18

Se sentía increíble, y aun así Branna le acercó una poción.

—Ha sido tu primera vez. Es mejor que te tomes un poco de esto ahora.

—¿Puedo hacerlo otra vez?

Branna enarcó las cejas en tanto que Connor enganchaba un par de galletas.

—¿Ahora?

—No, ahora no. Me refería a si puedo hacerlo algún día. A si soy capaz. Yo sola.

—Podría decirse que Connor y yo tan solo te hemos acompañado en el viaje. —Se acercó para echar un vistazo a sus velas—. Ayudando a prepararte y luego yendo contigo para darte apoyo.

—¿Cómo un carnet provisional?

—¿El qué?

—Aprender a conducir… En serio, tengo que comprarme un coche. Lo voy posponiendo, pero… Estoy un poco mareada —reconoció, y se bebió la poción.

—Aprender a conducir —reflexionó Connor, asintiendo—. En cierto sentido sí, se parece. Necesitas supervisión hasta que puedas arreglártelas tu sola.

—Al menos uno debería acompañarte cuando lo intentes de nuevo.

—Me has hipnotizado más o menos.

—Te he ayudado a alcanzar el estado de meditación adecuado, eso es todo. Tienes una mente muy activa, y sosegarla requiere práctica.

—Ha significado mucho para mí el hecho de verla. Verla de verdad. Metiendo la mano en el bolsillo, sacó el limón que había cogido del cuenco azul y verde y se lo acercó a la cara para oler su fragancia.

—La familia es la raíz y el corazón. En fin, a ver qué puedes hacer con esto. —Abrió un cajón y sacó una lista en papel.

—Una varita con un cristal de cuarzo rosa en el extremo —leyó Iona—. Una daga ceremonial con un nudo de la Trinidad celta, un cáliz de plata de la diosa del fuego, Belisama, un amuleto de cobre en forma de pentáculo. —Iona levantó la vista, frunciendo el ceño—. ¿Los cuatro instrumentos elementales?

—Muy bien, la varita para el aire, la daga para el fuego, etcétera. Sigue leyendo.

—Vale, una espada con un jaspe sanguíneo en la empuñadura y su vaina; una lanza con una afilada punta de hematita; un escudo decorado con un pentáculo y hematita, amatista, piedra sol y jaspe; y un caldero con el símbolo del fuego. Las cuatro armas correspondientes.

—Has estudiado. Ahora harás un hechizo de búsqueda y las encontrarás.

—¿Cómo una búsqueda del tesoro?

—En cierto modo sí.

—Bueno, me gustan los juegos.

—No es un juego —le dijo Connor—, sino entrenamiento, y es importante. Tendremos que tratar de localizarlo cuando estemos listos para enfrentarnos a él de una vez por todas.

—Tendremos ventaja si sabemos cuándo y cómo va a venir —agregó Branna.

—¿Por qué no lo buscamos ahora? Tiene que tener algún tipo de guarida. Podríamos…

—No estamos preparados, y si lo buscamos, él podría saberlo. Tiene poder, así que si no podemos bloquearlo, nos verá. Pero cuando estemos listos querremos que vea… lo que nosotros deseemos que vea. Cuando llegue el momento —prosiguió Branna— los tres lo buscaremos y daremos con él, uniendo nuestro poder, como los tres.

—¿Y Fin?

—Yo…

—Fin es quien debería buscar y dar con él. —Connor se volvió hacia su hermana, sosteniéndole la mirada con calma—. Es de su sangre, y tendría que ser él.

—Te fías demasiado.

—Y tú muy poco. Tiene que ser él, Branna. Lo sabes tan bien como yo.

—De acuerdo, lo decidiremos a su debido tiempo. Pero ahora vamos a ocuparnos de esto. Esto has de hacerlo tú, Iona. Realiza los hechizos de uno en uno, encuentra lo que buscas y tráelo aquí por orden.

—Vale. —Echó otro vistazo a la lista, luego la dobló y se la guardó en el bolsillo. Después cerró los ojos y trató de visualizar la varita—. Lo que veo en mi mente, buscaré y hallaré. Aparece ahora ante mis ojos y donde yace yo iré. Delgada y fuerte me llama. Hágase mi voluntad.

