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Durante una semana, después dos, se encontró fuerte, y su poder se mantuvo. Cabhan atacó, presionando de forma abierta y subrepticia, pero Sorcha lo repelió.

El endrino floreció, también las campanillas de nieve, y la luz ya era más propia de la primavera que del invierno.

Cada noche Sorcha contemplaba a Daithi en el fuego. Hablaba con él cuando podía, arriesgándose a enviarle su espíritu para llevarse consigo su aroma, su voz, su contacto… y dejar los suyos con él.

Para así fortalecerse ambos.

No le contó nada sobre Cabhan. La magia era su mundo. Ni su espada ni su puño, ni siquiera su corazón de guerrero, podían derrotar a alguien como Cabhan. Suya era la responsabilidad de defender la cabaña, que ya le pertenecía antes de que hubiera aceptado a Daithi como su hombre. Suya era la responsabilidad de proteger a los hijos que habían concebido juntos.

Y pese a todo contaba los días que faltaban para Bealtaine, para el día en que lo viera volver a casa a caballo.

Sus hijos crecían con salud y aprendían. Una vocecilla en su cabeza le urgía a enseñarles todo lo que pudiera con tanta celeridad como le fuera posible. Sorcha no la cuestionó.

Por las noches se pasaba horas a la luz de la vela de sebo y del fuego escribiendo sus hechizos, sus recetas e incluso sus pensamientos. Y cuando oía aullar al lobo o el azote del viento, hacía caso omiso.

En dos ocasiones requirieron su presencia en el castillo para realizar una sanación. Se llevó consigo a sus hijos a fin de que pudieran jugar con los otros jóvenes, así como para no separarse de ellos y dejar que vieran el respeto que se dispensaba a la Bruja Oscura, pues el nombre y todo cuanto conllevaba sería su legado.

Pero cada vez que volvían a casa, necesitaba una poción para recuperar las fuerzas que le consumía la magia sanadora que dispensaba a aquellos que la necesitaban.

Si bien anhelaba a su hombre y la salud que temía no recuperar jamás, instruía a sus hijos a diario en el oficio. Se mantenía alejada cuando Eamon llamaba a Roibeard, que ya era más suyo que de ella, tal y como debía ser. Observaba con orgullo mientras su pequeña montaba a Alastar, tan feroz como cualquier guerrero. Y sabía, con orgullo y pesar, que Brannaugh y su leal Kathel patrullaban el bosque con frecuencia.

El don estaba ahí, pero también la infancia. Se aseguró de que hubiera música y juegos, y de preservar la inocencia todo lo posible.

Recibían la visita de quienes iban a por amuletos y ungüentos, buscaban respuestas o abrigaban esperanzas de encontrar el amor o la fortuna. Ayudaba a aquellos que podía y aceptaba sus donativos. Y vigilaba el camino, siempre vigilaba el camino, aunque sabía que faltaban aún semanas para que su amor regresara a casa.

Salió con sus hijos a navegar por el río en la pequeña barca que su padre había construido un día de viento suave, cuando el cielo era más azul que gris.

—Dicen que las brujas no puede viajar sobre el agua —comentó Eamon.

—¿Eso es lo que dicen? —Sorcha rió, alzando el rostro hacia la brisa—. Y, sin embargo, aquí estamos, navegando sin problemas.

—Es Donal…, del castillo…, quien dice eso.

—Decir eso, creerlo incluso, no hace que sea verdad.

—Eamon hizo volar a una rana para que Donal lo viera. Eso es fanfarronear.

Eamon miró a su hermana pequeña con expresión hosca, y le habría propinado un codazo o un pellizco si su madre no hubiera estado mirando.

—Puede que sea divertido que las ranas vuelen, pero no es prudente emplear tu magia en diversiones.

—Es practicar.

—Podrías practicar atrapando algún pez para la cena. No de esa manera —le aconsejó Sorcha a su hijo cuando este extendió las manos sobre el agua—. La magia no es la respuesta a todo. También hay que saber cómo arreglárselas sin eso. Un don jamás debería emplearse frívolamente para realizar aquello que se puede hacer con la inteligencia, las manos o la espalda.

—Me gusta pescar.

—A mí no —farfulló Brannaugh mientras la barquita surcaba el río—. Tienes que estar sentado y esperar y esperar. Me gusta más cazar. Así estás en el bosque, y podríamos tener conejo para cenar —añadió.

—Mañana es tan buen día como hoy para eso. Esta noche cenaremos pescado, si tu hermano tiene suerte y destreza. Y quizá pastel de patata.

Presa del aburrimiento, Brannaugh le entregó su caña a su hermana y dirigió la mirada hacia el castillo, más allá del río, con sus grandes muros de piedra.

—¿No quieres vivir allí, mami? Oí hablar a las mujeres. Decían que éramos todos bienvenidos.

—Tenemos nuestro hogar, y aunque en otro tiempo no era más que una choza, lleva más tiempo en pie que esos muros. Ya estaba cuando los O’Connor gobernaban, antes de la Casa de Burke. Reyes y príncipes van y vienen, m’inion, pero el hogar permanece.

—Me gusta su aspecto, tan impresionante e imponente, pero me gusta más nuestro bosque. —Apoyó la cabeza sobre el brazo de su madre durante un instante—. ¿Podrían los Burke habernos quitado nuestra casa?

—Podrían haberlo intentado, pero tuvieron la sensatez de respetar la magia. No tenemos enfrentamientos con ellos ni ellos con nosotros.

