Mientras la primavera se extendía sobre el condado de Mayo, sobre los verdes bosques y las exuberantes colinas, la lluvia llegaba suave y constante. Las flores silvestres se alzaban y se abrían para beber, los jardines rebosaban de gloriosa vida. Los corderos balaban en los campos, los patos plagaban el lago mientras el bosque se llenaba del canto de las aves.
Iona plantaba flores, verduras y hierbas con sus primos, se rascaba el barro de las botas, pasaba muchas horas en el establo y dedicaba muchas horas a practicar la magia.
Bealtaine, con sus mayos y canciones, llegó y pasó, y acercó más el solsticio.
A medida que los días alargaban, con frecuencia se levantaba antes del alba y trabajaba hasta bien entrada la noche, utilizando la energía que la impulsaba para esforzarse más.
Y bajo la lluvia y el barro aprendió a manejar una espada.
Aunque no alcanzaba a imaginarse en un verdadero combate a espada, le gustaba la sensación de tenerla en la mano. Le gustaba su peso, y el hecho de que, siendo pequeñita pero matona, era capaz de atacar y defenderse.
Nunca estaría a la altura de Meara. Su amiga se parecía todavía más a una guerrera amazona con el cabello trenzado a la espalda y una espada en la mano. Pero aprendió: ángulos, juego de piernas, maniobras.
Dentro del delgado velo que Branna conjuró, atacó y esquivó al tiempo que Meara la hacía retroceder de forma implacable. Mientras las espadas chocaban y Meara lanzaba insultos u órdenes a voz en grito, Branna estaba sentada en un banco del jardín, como una exótica ama de casa, pelando patatas para la cena con tranquilidad.
—¡Lanza el ataque desde el hombro!
—¡Eso hago!
Resollando, y sintiéndose bastante dolorida ya, Iona cambió el peso de un pie a otro y trató de avanzar.
—Ven a por mí, por Dios. Podría cercenarte las extremidades como si fueras el Caballero Negro de los Monty Python.
—No es más que una herida superficial.
La risa la dominó, distrayéndola, y Meara se movió como alma que lleva el diablo.
—¡Cuidado con…! —Branna exhaló un potente suspiro cuando Iona perdió el equilibrio y cayó hacia atrás sobre una enorme planta de lobelia de un color azul intenso—. Ay, en fin.
—¡Ay! Lo siento.
—Dominas bastante bien las nociones básicas. —Después de envainar su espada, Meara le tendió una mano para ayudarla a ponerse en pie—. Y encajas los insultos como una mujer. Eres rápida y ágil, y tienes bastante aguante, pero no eres una asesina en busca de sangre, y por eso siempre te derrotarán.
Iona se frotó el trasero.
—No pensaba matar a nadie.
—Los planes cambian —señaló Branna—. Y ahora arregla esas flores, ya que ha sido tu culo el que las ha aplastado.
—Oh, sí.
Iona se volvió hacia ellas, pensativa.
—No. —Branna chasqueó los dedos—. No te pongas a pensar, simplemente hazlo.
—Solo estoy recuperando el aliento.
—Puede que no tengas tiempo para eso. Espada, magia, una combinación de ambas. E inteligencia para unirlas. Hazlo.
Así que Iona extendió las manos siguiendo el instinto en vez de un plan. Las flores azules se ahuecaron.
—De paso les he prestado una pequeña ayudita.
—Ya lo veo. —Con una débil sonrisa, Branna manejó su cuchillo pelador.
—No me vendría mal una ducha y una cerveza. No, primero la cerveza.
—Luchemos otra vez, y luego la cerveza —le dijo Meara—. Esta vez no te reprimas. ¿Es que Branna no te ha dicho que ha encantado las hojas para que sean tan inútiles como nuestra primera profesora de ciencias? ¿Te acuerdas de ella, Branna?
—Muy a mi pesar, sí. La señorita Kenny, que podía desbancar a las monjas con su mirada de desaprobación y hacer que se te derritiera el cerebro de puro aburrimiento.