Lo vio con claridad, reflejando el sol de última hora de la tarde en la pequeña mesita junto a la ventana de la sala de música.

—Enseguida vuelvo.

Connor se apoyó en la encimera mientras Branna empezaba a etiquetar de forma meticulosa las velas.

—Te duele, lo sé. —Su voz permanecía tan serena como su mirada—. Pero si no aceptas lo que Fin es, lo que realmente es, y crees en él, en su lealtad, nos limitas a todos.

—Lo intento. Puedo superar el dolor, o consigo hacerlo la mayoría de los días. Confiar es más duro.

—El moriría por ti.

—No digas eso —espetó—. ¿Crees que yo querría eso? Solo quiero hacer lo que hay que hacer, y lo haré. Lo haré. Tienes razón al decir que debería ser él quien lo busque, quien lo encuentre. Tienes razón. Dejemos eso por ahora.

—De acuerdo, vamos a dejarlo. —Entonces sonrió un poco para tranquilizarla—. ¿Quieres cronometrarla?

—No hay prisa. —Branna se encogió de hombros, aliviada porque hubiera dejado el tema, porque lo hubiera hecho por su bien—. Algunos son fáciles para fomentar su confianza, otros le llevarán más tiempo.

—Bueno, entonces estoy listo para una cerveza. ¿Quieres una?

—Hum. Una copa de vino no estaría mal. Y no le metas mano al cerdo asado que tengo en el horno.

—¿Cerdo asado?

—Déjalo en paz, y también lo que hay con él dentro del horno. Le he lanzando un hechizo de tiempo porque no sabía cuánto iba a llevarnos esto. Trae la botella y una copa para Iona, ¿quieres? Podrá tomársela cuando haya terminado.

Iona entró con celeridad, pletórica, con la varita en la mano.

—Lo tengo.

—Bien hecho. Déjalo aquí y busca el siguiente.

—Vale. Estás poniendo las etiquetas. Iba a ayudarte yo.

—Habrá muchas más. La daga ceremonial.

—Cierto. —Después de inspirar hondo, Iona comenzó de nuevo.

Connor se tomó la cerveza y jugó un poco al tira y afloja con el perro y un trozo de cuerda mientras Branna terminaba la primera serie de velas. Iona iba y venía, llevando los objetos de la lista.

—Vaya con la lanza. —Iona la levantó, imitando a un guerrero cuando volvió a la cocina—. He tardado en encontrarla tanto tiempo como me ha llevado encontrar todos los que he conseguido hasta ahora —repuso Iona.

No tanto, pensó Branna, pero sí bastante.

—Podía verla, y también el árbol contra el que estaba apoyada fuera, pero no distinguía cuál era. Así que he hecho un hechizo indirecto para eso después de deambular por ahí durante un rato.

—Una buena decisión. Vamos a trabajar un poco más para que puedas reducir la búsqueda sobre la marcha.

Iona señaló con la cabeza los objetos que había extendido sobre la encimera.

—Todos son muy guays. En fin, solo un par más.

El escudo la ocupó tanto tiempo que casi pasó al caldero, pero Branna le había indicado que tenía que hacerlo por orden, así que despejó la mente —un reto, ya que la tenía llena de cosas— y luego renovó el hechizo.

Encontró el escudo… y, ay, Dios bendito, era una obra de arte colgada en el invernadero, que olía a tierra y hierbas.

—Lo ha hecho bien —dijo Connor mientras frotaba al perro con el pie ya que el juego había terminado—. En circunstancias difíciles.

—Así es. Lo hará aún mejor cuando las circunstancias empeoren.

—Siempre poniendo la nota alegre, Branna.

—Soy realista. —Con las velas que había terminado metidas en cajas para transportarlas a la tienda, comenzó a colocar las que había cogido de los estantes.

—Encontrado —dijo Iona, entrando con el caldero—. En el pequeño desván sobre tu cuarto, Branna…, que ni siquiera sabía que existía.

—No se utiliza mucho. Y ya lo has encontrado todo.

—De uno en uno y por orden. —Iona dejó el caldero junto al resto—. Todos son preciosos y únicos.

—Sí que lo son. Puede que sean instrumentos, pero no veo por qué un instrumento no ha de ser bonito a la vez que práctico y útil. Así que son tuyos.