—Si los tuvieran, papi lucharía contra ellos. Y yo también. —Desvió la mirada hacia su madre—. Dervla, del castillo, me dijo que Cabhan fue desterrado.

—Eso ya lo sabías.

—Sí, pero dijo que a veces regresa y yace con mujeres. Que les susurra al oído y ellas piensan que es su legítimo esposo. Pero que por la mañana lo saben. Y lloran. Me dijo que tú les das a las mujeres amuletos para mantenerlo lejos, pero… que él atrajo a una de las criadas de la cocina hacia la niebla, y ahora nadie consigue encontrarla.

Sorcha lo sabía, igual que sabía que jamás hallarían a la sirvienta.

—Juega con ellas y se aprovecha del débil para alimentarse. Su poder es negro y frío. La luz y el fuego siempre lo derrotarán.

—Pero regresa. Llama a puertas y ventanas —insistió Brannaugh.

—No puede entrar —repuso Sorcha, pero sintió que se le helaba la sangre.

En ese preciso momento Eamon profirió un grito, y cuando tiró de su caña, un pez plateado relució bajo el sol.

—Suerte y destreza —dijo Sorcha con una carcajada mientras agarraba la red.

—Yo quiero uno. —Teagan se inclinó con entusiasmo sobre el agua, como si atrapar un pez fuese tan fácil.

—Esperemos que lo consigas, pues vamos a necesitar más de uno, aunque sea uno tan grande. Buen trabajo, Eamon.

Atraparon tres más, y si ayudó a su pequeña un poquito, la magia fue por amor.

Un día estupendo, pensó, y la primavera casi podía saborearse.

—Corre a casa pues, Eamon, y limpia el pescado. Tú puedes poner a cocer las patatas, Brannaugh, y yo me ocuparé de la barca.

—Yo me quedaré contigo. —Teagan asió la mano de su madre—. Puedo ayudar.

—Sí que puedes, porque necesitaremos coger agua del riachuelo.

—¿A los peces les gusta que los atrapemos y nos los comamos?

—No puedo decir que sea así, pero para eso están.

—¿Por qué?

¿Y por qué?, pensó Sorcha mientras aseguraba la barca, habían sido las primeras palabras de Teagan.

—¿Acaso los dioses no pusieron los peces en el agua y nos dieron a nosotros el ingenio para fabricar redes y cañas de pescar?

—Pero nadar debe de gustarles más que el fuego.

—Imagino que sí. Así que hemos de tener eso presente y ser agradecidos cuando comemos.

—¿Y si no los atrapásemos ni nos los comiésemos?

—Pasaríamos hambre muy a menudo.

—¿Ellos hablan bajo el agua?

—Bueno, yo nunca he mantenido una conversación con un pez. Y ahora vamos. —Sorcha le cerró la capa a Teagan—. Está refrescando. —Levantó la vista y vio que las nubes cubrían el sol—. Puede que esta noche tengamos tormenta. Será mejor que vayamos a casa.

Cuando se enderezó, apareció la niebla. Gris y amenazadora, avanzaba como una serpiente sobre el suelo y sofocaba la vitalidad del día.

Sorcha se percató de que no se acercaba una tormenta. La amenaza ya estaba ahí.

Empujó a Teagan detrás de ella cuando Cabhan surgió de la niebla.

Vestía de negro salpicado con plata, como estrellas sobre un cielo nocturno. El ondulado cabello le llegaba a los hombros; un marco de ébano para su severo y hermoso rostro. Los ojos, oscuros como el corazón de un zíngaro, mostraban poder y placer cuando recorrió a Sorcha con la mirada.

Ella los sintió como audaces manos sobre su piel.

Llevaba un colgante de plata al cuello, con forma de sol y una enorme piedra —un centelleante ojo rojo— en el centro. Y eso era nuevo, pensó, y sintió su negro poder.

—Milady —dijo, haciéndole una reverencia.

—No eres bienvenido aquí.

—Voy allá donde me place. ¿Y qué ven mis ojos sino a una mujer y a su pequeña y preciosa hija solas? Un regalo para forajidos y lobos. No tienes hombre que te guarde, Sorcha la Oscura. Yo te escoltaré.

—Me protejo yo sola. Márchate, Cabhan. Desperdicias tu tiempo y tus poderes aquí. Jamás me entregaré a alguien como tú.

—Desde luego que te entregarás. Unirte a mí es tu destino. Lo he visto en la bola.

—Ves mentiras y deseos, no la verdad ni el destino.

Él se limitó a sonreír, y al igual que su voz, su sonrisa rezumaba seducción.

—Juntos gobernaremos esta tierra y cualquier otra que deseemos. Vestirás finas ropas de vivos colores y cubriré tu piel de joyas.

Entonces Cabhan movió las manos en círculo. Teagan ahogó un grito al ver a su madre vestida con el intenso color rojo de la realeza, el brillo de las joyas y una corona de oro cuajada de ellas.

Con igual celeridad, Sorcha volvió la muñeca con brusquedad y una vez más llevaba puesto su sencillo vestido negro de lana.

—No necesito ni deseo tus colores ni tus joyas. Déjanos tranquilos a mí y a los míos o sentirás mi cólera.

El rompió en carcajadas; el sonido surgió de él con fluido y terrible placer.

—¿Es de extrañar que no quiera a nadie más que a ti, corazón? Tu fuego, tu belleza, tu poder, todo ello tiene que ser mío.

—Soy la mujer de Daithi, y siempre lo seré.

Con un gruñido de desprecio, Cabhan chasqueó los dedos.

