habitaba en su corazón, Fin cogió las riendas de Alastar—. Yo me ocuparé de nuestro chico.

—No tienes por qué…

—Voy a disfrutarlo. Y él y yo también tenemos cosas de las que hablar.

—Hablas con él y con los demás caballos. Del mismo modo en que hago yo.

—Sí, así es.

—Y con los halcones…, con el tuyo, con el de Connor y con los demás. Con Kathel, nuestro perro. Incluso con los insectos. Con todos ellos.

Fin movió los hombros en una especie de encogimiento que logró resultar elegante y un poco triste.

—Son todos míos, y ninguno lo es. Yo no tengo ningún guía, como vosotros. Ninguna conexión tan íntima. Pero, bueno, nos entendemos. Y ahora vete a decirle a Boyle lo que tengas que decirle.

—Mañana…

—Brillarás más que nunca. —Le sujetó la barbilla con la mano durante un instante, dándole un suave toquecito con el dedo en la mandíbula—. Créelo. Ve a ver a Boyle. Yo estaré por aquí si me necesitas.

Iona dio un par de pasos y se volvió.

—Ella te quiere.

Fin se limitó a pasar la mano por el cuello de Alastar.

—Lo sé.

—Saber que alguien te quiere y que no puede dejar que solo sea amor es más duro, ¿verdad?

—Lo es. No hay nada más duro.

Asintiendo, se puso en marcha, luego subió las escaleras hasta el apartamento de Boyle. Irguió los hombros y llamó a la puerta.

Cuando él la abrió, Iona tenía una sonrisa preparada.

—Hola. ¿Puedo hablar contigo un momento?

—Desde luego. ¿Sucede algo?

—No. Tal vez. Depende. Tengo que… —Cerró los ojos, extendió las manos a un lado, con las palmas hacia arriba.

Boyle vio brillar algo, captó un ligerísimo cambio en la luz, en el aire.

—Se ha centrado en mí —dijo Iona—. Así que podría encontrar la forma de escuchar, de oír, de ver, aun cuando estamos dentro. No quiero que oiga lo que hablamos.

—De acuerdo. Ah, ¿te apetece un té? ¿O una cerveza?

—En realidad, no me importaría un trago de whisky.

—Eso está hecho. —Cruzó la estancia para coger una botella del armario y después dos vasos cortos—. Se trata de mañana.

—En cierto modo. Lo que dije iba en serio. Creo que vamos a ganar. Creo que tenemos que hacerlo, que estamos destinados a hacerlo. Y sé lo que se siente al tener sangre en mis manos. Sé, o creo, que el bien, que la luz, vence al mal, a la oscuridad. Pero no sin un coste. No sin un precio, y a veces el precio es demasiado alto.

—Si no tuvieras miedo, serías estúpida.

Iona cogió el vaso que él le ofreció.

—No soy estúpida —dijo, y apuró el whisky de un solo trago—. No podemos saber qué sucederá mañana ni cuál va a ser el precio. Creo que es importante que esta noche agarremos lo bueno que tenemos, la luz que tenemos, y nos aferremos a ello. Quiero estar contigo esta noche.

Boyle dio un paso atrás con cautela.

—Iona.

—Es mucho pedir, teniendo en cuenta que te pedí justo lo contrario no hace tanto. Me diste tu palabra y la has cumplido. Ahora te pido que me des esta noche. Quiero que me toques, que me abraces. Quiero sentir antes de que llegue mañana. Te necesito esta noche. Espero que tú me necesites a mí.

—Nunca he dejado de desear tocarte. —Dejó su whisky a un lado—. Nunca he dejado de desear estar contigo.

—Pase lo que pase, tenemos esta noche. Creo que nos hará más fuertes. No rompes una promesa si yo te pido que te olvides de ella. ¿Vas a llevarme a la cama? ¿Vas a dejar que me quede hasta mañana?

Había cosas que deseaba decir, que anhelaba decir. Pero ¿las creería Iona, a pesar de su increíble fe, si se las decía en ese momento?

Las palabras podían esperar, se dijo, hasta el amanecer tras al día más largo del año. Entonces Iona creería lo que él ya sabía.

En vez de hablar, se limitó a ir con ella. Pese a que sentía sus manos grandes y torpes, le enmarcó el rostro entre ellas y acto seguido acercó su boca a la de Iona.

Ella se apretó contra él, envolviéndole con sus brazos al tiempo que sus labios se tornaban calientes.

—¡Gracias a Dios! Gracias a Dios que no me has rechazado. Yo…

—Calla —murmuró, y la besó; suave, muy suavemente, con ternura, como a un capullo que acaba de abrirse.