—Perdona, ¿qué has dicho?

Dado que su mente volvía a estar llena de cosas, Iona se quedó mirando a Branna.

—Ahora son tuyos. —Branna le sirvió una copa de vino y se la pasó—. Connor y yo los elegimos para ti de entre lo que nos han dado, lo que coleccionamos y lo que hemos encontrado en otra parte desde que viniste a nosotros.

—Pero… —Abrumada, no pudo dar con las palabras que tan a menudo pasaban directamente de su cabeza a la lengua.

—Toda bruja necesita sus propios instrumentos —prosiguió Branna—. Y estos son los más importantes de todos. Buscarás y elegirás otros por ti misma a lo largo del camino.

—El fuego te resulta más fácil a ti. —Connor se levantó para unirse a ellas—. Así que los símbolos son tuyos. Y en la daga ceremonial, el nudo de la Trinidad simboliza a los tres en ti, y a nosotros tres.

—El cuarzo rosa en la varita, pues parece que tu poder procede de tu instinto…, de las tripas…, y luego pasa por el corazón. Jaspe sanguíneo en la espada para la fuerza.

—Piedras protectoras, en el plano físico y psíquico, para el escudo. Hematita para la punta de tu lanza, para la confianza en el aire. —Connor la tocó con el dedo—. Y el pentáculo de cobre, el medio elegido por Sorcha.

—No sé qué decir.

—La espada y el escudo han pasado de generación en generación, dentro de la familia —le explicó Branna—. La copa la encontré en una tienda que me gusta mientras que Connor encontraba el pentáculo en otra. Así que hay una mezcla de lo viejo y lo nuevo.

Las lágrimas que se había negado a derramar la noche anterior deseaban brotar desde el corazón en esos momentos, fruto de la gratitud más absoluta.

—Os estoy más agradecida de lo que puedo expresar con palabras. Me parece mucho, demasiado.

—No lo es —la corrigió Branna—. Debes estar armada para lo que se avecina.

—Lo sé. Una espada. —Con cuidado, la sacó de su vaina—. No sé manejarla.

—Aprenderás. Parte del conocimiento te vendrá a través de ella.

—Parte —convino Connor—. Y Fin puede trabajar contigo, y también Meara. Se maneja de miedo con una espada. Tanto Branna como yo podemos ayudarte con la lanza, pero creo que encontrarás el instrumento en sí que encaje en tu mano.

—Una vez que los hayas limpiado y recargado —apostilló Branna—. Eso no podemos hacerlo nosotros. Y ahora me parece que vamos a cenar. No nos vendrá mal el descanso y la comida. Luego te ocuparás de ellos.

—Los guardaré como un tesoro. Gracias, gracias —repitió, asiendo la mano de Branna, luego la de Connor, uniéndolos a los tres—. Habéis expandido mi vida en tantísimos aspectos.

—Eres parte de nosotros. Venga, vamos a comer. He preparado una cena especial previendo tu éxito en esto. Tráete tu copa, ya que aún no te la has tomado.

—Algún día os pagaré todo lo que habéis hecho por mí.

—No es cuestión de pagar, y no puede serlo.

—Tienes razón. No es la palabra adecuada. Equilibrio. Un día encontraré el equilibrio.

Comenzó poniendo la mesa y diciéndole a Connor que estaba exento de recoger y fregar. Este no puso ninguna objeción. Su ánimo, que se había venido arriba después de ver a Nana, después de los regalos, siguió en ascenso cuando probó el pequeño festín que Branna había preparado.

—¡Dios mío, esto está riquísimo! Sé que tengo hambre, pero está de muerte. Te juro que podrías abrir tu propio restaurante.

—Eso es algo que no voy a hacer ni ahora ni nunca. Cocinar, al igual que los instrumentos, es necesario. No hay razón para que no esté bueno.

—Ojalá lo mío lo estuviera. En serio, tengo que aprender a cocinar.

—Hay mucho tiempo para eso, y ahora mismo hay cosas más importantes que aprender. Connor, Frannie, la de la tienda, me ha contado que Fergus Ryan se pilló un pedo en toda regla y se metió en casa de Sheila Dougherty creyendo que era la suya, se quedó en pelotas y se quedó grogui en el sillón del salón. Donde una nada contenta Sheila Dougherty…, tiene unos setenta y ocho y es más mala que un dolor…, lo encontró a la mañana siguiente. ¿Qué sabes tú de eso?