—Oí que se mudó a Donegal y se casó con un pescadero.
—Lo compadezco. —Branna se levantó con su cuenco de patatas y su cubo para desechos orgánicos con las peladuras—. Pondré estas patatas a hacerse y traeré la cerveza mientras vosotras dos os dais espadazos.
Resollando, ya que de verdad necesitaba recobrar el aliento, Iona estudió su espalda.
—En realidad, no crees que vayamos a usarlas de esta forma contra Cabhan.
—Quién sabe, ¿no? Y ya que yo no tengo tus poderes, puede que esto sea lo que utilice y necesite si llega el momento.
—¿Por qué no pareces asustada?
—Conozco la leyenda desde siempre, y la parte dura desde que conozco a Branna, que parece ser toda la vida. Eso por un lado. Y por otro… —Meara miró a su alrededor, a las nuevas plantas, a las de años anteriores que se extendían y brotaban, al bosque más allá, bajo la plomiza tarde lluviosa—. Ah, no parece real, ¿verdad? Cuando llegue el solsticio intentaremos ponerle fin a todo esto sea como sea. Sangre y magia, espada y colmillo. No es la vida, sino una historia. Y, sin embargo, lo es. Estoy atrapada en ella, creo. Por encima de eso, llegado el momento, estaré con gente en quien confío más que en nadie. Así que no tengo miedo. Todavía.
—Ojalá fuera ya. Hay noches en que pienso «que sea mañana», para que así todo haya terminado. Luego, por la mañana, pienso «gracias a Dios que no es hoy», porque así tengo otro día. No solo para practicar y aprender, sino…
—Para vivir.
—Para vivir, para estar aquí. Para ser parte de todo esto. Para montar a Alastar, para trabajar, para ver a mis primos y a ti y a…
—Boyle.
Iona se encogió de hombros, casi logrando parecer despreocupada.
—Me gusta verlo. Creo que hemos estado llevando esto muy bien. Ser amigos era la solución correcta.
—Gilipolleces. Sois amigos, pero eso nunca será todo. Los dos desprendéis tales vibraciones sexuales, lujuriosas y emocionales que no sé cómo los demás podemos pensar con claridad.
—No desprendo nada. ¿O sí?
—Claro que sí. Supongo que una mujer enamorada no puede evitarlo. Pero él también emite esas vibraciones. —Meara levantó los brazos en alto al pensar en que tantas personas a las que quería se negaban a intentar atrapar lo que más deseaban—. Iona, ese hombre te regaló flores, y me da que es muy posible que la única mujer a la que le ha regalado flores sea su madre o su abuela. Y ¿es que la nevera pequeña no está provista de las bebidas que te gustan?
—Ah, ahora que lo mencionas…
—¿Quién te crees que se ocupa de eso? ¿Y quién te llevó ayer mismo un sándwich tostado cuando no pudiste parar para comer?
—Haría lo mismo por cualquiera.
Meara solo pudo poner los ojos en blanco.
—Lo hizo por ti. ¿Y acaso hace unos días no escuché con mis propios oídos que te dijo que el jersey azul que llevaste al bar te quedaba bien? ¿Y quién se aseguró de que no te sentaras en la corriente de la puerta mientras estábamos allí?
—Yo… no me di cuenta.
—Porque te empeñas en no darte cuenta. Te vuelcas por completo en el trabajo, en el entrenamiento, para así no tener que pensar en él porque te resulta duro. Al mismo tiempo has cerrado los ojos al maravilloso hecho de que ese hombre está enamorado. Te está cortejando.
—De eso nada. —El corazón que tanto se había esforzado por serenar le dio un pequeño vuelco—. ¿Eso hace?
—Procura fijarte —le aconsejó Meara—. Y ahora atácame en serio. —Desenvainó su espada—. Y gánate la cerveza.
Se permitió fijarse un poquito al día siguiente. Sabía que tenía la costumbre de dejar que la esperanza se impusiera a todo. La lógica, el buen juicio y el instinto de supervivencia podían, y a menudo así sucedía, debilitarse bajo la resplandeciente luz de la esperanza.