—A Daithi le importan más sus ataques, sus juegos, sus insignificantes guerras, que tú o los mocosos que le has dado. ¿Cuántas lunas han pasado desde la última vez que compartió tu lecho? Pasas frío por la noche, Sorcha. Lo percibo. Yo te enseñaré placeres que jamás has conocido. Y haré de ti más de lo que eres. Haré de ti una diosa.

El temor trató de colarse dentro de ella como la niebla se arrastraba sobre la tierra.

—Moriría por mi propia mano antes que acostarme contigo. Tú solo codicias más poder.

—Y tú eres una boba por no hacerlo. Juntos aplastaríamos a todos los que se alzaran contra nosotros, viviríamos como dioses, seríamos como dioses. Y por ello te daré aquello que tu corazón más desea.

—Tú no conoces mi corazón.

—Un bebé en tu vientre para reemplazar el que perdiste. Mi hijo, nacido de ti. El más poderoso que el mundo haya conocido o conocerá.

La pena por la pérdida la sacudió, y también el temor, un terrible temor fruto de la diminuta semilla de deseo en su interior por lo que él le ofrecía. Una vida creciendo dentro de ella, fuerte y real.

Percibiendo ese temor, Cabhan se acercó.

—Un hijo —murmuró—. Lleno de vida en tus entrañas. Creciendo ahí, naciendo fuerte y glorioso, como ningún otro. Dame tu mano, Sorcha, y yo te daré aquello que tu corazón desea.

Sorcha tembló durante un momento, solo un instante, porque bien sabían los dioses cuánto ansiaba aquella vida.

Y mientras temblaba, Teagan salió de detrás de sus faldas. Arrojó una piedra y golpeó a Cabhan en la sien. Un delgado hilillo de oscura sangre roja resbaló por su pálida piel.

Sus ojos se tornaron feroces cuando se abalanzó, pero antes de que el golpe impactara, Sorcha lo empujó por pura fuerza de voluntad.

Acto seguido cogió a Teagan en brazos.

El viento se alzaba con fuerza a su alrededor, fruto de su propia furia.

—Te mataré mil veces, te sumiré en la agonía durante diez mil años si le pones las manos encima a mis hijos. Te lo juro por todo lo que soy.

—¿Me amenazas? ¿Tú y tu brujita? —Clavó los ojos en el rostro de Teagan, y su sonrisa se extendió como la muerte—. Una brujita muy bonita. Resplandeciente como un pececillo en el agua. ¿Quieres que te atrape y te coma?

Pese a aferrarse a Sorcha, pese a que estaba temblando, Teagan no se acobardó.

—¡Márchate! —le espetó la niña.

Impulsado por la furia y el miedo, su novel y joven poder golpeó con la potencia de una piedra. La sangre manó de la boca de Cabhan, y su sonrisa se convirtió en un gruñido.

—Primero tú, luego tu hermano. Tu hermana…, después de madurar un poco también ella alumbrará a mis hijos. —Se limpió la sangre de la boca con la yema de un dedo y lo pasó sobre el amuleto—. Por ti les habría perdonado la vida —le dijo a Sorcha—. Ahora presenciarás su muerte.

Sorcha acercó los labios al oído de Teagan.

—No puede hacerte daño —comenzó en un susurro, luego observó con horror cómo Cabhan se transformaba.

Su cuerpo cambió, se retorció como la niebla. El amuleto resplandeció y la gema giró hasta que sus ojos se tornaron tan rojos como la piedra.

Un vello negro cubrió su cuerpo, y de sus dedos brotaron garras. Y cuando pareció caer al suelo, echó la cabeza hacia atrás y aulló.

Sorcha dejó a Teagan despacio y con cuidado en el suelo, detrás de ella.

—No puede hacerte daño —repitió.

Rogó para que aquello fuera verdad, que la magia que había conferido al símbolo de cobre resistiera incluso contra aquella forma animal. Sin duda Cabhan había canjeado su alma a cambio de aquella magia negra.

El lobo mostró los dientes y saltó.

Sorcha lo hizo retroceder, extendiendo las manos, invocando su fuerza para que esa blanca y pura luz surgiera de sus manos. Cuando lo golpeó, el lobo gritó, casi como un hombre, pero volvió a atacar una y otra vez, lanzándose sobre ella, gruñendo, con los ojos fieros y espantosamente humanos.

Sus garras le rasgaron las faldas. Luego fue el grito de Teagan lo que rasgó el aire.

—¡Márchate, márchate! —La pequeña arrojó piedras al lobo, piedras que se convirtieron en bolas de fuego al golpear, de modo que la niebla olía a carne y pelo chamuscado.

El lobo arremetió de nuevo, aullando todavía. Teagan cayó hacia atrás mientras Sorcha le asestaba un golpe. La capa de la niña se abrió. Del símbolo de cobre que llevaba surgió una llama azul, recta y afilada como una flecha. Golpeó al lobo en un costado, dejándole una marca con la forma de un pentagrama.

El lobo salió disparado hacia atrás con un grito agónico. Mientras aullaba y gruñía, Sorcha reunió todas sus fuerzas y lanzó su luz, sus esperanzas y su poder.

El mundo se tornó blanco, cegándola. Desesperada, buscó a tientas la mano de Teagan mientras caía de rodillas.

La niebla se desvaneció. Lo único que quedaba del lobo era su silueta calcinada sobre la tierra.

Sollozando, Teagan agarró a su madre y se apretó contra ella, como una niña aterrorizada de un monstruo demasiado real.