—Sé que Fergus tiene un ojo morado y un chichón en la parte posterior de la cabeza que le produjo el bastonazo que le atizó la señora Dougherty. Y que Fergus solo pudo coger sus botas y agarrarse la dolorida cabeza mientras intentaba defenderse, y salió corriendo mientras la vieja lo perseguía, lanzándole maldiciones y llamándole cualquier cosa que se le ocurría.

—Imaginaba que estabas al tanto. —Branna cogió su vino—. Cuéntanoslo todo.

De esa forma la conversación se desvió a los cotilleos, asuntos e historias locales. La clase de comida de la que había disfrutado en muy raras ocasiones durante su vida, pensó Iona mientras fregaba los platos y las ollas, y que había ansiado todavía más a causa de su carencia.

Así pues, guardaría como un tesoro los instrumentos que le habían regalado, así como todas las cosas que vinieran después.

Por el momento procuró abrazar el silencio, ya que Branna y Connor estaban arriba o en alguna otra parte ocupándose de sus propios artefactos. Aún tenía trabajo pendiente. La limpieza por esa noche. Y al día siguiente se impregnaría y recargaría lo que ahora era suyo.

Un buen día, se congratuló. Había ido a trabajar, había tenido su primer cara a cara con Boyle y lo había superado sin humillarse.

Mil puntos para ella.

Y había volado hasta la cocina de Nana, un punto personal que valía por mil.

Había trabajado buscando hechizos y había tenido una inestimable recompensa.

Como remate había disfrutado de una cena colmada de charla y risas con sus primos.

Y al día siguiente haría lo que se le pusiera por delante.

Para empezar a restaurar ese equilibrio, limpió la cocina hasta dejarla reluciente. La próxima vez que Branna entrara, mirándolo todo con los ojos entrecerrados, el brillo la cegaría, pensó.

Satisfecha, se encaminó hacia el taller con el fin de empezar con su última tarea del día, cuando una llamada a la puerta principal hizo que se detuviera.

Por lo general, la posibilidad de tener compañía le habría agradado, pero deseaba ponerse con sus instrumentos. Seguramente sería uno de los amigos o de las posibles amiguitas de Connor, supuso. Todavía no había conocido a ninguna que no quisiera a Connor o no lo buscara cuando quería pasar un buen rato o necesitaba un hombro para pasar un mal momento.

Cuando abrió la puerta, su sonrisa de bienvenida desapareció, ya que ahí estaba Boyle, con un gran y colorido ramo de flores.

—Oh —acertó a decir.

Estaba muy sexy, tan atractivo y alto, con la mano en torno a los tallos, el rostro un tanto sonrojado y los ojos rebosantes de vergüenza y determinación.

Y cambió el peso de un pie al otro, lo que estuvo a punto de derrotarla.

—Lo siento. Necesito decirte que lo siento. Son para ti.

—Son preciosas. —Mejor, pensó, sería muchísimo mejor para ella mandarlo a paseo. Pero no podía hacerlo, no cuando le había llevado flores y una disculpa sincera—. Gracias —dijo en cambio, y cogió el ramo—. Son realmente preciosas.

—¿Me he ganado entrar uno o dos minutos?

—De acuerdo. Claro. Voy a ponerlas en agua.

Lo condujo hasta la cocina, empleando cada truco que había aprendido para mantener la mente y el corazón sereno e inalterable.

—Esto está como los chorros del oro —comentó.

—He estado equilibrando la balanza.

Buscó un bonito jarrón grande de color vede musgo, las tijeras de jardinería de Branna y las vitaminas para plantas que preparaba ella misma. Y se puso manos a la obra.

—Iona, siento haberte disgustado, siento haberte herido. No era esa mi intención.

—Lo sé. —Aquellas flores tan hermosas, su aroma tan intenso, la ayudaron con su propio equilibrio—. No estoy enfadada contigo, Boyle. Ya no.

—Deberías estarlo. Me lo he ganado.