Esa vez no, se advirtió. El riesgo era enorme. Pero podía fijarse un poquito, si acaso había algo en lo que fijarse.
Boyle le llevó a Alastar, y era difícil no reparar en eso. Lo montó en lugar de llevarlo en el remolque. Alastar lo detestaba.
—Se me ocurrió que tal vez lo quisieras hoy, ya que tienes tres rutas guiadas en tu pizarra.
—Siempre lo quiero a él. —Ahuecó una mano en la cara de Alastar, acariciándole la mejilla con la suya. Y miró de reojo a Boyle—. Gracias por pensar en ello.
—Oh, bueno, no es molestia, y él necesita ejercicio. He pensado en cambiar dos de los caballos para mañana, así que yo llevaré a César a los establos esta noche si quieres llevar tú a este. Te llevaré a casa desde allí, si te parece bien.
—Me parece bien.
Nada en su tono sugería otra cosa que amistad, tal y como habían acordado. Y sin embargo…
—Lo dejaré en el potrero hasta que haya registrado al primer grupo.
Tomó las riendas; movió en círculo su dolorido hombro derecho y se lo frotó con aire distraído.
—¿Estás herida?
—¿Qué? No. Solo dolorida. El brazo de la espada —dijo con cierta chulería, haciendo que blandía el arma—. Meara es una bruta.
—Es una fiera. ¿Por qué no te lo has curado? ¿O has hecho que se ocupara Connor?
—Porque me sirve para acordarme de que no debo bajar la guardia.
Se llevó el caballo, decidida a no volver la mirada, pero sintió sus ojos sobre ella. ¿No era eso lo bastante relevante como para dejar entrar un poco de esperanza?
Boyle no escatimaba el trabajo que le asignaba. En consecuencia, Iona se mantuvo ocupada —en cuerpo y mente— hasta media tarde, cuando él la pilló por sorpresa de nuevo al llevarle una botella de su Coca—Cola preferida.
—Gracias.
—Me ha parecido que necesitabas mojarte la garganta, porque seguro que se te ha quedado seca corrigiendo a la alumna que tenías en la pista.
—Es muy jovencita. —Agradecida, Iona tomó un buen trago—. Y le gusta la idea de cabalgar. Lo que sucede es que no se esfuerza demasiado en aprender. Creo que sobre todo le gusta el traje que tiene que llevar y su imagen sobre un caballo.
—Por lo visto sus padres se están divorciando.
—Oh, eso es duro. Solo tiene ocho años.
—Según he oído, se veía venir hace tiempo. Y al parecer su forma de compensarlos a ella y a su hermano es darles todo lo que piden. Elegantes botas y pantalones de montar y ese tipo de cosas a ella y videojuegos y camisetas deportivas a él.
—No funcionará.
—No, es muy probable que no. Me preguntaba si tendrías un minuto para echarle un vistazo a Spud. Hoy no ha comido. He pensado que podrías probar antes de que llame al veterinario.
—Voy ahora mismo. Hoy no he trabajado con él —dijo mientras salía aprisa de la pista—. Casi no lo he visto esta mañana.
Recorrió las casillas con Boyle a su lado y se detuvo en la de Spud.
El caballo tan solo le lanzó una mirada triste mientras se movía inquieto en la casilla.
—No te encuentras bien hoy, ¿verdad? —murmuró al abrir la puerta—. Echemos un vistazo.
Spud se pateó la panza con cuidado.
—Ahí es donde te duele, ¿eh?
Con mucha delicadeza pasó las manos sobre él, bajando y rodeando su panza.
Y luego, cerrando los ojos, acallando su mente, se permitió ver, se permitió sentir.
—No se trata de un cólico, así que es una suerte. Ni una úlcera. Pero es incómodo, ¿a que sí, cielo? Y no puedes hacer lo que más te gusta: comer.
—Ni siquiera he podido tentarle con una patata, que es su comida favorita.
—No está sudando —agregó—. ¿Se ha revolcando sobre el suelo?