—Tranquila, ya se ha ido. Estás a salvo. Tenemos que ir a casa. Hemos de estar en casa, pequeña mía.

Pero ni siquiera tenía fuerzas para ponerse en pie. Se habría echado a llorar por haber sido humillada de ese modo. En otro tiempo habría podido invocar el poder de atravesar el bosque volando con su hija en brazos. En la actualidad le temblaban las piernas, le ardían los pulmones y su corazón latía de manera tan desaforada que le palpitaban las sienes.

Si Cabhan se recuperaba, si volvía…

—Corre a casa. Ya conoces el camino. Corre a casa. Yo te seguiré.

—Me quedo contigo.

—Teagan, haz lo que te digo.

—No. No. —Presionándose los ojos con los nudillos, Teagan meneó la cabeza con obstinación—. Ven conmigo. Ven conmigo.

Sorcha apretó los dientes y logró ponerse en pie, pero después de dar dos pasos, cayó de rodillas otra vez.

—No puedo, pequeña mía. Las piernas no me sostienen.

—Alastar puede llevarte. Lo llamaré, y él nos llevará a casa.

—¿Puedes llamarlo desde tan lejos?

—Vendrá raudo y veloz.

Teagan se levantó sobre sus rechonchas piernecitas y alzó los brazos.

—Alastar, Alastar, valeroso y libre, escucha mi llamada y ven a mí. Corre presto para encontrar a quien te necesita. —Teagan se mordió el labio y se volvió hacia su madre—. Brannaugh me ayudó con las palabras. ¿Están bien?

—Están muy bien. —Tan inexpertas, pensó Sorcha. Tan sencillas y puras—. Repítelas dos veces más. El tres hace la magia más fuerte.

Teagan obedeció, luego regresó para acariciar el cabello de su madre.

—Te pondrás bien otra vez cuando estemos en casa. Brannaugh te preparará tu té.

—Sí, eso hará. Me pondré bien de nuevo cuando esté en casa. —Pensó que era la primera vez que le había mentido a su hija—. Búscame una buena y fuerte vara. Creo que podré apoyarme en ella y caminar.

—Alastar vendrá.

Sorcha asintió, pese a que dudaba de ello.

—Iremos a su encuentro. Búscame una vara resistente, Teagan. Tenemos que volver a casa antes de que anochezca.

Mientras Teagan se levantaba, oyeron el sonido de los cascos del caballo.

—¡Ya viene! ¡Alastar! ¡Estamos aquí, estamos aquí!

Había llamado a su guía, pensó Sorcha, y una punzada de orgullo atravesó su fatiga. Mientras Teagan corría al encuentro del poni, Sorcha reunió fuerzas y se puso en pie con dolor.

—Aquí estás, un príncipe entre los caballos. —Agradecida, Sorcha apretó la cara contra Alastar cuando este la acarició con el morro—. ¿Puedes ayudarme a montar? —le pidió a Teagan.

—Él lo hará. Le he enseñado un truco. Lo estaba reservando para cuando papi volviera a casa. ¡Arrodíllate, Alastar! Arrodíllate. —Entre risitas, Teagan le hizo un gesto con la mano.

El caballo inclinó la cabeza, dobló las patas delanteras y se arrodilló.

—Oh, qué chica tan lista.

—¿Es un buen truco?

—Un truco magnífico. Magnífico, sí. —Agarrándose a su crin, Sorcha se subió al caballo. Teagan se montó delante de ella, saltando con la agilidad de un saltamontes.

—¡Agárrate a mí, mamá! Alastar y yo te llevaremos a casa.

Sorcha se asió a la cintura de su hijita, depositando su confianza en la niña y en el caballo. Cada zancada le producía dolor, pero cada zancada les acercaba a su hogar.

Cuando se aproximaban al claro vio a sus hijos mayores —Brannaugh, arrastrando la espada de su abuelo, y Eamon, sujetando una daga— corriendo hacia ellos.

Valientes, eran muy valientes.

—¡Regresad a la casa, regresad ahora! ¡Corred!

—Ha venido el hombre malo —les gritó Teagan—. Y se ha transformado en un lobo. Yo le he tirado piedras, Eamon, como hiciste tú.

Las voces de los niños —las preguntas, el alboroto, las oleadas de temor— gravitaban como un eco en la cabeza de Sorcha. El sudor la envolvió. Una vez más se agarró a las crines de Alastar para bajar al suelo. Se tambaleó mientras el mundo se tornaba gris.

—Mamá está enferma. Necesita su té.

—Vamos dentro —logró decir Sorcha—. Echad el cerrojo a la puerta.

Oyó a Brannaugh dando órdenes, con la voz cortante de un jefe tribal, «Traed agua, avivad el fuego», y sintió como si entrara flotando hasta acomodarse en su silla, donde su cuerpo se desplomó.

Un paño frío en la cabeza. Un potente líquido caliente bajando por su garganta. El dolor se atenuó, la confusión se disipó.

—Ahora descansa. —Brannaugh le acarició el pelo.

—Estoy mejor. Tienes un potente don para sanar.

—Teagan dice que el lobo ha ardido.

—No. Lo hemos herido, sí, lo hemos herido, pero vive. Está vivo.

—Lo mataremos. Pondremos una trampa y lo mataremos.

—Puede que lo hagamos cuando yo esté más fuerte. Es capaz de adoptar muchas más formas. Desconozco qué precio ha pagado por ese poder, pero ha de ser muy alto. Tu hermana lo ha marcado. Aquí. —Sorcha se llevó la mano al hombro izquierdo—. Con la forma de un pentagrama. Estad atentos a eso, desconfiad de eso y de cualquiera que lleve esa marca.