—Puede…, pero no estabas del todo equivocado en lo que le dijiste a Fin. Te presioné y me interpuse en tu camino.

—No soy de los que se dejan presionar si no quieren. Iona…

—Te sentías atraído por mí. Aproveché eso. Nunca he usado la magia.

—Lo sé. Lo sé. —Tratando de encontrar las palabras, Boyle se pasó los dedos por el pelo—. No estoy acostumbrado a todo esto que sucede dentro de mí. Se me fue la cabeza y tú entraste antes de que la recuperara. Dame una oportunidad para compensártelo, ¿quieres?

—No es eso, o no solo eso. —Equilibrio, pensó de nuevo. No iba a encontrarlo sin ser sincera consigo misma y con él—. Todo lo tuyo me sobrevino muy rápido, y yo solo me dejé llevar. Me aferré a ello, y creo que con demasiada fuerza. No quería que se me escapase. Siempre he deseado sentir todo esto dentro de mí. Lo he ansiado tanto como respirar. Así que me interpuse en tu camino, me metí en tu cama y no me permití pensar que podría salir mal.

—No tiene por qué salir mal. No está mal —dijo, y la asió de los hombros.

—Tampoco está bien. —Con cautela, se apartó a un lado de forma que él ya no la tocase—. ¿Quieres una cerveza? Ni siquiera te he ofrecido…

—No quiero una puta cerveza. Es a ti a quien quiero.

Sus ojos, azules y hermosos aun con aquel asomo de tristeza, se alzaron hacia él.

—Pero no deseas quererme. Eso sigue siendo verdad. Y yo no puedo seguir aceptando eso, seguir conformándose con eso solo porque es lo que siempre he hecho. Se remonta al principio, Boyle. Mis padres nunca se daban cuenta cuando yo no estaba ahí y tampoco les importaba demasiado si estaba o no estaba. Y lo más espantoso es que no se percataban de que yo lo sabía.

—Siento decirte eso, ya que son tus padres, pero me da la impresión de que son unos capullos, Iona.

Ella rió un poco.

—Supongo que lo son, más o menos. Creo que me quieren tanto como les es posible porque se supone que tienen que hacerlo, pero no porque quieran hacerlo. ¿Y los chicos y los hombres de los que he intentado enamorarme? Me quisieron durante un tiempo, pero nunca lo suficiente, o no querían quererme lo suficiente, así que se desvanecía. Y entonces me preguntaba qué tenía yo de malo. ¿Por qué nadie puede amarme de forma absoluta y sin reservas? O peor aún, pensaba que era una especie de sustituta hasta que apareciera alguien mejor.

¿De verdad había hecho él eso?, se preguntó Boyle. ¿Había contribuido a eso?

—No tienes nada de malo, y no se trata de nada parecido.

—Me estoy esforzando por creerlo, y no puedo hacerlo a menos que deje de conformarme con menos. Y eso es problema mío, es asunto mío. Puede que no lo comprendiera de verdad hasta que tú me diste aquel tortazo, metafóricamente hablando, claro —agregó con una sonrisa más natural de lo que había esperado.

Dado que aún podía ver en su mente la cara de Iona allí, de pie en el establo, se sintió como si de verdad la hubiera golpeado.

—Oh, Dios mío, Iona. Daría lo que fuera por retirar esas palabras, por metérmelas por la garganta y asfixiarme con ellas.

—No, no. —Le asió las manos durante un instante y le dio un apretón—. Gracias a que me destrozaron, tuve que levantarme. Y esta vez enfrentarme a todo ello. Porque antes de eso, Boyle, me habría conformado con cualquier cosa que tú me hubieras dado. Lo habría tomado y me habría convencido a mí misma de que estaba bien. Pero nunca habría estado bien. No puedo ser feliz, feliz de verdad, con menos de lo que necesito. Y si no soy feliz, no puedo hacer feliz a nadie.

—Dime qué necesitas y te lo daré.

—No funciona así. —Y por Dios que lo amaba más de lo que él intentaría, de lo que estaría dispuesto a intentar—. Tal vez sea magia después de todo lo que nos hace amar, necesitar y desear a una persona por encima de otra. Amarla, necesitarla y desearla por entero. Quiero esa magia. No me conformaré con menos. Tú eres la razón. Así que en cierto modo, por raro que sea, te estoy agradecida.