—No. Lo único es que apenas ha tocado la comida.
—Indigestión. —Algo que el propio Boyle habría pensando, imaginó Iona. Pero ahí estaban, los dos juntos en la casilla, muy cerca, rozándose de vez en cuando con los brazos mientras acariciaban al caballo—. Y me parece que puedo ocuparme de eso, si confías en mí.
—Confío ti, y más aún, él confía en ti. Además, no le agrada demasiado el veterinario. Y si se trata de una indigestión, siempre podemos medicarlo. Aunque eso tampoco le gusta en exceso.
—Veamos si podemos evitarlo. Sujétale la cabeza. —Mientras Boyle se colocaba para hacerlo, ella se acuclilló, deslizando las manos con suavidad sobre la panza de Spud—. Duele —susurró—. El dolor es muy difícil de entender. Has comido demasiado deprisa, eso es todo. Come más despacio y disfruta más de la comida. Tranquilo, tranquilo.
El estómago le ardió un instante mientras eliminaba el dolor, pero sintió que Spud se relajaba bajo su tacto. Lo oyó resoplar de alivio.
—Te sientes mejor, eso está bien. Y seguro que ya empiezas a pensar en comer otra vez.
Se enderezó y vio que Boyle la miraba.
—Te iluminas —le dijo—. Es alucinante.
—Te resulta raro porque ahora ya no le duele nada. Y con pequeños atracones como este es mejor que ahora no coma de inmediato. No estaría de más ponerle un poco de esa poción homeopática en la comida, solo por si acaso.
—No te quepa duda que lo haré, y gracias. Es muy querido por aquí, como bien sabes. —Continuó de pie junto a la cabeza de Spud, bloqueando la puerta de la casilla—. Bueno, ¿te va bien, Iona?
—Sí. Bien. ¿Y a ti?
—Oh, muy bien. Más ocupado con la primavera, ya sabes.
—Y le sigue el verano.
—Y le sigue el verano. Tenemos que reunimos dentro de un par de días para hablar de eso. ¿Me preguntaba si hay alguna cosa que pueda hacer por ti mientras tanto? Si quieres algo de tiempo libre para poder… hacer lo que hagas en casa, disponer de más tiempo que dedicar a eso.
—Trabajar aquí me mantiene cuerda. Y equilibrada. La rutina, y saber que quiero esta rutina cuanto esto termine.
—Si alguna vez necesitas tiempo, solo tienes que decírmelo.
—Lo haré.
—Podría invitarte a una cerveza para pagarte por los servicios veterinarios después del trabajo… de forma amistosa —añadió—. Después de la jornada laboral, si te apetece.
El haría lo mismo por cualquiera, se recordó Iona. Pero…
—Me gustaría, pero Branna me está esperando. Es tan bruta como Meara. No nos queda mucho tiempo antes del solsticio.
—No, no queda mucho. Eso te preocupa.
—Me preocupa no estar segura de lo que es necesario que haga, de lo que estoy destinada a hacer. Tanto Branna como Connor han rechazado cualquier idea mía de ir a las ruinas de la cabaña antes del solsticio. Parecen pensar la primera vez sacaré más, y que eso puede ayudar.
—¿Me dirás si… tienes más sueños o algún otro encuentro con él?
—Ha estado tranquilo. Eso también me preocupa. Está vigilando, se percibe. Pero no demasiado cerca. —Se estremeció, de modo que se frotó los brazos.
—No pretendo angustiarte al hablar de ello.
—No es por hablar. Es la espera.
—La espera —dijo, asintiendo despacio— nunca es fácil. Iona, quiero…
Mick lo llamó y se aproximó a las casillas con paso rápido.
—Aquí estás. Quería preguntarte si… —Paseando la mirada de Iona a Boyle, Mick se puso rojo—. Perdonad. Os estoy interrumpiendo.
—No, no pasa nada. —Boyle arrastró los pies y se dio la vuelta—. Acabamos de terminar con Spud.
—Lo medicaré y lo apuntaré en su historial médico —se ofreció Iona.