—Lo haremos. Ya no te preocupes. Prepararemos la cena y te sentirás más fuerte cuando hayas comido y descansado.

—Vas a preparar un amuleto para mí. Tal y como yo te voy a indicar. Haz el amuleto y tráemelo. La cena puede esperar hasta después.

—¿Te hará más fuerte?

—Sí.

Brannaugh preparó el amuleto y Sorcha se lo colgó al cuello, cerca de su corazón. Luego bebió un poco más de la poción, y aunque apenas tenía apetito, se obligó a comer.

Durmió y soñó, y al despertar se encontró a Brannaugh haciendo guardia.

—Vete a la cama. Es tarde.

—No te dejaremos. Puedo ayudarte a acostarte.

—Me sentaré aquí, junto al fuego.

—Entonces me sentaré contigo. Estamos haciendo turnos. Despertaré a Eamon cuando llegue el suyo, y Teagan te traerá tu té por la mañana.

Demasiado agotada como para discutir, demasiado orgullosa como para reprenderla, Sorcha se limitó a esbozar una sonrisa.

—¿Así están las cosas?

—Hasta que te hayas recuperado.

—Estoy mejor, te lo prometo. Su magia era muy fuerte, muy negra. Detenerla lo exigió todo de mí, y más. Habrías estado orgullosa de nuestra Teagan. Tan feroz e inteligente. Y tú, corriendo hacia nosotros con la espada de tu abuelo.

—Es muy pesada.

Sentaba bien reír.

—Era un hombre muy grande, con una barba roja tan larga como tu brazo. —Exhalando un suspiro, acarició la cabeza de Brannaugh—. Si no vas a irte a tu cama, prepara un jergón en el suelo. Ambas dormiremos un rato.

Cuando su hija se durmió, Sorcha agregó un hechizo para hacer que Brannaugh tuviera dulces sueños.

Y se volvió hacia el fuego. Ya era hora de pedirle a Daithi que volviera a casa. Necesitaba su espada, necesitaba su fuerza. Lo necesitaba a él.

De modo que abrió su ojo mental al fuego y abrió su corazón al amor.

Su espíritu viajó sobre montañas y campos en medio de la noche, atravesó bosques, sobrevoló el agua donde la luna se bañaba. Recorrió todos los kilómetros que los separaban hasta el campamento de su clan.

Él dormía cerca del fuego con la luz de la luna como una manta sobre él.

Cuando se acomodó a su lado, en los labios de Daithi se dibujó una sonrisa y su brazo la rodeó.

—Hueles a fuego de hogar y a bosques y claros.

—Has de venir a casa.

—Pronto, aghra. Dos semanas, no más.

—Mañana debes cabalgar con toda celeridad. Mi corazón, mi guerrero. —Ahuecó la mano sobre su rostro—. Te necesitamos.

—Y yo te necesito a ti. —Rodó para arrimarse a ella y acercó la boca a la suya.

—No en nuestro lecho, aunque te anhelo con todas mis fuerzas. Cada día, cada noche. Necesito tu espada, te necesito a mi lado. Cabhan ha atacado hoy.

Daithi se incorporó de golpe, con la mano en la empuñadura de la espada.

—¿Estás herida? ¿Y los niños?

—No, no. Pero ha faltado poco. El se hace más fuerte, y yo, más débil. Temo no poder contenerlo.

—No hay nadie más fuerte que tú. Jamás tocará a la Bruja Oscura.

A Sorcha se le partió el corazón al ver la fe que tenía en ella, pues ya no la merecía.

—No estoy bien.

—¿Qué sucede?

—No deseaba atosigarte y…, no, mi orgullo. Lo valoraba demasiado, pero ahora renuncio a él. Temo lo que se avecina, Daithi. Lo temo a él. No puedo hacerle frente sin ti. Vuelve a casa por nuestros hijos, por nuestras vidas.

—Partiré esta noche. Llevaré hombres conmigo y cabalgaré a casa.

—A primera luz. Espera a la luz, pues la oscuridad le pertenece. Y sé veloz.

—Dos días. Estaré en casa contigo dentro de dos días. Y Cabhan conocerá el filo de mi espada. Lo juro.

—Estaré atenta a tu llegada y te esperaré. Soy tuya en esta vida y en lo que venga.

—Recupérate, mi bruja. —Se llevó sus manos a los labios—. Es lo único que te pido.

—Ven a casa, y me recuperaré.

—Dos días.

—Dos días.

Lo besó, abrazándolo con fuerza. Y se llevó consigo el beso mientras regresaba sobrevolando el reflejo de luna y las verdes colinas.

Retornó a su cuerpo, cansada, muy cansada, pero también más fuerte. La magia entre ellos fluía, intensa y verdadera.

Dos días, pensó, y cerró los ojos. Descansaría mientras él cabalgaba, permitiendo así que la magia se fortaleciera de nuevo. No se apartaría de sus hijos, absorbería la luz.

Durmió otra vez; soñó otra vez.

Y en sus sueños vio que él no esperaba a que amaneciera. Cabalgaba bajo a luz de la luna, bajo las frías estrellas. Su rostro lucía una expresión feroz mientras su montura recorría la dura tierra.

El animal apretó el paso, dejando atrás las monturas de los tres hombres que lo acompañaban.

Utilizando la luna y las estrellas, Daithi se dirigió a su hogar, al lado de su familia, de su mujer, pues amaba a la Bruja Oscura más que a su propia vida.