—Ah, claro, ahora me das las gracias, pero al mismo tiempo me castigas.

—Me has enseñado que merezco más de lo que pensaba, o de lo que me permitía pensar. Y eso es muy de agradecer. Soy yo quien se ha precipitado, así que tengo la culpa de las consecuencias. Todo ha sido muy rápido, muy intenso. No es de extrañar que te sintieras acorralado.

—Yo nunca me he sentido… No sé de qué estaba hablando.

—Lo comprenderás. Entretanto, las flores son preciosas, y también tu disculpa. —Las llevó para ponerlas en la mesa—. Pensándolo mejor, puedo decirte algunas cosas que necesito.

—Lo que sea.

—Necesito seguir trabajando para Fin y para ti, no solo porque tengo que ganarme la vida, sino porque se me da bien. Y porque me encanta y quiero hacer lo que me gusta.

—No hay ningún problema con eso. Ya te lo he dicho.

—Y necesito que seamos amigos para que no nos sintamos raros o incómodos estando juntos. Es importante. No podría trabajar para ti o contigo si nos aferramos al resentimiento o a sentimientos complicados. Terminaría dejando el trabajo para evitárnoslo, y luego estaría cabreada y triste.

—No hay resentimiento por mi parte. No puedo prometerte nada con respecto a los sentimientos complicados, porque son justo eso. Para mí están todos enredados y son escurridizos. Si tú…

—Esta vez no. —No contigo, pensó, porque con él no volvería a levantarse estando entera—. Sencillamente no. Yo soy responsable de mis sentimientos, y tú, de los tuyos. Lo comprenderás —repitió—. Pero ambos tenemos un buen trabajo que nos importa y buenos amigos en común. Y lo más importante de todo es que aquí mismo, ahora, tenemos un enemigo y una meta en común. No podemos hacer todo lo que hemos de hacer si no tenemos una base sólida.

—¿Cuándo te has vuelto tan jodidamente lógica? —farfulló.

—A lo mejor me lo ha pegado un poco Branna. Me ha enseñado mucho, me ha mostrado más de lo que nunca imaginé que vería. Tengo un legado, y voy a serle leal. Voy a luchar por él. Y voy a ser fiel a mí misma.

—Así que ¿vamos a trabajar juntos, a luchar juntos y a ser amigos? ¿Y eso es todo?

Iona le brindó otra sonrisa.

—Eso es mucho para la mayoría. Y no rechazo el sexo a modo de castigo.

—No quería decir… Aunque ahora que lo dices, tiene ese efecto. No era solo sexo, Iona. Ni lo pienses.

—No, no lo era. Pero también en eso presioné. Me lancé de cabeza, como suelo hacer.

—Me gusta tu forma de lanzarte. Pero si eso es lo que necesitas, seremos amigos.

Por el momento, pensó Boyle.

—Bien. ¿Quieres esa cerveza ahora?

Boyle estuvo a punto de responder que sí, para disponer de más tiempo, y quizá también para suavizar la línea que ella había trazado entre ambos. Pero le había dicho lo que necesitaba de él e iba a dárselo.

—Será mejor que me marche. A fin de cuentas tengo muchas cosas que desentrañar.

—Más vale que empieces.

—No hace falta que me acompañes. Nos vemos mañana. —Se puso en marcha, pero se dio la vuelta un instante para mirarla. Tan vibrante, tan preciosa, con las flores a su lado—. Te lo mereces todo, Iona, y ni una pizca menos.

Ella cerró los ojos cuando oyó cerrarse la puerta tras él. Resultaba muy duro mantenerse firme, hacer y decir lo que sabía que era lo correcto cuando el corazón le dolía tanto. Cuando su corazón ansiaba aceptar menos y conformarse con ello.

—No con él —murmuró—. Tal vez con otro, pero no con él. Porque… él es el único.

Dejaría las flores en la mesa para que todos las disfrutaran. Pero antes de volver al taller para limpiar sus instrumentos, buscó un jarrón alto y delgado, escogió tres flores —un número mágico— y metiéndolas en él, se las llevó a su cuarto, donde las vería antes de irse a dormir. Donde las vería cuando se despertara por la mañana.