—Gracias.
Ya sola, Iona se apoyó en el caballo.
—Ha estado iniciando conversaciones —se percató—. Nunca lo hace, pero lo ha estado haciendo desde que… Y me trae Coca—Cola. —Salió, cogió la botella que había dejado fuera de la puerta de la casilla y tomó un buen trago—. Joder, Spud, creo que a lo mejor me está cortejando. Y no tengo ni pajolera idea de cómo manejarlo. Nadie lo ha intentado antes.
Exhalando un suspiro estudió la botella que tenía en la mano, y se preguntó qué decía de ella el hecho de que su corazón fuera tan facilón que un puñetero refresco fuera capaz de conmoverla.
Veamos… qué pasa, se aconsejó, y luego fue a por la medicina de Spud.
No sucedió nada en realidad: conversaciones, pequeños detalles, ofrecimientos casuales de ayuda. Pero Boyle no buscó nada más. Esto estaba bien, se recordó Iona mientras ayudaba a Branna a preparar la cena de grupo. Todo cuanto le había dicho cuando le regaló las flores y se disculpó con ella iba en serio.
Por una vez en su vida tenía intención de ser sensata, de ser cautelosa, de mirar a ambos lados antes de saltar.
—Tus pensamientos son tan ruidosos que me están provocando dolor de cabeza —se quejó Branna.
—Lo siento, lo siento. Parece que no puedo detener el bucle. Vale, lo pondremos en pausa. Nunca antes he preparado patatas con queso al horno. Ni siquiera precocinadas.
—No hables de patatas precocinadas en esta cocina.
—Solo como un insulto. ¿Lo hago bien?
—Sigue haciendo las capas como te he enseñado. —Junto al fogón, Branna removió el glaseado que iba a utilizar con el jamón que estaba asando.
—Una cena elegante para una reunión de estrategia.
—Me apetecía. Y ahora tendremos jamón frío durante días si no vuelve a apetecerme.
De manera escrupulosa espolvoreó harina sobre la siguiente capa de rodajas de patata.
—Estaba pensando en Boyle.
—¿En serio? Jamás lo habría imaginado.
Poniendo los ojos en blanco a espaldas de Branna, Iona añadió la sal y la pimienta y empezó con la mantequilla.
—¿Cómo se sabe? En serio, no logro descubrir cómo saberlo, y estoy trabajando en eso. ¿Simplemente echa de menos el sexo y, hasta cierto punto, tal vez incluso la compañía? ¿Se siente culpable porque me hizo daño y trata de ser amable para compensarlo, de ser cordial porque es lo que le pedí? ¿O quizá le importo más de lo que él creía?
—No soy la persona indicada a la que preguntar sobre temas del corazón. Algunos dicen que yo no tengo.
—Nadie que te conozca dice eso.
Algunos lo decían, y había veces en que deseaba que tuvieran razón.
—No sé nada de hombres, Iona. Cada vez que creo que sí, que creo que lo tengo todo metido en una caja, por así decirlo, consigue escapar cuando no miro. Y cuando consigo meterlo dentro otra vez, es algo distinto de lo que era.
»Conozco a mi hermano, pero un hermano es algo diferente.
—El amor no debería ser complicado.
—Creo que ahí te equivocas. Creo que tiene que ser la cosa más difícil que existe para que así no resulte tan fácil entregarlo, retirarlo o simplemente perderlo. —Apartándose del fogón, fue a echar un vistazo a los avances de Iona—. Bueno, estás tardando bastante porque has colocado cada rodaja de patata como si fuera un explosivo, con mucho cuidado y precisión. Pero ya has terminado con eso. Ahora vierte la leche encima.
—¿La vierto encima sin más?
—Sí, y no gota a gota. Échala por encima, pon la tapa y mételo en el horno. Calcula treinta minutos para esta primera parte.
—Vale, entendido.
Y como si pudiera estallar, Iona dejó escapar un suspiro de alivio cuando lo metió en el horno con el jamón.
—Sabes que las dos cosas no deberían caber ahí.