Cuando el lobo surgió de la oscuridad, apenas tuvo tiempo de desenvainar la espada. Daithi atacó, pero solo atravesó el aire mientras el caballo se encabritaba. La niebla se alzó como muros grises, atrapándole, impidiendo el paso a sus hombres.

Luchó, pero el lobo se abalanzaba sobre la espada una y otra vez, atacando con las fauces, golpeando con las garras de manera salvaje, solo para desvanecerse en la niebla. Y resurgir de nuevo de esta.

Sorcha alzó el vuelo para llegar hasta él, sobrevolando las montañas y el agua una vez más.

Lo supo cuando aquellas fauces desgarraron su carne, lo supo cuando la sangre manó de corazón de Daithi…, del suyo. Las lágrimas de Sorcha cayeron como lluvia, disipando la niebla. Cayó al suelo a su lado, gritando su nombre.

Probó con su hechizo más potente, con su encantamiento más poderoso, pero su corazón no volvió a latir.

Mientras tomaba la mano de Daithi en la suya, pidió misericordia a gritos a la diosa y oyó al lobo reír en la oscuridad.

Brannaugh se estremeció mientras dormía. Sueños bañados en sangre la atormentaban, plagados de gruñidos y de muerte. Luchó por dejarlos atrás, por liberarse. Quería a su madre, quería a su padre, quería el sol y el calor de la primavera.

Pero las nubes y el frío la cubrían. El lobo salió de la niebla y se interpuso en su camino. Y sus colmillos chorreaban sangre.

Con un grito amortiguado se incorporó en su jergón y aferró su amuleto. Luego dobló las piernas y se rodeó las rodillas con fuerza, hundiendo su rostro lloroso en los muslos para secarse las lágrimas. Ya no era una niña para llorar por una pesadilla.

Ya era hora de despertar a Eamon. Luego esperaba dormir con más placidez en su propia cama.

Antes volvió la cabeza para comprobar cómo estaba su madre y encontró la silla vacía. Frotándose los ojos, la llamó en voz baja mientras se disponía a levantarse.

Y vio a Sorcha tendida en el suelo entre el fuego y la escalera que subía al altillo, inmóvil, como si estuviera muerta.

—¡Mami! ¡Mami!

Fue presa del terror cuando se acercó con celeridad y se dejó caer al lado de su madre. Con las manos temblando, le dio la vuelta para apoyar la cabeza de su madre en su regazo. Entonces dijo su nombre una y otra vez como en un cántico.

Demasiado pálida, demasiado inmóvil, demasiado fría. Mientras se mecía, Brannaugh actuó sin pensar, sin seguir un plan concreto. Cuando el calor brotó de ella, lo vertió dentro su madre. Sus manos temblorosas presionaron con fuerza sobre el corazón de Sorcha al tiempo que inclinaba la cabeza hacia atrás con la mirada ausente. El humo negro que salía de ellas atrajo la luz y la lanzó dentro de su madre en forma de flechas.

El calor salía de ella, el frío entraba en su cuerpo, hasta que, estremeciéndose, se desplomó hacia delante. Cielo y mar rotaron; la luz y la oscuridad giraron en espiral. Un dolor como jamás había conocido atravesó su vientre, clavándose en su corazón.

Acto seguido desapareció, dejando tras de sí solo agotamiento.

En la lejanía escuchó el aullido de su perro.

—Basta, basta —le dijo Sorcha con voz entrecortada, ronca y débil—. Para. Brannaugh, debes parar.

—Necesitas más. Buscaré más.

—No. Haz lo que digo. Respira despacio, acalla la mente, aquieta el corazón. Respiración, mente, corazón.

—¿Qué sucede? ¿Qué ha ocurrido? —Eamon bajó la escalera con celeridad—. ¡Mamá!

—La he encontrado aquí. Ayúdame, ayúdame a llevarla a la cama.

—No, a la cama no. No hay tiempo para eso —repuso Sorcha—. Eamon, haz entrar a Kathel, y despierta a Teagan.

—Está despierta, está aquí.

—Ah, aquí está mi pequeña. No te inquietes.

—Hay sangre. Tienes sangre en las manos.

—Sí. —Sepultando su sufrimiento, Sorcha se miró las manos—. No es mía.

—Ve a por un paño, Teagan, y la lavaremos.

—No, un paño no. El caldero. Trae mis velas, el libro y la sal. Toda la sal que tengamos. Enciende el fuego, Eamon, y Brannaugh, prepara mi té…, que sea fuerte.

—Lo haré.

—Teagan, sé buena ahora y guarda toda la comida que tenemos.

—¿Nos vamos de viaje?

—Un viaje, sí. Da de comer al ganado, Eamon; sí, aún es temprano, pero aliméntalos bien y guarda tanta avena como puedas para Alastar. —Aceptó la taza de té que Brannaugh le llevó, y se lo tomó todo—. Ahora recoged vuestras cosas, vuestra ropa, mantas. Os llevaréis la espada, la daga, todas las monedas, las joyas que me dejó mi abuela. Todo lo que ella me dejó. Todo, Brannaugh. No dejéis nada de valor. Empaquetadlo todo, y daos prisa. ¡Apresuraos! —espetó, e hizo que Brannaugh se pusiera en marcha con rapidez.

El tiempo iba y venía, pensó la Bruja Oscura. Y a ella le quedaba ya muy poco. Aunque lo suficiente. Haría que fuera suficiente.