Aún tenían hasta la mañana, pensó. Todas esas interminables horas, solo ese tiempo finito. Haría lo que jamás creyó que haría. Cogería cada minuto y lo convertiría en algo precioso. De algún modo le enseñaría que era preciosa.

—Ven conmigo.

Tomándola de la mano, la condujo al dormitorio. Luego atravesó la habitación para cerrar los postigos de las ventanas. La luz se tornó tenue y empolvada.

—Será un momento —le dijo, dejándola ahí.

Tenía velas. Para casos de emergencias más que para crear ambiente, pero una vela era una vela.

Tal vez no fuera un hombre romántico, pero sabía lo que era el romanticismo.

Sacó tres velas, las llevó a la habitación y las distribuyó. Después se acordó de las cerillas. Se palpó los bolsillos.

—Voy a buscar cerillas y luego… —dijo Boyle, pero Iona agitó un dedo en el aire y las velas se encendieron—. O también podemos hacer eso.

—No sé qué estamos haciendo, pero me estás poniendo nerviosa.

—Bien. —Volvió a su lado, bajando las manos desde los hombros hasta las muñecas y ascendiendo de nuevo—. No me importaría nada. Me gustaría sentirte temblar —murmuró, abriéndole los botones de la camisa—. Me gustaría mirarte a los ojos y ver que no puedes controlarte. Que, nerviosa o no, quieres que siga tocándote.

—Lo quiero.

Levantó las manos, consiguiendo desabrocharle un botón de la camisa antes de que él la detuviera.

—Quiero que tomes lo que te doy esta noche. Que tan solo tomes, que me dejes darte. He echado de menos ver tu cuerpo —prosiguió Boyle, y le bajó la camisa de los hombros—. He echado de menos sentir tu piel bajo mis manos.

Rodeó sus pezones con los pulgares, luego los rozó con delicadeza con las yemas hasta que la sintió estremecerse.

Deslizó las manos sobre ella, se apoderó de su boca…, todo despacio, todo como en un sueño, mientras su corazón latía con fuerza contra el de él.

—Toma lo que te doy.

La hizo retroceder hasta la cama, rozándola, acariciándola, y se tendió sobre ella. La contempló a la luz de las velas mientras le quitaba las botas y las dejaba en el suelo.

—Túmbate conmigo.

—Oh, lo haré. A su debido tiempo.

Le desabrochó los vaqueros, bajándole la cremallera. Muy despacio. Siguió su rumbo con los labios.

¿Qué le estaba haciendo? Iona se sorprendió aferrándose a la colcha primero, volviéndose gelatina al minuto siguiente. La desnudó con suma lentitud, torturándola centímetro a centímetro. Y, sin embargo, el placer era seductor, un banquete de exóticas exquisiteces. Su calor resultaba estimulante. Su presión hacía que sintiera los brazos demasiado pesados como para levantarlos.

Solo existía el tacto de sus manos, de sus labios, el sonido de su voz, su olor. Él. Él. Él.

Una, dos y hasta tres veces la llevó al trémulo borde del precipicio y la mantuvo suspendida en él, desesperada por dar el salto, solo para hacer que volviera a bajar hasta que su respiración se entrecortó a causa de la necesidad, del mudo deseo de llegar de nuevo a la cima.

Entonces con sus labios, con su lengua y sus manos, despiadadamente pacientes, la hizo sobrepasar ese precipicio.

No fue un salto, sino una caída en picado; jadeante, interminable, un violento golpe de los sentidos y las sensaciones. Y el mundo giró.

—Ay, Dios mío. ¡Dios mío! Por favor.

—Por favor, ¿qué?

—No pares.

Sintió su boca en los pechos, en el vientre, en el muslo. Luego su lengua se deslizó sobre ella, dentro de ella, hasta que cayó de nuevo, ansiando después el siguiente clímax.

No había sido consciente de que la quería indefensa ni de lo que supondría para él saber que la había llevado a ese estado. Pero verla encendida —Iona no podía saber que resplandecía como una de las velas—, sentir su cuerpo alzarse para tomar lo que él le ofrecía, sentirlo caer de nuevo mientras se aferraba a ese placer, era más de lo que había conocido, más de lo que había imaginado.

Y su deseo hacia ella colmaba cada parte de él: su mente, su cuerpo y su alma.

—Ahora mírame, Iona. Mírame ahora, ¿quieres?

Ella abrió los ojos y vio los suyos bajo la luz de las velas. Solo podía ver eso.

—Estoy contigo —le dijo Boyle mientras se deslizaba dentro de ella—. Estoy contigo.

Ascendieron de nuevo, mirándose a los ojos, con los cuerpos apretados el uno contra el otro. Ascendieron hasta que Iona maldijo. Y cuando las lágrimas brillaron en sus ojos, los dos descendieron juntos en picado.