—Caben porque yo quiero que quepan. Y ahora creo que haremos una parte de las judías verdes del huerto que escaldé y congelé el año pasado y luego… Alguien viene —dijo al oír el ruido de coches—. Veamos quién es y qué tarea puedo encargarles.
—Estoy a favor. Sabes —prosiguió Iona mientras se encaminaban a la parte delantera de la casa—, creo que mi objetivo debería ser poder preparar una buena comida…, descubrir cuál es y convertirla en mi especialidad. Oh, Iona está preparando su falda. Ni siquiera sé lo que es la falda, pero podría ser mi especialidad.
—Un buen objetivo, sí, señor.
Branna abrió la puerta. Meara estaba fuera, al lado de su camión, Fin se bajó del suyo, y Connor y Boyle salieron como pudieron de un Mini de color rojo chillón.
—¡Qué cosa más mona! —Con una carcajada, Iona se acercó—. ¿Cómo habéis cabido ahí dentro?
—No ha sido nada fácil —le dijo Connor—. Y tampoco conducirlo, ya que las rodillas de Boyle se tocaban con sus orejas todo el camino. Pero se limpia bien y corre bastante. Parece que se adecúa mejor a ti.
—Monta para que lo veamos —le sugirió Meara.
Iona se subió al vehículo de forma obediente, poniendo las manos sobre el volante.
—Es más de mi tamaño. ¿Es del amigo ese del que me hablaste? —le preguntó a Connor—. Es genial. Es adorable, pero no creo que pueda permitirme algo adorable en este momento.
—Pero te gusta —le instó Connor—. El aspecto, el color, la sensación, etcétera.
—¿Cómo no va a gustarme? —De hecho, ya se imaginaba yendo en un pequeño cohete rojo—. Es simplemente perfecto. ¿Crees que tu amigo contemplaría la posibilidad de guardármelo y permitir que le pague un poco ahora y otro poco más tarde?
—Bueno, es posible, pero ya está vendido. —Connor miró a Branna, y esta asintió—. ¡Feliz cumpleaños!
—¿Qué?
—Connor y Boyle encontraron el coche, y hemos puesto un bote común para comprarlo. Para tu cumpleaños —agregó Branna—. ¿Te crees que no sabíamos que es tu cumpleaños?
—Yo no…, creía que con todo lo que está pasando era mejor… Pero no podéis… ¿Un coche? No podéis.
—Ya lo hemos hecho —señaló Connor—. Y aun con todo lo demás que esté pasando, un cumpleaños es algo que hay que recordar. Somos tu círculo, Iona. No nos olvidamos del tuyo.
—¡Pero es un coche! —exclamó emocionada.
—Que tiene más de diez años y, a decir verdad, resuella como un asmático en una mañana húmeda. Lo que aquí sucede casi a diario —comentó Fin—. Pero te servirá.
Iona comenzó a reír y a llorar. Combinando ambas cosas, extendió los brazos para rodear con ellos a Connor, que era el que estaba más cerca. Acto seguido se volvió para hacer lo mismo con cada uno de ellos.
Cuando su cuerpo se apretó contra el de Boyle, estrechándolo con fuerza, este luchó para no convertir el gesto en algo más.
—No sé qué decir. No sé cómo expresarlo. ¡Es alucinante! ¡Mucho más que alucinante! ¡Muchísimas gracias! A todos.
—Habrá que ocuparse de cierto papeleo —intervino Fin—, pero puedes hacerlo más tarde. Ahora deberías probarlo, ¿no?
—Debería conducirlo. Debería conducirlo. —Con otra carcajada, Iona giró en círculo—. Alguien tiene que acompañarme en mi primer viaje. ¿Quién quiere venir?
Los hombres dieron un paso atrás al unísono.
—Cobardes —espetó Meara con indignación—. ¿Qué me dices, Branna? Podríamos apretarnos.
—Seguro que sí, pero tengo la cena en marcha.
Meara se limitó a dejar escapar un bufido.