Se mantuvo en silencio mientras sus hijos hacían lo que les había mandado. E hizo acopio de fuerzas, concentró su poder.

Cuando Brannaugh bajó, Sorcha estaba erguida en toda su estatura. Su piel tenía color y tibieza, y su mirada estaba centrada y desprendía energía.

—¡Estás bien!

—No, cielo mío, no estoy bien ni volveré a estarlo. —Alzó una mano antes de que Brannaugh pudiera hablar—. Pero soy fuerte para este tiempo y esta necesidad. Haré lo que he de hacer, y también vosotros. —Miró a su hijo, a su hija pequeña—. Igual que todos. Antes de que salga el sol os marcharéis. No saldréis del bosque e iréis hacia el sur. No utilicéis el camino hasta que estéis muy lejos. Buscad a vuestra prima Ailish, del clan O’Dwyer, y contadle la historia. Ella hará lo que pueda.

—Nos iremos todos.

—No, Eamon. Yo aguardaré aquí. Debes ser fuerte y valiente, proteger a tus hermanas y que ellas te protejan a ti. Yo no sobreviviría al viaje.

—Yo haré que te pongas bien —insistió Brannaugh.

—Esto escapa a tu poder. Así ha de ser. Pero no os dejaré solos ni indefensos. Aquello que soy, aquello que tengo, vivirá en vosotros. Un día regresaréis, pues este es vuestro hogar, y el hogar es la fuente. No puedo daros la inocencia, pero os daré poder.

»Apoyadme, pues sois mi corazón y mi alma, mi sangre y mis huesos. Lo sois todo para mí. Y ahora trazo el círculo, y la oscuridad no podrá entrar en él.

Las llamas describieron un círculo en el suelo y, cuando agitó la mano, prendieron bajo el caldero. Tras bajar la mirada de nuevo a sus manos, exhaló un suspiro y luego se acercó.

—Esta es la sangre de vuestro padre. —Abrió las manos sobre el caldero y la sangre manó—. Y estas son mis lágrimas y las vuestras. Él vino para protegernos, regresó a casa tal y como le pedí. Una trampa tendida por Cabhan, aprovechándose de mi miedo, de mi debilidad. Él le arrebató la vida a vuestro padre, así como hará con la mía. La vida, pero no el espíritu, no el poder. —Se arrodilló, envolviendo a sus llorosos hijos en un abrazo—. Os consolaré durante el tiempo que me quede, pero no hay tiempo para llorar. Recordadle, recordad a quien os engendró, a quien os amó, y sabed que parto para estar con él y que velaré por vosotros.

—No nos pidas que nos marchemos. —Teagan sollozó sobre el hombro de su madre—. Quiero quedarme contigo. Quiero a papá.

—Te llevarás mi luz contigo. Siempre estaré contigo. —Con las manos ahora limpias y blancas, Sorcha limpió las lágrimas de la mejilla de su hija—. Tú, mi brillante luz, mi esperanza. Tú, mi valeroso hijo. —Besó los dedos de Eamon—. Mi corazón. Y tú, mi inalterable e inquisitiva hija. —Ahuecó la mano sobre el rostro de Brannaugh—. Mi fortaleza. Llévame contigo. Y ahora, hagamos juntos este hechizo. ¡Apoyadme! Decid lo que yo diga, haced lo que yo haga.

Extendió las manos.

—Con sangre y lágrimas derramamos nuestros temores. —Agitó una mano sobre el caldero, y el líquido comenzó a mezclarse—. Cuatro pellizcos de sal para cerrar y atrancar la puerta. Malas hierbas para amarrar, bayas para cegar. A mis hijos él no verá, y ellos vivirán a salvo y en libertad. Bellos pétalos teñidos de odio, perfumados de dulce para atormentar. Que todo hierva en fuego y humo, y que con esta poción Cabhan se ahogue. Cuando lo llame, él a mí vendrá; hágase mi voluntad.

La luz destelló de modo que todo lo que había en el círculo ardió con ella.

Apeló a Hécate, a Brighid, a Morrigan y a Babd Catha, invocando la fuerza y el poder de las diosas. El aire tembló, pareció rasgarse y crujir. Unas voces resonaban en él cuando Sorcha se levantó, alzando los brazos en oración y reclamación.

El humo se tornó rojo como la sangre, cubrió la habitación. Entonces, como en un remolino, fue absorbido de nuevo por el caldero.

Con los ojos brillantes, Sorcha vertió la poción en un recipiente, lo selló y se lo guardó en el bolsillo.

—Madre —susurró Brannaugh.

—Lo soy y lo seré. No tengáis miedo de mí ni de lo que ahora os doy. Pequeña mía. —Tomó las manos de Teagan—. Crecerá dentro de ti a medida que lo hagas tú. Serás siempre amable, siempre preguntarás por qué. Siempre estarás con aquellos que no pueden defenderse. Toma esto.

—Está caliente —dijo Teagan cuando sus manos resplandecieron en las de su madre.

—Se enfriará otra vez, hasta que lo necesites. Hijo mío. Tú volarás y lucharás. Siempre serás leal y sincero. Toma esto.

—Yo te llevaré. Yo te protegeré.

—Protege a tus hermanas. Brannaugh, mi primogénita. Es mucho lo que te pido. Tu don ya es fuerte, y ahora te doy más. Más que a Teagan y a Eamon, pues he de hacerlo. Tú construirás y crearás. Cuando ames, jamás te detendrás. Tú serás a quién primero acudan, y siempre soportarás la carga. Perdóname y toma esto.

Brannaugh ahogó un grito.