—Bueno, yo no tengo miedo. Voy contigo, Iona.
Se subió al coche y esperó a que Iona se sentara tras el volante.
Iona arrancó, rebotando en el asiento y meneándose para colocarse. El coche dio tres empellones. Sacudida, parada, sacudida, parada, sacudida, parada; acto seguido enfiló la carretera, zigzagueando como el hilo en un telar.
—Ay, Dios —logró decir Boyle.
—Ya te he dicho que le he lanzado un pequeño encantamiento de seguridad —le recordó Connor—. Solo necesita un poco de práctica; a fin de cuentas es una yanqui. Así que Fin ha contribuido con botellas de champán para la fiesta de cumpleaños, y tratándose de él, es sofisticado y francés. Propongo que nos tomemos la primera botella mientras esperamos a que vuelvan.
—Tenemos cosas importantes de las que hablar —le recordó Branna—. Y deberíamos hacerlo con la cabeza despejada en lugar de llena de burbujas francesas.
—Es su cumpleaños.
—Ah, en fin. —Exhalando un suspiro, Branna cedió—. Una botella entre todos no puede hacer daño.
—Debería haber tenido miedo —farfulló Meara a Connor a su regreso mientras Fin descorchaba la primera botella—. Es una conductora pésima.
—Únicamente necesita práctica.
—Dios quiera que tengas razón en eso porque creía que acabaría con las dos en el primer kilómetro. De todas formas ha valido la pena. Iona no se esperaba algo así. No solo el regalo, sino todo en general. Y creo que aunque mi familia es un fastidio, nunca he dudado de que preparen algo para mi cumpleaños.
—También tenemos tarta.
—No lo he dudado ni un segundo. —De buen humor, Meara le dio un rápido y afectuoso apretón con un brazo.
Connor la rodeó con el suyo antes de que pudiera apartarse, y dio un paso rápido. Riendo, imitó su movimiento y luego cogió la copa que Fin le ofrecía.
—Eso sí que me lo tomo —dijo Connor.
—Voy a proponer un brindis —decidió Iona—. Porque ya he pensado en lo que quiero decir. Además de gracias, que no alcanza a expresarlo todo. Todos vosotros sois míos, y eso es un regalo que siempre atesoraré. Cada uno de vosotros es un regalo para mí, una combinación de amigos y familia que es más auténtica y deslumbrante que nada que haya podido imaginar tener. Así que, por todos nosotros, juntos. —Tomó un sorbo.
»¡Ay, Dios mío, está buenísimo!
—Buen discurso y buen champán. —Branna abrió un armario y sacó un regalo envuelto de un estante—. Y esto es de tu abuela. Lo dejé a un lado tal y como me pidió.
—Oh, Nana. —Encantada, Iona dejó la copa para abrir el regalo, y sacó un jersey de preciosos tonos azules—. Lo ha hecho ella —murmuró, frotándolo contra su mejilla—. Es muy suave. Lo ha hecho para mí.
Cogió la tarjeta y la abrió:
Para mi Iona:
Hay amor, encantamientos y esperanza en cada punto. Póntelo cuando quieras sentirte más fuerte y con más confianza en ti misma. Te deseo toda la felicidad del mundo en este y en todos los días.
Con cariño,
Nana
—Nunca se olvida.
—Póntelo —la apremió Meara—. Es el jersey más bonito que he visto en mi vida.
—Buena idea. Enseguida vuelvo.
—Empezaremos cuando vuelvas —dijo Branna—. Tenemos tiempo para hablar del solsticio y de lo que vamos a hacer antes de que la cena esté lista. Lo haremos bien —agregó—, y para el próximo cumpleaños de Iona no habrá nada más que amigos, comida y vino. Y eso será un regalo para todos nosotros.
—Bien dicho —murmuró Fin—. Ponte tu regalo, ya que eso te acerca a tu abuela. Branna y yo ocultaremos la casa. Ningún otro ojo, oído ni mente salvo los nuestros sabrán lo que aquí hacemos, lo que aquí decimos ni lo que aquí pensamos esta noche.