—¡Quema!

—Un instante nada más. —Y en aquel momento Sorcha lloró mil años—. Abre. Toma. Vive.

Conservó lo justo, solo lo justo, luego se derrumbó en el suelo cuando todo estuvo hecho. Ya no era la Bruja Oscura.

—Vosotros sois la Bruja Oscura; una dividida en tres. Este es mi don y mi maldición. Cada uno de vosotros es fuerte, y juntos lo sois más. Algún día regresaréis. Idos ya, y rápido. El día se acerca. Sabed que mi corazón va con vosotros.

Teagan se aferró su madre, pataleó y lloró cuando Eamon tiró de ella para apartarla.

—Llévala fuera, móntala en Alastar —dijo Brannaugh con voz queda.

Pero antes Eamon se arrodilló junto a su madre.

—Vengaré a mi padre, y a ti, mi madre. Protegeré a mis hermanas con mi vida. Lo juro.

—Estoy orgullosa de ti, hijo mío. Te volveré a ver. Pequeña mía —le dijo a Teagan—. Regresarás. Te lo prometo.

Brannaugh se volvió hacia su hermana, colocándole la mano en la cabeza. Y Teagan asintió y se quedó dormida.

—Llévatela, Eamon, y las cosas que puedas transportar. Yo llevaré el resto.

—Te ayudaré. Tengo fuerzas suficientes —insistió Sorcha. Y no pensaba permitir que Cabhan entrara en su casa.

Cuando terminaron de cargar el caballo, Brannaugh miró a su madre a los ojos.

—Lo entiendo.

—Lo sé.

—No dejaré que les pase nada. Si no puedes destruir a Cabhan, los de tu sangre lo haremos. Aunque nos lleve mil años, tu sangre lo hará.

—La noche se aleja, marchaos deprisa. Alastar os llevará a los tres hasta bien entrado el día. —Los labios de Sorcha temblaron antes de que encontrara las fuerzas para impedirlo—. Nuestra pequeña tiene un corazón tierno.

—Siempre cuidaré de ella. Te lo prometo.

—Con eso basta, pues. Vete, vete ya o todo será en vano.

Brannaugh se montó detrás de su hermano y de su hermana, que dormía gracias a un hechizo.

—Si yo soy tu fortaleza, madre, tú eres la mía. Todos nuestros descendientes sabrán de Sorcha. Todos honrarán a la Bruja Oscura.

Dirigió la vista al frente, con la mirada empañada por las lágrimas, y espoleó al caballo.

Sorcha los vio marchar, vigilándolos con su ojo mental mientras atravesaban la oscuridad del bosque y se alejaban de ella. Se dirigían a la vida.

Y cuando el día despuntó, sacó la poción que se había guardado en el bolsillo y se la bebió. Luego esperó a que el Oscuro llegara.

Trajo la niebla consigo, pero llegó como un hombre, atraído por su aroma, por el resplandor de su piel, por su poder, ahora falso, aunque potente.

—Mi hombre está muerto —dijo Sorcha de forma taxativa.

—Tu hombre está delante de ti.

—Pero tú no eres un hombre como los otros.

—Soy más que otros. Tú me has llamado, Sorcha la Oscura.

—No soy una mujer como las otras, sino más. Las necesidades han de ser saciadas. El poder llama al poder. ¿Me convertirás en una diosa, Cabhan?

La codicia y la lujuria oscurecieron sus ojos y lo cegaron, pensó Sorcha.

—Te enseñaré más de lo que puedas imaginar. Juntos lo tendremos todo, lo seremos todo. Solo tienes que unirte a mí.

—¿Qué hay de mis hijos?

—¿Qué pasa con ellos? —Su mirada se desvió hacia la casa—. ¿Dónde están? —exigió, dispuesto a empujarla para pasar.

—Duermen. Soy su madre, y quiero tu palabra de que estarán a salvo. No puedes entrar hasta que me la des. No puedo unirme a ti hasta que hagas el juramento.

—No sufrirán ningún daño por mi parte. —Sonrió de nuevo—. Te lo juro.

Embustero, pensó. Aún puedo ver tu mente y el negro agujero de tu corazón.

—Ven, pues, y bésame. Hazme tuya igual que yo te hago mío.

La apretó contra él, enroscando con crueldad la mano en su cabello para hacer que inclinara la cabeza, y aplastó los labios contra los de ella.

Sorcha entreabrió la boca y, con la muerte en su corazón, permitió que él le introdujera la lengua. Permitió que el veneno hiciera su trabajo.

Cabhan se tambaleó, agarrándose la garganta.

—¿Qué has hecho?

—Te he derrotado. Te he destruido. Y con mi último aliento, yo te maldigo. En este día, en esta hora, invoco a aquello que sustenta mi poder. Arderás y morirás con dolor, y sabrás que la Bruja Oscura te ha aniquilado. Mi sangre maldice a tu sangre por toda la eternidad. Hágase mi voluntad.

Cabhan le arrojó su poder mientras su piel comenzaba a desprender humor, a ennegrecer. Sorcha cayó, ensangrentada y presa de la agonía, pero se aferró a la vida. Se aferró solo para verlo morir.

—Maldigo a tus descendientes —susurró Sorcha cuando las negras cenizas del hechicero ardieron en la tierra—. Es lo correcto. Es justo. Hecho está.

Se dejó llevar, liberó su espíritu y dejó su cuerpo junto a la cabaña en las verdes entrañas del bosque.

Y cuando la niebla se arremolinó, algo se agitó en las negras cenizas.